Esto que escribo es una crónica o, mejor, una pesquisa: está en juego la autenticidad de un texto de Roberto Arlt. Voy a tratar de no ser desordenado ni subjetivo. Leyendo a Ricardo Piglia aprendí que un crítico literario también puede ser, de alguna forma, un detective. El día que me enteré de su muerte, el 6 de enero de 2017, me vino a la memoria su relato “Homenaje a Roberto Arlt”, incluido en Nombre falso, que había leído cuando cursaba Letras en la facultad. Pensé en cómo sus ideas habían impactado sobre mi concepción de la literatura, de la ficción y de la investigación. Al día siguiente, el 7 de enero, el periodista azuleño Marcial Luna encontró unas notas de Arlt publicadas en Azul durante 1927 y firmadas con sus siglas “R. A.”. Desde que habían sido impresas en el diario El Régimen, nadie había vuelto a verlas. Tuvieron que pasar noventa años para que alguien revisara los viejos papeles de la Hemeroteca Juan Miguel Oyhanarte. Cuando vi esta otra noticia, no pude evitar relacionar el descubrimiento reciente con la muerte de Piglia.

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Notas de Arlt en el diario azuleño El Régimen (1927).

La novedad que venía desde Azul me estimuló a buscar obras que se consideraban extraviadas. Me acordé de Diario de un morfinómano, su supuesta primera novela publicada en la provincia de Córdoba. Los principales críticos de Arlt (Sylvia Saítta, Omar Borré e incluso su propia hija, Mirta Arlt) la daban por perdida. Por esos mismos días, me crucé con un archivo PDF que se llamaba “Diario de un morfinómano” en una plataforma de documentos digitales. No citaba fuentes ni se aclaraba de dónde había salido. Quise creer posible que fuera real. Lo leí una y otra vez. Me sentí, sin exagerar, como alumbrado por un relámpago. El texto era literario, pero algo en el tono y el estilo no resultaban arltianos. Sin embargo, de ser Arlt el autor de esas páginas, sería un Arlt de veinte años, muy diferente al que conocemos como lectores. Me obsesioné con la idea de haber encontrado un texto inédito de un autor central de la literatura argentina. Obviamente, podía ser un apócrifo. Me parecía absurdo que la única mención a este archivo fuera una publicación de Facebook sin ninguna conclusión. Para aclarar la situación, empecé una búsqueda minuciosa.

Lo primero fue ubicar a la persona que había subido el archivo. En la página se indicaba que el usuario se llamaba “froblesdoc”. Deduciendo que “doc” era una abreviatura de “documentos”, puse “frobles” en Google y me llevó hasta el perfil de un profesor de la Universidad de Washington: José Francisco Robles. Sin dudarlo, le escribí a su cuenta personal de Facebook pidiéndole más información. A las dos horas, me contestó:

Para serte franco, ni me acordaba de este documento (tampoco tengo acceso a esa cuenta para compartir documentos). Tratando de acordarme de ese supuesto diario, creo que un amigo argentino me lo envió y yo, seguramente, pensé que era interesante compartirlo (sobre todo porque ya no tiene copyright).

Le pregunté quién era ese amigo argentino, pero solamente se acordaba que se llamaba Pablo y que cursaba el posgrado en Estudios Latinoamericanos en la UNAM, en México. Ya no tenía contacto con él, así que me recomendó comunicarme con la universidad mexicana para conseguir más información. Nunca pude dar con el tal Pablo. Me sentía como Piglia buscando a Kostia para encontrar el cuento “Luba”.

