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Informe sobre los márgenes de la vida

Estoy tranquilo de Javier Fernández Paupy (Mansalva, 2019) es un libro de relatos. En total se trata de siete historias sobre el lado lumpen de la vida y su progresiva “lumpenización”. Es decir, el avance de la precarización en muchos aspectos de la existencia: el trabajo, los transportes, la comunicación, el amor, la amistad. Todas caras de una misma moneda –y una misma promesa– , ese tranvía llamado progreso.

El libro abre con el relato Los perros, que narra las peripecias de un grupo, o una banda, de canes que se establece a lo largo de dos o tres cuadras. Las vidas de los perros reflejan de un modo extraño la vida humana. La orfandad de los animales es, también, la fragilidad que la gente se esfuerza por ocultar: su condición efímera y su naturaleza impulsiva. El comienzo del texto es una suerte de Tolstoi mezclado con Arlt en una coctelera del infierno:

“Es cierto que todo animal tiene algo extraordinario. Pero cariño, comida y atención, no todos”

Escuelas retrata el cansancio de un docente de escuela secundaria en el Conurbano. En el relato todos sufren de algún modo el encierro. Pero lo interesante es que el narrador no se presenta como un antropólogo sino como alguien que late (y baila) al ritmo de los climas que registra. Si el lenguaje es una cárcel, la escritura es el plan de fuga.

Cuero con pelo narra el encuentro entre un gaucho y un indio. Es el único relato del volumen que se remonta al pasado, a un tiempo en que el país estaba en estado de formación, más precisamente a la guerra de fronteras. Se trata del encuentro de dos iletrados que luchan por la libertad. Aunque no poseen saberes en términos de conocimiento, tienen saberes prácticos, experiencia. El gaucho “escapaba de la guerra en la ciudad”. Esos elementos instalados por fuera de las instituciones–parece sugerirnos el autor– quizá contengan algún tipo de clave.  

Una internación es el mejor relato de Estoy tranquilo. Un telón oscuro y opresivo como en los relatos de Carlos Correas o Dino Buzati se cierne sobre los personajes, haciendo pendular sus existencias. La burocracia de las clínicas mentales y el abuso del poder. Como planteaba el cómic Watchmen, «¿quién vigila a los vigilantes?». Aunque no es sólo eso. La soledad. La condena social de los familiares que no visitan a los internos. El relato teje y desteje  tramas subterráneas con un tono seco, desafectado.

Un amigo encuentra su génesis en El Aleph, pero también en el cuento de Fogwill Help a él en el que se juega con el texto de Borges. Una ciudad modificada, lumpenizada. Marcas del tiempo que se fue y no vuelve; alejamientos, cierres, demoliciones. El relato se ubica entre fines de los noventa y principios del dosmil. “Sabíamos que el clima de la época era malo pero nos manteníamos optimistas”, dice el narrador.

Historia de un piano es el ante-último relato y es la narración de una mudanza fallida. Tras varias consultas a afinadores que pasan precios irrisorios por la crisis (y locales que cierran), el narrador y su hermano deciden regalar el piano. Los sueños se ven aplazados, como si lo que tuviese que mudarse fueran los sueños de los protagonistas y no el piano.

Tres días es un relato con estructura de diario, en el que el autor retoma el tema de los mendigos en la ciudad, los retratados en El cangrejero (Mansalva, 2012). Es una operación exitosa, porque Javier Fernández Paupy conoce bien las aguas peligrosas del género. El diario es un registro que maneja con habilidad. Pretexto para enlazar el ojo de la crónica social con la poesía. Pero en Estoy tranquilo esto funciona mejor que en su antecesor, porque algo en su pluma se volvió más liviano y menos juicioso. Ahora el espíritu lúdico del grafiti y el misterio del koan zen son dardos contra el aturdimiento del sueño avaro de las penitenciarías mentales. Las entradas del diario son martillos que astillan el hielo de la corrección política, embestidas salvajes contra los clichés de la barbarie en la ciudad moderna. En palabras del autor:

“Un billete con la cara de Roca. Una tuca en la caja de fósforos. La puerta de un frigorífico. Los obreros. Voy por la colectora. Panamericana”. ///PACO