Música


Hermética: Ajeno Al Tiempo

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Mientras que para 1991 en los Estados Unidos Metallica estaba alcanzando su cenit con el álbum negro después de una carrera asesina que tuvo por escalones a Kill´em all (1983), Ride The Lightning (1984), Master of Puppets (1986) y …And Justice For All (1988), en Gran Bretaña Dickinson y Harris venían demostrando que Iron Maiden todavía podía, y mucho, con No Prayer for the Dying (1990). Fear of the Dark ya estaba en gateras, llegaría recién en 1992. En ese mismo 1991 el mundo del heavy metal argentino estaba tan roto como el país. Las esquirlas de la explosión de V8 y de Riff, los dos grandes tótems del heavy de los años ochenta, todavía seguían dando vueltas en el aire y el futuro del género parecía estar enteramente en manos de Walter Giardino, Adrián Barilari y PolyGram, que recaudaban a granel cantando “Mujer amante” en las bailantas.

Rata Blanca, con todo, era uno de los derivados legítimos de V8. Pero mientras Rowek y Giardino se iban para el lado de las hadas y los arcoíris, Civile hacía lo que podía y Beto Zamarbide se armaba Logos loteando y apropiándose de la parcela evangelista vislumbrada en El fin de los inicuos, último LP de V8, el mejor legado de motores, cuero, miseria suburbana, clase trabajadora y bronca social se fue entero con Ricardo Iorio a Hermética. También, como el mismo nombre del grupo lo señalaba, había un bagaje de ideas tributarias del “tres veces grande” Hermes Trimegisto. La banda arrancó con algunas dificultades derivadas de la hiperinflación y los cambios de baterista, pero consiguió grabar una breve y fundacional placa, Hermética (1989), editada por Radio Trípoli. El álbum incluía el que acaso sea aún hoy el mejor tema de heavy metal en castellano jamás grabado, “Tú eres su seguridad”,  combinación extraña y virtuosa de riffs y una visión del hombre como símbolo emblemático del mundo. Con esa carta de presentación Hermética salió a jugar, sonando parecido a Motörhead y al primer Metallica pero con algo muy personal y local, con un pie más en el conurbano y el espiritismo que en los dominios del demonio. Poco a poco fue saturando las salas de conciertos hasta afianzar su localía en Cemento.

Entonces en 1991 la H cambió una vez más de baterista (salió Scotto, entró Strunz), los músicos se compraron unos instrumentos y se metieron a grabar. En un diciembre no tan caliente como el de los años previos, sin saqueos ni levantamientos militares, apareció Ácido Argentino. En el país se habían grabado varios buenos discos de metal antes y se grabarían muchos buenos después. Pero esto era otra cosa: un mojón a partir del cual nada iba a poder seguir siendo igual. Hablando de la declaración de la Independencia de 1816, Jauretche señala que los diputados de las provincias que llegaron a Tucumán provenían todos de clases distintas, de diferentes orígenes y de diferente fortuna. Unos habían llegado al lugar en cómodos carruajes y otros en mulas embarradas y famélicas. Después de ese julio de 1816 muchos de ellos iban a enfrentarse entre sí hasta matar y ser matados en la guerra civil por esas y otras diferencias. Pero en ése mes de ése año fueron, se juntaron y declararon la Independencia. A veces la historia sucede así, en un momento y un lugar. Ahí está el acta para certificarlo. De manera similar, mientras fronteras afuera se moría el mundo bipolar, Ácido Argentino reunió a los cuatro integrantes de Hermética en algo único e irrepetible. Hoy incluso podemos pensar que la mayoría de esos músicos no estaba aún en el pico de sus capacidades individuales. El Pato Strunz introdujo el doble bombo en la banda, pero recién con Malón pudo llevar su técnica al paroxismo. Claudio O´Connor cantó mucho mejor años después, y recién con su proyecto solista a fines de siglo encontró su voz. Iorio, que ya empezaba a mostrar esa veta sacrificial, expiatoria, que se volvería tan característica de su poesía, estaba lejos de la cumbre. En contraste, el Tano Romano quizá sí estaba en su mejor momento: el machaque, el punteo meloso y ágil, la muñeca para subir y bajar la velocidad de los temas están ahí, sin duda. Todavía no lo saben, pero pocos años más tarde esos mismos músicos van a pelearse a muerte y para siempre, como unitarios y federales, de manera irresoluble. Pero en 1991 entran a un estudio y salvan al metal nacional grabando diez temas cantados y dos instrumentales que cierran, cada uno, una cara del disco. O, mejor dicho, una cara del cassette.