Tenía que investigar más para responder las preguntas básicas: ¿quién mencionó por primera vez Diario de un morfinómano? ¿Qué narraba? ¿Dónde se publicó? Algunas fuentes aportaban pistas sobre la existencia real de esta primera nouvelle. En su libro póstumo Borrador de memorias (1978), por ejemplo, Conrado Nalé Roxlo cita y comenta una carta de Arlt que recibió en Misiones durante 1918: “‘He conocido a un morfinómano. Se llama Astier de Villate’ [escribe Arlt] y contaba la historia del decadente caballero de Villate (años después escribió una novela semanal con ese personaje de protagonista)”. El testimonio de Nalé Roxlo ilumina dos aspectos: por un lado, Arlt se habría basado en alguien que conoció en su juventud para construir el personaje; por otra parte, el relato salió en una revista de “novelas” cortas, típica de la época. Resultaba llamativo el nombre de “Astier de Villate”: compartía apellido con el protagonista de El juguete rabioso. En Manos de obra (1980), César Tiempo menciona el contexto de publicación a través de una anécdota del periodista y dramaturgo José Marial:

José Marial afirma que ya antes [Arlt] había publicado, en La Novela de Córdoba, en 1920, El Diario de un Morfinómano. “Hallándome en Córdoba, hace muchísimos años, en compañía de Luis Reinaudi, en una librería de lance de la calle Rivadavia, descubrí un ejemplar. No le di mayor importancia. Vi en la misma mesa algo que me interesó más, también inhallable: el Segundo libro de loco amor del fabuloso Bernabé de la Orga, y lo preferí al cuaderno que contenía la novelilla de Arlt. Tuve ocasión de contárselo poco después, ya en Buenos Aires.

—No sabés la alegría que me das. Te perdiste la gran ocasión de vivir chantajeándome toda la vida con la amenaza de reeditarla…”

Dos datos fundamentales, lugar y fecha: Diario de un morfinómano se publicó en La Novela de Córdoba en 1920. El título y el contenido bien podrían remitir a Thomas de Quincey (Confesiones de un opiómano inglés) y a Nikolái Gógol (Diario de un loco), posibles influencias del joven Arlt. Marial refuerza el argumento de Nalé Roxlo, ya que él tuvo contacto visual con una prueba material: el “cuaderno que contenía la novelilla de Arlt”. Según Marial, Arlt no quería que la obra fuera reeditada.

Creo que era Jorge Panesi quien decía que siempre hay que leer las notas al pie. Tenía razón. A José Marial también lo cita Raúl Larra en una nota al pie de Roberto Arlt, el torturado (1950), la primera biografía de Arlt. Dice Marial: [en El diario de un morfinómano, Arlt] “se afanó en revelar la tragedia de los que consumen su mísera existencia con estupefacientes”. Marial asegura que la obra fue firmada por Roberto Godofredo Arlt y publicada en “La Novela de Córdoba (1920)”. Con el mismo nombre de autor, el 28 de enero de 1920 apareció Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires. Larra agrega que, pese a los repetidos intentos por encontrarla, nunca fue hallada.

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La última mención la encontramos en Palabras con Elías Castelnuovo (1968), libro del escritor Lubrano Zas, también integrante del denominado Grupo de Boedo. El autor cita a Castelnuovo recordando la escena en la que Arlt le mostró la primera versión de El juguete rabioso (titulado Vida puerca para ese entonces). Después de la lectura, Castelnuovo le dice que reconoció la influencia del colombiano Vargas Vila. Siempre según Castelnuovo, Arlt le confirma la sospecha: “Él [Arlt] me confesó, entonces, que desgraciadamente podía eso ser verdad, pues, estando en Córdoba, había publicado allí una novelita, con prefacio de Soiza Reilly, imitando la manera del famoso colombiano, con gran profusión de términos abracadabrantes”. Dos nuevos datos, sobre el estilo y un paratexto: la nouvelle estaría influenciada por la estética de Vargas Vila, de palabras rimbombantes, y habría sido prologada por Juan José de Soiza Reilly. Soiza Reilly había incluido el primer cuento de Arlt, “Jehová”, en el N° 26 de la Revista Popular, la publicación que dirigía, del 24 de junio de 1918. De “Jehová” solamente se conservan fragmentos.


