Un artículo sin firma publicado por la revista Mundo Paranormal comienza con esta frase: “Pocas personas influyeron tanto en la vida de Adolf Hitler como el misterioso Erik Hanussen, a quien durante muchos años se consideró el mejor vidente de Berlín.”

¿El mejor vidente de Berlín? A diferencia de otros “misteriosos” de la historia del siglo XX, podemos decir que, sobre Hanussen, lo sabemos todo. Sabemos de su peregrinaje como atracción de ferias y cabarets por Europa Central. Hay registro de la apertura en los años 20 de su gabinete de «orientación y videncia» en un antiguo barrio de Praga, en ese momento capital europea de la magia. Y también conocemos su documentado arribo a Berlín. Ahí fundó dos revistas exitosas, Die Hanussen Zeitung (“El diario de Hanussen”) y Die Andere Welt (“El mundo del más allá”). Luego, su contacto, en los años ‘30, con un selecto círculo de nacionalsocialistas que estaba accediendo o ya había accedido al poder fue relatado infinidad de veces.

Mundo Paranormal trata a Hanussen de pervertido y arribista. Otra cita: “Por las noches se reunían en la lujosa casa de Hanussen, el misterioso libanés Ismet Dzino y Hitler con altos dirigentes nazis y políticos berlineses y practicaban las artes ocultas. Werner Gerson aseguró en un escrito que «Hanussen es el Rasputín germánico, y sus sesiones secretas terminan en tenebrosas orgías». Se sabe con seguridad que practicaba regularmente el tantrismo y que machos jóvenes berlineses acudían a dichas sesiones. Era de dominio público que se interesaba preferentemente por la magia sexual y en más de una ocasión se había podido observar que algunos orientales, siempre hombres, visitaban su consultorio.”

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El artículo –que remite al mítico número 38 de la revista Más allá dedicado a todas las variantes del “enigma nazi”– se repite mil veces en la web y señala como “discípulos” de Hanussen al Conde Helldorf, que llegó a ser jefe supremo de las SA de Berlín y prefecto de la policía en Postdam, al general Hermann Niehoff, que en mayo de 1945 fue el último oficial de importancia en rendirse atrincherado en la fortaleza de Breslau, y a un tal Robert Wimmer, siempre presentado como “sanguinario”, y que, al parecer, logró ser Comisario General de Administración y Justicia.

En otro artículo titulado Hanussen, el vidente de los nazis, también muy parafraseado y reproducido, Goebbels y Heydrich son señalados como enemigos del mago: “El creciente entusiasmo de varios miembros del partido nazi por el hierofante irritaba poderosamente a Goebbels que veía a un charlatán de feria convertido es un influyente sujeto. El futuro ministro de la propaganda, junto con Heydrich, se encargó, sin dudar un instante, de hacer un chantaje al ayudante del mago y preparar un completo dossier sobre el origen y la verdadera personalidad de Hanussen.”

Aquí también las prácticas sexuales aparecen señaladas con fruición, especificando que el mago tenía “tres esposas y treinta amantes.” Cito: “De rostro cetrino, vientre muy prominente y feo, de su personalidad emanaba un encanto tenebroso que unido a su extravagante conducta sexual le llevó a ser el máximo triunfador en la vida nocturna del Berlín de comienzos de los años treinta.»

La descripción de una de sus presentaciones nos hace pensar en los trucos de feria pero ya señalan el poder –real o tramado–que desencadenaría su fin: “En sus exhibiciones de videncia en el Scala, lograba todas las noches un triunfo apoteósico. Sus ejercicios de doble visión, con la colaboración de cualquier espectador, provocaban la admiración de todos; adivinaba lo que un determinado caballero llevaba en su bolsillo o el desengaño amoroso que había tenido una señora diez años atrás, precisando con rigor hasta el más mínimo detalle. Sentado en su alta silla, con la luz de los proyectores hábilmente dispuesta para que le aureolase la cabeza, tras unos minutos de concentración, se sumía en trance mediúmnico y, con voz entrecortada, expresaba hasta los más secretos pensamientos del espectador o espectadora que se prestaba a la experiencia.»

