I
La cuestión Gladwell es una cuestión de lectura y recién después de crítica. Probablemente eso hace que derive en la alternativa más generalista de las críticas. Es un desliz fácil. Tan fácil que voy a poner exactamente los dos pies adentro. Leí dos de los cinco libros de Malcolm Gladwell. Los dos me los prestaron personas con criterio. Todo el tiempo aparece alguien diciendo tenés que leer esto y todo el tiempo sé que las recomendaciones con sentido vienen de ciertas personas que yo conozco bien. El número es «como el de los dedos de una mano», una de las manos de Django Reinhardt, en realidad. Primera observación: los dos libros que me prestaron los devolví. Uno tenía ese texto sobre el mexicano que domestica perros norteamericanos. Segunda observación: del otro no puedo acordarme nada.

Gladwell tiene gracia, hace los giros correctos, domina el mecanismo de interesar al lector curioso con facilidad —y se nota que por eso en algún punto deja de esforzarse— y como dice uno de sus críticos, combina a la perfección personal anecdote and «cherry-picking» science. A mí me pareció la prosa de un divulgador sensible, una especie de Jorge Bucay que en vez de usar psicología barata usaba ciencia popular. Un tipo que si hubiera tenido la mala suerte de nacer en Buenos Aires tendría un programa de cable propio, opinaría sobre espectáculos en otro de aire y seguramente lo invitarían a hablar en alguna de esas ediciones de TEDxRíodelaPlata. En el peor de los casos, podría tocarle el siniestro papel del inteligente en un programa de FM hecho por cuarentones infantilizados.

II
Los dos libros que leí eran amenos. Excelentes para hacer más soportable el tiempo en la sala de espera del dentista o mientras lavan el auto si tienen aire acondicionado y bar. En Wikipedia a Malcolm Gladwell lo catalogan como writer, que es como el idioma inglés llama a quienes son un poco más que un journalist y bastante menos que un author. Sí, los lectores más entusiastas de Gladwell son periodistas y probablemente de los que creen que —hasta que le ponen sus manitos sin imaginación pero con mucho Servicio Meteorológico Nacional y subsidios estatales encima— el non-fiction es algo valioso, moderno, innovador.

Pero hay una diferencia importante: Gladwell escribe en The New Yorker y todos sabemos que cualquier cosa que publique The New Yorker es inevitable, indiscutible, cristalinamente buena. Después de esos dos libros, y hasta que no tenga que volver al dentista ni al lavadero, al menos yo puedo vivir sin Malcolm. A la mayoría de periodistas que conozco, por supuesto, les encantaría leerlo y se los recomiendo a quienes no lo conozcan. A los estudiantes de marketing y recursos humanos seguro que también. De hecho, hace un tiempo había alguien buscando «a alguien que escribiera como Gladwell» en una revista de papel sobre consumos y tendencias. Con su hermosa ensalada de saberes a medias, su impunidad estética para escribir sobre lo que sea, su arrojo valiente hacia el engaño de quienes disfrutan ser engañados, Gladwell es un heavy weight champion. Por supuesto, el día que nos los pida, no lo duden, Gladwell va a poder publicar en Paco.

Porque él es un best-seller de los que salen en The New York Times (cualquier cosa que publique The New York Times es inevitable, indiscutible, cristalinamente….). Desde una óptica neoyorquina, su existencia física misma es un mosaico de cosmopolitismo, mixtura racial y estilo. Miren esa cara, ese pelo, ese aspecto entre el científico loco y el humanista semita. Solamente por cómo es, Malcolm Gladwell podría caminar desde Manhattan hasta Harlem tranquilo. Nunca nadie podría decirle de mala manera que está en el territorio equivocado. Malcolm nació en Inglaterra y se crió en Canadá. El padre fue un profesor de matemáticas inglés y la madre fue una terapista jamaiquina. ¿Cómo se conocieron? No importa, pero seguro fue algo fuera de cálculo. Malcolm se graduó como historiador en la Universidad de Toronto y después se fue a vivir entre Nueva York e Inglaterra. En 2005 la revista Time lo consideró una de las cien personas más influyentes del mundo (cualquier cosa que publique Time es inevitable, indiscutible, cristalinamente…).