El siempre esquivo Diario de un morfinómano era un dato en la cita de una cita. Una sombra borrosa de algo que, tal vez, en un pasado remoto, existió. ¿Qué sabía hasta ahora? Que había sido publicado en La Novela de Córdoba en algún momento de 1920; que narraba la vida de un adicto, Astier de Villate, con un léxico sobrecargado (modernista, podríamos decir, como en su primer cuento “Jehová”) y tenía un prólogo de Soiza Reilly, un autor muy conocido y leído en la época, lo cual significaba una intervención importante para colocar a Arlt en el campo literario y en el mercado. También surgían algunas preguntas sin respuesta: si Marial había decidido no comprar el “cuaderno” que contenía la novela corta de Arlt, ¿cómo sabía de qué se trataba, como indica en la nota al pie de Larra? ¿Podría todo esto ser un gran chiste orquestado por un grupo de escritores amigos de hace cien años, como la candidatura a presidente de Macedonio Fernández? Presintiendo un callejón sin salida, me puse a averiguar qué fue La Novela de Córdoba.

El 10 de marzo de 1920, Roberto Arlt se asienta en Córdoba para hacer el servicio militar en el Regimiento de Infantería Nº 13, ubicado en el camino a La Calera y creado en 1902. En esta provincia conoce a su primera esposa, Carmen Antinucci, y nace su primera hija: Electra Mirta Arlt. El primer nombre lo había elegido Arlt. Su paso por la provincia quedó impreso en un libro de actas de 1924, en la Municipalidad de Las Perdices: “en vista de la solicitud presentada por el señor Roberto Arlt para la instalación de un surtidor en la vía pública. Se resuelva: Conceder al solicitante el permiso provisoriamente para el expendio de nafta sin cargo de impuesto”. El dato lo encontró la historiadora cordobesa Liliana Marescalchi.

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En El Palomar (Córdoba), cumpliendo el servicio militar en la Fuerza Aérea. Arlt es el tercero de izquierda a derecha. Fuente: Archivo del diario La Nación (nota de Daniel Balmaceda).

La Novela de Córdoba se publicó desde fines de agosto de 1919 y se mantuvo activa hasta 1920. Era dirigida por los escritores Alberto J. Ballestero y R. Rómulo Esquivel. Consistía en impresos breves de bajo costo que difundían la obra literaria de los autores cordobeses. El primer número, por ejemplo, incluyó una novela corta de Augusto Schmiedecke. En su edición del 13 de agosto de 1919, el diario cordobés La Voz del Interior promocionaba así la salida de la publicación: “Los fundadores animados del buen deseo de estimular la producción literaria pusieron mano a la obra, siendo sus esfuerzos coronados por el más franco éxito. Las mejores firmas de Córdoba intelectual han ofrecido interesantes trabajos”. Ballestero, periodista porteño, había llegado a Córdoba en 1918 para trabajar como Secretario de Redacción en La Voz del Interior. Pero durante los primeros meses de 1920 regresa a Buenos Aires. Como consecuencia, La Novela de Córdoba deja de publicarse.

En paralelo, desde 1919 circulaba La Novela Cordobesa, de título similar, que salía todos los sábados. En sus páginas, se publicaron novelas cortas de autores como Bernardo González Arrili, Saúl Alejandro Taborda y Martín Gil. Dirigida por Federico A. Méndez Caldeira o Federico Méndez Calzada, según las fuentes, se imprimió hasta el 13 de noviembre de 1920, cuando se publicó el Nº 34, su última edición. Como La Novela de Córdoba, se trataba de una publicación que emulaba el formato y el estilo de La Novela Semanal, difundiendo relatos breves denominados “novelas” para generar mayor interés en el público e insertarse más efectivamente en el mercado.