En esta nota se consigna aparte su verdadero nombre, Herschmann Chaim Steinschneider, y se da cuenta de su servicio en las trincheras de la Primera Guerra mundial. Al parecer, tras la derrota de 1918 y usando sus poderes, el vidente se habría dedicado a identificar tumbas de soldados alemanes o austriacos, desenterrar sus restos y, mediante una gratificación, remitirlos a sus familias. Luego se señala, no sin obvio interés, que era hijo de un comerciante judío de Bohemia y se introduce su actividad como prestamista, mediante la cual su poder sobre miembros del partido, como el citado Conde de Helldorf, habría sido todavía mayor. Aunque se menciona el incendio del Reichstag, del que ya hablaremos, es la ambición desmedida en la práctica de la usura la que se presenta como causa de su muerte.

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Lujo, arrogancia, homosexualidad, perversiones, dinero y usura, primer nazismo y esoterismo, con esas características la figura de Hanussen no podía pasar bajo el radar de la industria editorial. Así, más allá estos estridentes y olvidados artículos –que no dejan de mostrar compatibilidad con el personaje– estudios más detallados abordaron la vida y la obra del astrólogo.

De todos los posibles, elijo el de Mel Gordon, Hanussen: Hitler’s Jewish Clairvoyant (2001, Feral House, Los Ángeles). Según Google, Gordon es profesor en la Universidad de California en Berkeley y autor de títulos tan sugestivos como The Grand Guignol: The Theater of Horror and Terror y Voluptuous Panic: the Erotic World of Weimar Berlin. Según este biógrafo, Hanussen nació en Ottakring, un barrio pobre de Viena, solo dos meses después que el Führer, el 2 de junio de 1889. Aunque su familia había caído en desgracia, descendía en línea directa de Aaron Daniel de Prossnitz (1769-1809), un rabino hasídico apodado “Steinschneider”, o “tallador de piedra”, significado que –según Gordon– Hanussen retomaría al fabricar en su juventud “amuletos cabalísticos estampando su cara con sellos de piedra trabajada.” Al parecer, en algún momento, Hanussen se convirtió al cristianismo protestante ya que fue enterrado según los ritos de esa religión.

Pero en su libro, Gordon confirma el judaísmo inicial de Hanussen y fija el comienzo de su relación con Hitler apenas unas semanas antes de que éste último fuera nombrado Canciller el 30 de enero de 1933. Vale volver sobre el contexto político del momento. Los resultados de las elecciones de 1932 no habían sido buenos para el partido nazi. Pese a que había retenido la tercera parte de los escaños, nada indicaba que Hitler fuera a ser elegido como máximo representante alemán. En este clima de dudas, fue que Hanussen recibió el pedido para una sesión privada en el Hotel Kaiserhof de Berlín.

El 26 de febrero de 1933 el adivino inauguró el Palacio del Ocultismo, especie de “templo pagano” que coronaba su éxito comercial. Según Gordon, las paredes estaban revestidas de oro y decoradas con estatuas alusivas de mármol de carrara. En un lugar privilegiado del hall central, una colosal estatua en bronce mostraba a Hanussen vestido con una toga de emperador romano, acompañado por dos videntes de la mitología clásica, el oráculo de Delfos y la Sibilla griega. Detrás de la estatua, terrarios contenían serpientes exóticas y reptiles de todo tipo. La estatua de Hanussen tenía el brazo derecho levantado en el típico saludo nazi. Según Gordon, en su espectáculo, Hanussen hacía coexistir los trucos más vulgares con fenómenos todavía incomprendidos por historiadores y parapsicólogos. Al momento del encuentro con el Führer, el vidente tenía cuarenta y tres años y era como “una estrella de rock antes de que existieran las estrellas de rock” que alimentaba “la voracidad de los alemanes de entreguerras por lo paranormal.”