Si bien la temática suburbana en los temas de la banda ya venía de antes y siguió presente en el nuevo disco, con clásicos instantáneos y perdurables de corte cuasi discepoleano como “Gil trabajador” y “En las calles de Liniers”, acá ya aparece una voluntad de abrir el horizonte a las cuestiones de tierra adentro, de alejarse de la urbe y volcarse más al interior, el del país y el del propio ser. Lo trucho, lo falso, lo morboso dominan ese mundo de policía y ladrón que es la ciudad. Esa idea fuerza se muestra bien en la ilustración de tapa pergeñada por José Laluz. Allí, bajo la impertérrita mirada de un siniestro Tío Sam ahorcando a “la dama Argentina” y unos buitres que esperan acechantes, se apilan el indio, el morocho, las madres de Plaza de Mayo y los jóvenes en un marco de industrias cerradas, ollas populares y represión policial. El ácido nacional cociéndose a fuego alto. De todo eso hay que alejarse, dice Hermética, para, de alguna manera, purificarse. Una huida hacia adentro. En el primer tema del disco O´Connor dice que “robó un auto para trasladarse hacia las soledades vivientes” y hacia el final Iorio canta que “la imberbe horda humana que desciende de los trenes, desesperada y alocada, contamina mi cabeza y busco amarlos como sea para no volver jamás”.

Esa huida de la ciudad y su roña para ser su propio Estado, su patrón y su íntimo dios es la marca temática más evidente del disco. Bien señala Fernando Casullo que “a una ciudad gótica conurbanera la nueva producción le contrapuso las pampas seculares. La llanura, las montañas, las mesetas. Los gauchos, los camioneros y el petróleo”. Un salto hacia la argentinidad profunda que aparece en los vientos, el paisaje y la memoria telúrica, pero también en el camión, la ruta y el alquitrán. En una serie de artículos que titula “Historia incompleta de Hermética”, Casullo indica el influjo de Ana Mourín en la lírica del disco. Iorio, letrista incuestionado del grupo, venía dejándose influenciar de manera notoria por su esposa desde antes. En Ácido Argentino llega a incluir una letra firmada por ella, “Atravesando todo límite”, en la que refiere la historia de su hermano, perdido en las montañas del noroeste tras una experiencia iniciática. “De Pismanta a Bauchaceta”, que cierra el álbum, también alude a esa misma vivencia. En la historia completa del metal argentino, que alguien alguna vez escribirá, la malograda Ana Mourín tiene un lugar guardado mucho más importante del que se suele creer.

Pero a su vez Ácido Argentino es una obra plegadiza, en la que junto a esa capa de referencias a la coyuntura social, al pasado nacional y al futuro del mundo coexisten otras ideas derivadas muy especialmente de la búsqueda espiritual de Iorio. Mencionamos ya el hermetismo, en cuyos principios Iorio había indagado. La tríada Dios, cosmos, hombre de esa corriente filosófico-religiosa impregna cada canción, así como las de los demás álbumes de la banda. El otro influjo religioso que se esconde en los pliegues de estas canciones es el espiritismo. Sabemos que Iorio era un buen lector de Allan Kardec, quien le dio sistema al espiritismo. La letra de “Predicción”, por ejemplo, que empieza diciendo “un valiente reencarnó, la intuición me lo ha dictado”, se incardina en esa doctrina. Treinta años después de la grabación, escuchar el disco prestando atención a esos sentidos volcados en sus letras amplía y resignifica la obra.  Analizar en detalle cada verso podría llegar a ser provechoso y satisfactorio. La extensión de esa tarea sobrepasa la intención de estos párrafos y reclama, sin duda, saberes más asentados.