Dos conclusiones importantes: si La Novela de Córdoba dejó de salir a principios de 1920 y Arlt recién llega a Córdoba en marzo de ese año, probablemente la publicación a la que hace referencia Marial es, en realidad, La Novela Cordobesa. En ese caso, Diario de un morfinómano tuvo que haber aparecido en la revista sabatina entre el 13 de marzo (primer sábado desde que se instala en Córdoba, muy poco probable) y el 13 de noviembre.

Sin saber por dónde seguir, me dispuse a analizar con ojo clínico el PDF de origen desconocido. El archivo había sido subido el 22 de junio del 2013. Desde el primero de enero de ese año, la propiedad intelectual sobre la obra de Arlt es de dominio público. ¿Casualidad? En pleno auge de fake news, el hallazgo de un relato perdido al alcance de una búsqueda de Google me parecía demasiado. El PDF tiene nueve páginas en formato A4: la primera contiene el título, el nombre de Arlt, una foto del escritor beatnik Herbert Huncke con un cigarrilo en la boca (pareciera simular ser una foto de Arlt) y la referencia bibliográfica: “[Primera edición: La Novela de Córdoba. Argentina. 1920.]”. En las siguientes siete páginas y media figura la narración. Como su nombre lo indica, el relato tiene forma de diario: el narrador en primera persona, Fabián, anota las impresiones de su rutina y sus experiencias. Vive en una pensión, trabaja en una librería ubicada sobre la Avenida Corrientes, es adicto a la morfina y le compra la droga a un boticario de la calle Libertad. La historia empieza en un agosto invernal y termina en noviembre.


Casi al principio del relato, en la tercera entrada, el narrador comenta un diálogo en su trabajo que podría aplicarse a esta obra, como un metatexto:

Vino un hombre a la librería y preguntó por un libro que no existe. Pensé que me estaba cargando. “¿Está seguro que le dijeron bien?” Me respondió que sí. Insistía. Después me di cuenta que estaba loco, se quedaba mirando la pared, los estantes, como ido. No miraba los libros. Pero quizás el libro existe y el loco, el que alucinaba, era yo.

Un hombre buscando un libro que no existe. Casi un retrato irónico de quien pretenda leer Diario de un morfinómano. El narrador también hace comentarios sobre problemas de la época: “A la librería llegan libros de España. ‘Los bolcheviques, Fabián, esos sí que son unos bandidos’ me dice el dueño de la librería. La Prensa avisa que el Partido Obrero Alemán cambió de nombre. Agosto, septiembre, octubre. Septiembre terminó con lluvia”. En este caso, se presenta una errata: el cambio de nombre del Partido Obrero Alemán por el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (órgano que después derivó en el nazismo) no se dio un jueves de septiembre, como plantea el narrador, sino el 24 de febrero de 1920. Lo que sí ocurrió en septiembre, pero de 1919, fue el ingreso de Adolf Hitler al entonces denominado Partido Obrero Alemán. En otro momento, Fabián afirma: “No creo en el hombre. No puedo creer en el hombre. Y no se trata de la guerra en Europa. La guerra en Europa es una anécdota, un accidente”. ¿Cómo estaba el mundo en 1920? ¿Cómo era la Argentina? En Europa hacía dos años había terminado la Primera Guerra Mundial, mientras que en el país gobernaba el radical Hipólito Yrigoyen, primer presidente argentino elegido democráticamente, con un modelo económico agroexportador.

El narrador describe las sensaciones físicas de un cuerpo en estado alterado y los síntomas de la abstinencia; en este sentido, algunos fragmentos mantienen un tono que, extrañamente, acerca esta obra a Informe sobre Moscú, de José Sbarra. Por ejemplo, en esta potente descripción: “Una pantera caminando por la pared. Una pantera lenta, dulce”. En una entrada, explica cómo es la adicción a esta droga: “La morfina es una borrachera de la que cuesta salir y a la que cuesta mucho mantener”. A medida que avanza la historia, Fabián también consume opio. Harto de su trabajo, para el mes de noviembre decide renunciar a la librería y se retira a una clínica de desintoxicación ubicada en el campo, a veinte minutos de Tandil. No voy a explicar acá cómo se desencadenan los hechos, pero la historia concluye con una traición, un asesinato, y el regreso de Fabián a la ciudad. El personaje urbano, corrompido por naturaleza, desentona con el ámbito bucólico y forzosamente tiene que volver a su lugar de origen.