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Bella y contundente voracidad esa. Pero ¿a que se refiere? Hasta la llegada de la muy tardía televisión, el siglo XX fue un siglo lector, receptor de las grandes masas alfabetizadas del siglo XIX, colectivos en ascenso que exigían entretenimiento y educación y muchas veces lo pedían y conseguían juntos en un mismo soporte. Con una radiofonía todavía en fase experimental y de aparatos costosos, fue la industria gráfica la que abrió el camino de la comunicación a gran escala. Las mejoras en impresión de libros, revistas, diarios y folletos se solventaban muy rápido por la expansión de una edad de oro de la lectura. En cada esquina europea y americana había un kiosco. Los diarios eran poderosos. William Randolph Hearst creaba su mito. En la Argentina, el periodo fue estudiado con esmero porque las nuevas publicaciones, paradigmáticamente el diario Crítica y la revista Caras y caretas, resultaron vidriera y posibilidad de desarrollo de los mejores escritores de la época. Mientras tanto, en los años 20 de la República de Weinmar se mezclaban utopías artísticas, vanguardias esotéricas, teóricos de la revolución por izquierda y por derecha, miles de soldados desmovilizados, familias destruidas y liberalismo sexual. Y, mientras las preguntas crecían, las respuestas escaseaban. La astrología, siempre lista, apareció como paliativo para un mundo que se había descompuesto y volvería a descomponerse muy pronto. No hace falta más que comparar la estética de la alegría de los primeros surrealistas –denostada por Artaud– con el expresionismo berlinés que empezaba a dar sus mejores pintores y ya, muy temprano, había ofrecido Das Cabinet des Dr. Caligari. De todo eso se nutría Hannusen y también el amenazante Nacionalsocialismo.

Gordon dice que el mismo Führer había notado a Hannusen cuando, en marzo de 1932, una de sus tantas publicaciones confirmaba su llegada al poder, un año más tarde. Muchos alemanes, para los cuales Hitler no era más que un “payaso megalómano”, se rieron de esta predicción. (De esa risa y del ridículo que la causó debería haberse aprendido más.) “Es como hablar del rabino preferido de Hitler, la gente enseguida espera el remate del chiste —dice Gordon en una entrevista—. Pero no es broma. Hitler y Hanussen se encontraron una docena de veces entre 1932 y 1933. Por supuesto, Hitler sabía que Hanussen era judío, podría haberse desecho de él tan rápido como hubiera querido. Pero eso no ocurrió hasta mucho después. El incendió del Reichstag, por supuesto, cambió todo.”

¿“El rabino preferido de Hitler”? ¿De qué habla Gordon? ¿Hubo una reunión secreta en que Hanussen habría hipnotizado a Hilter para después confirmarle su profecía? ¿El hipnotismo es predictivo, sirve para ver el futuro…? A Gordon le llama mucho la atención el judaísmo de Hanussen. Quizás demasiado.

Avancemos. La historia oficial señala que el Partido Nacionalsocialista terminó de controlar Alemania cuando Hitler se convirtió en Canciller de la República el 30 de enero de 1933. En realidad, el giro en la historia política de Alemania y toda Europa se dio, un poco después, con la aprobación de la Ley para la Protección del Pueblo y el Estado del 24 de marzo de 1933. A fines de enero, los nazis eran conscientes de su falta de control sobre los mecanismos burocráticos de la República. Para llevar acabo su proyecto de gobierno necesitaban  una ley que concediera poderes legislativos supremos al Gabinete, liberándolo de todas las restricciones de la Constitución de Weimar, que pese a su endeble semblante todavía constituía un obstáculo. Al mismo tiempo, una ley así requería un cambio de la Constitución que a su vez implicaba la presencia de dos tercios de los miembros del Reischtag, y al menos dos tercios de los votos de los presentes. ¿Se exagera la importancia de esta situación parlamentaria? Ahora vemos al nazismo como poseedor de un estado totalitario consumado. Pensamos en las antorchas, en la violencia, en los símbolos, pero los desfiles y la guerra fueron un punto de llegada, una construcción. El mismo 30 de enero de 1933 que Hitler presidió su primera reunión del Gabinete habló de la necesidad de obtener poderes extraordinarios y cito la Ley para la Protección del Pueblo y el Estado. La idea de base era aligerar la influencia del Partido Comunista y lograr así la mayoría en el Reichstag. Sin embargo, el mismo Hitler expresó el temor de que esto provocara una huelga general.

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Así la cosas, mientras los nazis intentaban cerrar un acuerdo con el Partido de Centro, el 27 de febrero de 1933, el Reichstag se incendió con una sorpresiva brutalidad. Aprovechando la incertidumbre y la agitación creadas por la agresión pero también los consecuentes disturbios provocados por las SA, el 28 de febrero se suspendieron los artículos de la Constitución de Weimar que garantizaban las libertades personales por medio de un decreto del Presidente del Reich. El fuego llegaba a Berlín. Las llamas de la historia europea comenzaban a brillar una vez más.