Este año, la elite intelectual neoyorquina se cansó de Gladwell. El killer designado para eliminarlo fue Christopher Chabris, un profesor de psicología del Union College. ¿Hay que apoyar ahora a Gladwell porque lo están obligando a rendirse y alguien quiere desnudar en público que su prosa para amas de casa con inquietudes, datos numéricos dudosos e hipótesis bien argumentadas pero sin ningún sustento científico serio es entretenimiento barato? Es una buena pregunta. Según recuerdo, en aquellos textos de Gladwell el tema general consistía en demostrar por qué un determinado fenómeno de mercado —narrado desde cierto tenor sociológico— ocurría y se justificaba a través de motivos —sociológicos y científicos— que el mercado comprendía y articulaba más allá de nuestra limitada y conservadora comprensión. En conclusión, tal vez el espíritu liberal de Gladwell entienda mejor que nosotros por qué es el objetivo de un killer cultural.

700.hq

III
¿Qué fue lo que hizo Christopher Chabris para matar a Malcolm Gladwell? Simplemente lo leyó y escribió al respecto. Y después se lo dio a leer a su propia esposa, que también escribió al respecto. Las reseñas del último libro de Gladwell leído por Chabris están en The Wall Street Journal y Slate (cualquier cosa que publique The Wall Street Journal y Slate es inevitable, indiscutible, cristalinamente…). Para Chabris, el último libro de Gladwell —que se llama David and Goliath, y que al parecer propone la idea de que Goliath nunca había tenido alguna mínima chance ante David— es malo. También inconsistente. Espurio. Y lamentable. Tal vez Chabris tenga cierta tendencia a sobreadjetivar, pero además de eso argumenta sus sobreadjetivaciones. Así que las convierte en tiros de gracia retóricos sobre el corpus debidamente mutilado de Gladwell. Este es Chabris: «This is an entertaining book. But it teaches little of general import, for the morals of the stories it tells lack solid foundations in evidence and logic».

Acostumbrado a recibir críticas, esta vez, salió a responderlas. Previsiblemente, Gladwell acusó a Chabris de estar «obsesionado con él» y le pidió que «se calmara». Ese es el problema del Cartel Internacional de la Buena Onda: en los ámbitos culturales, lo interesante suele ser la discusión antes que el aplauso. Y el que no puede tratar con la discusión, probablemente esté en el lugar equivocado. A la brevedad, seguramente, Gladwell va a decirle a Chabris lo que verdaderamente estará pensando: que Chabris, en realidad, lo envidia. Suele ser la respuesta narcisista y primaria del miedo ante la desnudez intelectual. El inconveniente es que Chabris puede argumentar sobre la lectura de un libro de Gladwell, pero ni Gladwell ni nadie puede argumentar sobre las obsesiones, las calmas o las envidias de Chabris. Porque esas no son más que especulaciones. Ni ideas, ni argumentos, simples especulaciones. Y llenas de miedo, además. Gladwell terminó de hundirse cuando escribió una respuesta a Chabris en Slate. Ahí intenta explicar que la crítica de Chabris a su libro es «irracional».

¿Pero bajo qué argumentos racionales podría incluso Gladwell explicar que las críticas argumentadas contra su libro, publicadas en The Wall Street Journal y Slate, son en realidad fragmentos patológicos de una obsesión irracional en su contra? (Porque cualquier cosa que publique The Wall Street Journal y Slate es inevitable, indiscutible, cristalinamente…). De todos modos, este es Gladwell: «Chabris is in no mood to be reasonable. Instead, he argues that this single instance of a study mentioned in passing to illustrate a metaphor in a chapter about something else entirely (dyslexia!) is indicative of something gravely wrong with the Gladwell intellectual project. I am guilty, he writes, of “virtual malpractice”». Acepto que no leí David and Goliath, —tal vez, cuando lo traduzcan al castellano, a la luz de esta situación…— pero creo que la explicación por la cual David le ganó a Goliath era porque él tenía a Dios a su favor. O peor: porque Goliath tenía a Dios en contra. El resto va a ser entretenimiento de mayor o menor calidad. Dicho lo cual, y siguiendo la lógica misma de Gladwell sobre las marcas que nacen y mueren bajo la cultura del capitalismo postindustrial, y ante la simpatía misteriosa del desafiante Chabris, es evidente que uno de estos dos contendientes va a terminar simbólicamente decapitado. Como enseñó Hegel, pierde siempre el que tiene miedo////PACO