Algunos apuntes sobre el relato. La referencia más obvia es la autobiográfica: el protagonista librero recuerda al propio Arlt librero de Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires y a Silvio Astier en El juguete rabioso. El tono de la narración pretende ser arltiano, pero creo que no lo termina de lograr: “El trabajo en la librería, tan incómodo, me salva. Es lo que me une al mundo, como una soga engrasada”. En la frase “como una soga engrasada”, la construcción de esa imagen podría ser de Arlt: el adjetivo recortado sobre el objeto y la aliteración entre ambas palabras conforman un fenómeno sonoro y poético que se filtra en el ritmo narrativo. Respecto al léxico, se busca imitar el registro porteño de principios del siglo XX, pero ciertos giros estilísticos suenan forzados. Además, habría que tener en cuenta que para 1920 Arlt escribiría en un tono similar al de Las ciencias ocultas de la ciudad de Buenos Aires, del mismo año. No hay palabras “abracadabrantes”, como comentaba Castelnuovo, ni tampoco aparece el prólogo de Soiza Reilly. Este Diario de un morfinómano presenta un rasgo fundamental de la narrativa arltiana: la traición. Una traición burda y tosca. Como golpe de efecto, la violencia del final resulta casi morbosa. Por último, la frase dirigida al indio en la voz de Fabián, “Esto sí que es la conquista del desierto”, anula toda posibilidad de verosimilitud.

De cualquier manera, hay que decir que es una prosa atentamente construida, revisada, con un ritmo narrativo fluido y una atmósfera de época. El texto resulta un artificio muy bien equilibrado: una máquina polifacética que bien podría reflejar el rostro de Arlt en algunos de sus párrafos. Quien escribió esto es un ladrón deslumbrante. Y tiene plena conciencia de lo que hace: es un muy buen lector de Arlt. Me acuerdo de las palabras de Kostia: “La historia de un tipo que no puede escribir nada original, que roba sin darse cuenta: así son todos los escritores en este país, así es la literatura acá. Todo falso, falsificaciones de falsificaciones”. Después, me acuerdo de lo que me dijo Francisco Robles: la persona que le pasó este texto se llama Pablo. Curiosamente, los Hechos de Pablo, que narran los viajes de Pablo de Tarso, el Apóstol, son evangelios apócrifos y su autor es desconocido.

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Epílogo

A fines de febrero, le escribo a Juan Terranova para proponerle una colaboración en Paco. La idea es hacer un recorrido sobre las menciones al Diario de un morfinómano y tratar de explicar en qué consistía, a raíz del hallazgo de un PDF que aparentemente contiene esa obra y del centenario de su publicación original, en 1920. En los pocos mensajes que cruzo con él, me olvido de mencionar el PDF, tal vez el detalle más importante. Me cuenta que con el fin de celebrar el centenario y por la falta del texto original, escribió el Diario de un morfinómano y lo publicó como plaqueta. Me pide mi dirección postal y promete mandarme un ejemplar.

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Casi un mes y medio después, salgo a la calle para buscar el nuevo ejemplar de Caras y Caretas. Este año se cumple el 120° aniversario del nacimiento de Arlt y, como homenaje, la revista le dedica una cuidada edición de su número de abril. Estamos en cuarentena. En la entrada de mi casa, me encuentro con un sobre color madera a mi nombre. Adentro hay dos plaquetas formato A5: Diario de un morfinómano y Poemas de Leningrado de Dmitry Maksimov, con traducción y prólogo de Terranova.