Sobre las cenizas, el 5 de marzo de 1933 hubo elecciones. Los nazis obtuvieron 288 escaños de un total de 647 y el partido Comunista quedó al borde de la proscripción. Un joven comunista holandés, Marinus van der Lubbe, fue encontrado culpable del incendio, sentenciado a muerte y ejecutado. Van der Lubbe había admitido bajo tortura su responsabilidad en el incendio pero siempre hubo dudas al respecto. Las sospechas recayeron tanto en los comunistas como en los propios nazis.

El incendio del Reichstag –dice Gordon en la entrevista citada– es una gran historia, el primer misterio de la Segunda Guerra Mundial y todavía no fue resuelto. Una especie de asesinato de Kennedy europeo. ¿Fue Goebbels el que de alguna manera convenció a un comunista, Marinus van der Lubbe, para que incendiara el Reichstag? ¿Lo hicieron los comunistas o hay ahí alguna otra historia? Desde el principio, los nazis dejaron entrever que Hanussen fue el responsable o, al menos, algo tuvo que ver.”

¿Cómo saltamos de la política de estado alemana al cabaret de un mago que da espectáculos esotéricos? En la web, se repite que la noche de 24 febrero de 1933, en una reunión privada durante la inauguración formal del Palacio del Ocultismo, importantes personajes de Berlín y varios dirigentes del partido nacionalsocialista vieron como Hanussen caía en trance y con voz quebrada vaticinaba un incendio:

«La multitud… Una gran multitud en las calles… Todo un pueblo aclamando los desfiles de nuestros SS… Es de noche, desgarrada de fuego… Veo los reverberos iluminados, las luces de la alegría, la cruz en su vorágine de fuego… Es la llama de la liberación alemana, el fuego sobre las viejas servidumbres, el fuego que canta la gran victoria del partido… Ahora alcanza una gran casa… ¡Un palacio! Las llamas salen por las ventanas… Se extienden… Una cúpula pronto va a derrumbarse… ¡Es la cúpula del Reichstag que flamea en la noche!»

La fuente de este párrafo, asiduamente citado, parece ser Hitler et la sorcellerie de François Ribadeau Dumas (Librarie Plon, París, 1975; traducción al español, El diario secreto de los brujos de Hitler, Ediciones Martínez Roca, Barcelona, 1980). Se trata de una reconstrucción y es una texto más poético que testimonial. Pese a esta distancia, vale preguntarse ¿la predicción del fuego en el Reichstag es el principio del fin de la historia de Hanussen? “Todo indica –dice Gordon– que Hanussen estuvo involucrado de alguna manera o, por lo menos, no podía no saber al respecto. También se puede creer en clarividencia, cosa que yo no hago. La otra historia es por qué lo mataron. En mi opinión, sabía demasiado.”

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Gordon prestigia a su personaje. Primero, da por sentado que fueron los nazis los que prepararon el atentado. Y al aceptar que Hanussen estaba enterado del supuesto complot insinúa que no pudo resistir la tentación de usar esa información, netamente política, para su show. De esa manera, su ambición como artista, la entrega a su público y al espectáculo, le habrían costado la vida. El magnetismo del fuego, de ese fuego, lo habría arruinado.

Descartando la clarividencia, impacta imaginar que el vidente escuchó algo en alguna reunión o de alguno de sus confidentes, y lo usó en su acto. Por otra parte, se sabía que los nazis eran recelosos a un punto máximo. Cualquier cosa que les sonara a traición o deslealtad era castigada. Primero el castigo, después la investigación.

Hay, por supuesto, otras teorías que incluyen sospechas, bastante poco fundadas, de que el vidente tenía filmaciones caseras con orgías homosexuales protagonizadas por miembros de la SA o que trabajaba para los servicios de inteligencia británicos. Otras versiones, recogidas por Gordon, dicen que Hanussen no entró en trance para realizar el vaticino, sino que hipnotizó a una conocida actriz checa, Maria Paudler (1903-1990), y fue ella la que tuvo la visión. También en algún momento se deja tentar por la hipótesis de que el mago habría hipnotizado en secreto al mismo Van Der Lubbe para que iniciara el fuego, aunque no se termina de precisar si fue o no a pedido de los nazis. Sea cuál sea la historia que se crea, todo parece indicar que Hanussen murió por asumir un extraño riesgo artístico entrelazado con el ascenso político del nazismo. Y más allá de cómo se cuente esta parte de la historia, después de la visión todo comenzó a derrumbarse para el vidente. El Führer le retiró su favor y sus enemigos personales se pusieron en marcha. El formidable Palacio del Ocultismo, donde hacía sus presentaciones, fue clausurado, y sus reuniones y conferencias fueron prohibidas. Algunos de sus discípulos desaparecieron. Hanussen reaccionó mal y, en el número de marzo del Hanussen Wochenschau, una de sus revistas, publicó la descarga que incluía la predicción del fuego.

