Cine


Kaczynski y el sindicato del aislamiento

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I

No te dejes engañar

por el papel brilloso de los chocolates

ni la vista iluminada de la ciudad cuando oscurece.

Fabián Casas, “Sindicalismo”

Si hay algo más difícil que mirar la biografía de Theodore Kaczynski por fuera de los lugares comunes de la gran industria cultural, leer sus propios textos sin imaginar la palabra “bomba” es, al menos, otro esfuerzo digno de mencionar. Es que el “University and Airline Bomber” (de donde surgió la famosa sigla Unabomber) no tardó mucho en volverse un ícono de escala similar a Charles Manson, otro asesino con quien comparte un rasgo fundamental: cometieron actos de lo más descabellados en un país que se supone ejemplar del progreso de la civilización. Alrededor de este vínculo, incluso las recientes serializaciones de Netflix instalan las imágenes que demanda la industria del espectáculo para construir el peor malo posible: además de un “pone bombas”, Kaczynski es un misógino de opiniones retrógradas.

Acerca de su producción teórica, en cambio, el documental In His Own Words (2020) apenas le dedica algunas secuencias. ¿No es curioso tratándose de un intelectual que pasó de la elite académica al exilio por cuenta propia? Más allá de su famoso Manifiesto, publicado bajo amenaza en el New York Times, no se mencionan ni sus constantes publicaciones ni la fundación de su propia editorial. ¿Qué esconde esta omisión? Es decir, ¿qué podría leerse en sus textos más allá de una teoría que declara de principio a fin la derrota y el colapso social? ¿Existe alguna manera de apropiarse de las ideas del Unabomber sin caer en la literalidad de la destrucción de toda forma productiva y tecnológica? Para esta última pregunta hay otro elemento clave: el aislamiento, que más que un capricho (como podría parecer su vida de ermitaño en una cabaña en las montañas) se convirtió en una herramienta para permanecer des-integrable.

II

No te distraigas

con los que se fotografían en familia,

alzan trofeos,

o se muestran seguros

en las revistas de mucho tiraje.

Nacido en la mitad de la Segunda Guerra Mundial, la infancia de Teddy incluyó todos los ingredientes de un conflicto bélico de escala global, salvo una cualidad que lo marcó desde el principio: un examen de coeficiente intelectual le permitió saltarse un año lectivo y coronarse con el apodo de weirdo, que lo acompañará hasta el final de su vida académica. Gracias a esto ingresó a la Universidad de Harvard apenas a los 16 años y culminó su carrera como matemático de manera tan meteórica que, de inmediato, pavimentó también su ingreso a los departamentos de cátedra. El egreso en 1962 estuvo acompañado por maestrías y doctorados en geometría y cálculo sin ningún indicio curricular exacto, lo que terminaría derivando, a su vez, en los “textos prohibidos” donde Kaczynski proyecta su propia teoría social.

Este recorrido, por supuesto, tuvo un quiebre abrupto. Años después de establecerse como docente del departamento de matemáticas, sin motivo alguno, en 1969, a los 26 años, Kaczynski renunció a su cargo y a toda participación en proyectos académicos. Luego de una breve estadía en la casa familiar, consiguió la famosa residencia en un terreno remoto de las afueras de la localidad de Minnesota llamada Lincoln, sin luz eléctrica y ninguna comodidad urbana. En esa cabaña de apenas dos metros cuadrados, con varias herramientas agrarias y de caza, Kaczynski subsistió durante más de una década. Lo que sigue ya lo conocemos: una serie de ataques (algunos frustrados y otros exitosos) a través del correo con cartas-bomba. Bastaron menos de una docena de atentados para tener a todo el país en vilo durante años y presentarle al FBI el caso más complicado de su historia.

A mediados de 1995, después de casi 20 años de atentados intermitentes, el New York Times recibió una carta con la propuesta de finalizar los atentados si publicaban un texto con la firma de Unabomber. Ese sería el famoso Manifiesto, que lejos de ser una queja de la sección ‘cartas de lectores’ ocupó un espacio bestial en las páginas del diario. Bastó sólo una frase (“Well, you can’t eat your cake and have it too”) para que su hermano, David Kaczynski, lo reconociera y lo delatara sin ninguna duda. Del aislamiento en Minnesota, en consecuencia, Kaczynski pasó a una prisión de máxima seguridad con un total de ocho condenas perpetuas. Pero su vida en una prisión federal de máxima seguridad (ADX Florence, del Estado de Colorado) no estuvo exenta de más producción teórica.