Apenas veo la tapa de Diario de un morfinómano entiendo todo. Ahí está, sobre el título, la foto de Herbert Huncke con un cigarrillo en la boca. A diferencia del PDF, ahora abajo del título se lee “Juan Terranova”. Y más abajo, “Editorial Carpa”. No figura la referencia a La Novela de Córdoba. En la primera página, antes de empezar la narración se aclara: “Buenos Aires, 1920”. En lo que se suele llamar la página legal o página de créditos, se puede leer: “Este material no circula en la web”. Y en el colofón de la página 22, se detalla: “Se hicieron 50 ejemplares numerados y firmados por el autor”. El mío es el Nº 22.

Me percato de un detalle en la narración. En una escena, Fabián escribe en su diario: “Leí que hay lugares en las sierras de Córdoba donde curan a los adictos. ¿Será con los tuberculosos?”. Volvamos a Larra. En la página 161 de su biografía, escribe: “Durante una temporada de residencia en Córdoba, en donde se encuentra enferma su mujer, [Arlt] planea crear un sanatorio monumental para tuberculosos, un establecimiento modelo, semejante, quizá, al que Thomas Mann delinea en La montaña mágica”. Este dato fue retomado después por Piglia en «Homenaje a Roberto Arlt», cuando el actor Pascual Nacaratti cuenta que «él [Kostia] le proponía [a Arlt] que instalaran juntos un sanatorio modelo para tuberculosos copiando el que Thomas Mann describe en La montaña mágica«. La intertextualidad es obvia.

Me acuerdo entonces de un párrafo que le leí a Terranova alguna vez y lo busco: “No sé porqué pero tengo la sensación de que Diario de un morfinómano es lo que intento escribir cada vez que me siento en la computadora: un falso diario de una falsa adicción cuyo destino es perderse”. Y también de que en el ’92 asistió, brevemente, al taller que daba José Sbarra. ¿Será por eso que ciertas tensiones en el personaje me remitían a Informe sobre Moscú? Las entradas también se parecen a las de su “Diario de lecturas”, que escribe desde hace un tiempo en Hipercrítico. Leo la revista Caras y Caretas y confirmo lo que sospechaba: aunque el 2020 también marca el centenario de la publicación de la supuesta primera novela (¿nouvelle?) de Arlt, no hay ninguna mención a Diario de un morfinómano. En el prólogo a la edición italiana de Los siete locos, Onetti escribió sobre Arlt: “Nunca plagió a nadie; robó sin darse cuenta”. Yo creo que Terranova fue más allá: expropió un relato de la memoria cultural, como lo haría un arqueólogo. Y le salió bien. Casi me la creo.

Publicidad de El pájaro de fuego en la edición de 1932 de Trescientos millones. Créditos de la foto: Enrique Molise, librero.

Hay otras obras de Arlt que también se perdieron para siempre. En una carta de 1932 dirigida a su hermana y a su madre, avisaba: “Dentro de un mes y medio a más tarde sale otra novela mía; el primer tomo, y dentro de tres meses más o menos el segundo tomo. El primer tomo se llama El amor brujo y el segundo no sé si El pájaro de fuego o La muralla de arena…”. Finalmente, se decide por la primera opción, como se puede leer en la contratapa de su obra teatral Trescientos millones (Ediciones Raño, 1932), donde figuran en prensa la novela El pájaro de fuego y, en preparación, la novela El emboscado rojo y la obra de teatro Cuando lleguen los otros. En otra carta, fechada el 2 de marzo de 1934, Arlt le responde a E. J. Arizaga, una lectora de El Mundo, contándole cómo terminaría la historia de El amor brujo:

Un personaje, Balder, sale a la calle pensando en suicidarse. De pronto lleva la mano al bolsillo y encuentra un rollo de dinero en el mismo momento en que sus ojos están mirando en una vidriera un aparato llamado Linguafon para enseñar idiomas. Y súbitamente Balder resuelve estudiar inglés. No se matará. La fuerza de voluntad que emplearía en suicidarse la utilizará para estudiar un idioma. Y compra el Linguafon y se lanza de cabeza en un sueño… Cuando sepa inglés irá a Estados Unidos, etc., es decir, para poder vivir es necesario ser lo suficiente inteligente para saber abrirse la puerta de un sueño… nuevamente… amar la existencia con dientes y uñas.