La noche del 24 de marzo de 1933, después de cambiar de domicilio varias veces por cuestiones de seguridad, Hanussen fue detenido por la Gestapo. Ahí la historia se enturbia en un contexto caótico. La nazismo había llegado al poder y había conseguido reducir al Partido Comunista. Mientras las SA se emborrachaban en las tabernas del sur de Alemania, miles de intelectuales y políticos escapaban al exilio. Gordon dice que la detención se produjo en la entrada del Scala, mientras el público era informado de que el mago no actuaría debido a una crisis nerviosa. Unos días más tarde, el Volkischer Beobachter, en su edición del 8 de abril de 1933, insertaba una pequeña nota. En las afueras de Berlín, entre Baruth y Neuhrof, en un pequeño bosque de pinos, un grupo de leñadores acababa de descubrir el cadáver de un desconocido, parcialmente devorado por animales salvajes. La identificación judicial presumía que el cuerpo había pasado una semana al sereno. Ningún documento permitía su identificación. Dos días más tarde, un empleado de Hanussen confirmaba que se trataba de su patrón y, aunque el informe del forense señalaba que el cadáver había sido baleado, la policía estableció que se trataba de un suicidio. Luego, su famosa biblioteca de temas ocultos fue confiscada y nunca más se supo de ella. Sintomáticamente, al mismo tiempo, la mayor parte de las editoriales de astrología y ocultismo cerraron sus puertas. El famoso almanaque esotérico de Elsbeth Ebertin dejó de aparecer. Sólo sobrevivieron algunos periódicos anodinos del estilo “horóscopo del día.” En un rumor de tono épico se dice que, con tinta invisible, Hanussen llegó a escribirle a un amigo antes de morir: “Siempre pensé que el asunto de los judíos era solamente un truco electoral. No lo era.”

Hanussen publicó varios libros, entre ellos, una exitosa autobiografía titulada Las líneas de mi vida, donde se defendía de ataques políticos y rebatía las acusaciones de nazi y charlatán. En un sitio italiano de venta de libros, se ofrece un Manuale di Lettura del Pensiero. La descripción del libro dice: “Divenuto famoso per le sue doti di chiaroveggente e per la sua capacità di leggere il pensiero, Hanussen scrisse quest’opera per spiegare in 12 lezioni le tecniche di lettura del pensiero. Integrando il suo talento naturale con una cultura psicologico-scientifica, l’autore espone metodi, tecniche e trucchi che comprendono telepatia, ipnosi, rabdomanzia e radiestesia.”

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Después de la guerra, se hicieron varias películas con Hanussen como inspiración o protagonista. IMDB consigna una de 1955. En el 2001, Werner Herzog estrenó Invincible donde Tim Roth interpretaba al vidente en una versión libre de los “hechos históricos.” Pero en 1988 y a meses de la caída del muro de Berlín, se estrenó Hanussen, coproducción húngaro-alemana dirigida por Itsván Szabó. Basándose supuestamente en la autobiografía del vidente, Szabó toma de entrada dos decisiones importantes sobre las que se va a desarrollar todo el film. Primero, los poderes de Hanussen son reales. Segundo, Hanussen no apoya, por lo menos a conciencia, al partido nazi. La versión de Szabó, entonces, presenta a un vidente sensible, melancólico, víctima de la coyuntura política.

Las primeras escenas de la película muestran una línea de soldados en las trincheras de la Primera Guerra mundial. Durante un avance, Hanussen, que todavía se llama Klaus Schneider, es herido en la cabeza. En el hospital de campaña donde se recupera, traba amistad con un doctor húngaro, freudiano y judío. Luego, en ese mismo lugar, convencerá a un suicida, agotado de guerra y miseria, para que no detone una granada que lleva oculta entre sus ropas. Revelados sus hipnóticos poderes, el doctor le da contención y le promete su ayuda. Mientras trabaja en la construcción de un cementerio de campaña, el vidente ya recuperado de su herida conoce a un capitán que será su representante. La guerra termina y en un tren hacia Praga, Klaus Schneider cambia su nombre. Praga se rinde ante sus poderes. Hanussen seduce a público y mujeres por igual. Sin embargo, cuestionado por las autoridades, emigra a Berlín donde también conquista a la prensa e ingresa a los círculos más exclusivos de la elite alemana de entreguerras.