Con 232 parágrafos, La sociedad industrial y su futuro no deja de transparentar sus hipótesis desde la primera línea: las sociedades modernas, explica Kaczynski, alcanzaron un grado de desestabilización tal que ni siquiera la activación de las revoluciones políticas son suficientes para socavar el orden establecido por las tecnologías. De ahí la constante crítica a la revolución industrial y a los movimientos de political correctness, cuyas retóricas sólo son funcionales al orden establecido. A priori, parecería que nada en la lupa de Kaczynski escapa de lo apocalíptico, y lo cierto es que nada, salvo el aislamiento, es útil para frenar la maquinaría salvaje del sistema. Esto será la causa de lo que él mismo define como power process o “proceso de poder”, donde la falta de esfuerzo para conseguir necesidades básicas concluye en la alienación de otras prácticas significativas. Por poner un caso, Kaczynski retoma ejemplos de sociedades pre-revolución industrial:

34. Consideremos el caso hipotético de un hombre que pueda tener todo lo que quiera simplemente deseándolo. Tal hombre tiene poder, pero desarrollará problemas psicológicos serios. Al principio tendrá mucha diversión, pero conforme siga estará agudamente aburrido y desmoralizado. Eventualmente puede convertirse en clínicamente deprimido. La historia nos enseña a esos aristócratas ociosos, que tienden a convertirse en decadentes. Esto no es cierto en aristócratas luchadores que tenían que esforzarse para mantener su poder. Pero los aristócratas ociosos y seguros, que no tenían necesidad de esforzarse, normalmente se convertían en aburridos, hedonistas y desmoralizados, incluso aunque tuvieran poder. Esto muestra que el poder no es suficiente. Uno debe tener finalidades hacia las que ejercitarlo.

Lo que se desprende de este proceso es conocido como “actividades supletorias”, un modo artificial de generar objetivos ya que, como indica el parágrafo que sigue, no todo ocio se convierte en aburrimiento. Este tipo de actividades concentra las acciones que no tengan que ver directamente con la supervivencia o el cumplimiento de una necesidad básica, por ejemplo, el trabajo científico. Si se trata de acciones que busquen el reconocimiento o el acceso de capitales, para Kaczynski se trata de otro modo de perpetuar tanto la dominación como la reproducción de la sociedad industrial. Entonces, ¿en qué medida el aislamiento puede convertirse en algo más que un exilio?

La respuesta directa a esa pregunta está en otro texto, menos conocido, llamado El truco más ingenioso del sistema. Desde luego, este texto escapa a la banalización que suelen sufrir los manifiestos y apunta a un asunto concreto: cómo los organismos que más luchan contra el establishment son, en realidad, los que habilitan su actualización. Kaczynski da vuelta un supuesto y afirma que el “sistema” no es George W. Bush y sus secretarios, así como tampoco lo es la policía ni los empresarios. Por el contrario, el sistema adquiere un comportamiento casi inmunológico: integra aquellos elementos que generan resistencia y los transforma en sus elementos constitutivos. Aunque los policías sean matones del sistema —sostiene Kaczynski—, la brutalidad policial no es parte del sistema. Por lo tanto, “cuando los policías dejan hecho mierda a un sospechoso a base de palizas, no están haciendo el trabajo del sistema, sólo están dejando fluir su propia ira y hostilidad. La meta del sistema no es ni la brutalidad, ni las demostraciones de ira”. En una carta dirigida a David Skrbina, escrita en 2004, Kaczynski ve en Argentina un caso ejemplar con la figura del gaucho al decir que “Sarmiento en su época no sólo estaba romantizando al gaucho para crear un héroe. Al contrario, él quería reemplazar la parte barbarizada del gaucho para convertirlo en civilizado”

La violencia del sistema pasaría por aquello que precisamente es no violento y transmuta en la población en forma de neutralidad. Desde esta perspectiva, la frase de una jubilada golpeando la puerta de un banco en Memoria del saqueo, de Pino Solanas, es más que clara para entender la domesticación: «Entonces qué necesitan, ¿que ponga una bomba? Yo no soy de poner bombas, pero al menos me desahogo con la cacerola”, dice la mujer. En los intersticios entre “yo no soy de poner bombas” y “al menos me desahogo con la cacerola”, ¿queda algo más que resignación? Para Kaczynski, por suerte, el truco más ingenioso del sistema no es perfecto y una forma de combatirlo es hacerse des-integrable, es decir, no aprehensible por los modos en los que el sistema domestica cualquier tipo de rebelión. Es ahí cuando el aislamiento se transforma en una respuesta política para que los medios de la integración, como Kaczynski lo define, no nos enseñen “valores dulces y cariñosos que enfaticen la falta de agresividad, la interdependencia, y la cooperación”.

III

Que tu corazón esté

con los que viven solos,

los que saben que un par de tragos

jamás abolirán el azar

y por eso forman parte de ese estúpido club.


A la distancia, la bio-bibliografía de Kaczynski quizás ofrezca algo más que la corroboración de las palabras de un “loco”. Quizás sea, también, una forma de revisar lo que durante la cuarentena fue el aislamiento, esa palabra maldita que trajo aparejada desde el principio una carga de violencia y desigualdad para quienes su misma casa presenta un riesgo en algún sentido. ¿Puede haber en este momento un modo de pensar el aislamiento como acto político más allá del supuesto resguardo sanitario? En la vorágine de discursos donde la empatía o la responsabilidad afectiva delimitan un marco de conducta desde el paradigma inmunológico, ¿le queda algo a este porvenir llamado ‘nueva normalidad’ que no sea controlable desde las buenas intenciones? Tal vez habría que ir hacia los textos de Kaczynski como si se tratara de alguien que estuvo adelantado en materia de aislamiento. Casi como un viajero en el tiempo, adquirió esta forma de vida como práctica para no entrar, como dice Fabián Casas en el poema Sindicalismo, en el estúpido club de los que se fotografían en familia, alzan trofeos y se muestran seguros en stories con muchos seguidores////PACO

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