I
Hay que volver a una frase de Martin Amis sobre la corrección política. «Sentirse ofendido y sentirse inofensivo son las adicciones gemelas de la cultura contemporánea». Ante una ortodoxia del lenguaje que pretende clausurar el carácter heterogéneo y conflictivo de lo real, los márgenes para una acción improvisada implican un riesgo. Contada por el biógrafo Jacques D´Hondt, la vida de Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831) es también la trayectoria de quien, ante el abanico de opciones ofrecidas por esa ortodoxia, prefirió operar sobre las posibilidades heterodoxas del lenguaje recurriendo a la sagacidad del lince antes que a la sumisión temerosa de los corderos. Atravesar un párrafo de La fenomenología del espíritu es evidencia suficiente: lo áspero, lo seco, lo oscuro, funcionan como desafío. Sus lectores contemporáneos lo criticaron por eso y lo critican ahora: no todos están ni soportan reconocerse fuera de la altura del desafío. Para otros, intervendrá D´Hondt, eso mismo estimulará la búsqueda y el trabajo.

Ante una ortodoxia del lenguaje que pretende clausurar el carácter conflictivo de lo real, los márgenes para una acción improvisada implican un riesgo.

Las exequias de Hegel —con las que comienza el relato de la vida de un hombre entre los beneficios del poder, la transgresión calculada al poder y la oposición frontal al poder—, no tuvieron un discurso fúnebre sino una llamada a la cruzada. «Vengan, mentalidad servil y oscurantismo, no les tenemos miedo, porque su espíritu será nuestro guía», dijo su discípulo y amigo Friedrich Förster. Lo dijo la noche misma del entierro, rodeado de antorchas y estudiantes durante lo más virulento de una epidemia de cólera que prohibía la participación pública en cualquier ceremonia fúnebre.

II
En la Suabia natal, Hegel recibía como pago por su trabajo cebada y leña. Las cosas eran menos fáciles en esa época. Abandonó la idea de convertirse en pastor protestante en Tubinga y fue compañero de Hölderlin y Schiller y Schelling. Cada uno reconocía en el otro una grandeza futura y se respetaban entre sí en tanto superiores a todo el resto. En palabras de D´Hondt: la modestia no era uno de sus rasgos. El biógrafo no lo explicita, pero alude a ciertas excursiones non sanctas del grupo de amigos hacia las más receptivas pastoras alemanas. Luego comenzó la lucha material por la vida. Hegel fue preceptor en Berna para una familia patricia «y para empezar fue objeto de un regateo bastante sórdido referente al sueldo y a las condiciones materiales de trabajo». Su largo raid como sirviente duró años y durante esos años descubrió que el odio podía ser tan clarividente como el amor. La trama de la conciencia del esclavo, la conciencia del amo y su inevitable conflicto dialéctico por el dominio del sentido de la Historia puede leerse también en una clave biográfica.

El biógrafo no lo explicita, pero alude a ciertas excursiones non sanctas del grupo de amigos hacia las más receptivas pastoras alemanas. Luego comenzó la lucha material por la vida.

Hegel construyó una familia ejemplar con la hija de una familia ejemplar pero antes estuvo enamorado de Nanette, una católica con la que «prolonga los ecos de un agradable galanteo» y que le sirve también para pensar al catolicismo como excusa para pensar en una católica. Hegel, el inmaculado, aparece en las cartas a Nanette «como un joven galante, divertido, bromista, afectuoso». No debería causar ninguna sorpresa que Hegel fuera un hombre, con los deseos de un hombre y los defectos de un hombre. Lo interesante es la manera en que la obra de Hegel y su construcción como uno de los más grandes filósofos de la Modernidad lograron eliminar cualquier posibilidad de imaginarlo también como un hombre histórico (*).

En Bamberg, por ejemplo, comenzó a tratar con las figuras intelectuales y políticas más importantes de su época —en 1806, en Jena, Hegel ve al emperador Napoleón al mando del ejército conquistador francés y se fascina y le escribe a Goethe su emoción ante «un personaje así concentrado en un punto, montado a caballo, extenderse por el mundo y dominarlo»— pero también empieza a tratar con el sex appeal del poder. Disfrazado de Kammerdiener, persigue en los bailes a las chicas disfrazadas de Cipris o Afrodita. A una tal Jolli le endulza los oídos durante tres horas «en una agradable conversación a solas». Más adelante, en Berlín, Hegel se destaca como jugador de naipes y whist y frecuenta teatros, conciertos, galerías y banquetes. «En el curso de los cuales posa la mirada, a veces con demasiada detención, en el escote de las bellas actrices que se burlan de aquel viejo bobo». En las relaciones privadas, escribe D´Hondt, Hegel era afable, sonriente, simpático, tenía forzosamente que llamar la atención de una joven. Solo se mostraba insoportable en filosofía, campo en el que se creía portador de una misión trascendental».