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Aunque durante toda la película el vidente se declara ajeno a la política, cuando se presenta no puede hacer otra cosa que predecir un futuro nazi. Sus profecías son imparciales. En una escena le piden que diga quién será el próximo canciller de Alemania y él se niega. Cuando termina cediendo ante la presión, lo acusan de transformarse en “el propagandista de Hitler.” Él avisa que “ese odio puede convertirse en armas en manos de un demagogo”, pero, por supuesto, sus palabras son tomadas como proselitismo.

Aunque un tal Stephen Lemons critica la falta del elemento judío en la composición del personaje («starring Klaus Maria Brandauer in the strangely aryanized title role»), el tratamiento que da Szabó a la Alemania pre-nazi y al nazismo mismo, lejos de la obviedad y el efectismo, resulta convincente, incluso sutil. La película no abusa de símbolos, no hay disfraces ni exabruptos. En un momento, con música de Wagner, los espectadores aplauden un film de propaganda donde aparece, por única vez, de forma lateral, la imagen de Hitler. La historia política se mueve por atrás de lo que vemos. En este sentido la película, más allá de los también excelentemente retratados poderes del vidente, es de neto corte realista. Eso sí, las opciones tomadas por Szabó contradicen las comprobadas relaciones de Hanussen con los líderes del nacionalsocialismo. Quizás el mejor ejemplo sea el encuentro con la cineasta del Reich. En una fiesta, una mujer rubia, vestida de hombre y peinada a la gomina, se presenta ante Hanussen como Henni Stahl y le da concejos para utilizar mejor la iluminación del escenario. “La luz es un gran mago” le dice y luego lo cita para una serie de fotos. «Henni Stahl» es, sin duda, una apócope anagramático de Leni Riefenstahl. Las sugestivas posturas con las que Hanussen posa para ella luego serán adoptadas por el mismo Hitler cuando le toque aparecer en la prensa. Por supuesto, al descubrir el engaño el Hanussen de Szabó se indigna. Sin embargo, la influencia y, más aún, la colaboración con Hitler, son verosímiles y hasta probables. “En el entorno de Hitler se murmuraba que Hanussen lo había ayudado a perfeccionar el poder de seducción que ejercía sobre las masas durante sus mítines políticos» dice Philippe Ilial en su ensayo Hitler et les sociétés secrètes. (También inspirado en el ya citado Hitler et la sorcellerie de François Ribadeau-Dumas.)

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Sobre el final de la película, el incendio del Reichstag acelera el desenlace. Mientras se organiza la detención de Hanussen, un burócrata habla por teléfono y evidencia la responsabilidad de los nazis. “Para que teman los ajenos, golpea a los tuyos” se escucha, en un anticipo de La noche de los cuchillos largos. La película de Szabó es casi una novela de aprendizaje, la historia de cómo un veterano de la Gran Guerra se vuelve un importante e influyente artista y luego cae en desgracia. El espectador se identifica con él y su muerte a manos de los SA se presenta como un final trágico. Esta versión, por lo tanto, lo dijimos, muestra un Hanussen víctima antes que cómplice. La confrontación de la película con otras fuentes demuestra que es la política el tema central de su historia, y no tanto la clarividencia.

Contra la idea de que los bandos podrían dividirse entre creyentes en sus poderes y detractores que lo tildan de charlatán, el nazismo funciona como catalizador y entonces tenemos la versión del arribista y la versión de la víctima. Los poderes de Hanussen, que si son dudosos en el plano de lo mágico indudablemente existieron y rindieron sus frutos en el espectáculo, quedan subordinados a cómo se mire su relación con el nazismo, que, una vez más, resulta un potente generador de historias.