De todas formas, vale la pena anotar algo acerca de “Memoria de siglos”, quizás el más introspectivo de los temas. A primera vista la letra emprende una acusación, una denuncia genérica de la hipocresía de la humanidad en esta tierra. Otras bandas locales encararon la misma misión en la misma época. Pero si bien en la letra de Hermética el alegato general está ahí con toda claridad, esa primera intención social deja paso enseguida a un nosotros plenamente asumido por el enunciador, un sujeto colectivo íntimamente responsable de la decadencia y degradación del mundo, cuyas lacras quedan expuestas aún a su propio pesar. El movimiento es complejo porque la denuncia del mundo de hoy abandona el tono acusatorio y asume un nosotros expiatorio y epistolar. El componente sacrificial se vuelve más evidente al ir avanzando la canción. Resulta correcto y cierto decir, y lo hicimos antes, que tras la ruptura de V8 Zamarbide acaparó el lenguaje, la imaginería y el influjo del Verbo Encarnado y su Evangelio. Él mismo alguna vez se auto adjudicó esa jugada, endilgándole a Iorio el componente espiritista. Sin embargo, en “Memoria de siglos” la pluma de Iorio exhibe claros elementos de primitivo y colectivo cristianismo, en el sentido de un sujeto social y comunitario, no individual ni privado, que debe emprender un examen de conciencia para purgar sus males y salir otra vez hacia el mundo de la luz.

Sin embargo, más allá de todo ese “esoterismo”, lo que realmente convirtió a Ácido Argentino en el acta de la independencia del heavy nacional, en aquello que le ganó unos años de identidad frente a la industria del poder, quizá no resida tanto en su plano mistérico sino en su mensaje más asequible. Ahora que ya estamos muertos puede parecer una boludez, pero en ese mismo mes de diciembre de 1991 en que salió Ácido Argentino Rata Blanca fue a Ritmo de la Noche a hacer proselitismo para su recital en Vélez. El negocio iba fagocitando todo. Junto con el país, el rock estaba entrando en el mercado de consumo salvaje y sin fronteras con anticuerpos más que insuficientes. Se venía MTV Latinoamérica y el capital iba a pasar como una topadora por arriba de todos y todo. Ante eso, la H irrumpió con “Evitando el ablande”, cantando el estribillo furioso: “No callaré porque me sobra aguante”. Veinte años antes Manal había hablado de “oxidarse o resistir” para “ganar o empatar”. Aguantar venía a ser algo parecido a resistir, pero sin perspectivas de éxito. Aparecía así algo que en la década siguiente iba a estar presente en muchos rubros y muchas tribus: el aguante como actitud ante la inevitable derrota. En este caso, Hermética traía una resistencia frente a la mercantilización, al saqueo de una identidad, a las voces de discoteca y la mersa coqueta. Por supuesto, los términos y condiciones de la derrota argentina sobrepasaban ampliamente las posibilidades de una banda de heavy metal. Pero el metal duro y oxidado como sello innegociable, sin hadas ni serpientes ni magos, sería una tabla de salvación para lo que se venía. “Junto a su sonido brutal mi vida resiste su ruina”, cantaban. Y eso se hizo real para muchos muy pronto. Si antes le adjudicamos a Iorio el espíritu exclusivo de ciertas letras, hay que decir que el alma de los cuatro integrantes de Hermética sobrevuela en su totalidad en los versos de ese himno.Hace unos años Federico Fahsbender sostuvo en la revista Rolling Stone que “Hermética escribió su propia historia del heavy argentino a un costado de la del rock nacional. Quizá porque sabía de antemano que no había chance de inclusión, o porque no daba ser parte. Era mejor ser un paradigma en sí mismos”. La afirmación es precisa pero, sin embargo, algo se escurre. Como lo prueba esta misma nota, todo lo que se diga sobre Hermética es un poco arbitrario y escaso. Desde la banquina enredada del rock, la banda inventó otro código, uno propio y de difícil desciframiento, que anidó en el corazón tantos y tantos jóvenes y adolescentes de su época. Al final su breve historia se volvió identitaria y legendaria. En los recitales metaleros todavía se canta que esa H mítica no murió ni morirá. Probablemente la clave inasible de esa inmortalidad esté en ese disco bello y brutal del misterioso año de 1991////PACO

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