Pero El pájaro de fuego nunca existió: El amor brujo fue su última novela publicada. Para 1932, Arlt incursiona en la escritura teatral y sus narraciones quedan relegadas a la brevedad del cuento. El emboscado rojo y Cuando lleguen los otros tampoco salieron a la luz. Como El amor brujo, que tomaba su título de una obra musical del español Manuel de Falla, El pájaro de fuego hacía referencia al ballet compuesto por Igor Stravinski y estrenado en 1910. Justamente, en el libro inédito Arlt por Arlt, que su hija Mirta estaba escribiendo poco antes de su muerte en 2014, ella relataba que en su infancia escuchaban a Falla y Stravinski en discos de vinilo.

Hubo otro supuesto texto prometido por Arlt: El bandido en el bosque de ladrillos. El 28 de junio de 1930, se anunció en La Razón como un libro de cuentos que retrataba “distintos aspectos de la vida de las gentes del hampa en tres aspectos de su vida: el ladrón en el café, el ladrón en el hospital y, finalmente, el ladrón en la agonía”. El editor sería Jacobo Samet y estaría ilustrado por Bartolomé Mirabelli. Según escribe Ulyses Petit de Murat al final de La noche de Buenos Aires (1963), “Roberto Arlt habló  del  bosque  de  ladrillos,  refiriéndose  a  Buenos Aires”. En 2018, la editorial Simurg publicó un libro con el mismo título que reunía algunos cuentos dispersos de Arlt, que habían salido en revistas y periódicos. También existió una obra teatral, aparentemente perdida. A fines de 1940, Arlt le escribe a su madre Ekatherine Iobstraibitzer, apodada “Vecha”, desde Chile: “Actualmente estoy preparando una obra de teatro cuyo plan traje de Bs. As. y cuando termine ésta prepararé otra sobre ‘Elena de Troya’, cuyo plan también tengo hecho”. En su artículo “La locura de la realidad en la ficción de Arlt”, Mirta Arlt lo confirma: “mi padre me leyó páginas de lo que sería su próxima obra teatral sobre Elena de Troya”.

Otros casos no pasaron de meros comentarios, como una nota en Los siete locos que dice: “Posiblemente algún día escriba la historia de los diez días de Erdosain”. Muchos leyeron esto como una promesa de publicación. También hubo una idea deslizada en su aguafuerte del 23 de marzo de 1930, durante su viaje por Uruguay, donde Arlt escribía: “Algún día, cuando vuelva de mi atorranteada latinoamericana, quizá escriba un libro donde pondré una punta de cosas que están de más en esta charla amable con que se desayunan diariamente mis lectores”. O el dato que contó su viuda, Elisabeth Mary Shine: para 1942, poco antes de morir y en medio de su proyecto por inventar unas medias reforzadas con caucho, a Arlt se le había ocurrido escribir sobre la Atlántida.

A pesar de los anuncios, ninguno de estos proyectos se llevó a término. En su obsesión por inventar, Arlt acostumbraba especular y concebir obras que después se perdían para siempre. Raúl González Tuñón contaba que cuando Arlt empezó a edificar su casa en Villa Devoto, organizaba asados y cada uno de sus amigos llegaba con un ladrillo para colaborar con la construcción. Tal vez ahora sea trabajo de cada lector escribir los ladrillos faltantes en la obra de Roberto Arlt. Pasaron casi ochenta años desde que sus cenizas fueron a parar al río Paraná, en el Delta del Tigre. ¿Habrá alguien capaz de reunir los materiales para escribir esos ladrillos perdidos y completar uno de los cimientos centrales de la literatura argentina?

Abril 2020

////PACO

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