Vuelvo a un fragmento del libro de Gordon:

“Hanussen no se veía. Después, escondido en alguna parte del lugar, un órgano empezó a tocar música de Wagner. Las luces disminuyeron su intensidad y las que se encendieron irradiaban un cono de luz sobre el centro del escenario. Lentamente el escenario comenzó a moverse. En el centro, dos paneles se desplazaban mostrando una apertura. De esta apertura surgió majestuosamente un trono. Sobre ese asiento de ébano estaba Hanussen, envuelto en ropas de color escarlata. En sus manos tenía un enorme cristal que despedía reflejos de color, su cara se iluminaba con una expresión alucinada. […] Hanussen empezó a hablar y parecía que su profunda voz llegaba al público desde las paredes. […] Predijo el baño de sangre que sufriría Europa y la guerra contra Inglaterra y América».

Un vidente, por más charlatán que sea o incluso por eso mismo, no puede ser otra cosa que enemigo de cualquier totalitarismo. Hanussen decía dominar la hipnosis, el tiempo y la astrología. Predijo el nazismo en el poder, anunció la guerra, pero ¿vio las tierras arrasadas del final, vio las ruinas, los escombros, el tan cuestionado suicido del Führer? ¿Vio Stalingrado, vio a Rommel en el desierto? ¿Se transportó a los campos antes, durante y después de las ejecuciones masivas? ¿Viajó de forma astral a esos lugares que nadie debería ver nunca? ¿Recordó el hambre de las trincheras de la Gran Guerra al palpar con la mente los cuerpos desnutridos de las víctimas marcadas? ¿Estuvo en el desembarco de los aliados en Italia? ¿Adivinó la muerte de Patton? Hay veces en que solo el ridículo parece tener las respuestas. Y entonces ya no es tan ridículo.

Por su origen judío, su halo de actor de varieté y su confuso final, Hanussen nunca entusiasmó a los cultores del nazismo mágico, la ariosofía y los desprendimientos bastardos de la Sociedad de Thule. Sin embargo, a partir de los años cincuenta, la relación entre el nazismo paranoide y las “ciencias paranormales” regresó con una actividad y una presencia que se extiende hasta el día de hoy. ¿Por qué?

En la tensión entre lo racional y lo irracional se juega bastante de nuestra lectura actual del nazismo. Al parecer un tal Otto Strasser dijo una vez: “Hitler, Hess y Goebbels, eran incapaces de llevar a cabo una decisión política, sin consultar con sus astrólogos y videntes.” ¿Qué nos está diciendo esa frase? ¿Hay consuelo en ella si decidimos creerla? Los asesinos no eran racionales, estaban alunados y se extraviaban en cartas astrales y boberías. Para nosotros queda entonces el lugar seco y prolijo de la razón. ¿Mientras nos mantengamos lejos lejos de las brujas, estaremos en el orden, aislados de las tentaciones de la masacre? Así las cosas, nuestra lectura del nazismo puede ser esotérica y, sin duda, hay algo autoritario en la astrología. Pero de fondo lo que buscamos es excusar nuestra violencia humana, nuestra innata torpeza criminal. Sabemos que la modernidad produce estos monstruos e intentamos que los planetas y los astros carguen con la culpa. Nos sirve pensar el nazismo como irracional, cuando en eso es apenas una parte. En el centro del atractivo nazismo mágico, entonces, están las mecánicas contradicciones del capitalismo extremo que hoy son la contradicciones del único sistema económico que el hombre puede ofrecer.

En Los libros del Gran Dictador, Timothy W. Ryback examina a biblioteca de Hitler. Con prolijidad y paciencia va siguiendo los pasos de los libros y las colecciones que los aliados rescataron, hurtaron o confiscaron del bunker final y también de diferentes bóvedas y despachos. El libro de Ryback, no podía ser de otra manera, es mucho libros, pero también, como promete en la bajada de su tapa, “Las lecturas que moldearon la vida y las ideologías de Adolf Hitler”. En el detallado itinerario mental que es Los libros del Gran Dictador, se le dedica todo un capítulo a nuestro tema. Después de reseñar y citar libros de filosofía, astrología, cristianismo y catolicismo, Ryback concluye:

En todas estas ideas advertimos al menos una parte del núcleo esencial de Hitler. Así pues, lo que proveyó la justificación de una mendacidad diluida, calculadora y matona no fue la destilación de las filosofías de Schopenhauer y Nietzsche, sino una teoría improvisada a partir de libros baratos y tendencioso sobre esoterismo.”

¿Sí o no? ¿Los filósofos versus lo barato y tendencioso? Es limpio y muy conveniente pensar que Schopenhauer y Nietzsche, más allá de sus locuras, no tuvieron nada que ver con Hitler y que “el mal” se originó en materiales anónimos no del todo identificados. En la otra mano, Nicolás Gonzalez Varela presentó pruebas contundentes de lo contrario en su prolijo, recomendable y muy documentado en su ensayo Nietzsche contra la democracia (Montesinos, 2010).