III
Al margen de su familia oficial, tuvo también un hijo, Louis, con una mujer que no fue su esposa. Una casera de condición «muy modesta» a la que amó durante un tiempo y después no amó más. Nació el mismo año que se publicó la Fenomenología. Goethe llegó a conocerlo en Jena. Según D´Hondt, Louis siempre fue un chico abandonado y conflictivo. Por supuesto, esto no había sido su culpa. Apareció en la vida de Hegel cuando sus prioridades eran otras: la gran obra como filósofo, la carrera como profesor reconocido, la batalla por el poder universitario, el rastrillaje de adversarios intelectuales. Como padre, trató de hacer de su ausencia algo presente a través de las influencias para que lograra estudiar en colegios decentes, pero Louis se hacía expulsar. Una vez fue detenido por un hurto del que se confesó culpable. Al final, Hegel le hizo retirar el apellido: un hijo ilegítimo con su nombre era una cosa, pero un hijo criminal era otra. Louis murió a los veinticuatro años en Batavia como mercenario de un ejército extranjero.

Al final, Hegel le hizo retirar el apellido: un hijo ilegítimo con su nombre era una cosa, pero un hijo criminal era otra. Louis murió a los veinticuatro años en Batavia como mercenario de un ejército extranjero.

Un hecho curioso es que incluso Hegel, como después Marx en el New York Tribune (**), trató con la indigencia intelectual del periodismo en su época. D´Hondt se permite unas palabras muy instructivas: «Es más fácil convertirse en un criado de la pluma cuando ya se ha tenido la experiencia de la servidumbre pedagógica, y, en términos generales, cuando uno ya se ha acostumbrado a la opresión». Acostumbrado a escribir en código su correspondencia personal, a oscurecer sus textos para confundir a los censores y al barroquismo que fuera necesario para paralizar la posibilidad de castigo de los muchos poderes gobernantes del país de su época, Hegel no sabía ser indolente a la hora de escribir. Pero el Bamberger Zeitung tenía otras expectativas. Hegel no se contentaba con escribir refritos de diarios franceses sobre las noticias más importantes de Europa y había comenzado a recaudar información propia y elaborar una visión política un tanto más compleja que la dominante. Para bien de la filosofía occidental, las autoridades bávaras interrumpieron para siempre esa fugaz relación de Hegel con el periodismo. Él se quejó de una medida inquisitorial pero concluyó también que el asunto —en términos intelectuales la descripción también le cabe al periodismo como género— no había sido más que un tropiezo.

Al parecer, a Hegel le gustaba intrigar a los curiosos. Y cuando se transformó en Hegel, ese ánimo no decayó. Por un lado, se infiltró entre lo más espumante de lo monárquico para infectarlo con sus ideas republicanas; en sus textos filosóficos, sin embargo, jamás se permitió la obviedad: la fuerza de sus ideas aspira a emerger incluso a través de la confusión y lo logra. Su biógrafo menciona la anécdota pero no la relaciona con nada más. Es una pena, porque la impresión es que si Hegel sabía seducir mejor en los bailes de máscaras que en los banquetes no era por simple casualidad. ¿Su filosofía, la textualidad imbricada y fascinante de su filosofía, no implica los códigos de un cortejo similar? Cuando alguien una vez le reprochó a Hegel sus «dificultades en la manera de expresarse» cuando escribía en la Bamberger Zeitung, su respuesta fue irónica y categórica. «La situación diplomática y política es en sí misma tan caótica que si se expusiera en un estilo limpio… nadie comprendería nada, ni el redactor ni los lectores». Hacia el final, rodeado de intrigas, tironeado por facciones, en comunicación clandestina con agitadores políticos, al frente de su cátedra y al resguardo de sus enemigos, preocupado siempre por su salario, inmortalizado ya por el poder de sus ideas, Hegel escribe en una carta algo que podría también ser la letra de alguna canción de McCartney: «He conseguido así mi objetivo terrenal, ya que con un empleo y una mujer amada se tiene todo lo necesario en este mundo. Estas son las principales cosas que uno mismo debe esforzarse por adquirir». En uno de los mejores momentos materiales de su vida, Hegel recibe en Heidelberg mil trescientos florines de salario en especies, seis moyos de trigo y nueve moyos de espelta. «El trueque es equitativo: idealismo a cambio de cereales». Otra curiosidad: la última palabra escrita por Hegel y entregada a la prensa fue revolución ////PACO


(*)
¿La historia o el espíritu absoluto? Unos ciento cincuenta años después de su muerte, durante una reunión donde se discutían planes armamentísticos nucleares, Brezhnev le dijo a Carter que Dios no los perdonaría si fallaban. Carter hizo un silencio y después dijo que la Historia no los perdonaría si fallaban.

(**) «Logra tener éxito tanto en lo heroico como en lo cómico, en el pathos como en lo familiar, en la tragedia como en la farsa, aunque tal vez esto último congenia más con sus sentimientos», escribió Marx sobre el legislador inglés Lord Palmerston, y no es el único caso en que se plagia a sí mismo sus mejores frases.