Cine


Harley Quinn es la nueva Amélie


Suicide Squad
reabrió el debate sobre el rol de la crítica, su impacto sobre los resultados económicos de los “tanques de Hollywood” y también una vieja guerra más entre opinólogos y fans. Esta vez, sin embargo, hay más aristas: lo que no dejaba demasiado lugar al debate con la debacle de Batman v Superman, que fue objetivamente un adefesio, ahora está en duda. La acusación de los fans es que la prensa está ensañada con los productos de DC, incluyendo también a una corriente más conspiranoica que apunta hacia “los generosos sobres emitidos por su rival Marvel/Disney”. Vayamos por partes, entonces, para ver cuánto de serio tienen estas teorías y cuánto es, en cambio, producto de fanatismos excesivos y demasiado tiempo libre. Que existe una “guerra sucia” en Hollywood no es nuevo, aunque es cierto que las prácticas de la “edad de oro” del cine son cosa del pasado en una era hipercorporativa y guiada más por las planillas de Excel y la investigación de mercado que por algún atisbo creativo o la lógica del star system. Recomiendo, para esto, ver la excelente película de los hermanos Coen ¡Salve César!, una postal de cómo se manejaban algunos de estos asuntos hace 70 años. Lo cierto es que si bien el tráfico de influencias es uno de los motores de Hollywood, creer que siguen existiendo muchachos como Eddie Mannix, el “fixer” de la película de los Coen, especialmente cuando mucha de la nueva crítica pertenece a medios que no ponen su reputación en riesgo tan fácilmente, como The Hollywood Reporter o Variety, o está hiperatomizada en miles de blogs por todo el mundo, es una tontera. Sí podemos, por otro lado, identificar cierto cansancio periodístico tanto con la estrategia actual de “todo tanques, todo superhéroes”, como con los insistentes (y ligeramente inoportunos) intentos de DC por replicar el éxito de su eterna rival, Marvel, ahora empoderada por las orejitas del famoso ratón animado de Disney.

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Hay cierto cansancio con la estrategia actual hollywoodense de “todo tanques, todo superhéroes”, y con los insistentes (e inoportunos) intentos de DC por replicar el éxito de Marvel.

Lo que esos críticos que atacaron con una supuesta “saña inducida” a Suicide Squad están expresando es, en realidad, su hartazgo con el género y con la estrategia del estudio. Y lo hacen en medio de una cancha embarrada por la sobreoferta de películas parecidas de este último año y el mal paso astronómico que fue Batman v Superman. En ese contexto, los críticos se encontraron con un blanco extremadamente fácil: Suicide Squad es una película con una estructura narrativa rota, por no decir inexistente, y que abunda en recursos de alto impacto y poco contenido bajo la forma de clichés visuales y auditivos que se remontan a la MTV de mediados de los noventa, y a un tratamiento de los personajes, especialmente el de la ascendente Harley Quinn (Margot Robbie), por lo menos discutible. Los que están al tanto de las novedades de la industria saben también que hay una estrategia creativa y de mercado similar a la de Batman v Superman, y volanteadas apuradas hacia nuevas direcciones después de un fracaso profundizado por el éxito casi simultáneo de la “tapada” Deadpool (un personaje de Marvel producido por otro estudio). Los críticos, por lo tanto, lejos de escribir bajo soborno, están más bien cansados de una industria que insiste en infantilizarlos y en des-libidinizar su objeto de estudio. Y, aún así, esa es la misma industria que los necesita, y frente a la cual erigen ahora a su nueva heroína, irónicamente, infantilizada a través de su sobre-libidinización (por lo menos en lo que al objeto mirada hace, si me disculpan el lacanianismo): Harley Quinn.

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Como el viejo «fenómeno Amélie», el nuevo “fenómeno Harley” no es masculino sino femenino. Y para entenderlo siempre es útil volver al viejo Sigmund Freud.

Harley, por supuesto, es un fenómeno. Pero no uno necesariamente nuevo. Lo vimos en 2001 y durante años a partir de entonces. Chicas de “espíritu libre”, con el cortecito de pelo de interna de cotolengo y un comportamiento aniñado que bordeaba el estancamiento madurativo, clones de la protagonista de Amélie: miles de mujeres, en todo el mundo, que habían tomado como ‘role model’ a la pixie girl francesa por excelencia. Hoy, sin embargo, el flequillo, los cachetes y la sonrisita de bocca chiusa mutaron al pelo blanco con puntas de colores, el maquillaje blanco clown y la risa maníaca. Así es, Harley Quinn es la nueva Amélie. Y una mucho más atractiva para el público masculino, claro, pero eso es porque las medias de red y las credenciales de chica cool funcionan con ella o con cualquier otra. Sin embargo, lo que en verdad es importante ahora es esto: el “fenómeno Harley” no es masculino sino femenino. Y para entender sus orígenes, siempre es útil, aunque algunos lo consideran pasado de moda, volver por un momento a Freud. De hecho, muchos fenómenos contemporáneos pueden ser fácilmente pensados con nuestro amigo vienés, aún si no coincidimos con su nosografía. Nuestro querido viejo, en 1921, shockeado por el horror de la guerra y sus consecuencias en Europa, escribió una de sus obras más precisas, Psicología de las masas y análisis del yo. Entre muchos otros fenómenos que describe e intenta explicar, se refiere ahí a la llamada “identificación histérica”, usando el famoso ejemplo de las chicas del internado que “sufren el sufrimiento” de su compañerita por un novio epistolar. A partir de esas coordenadas, no cuesta identificar a las pichonas de Harley tomando el supuesto control a través de una sexualidad que no es más que un desparpajo solo para la tribuna. ¿Y no son esas las nuevas chicas del viejo internado, aunque esta vez cambiaron a la interna Amélie por la interna Harley? Como sea, alguien en alguna oficina de Warner/DC lo sabe, y sabe también del poder de su atractivo multitarget. Y por eso convirtieron a Harley Quinn en la punta de lanza de la estrategia de marketing de Suicide Squad. Los críticos, mientras tanto, como eunucos ante el supuesto desborde sexual, toman apenas un rol activo del único modo que les queda: mostrando que, si no el emperador, por lo menos su bufona está desnuda///////PACO