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En Las oscuras raíces del nazismo, lo mejor que se escribió sobre el tema, Nicholas Goodrick-Clarke demostró que existió unión entre esoterismo y nacionalsocialismo, pero que, pese a nuestro morbo, a nuestro interés en que eso ocurriera en “otra dimensión”, de que eso sea menos humano, más demoníaco, las cosas siempre terminan quedando de este lado de la modernidad. Del libro –exhaustivo, inspirado, analítico y preciso– elijo citar este fragmento:

En Mein Kampf, Hitler denunció a los goliardos völkisch y a los fanáticos devotos como luchadores ineficaces en la batalla por la salvación de Alemania y mostró todo su desprecio ante el amor de aquellos por las investigaciones anticuarias y el ceremonial. (…) En cualquiera de los casos, este arranque presupone claramente el desdén de Hitler hacia los círculos conspirativos y los estudios ocultistas, y su preferencia por un activismo directo. Seguramente Hitler estaba influido por el milenarismo y los motivos maniqueos de la ariosofía, pero su descripción de una edad dorada prehistórica, de un sacerdocio gnóstico y de una herencia secreta de reliquias y reglas no tenía cabida en su imaginación política y cultural.”

Las oscuras raíces del nazismo resulta, como traducción, ligeramente más arrebatada que The Ocult Roots of Nazisme: Secret Aryan Cults and their influence on Nazi Ideology, el título original del libro en inglés. No es lo mismo “oculto” que “oscuro”, desde ya. Puede verse ahí, forzando un poco la lectura, el dominio que ejerce aún la estética del pastiche, su capacidad de síntesis y su lógica de mercado frente a la precisión del mundo académico y sus satélites. El “pastiche”, entonces, el Efecto Readears Digest, para ponerle un nombre, parece ser la clave de algo, aunque no de todo. Si Platón alguna vez se preguntó por la forma de la basura, la respuesta sobre qué es, cómo son, hasta dónde llegan los contornos de este “pastiche” resulta compleja. No existe la civilización sin vertedero. Los romanos lo entendieron y nos legaron grandes cloacas y elevados acueductos como símbolo imperial. Su gran mérito fue darle forma a una vertiente humana, milenaria y continua, compuesta de una entrada cristalina y una salida de aguas servidas. (¿Y quién de nosotros le dará forma a Internet?) Digamos entonces que este pastiche se posiciona ligeramente corrido del humanismo, algo desbocado, aglutinante, desprolijo, consumible, descartable, eficiente, y su nacimiento se fija con bastante precisión a principios del siglo XX. Agrego como última coicidencia que la revista Reader’s Digest empezó a circular en 1922, cuando Hanussen comenzaba a hacerse conocido en Praga.

Robert Arlt, que se educó leyendo esos materiales y luego los reivindicó, también se detuvo en Hanussen. Escribió –sin estar ahí– una crónica sobre su asesinato, titulada “1939 en el Horóscopo de Hitler”, que salió publicada en El Nacional de México el 17 de octubre de 1939 y en El Mundo de Buenos Aires el 10 de septiembre de 1939. Volvió sobre el vidente, muy poco tiempo antes de morir, en el artículo “Tierras fecundas para el ocultismo”, publicado el 26 de mayo de 1941 también en El Mundo. Arlt comprendió rápido la relación entre “lo oculto” y la manipulación, entre la secta y la política, entre el pastiche, la narración y la cultura de masas, y este descubrimiento lo acompañó a lo largo de toda su obra. Desde La ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires, uno de sus primeros trabajos conocidos, publicado hacia principios de la década del 20, hasta sus últimos cuentos cargados de exotismo, Arlt testifica una amplia erudición sobre el tema. Pese a estos conocimientos bibliográficos, pese a sus aguafuertes y su periodismo, entiendo que su mejor astrólogo aparece en una novela ominosa y alucinada, dictaminado una arenga bestial, precisa y profética: “No sé si nuestra sociedad será bolchevique o fascistas. A veces me inclino a creer que lo mejor que se puede hacer es preparar una ensalada rusa que ni Dios la entienda. Creo que no se me puede pedir más sinceridad en este momento.”///PACO