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Por Nicolás Mavrakis

El de los zombies es uno de los poco géneros cinematográficos -y literarios– en el que la lógica del spoiler revela su verdadera inmadurez. En pocas palabras, lo que interesa de la narración zombie no es otra cosa que la representación de un miedo contenido en el presente que se proyecta en un futuro donde está ya fuera de toda contención. Nada más que eso. Y todas las narraciones sobre zombies -las interesantes, al menos- terminan igual: el miedo es vencido, el orden es reestablecido, los zombies son derrotados, la Humanidad prevalece.

Guerra Mundial Z no es ninguna excepción. El spoiler argumental funciona absorbido por las reglas mismas del género (tal vez porque las series de televisión son posteriores al género zombie y trabajan sobre modos de contemplación estética menos sofisticados no se puede contar, en cambio, que Tywin Lannister es asesinado por su hijo Tyrion sin ensuciarse las manos con la mancha humana del spoiler. Por otro lado, la obra de William Shakespeare ha sobrevivido siglos de spoilers y por curioso que parezca hay críticos que aún la consideran valiosa).

Max Brooks, el autor de Guerra Mundial Z, el «best-seller instantáneo en The New York Times«, menciona al pasar una cuestión: el factor humano (y se lo agradece a su padre Mel, que contamina la novela con la herencia de su humor: «Cuando se piensa en la CIA, lo primero que seguramente se imagina son dos de nuestros mitos más populares y perdurables. El primero es que nuestra misión es analizar el mundo entero en busca de cualquier posible amenaza a los Estados Unidos, y el segundo es que tenemos el poder suficiente para hacer lo primero»). La pregunta por el factor zombie es irrelevante por omnívora: todo lo que representa la cesión de lo vivo ante lo muerto es factor zombie. Pienso en zombies y pienso en usuarios de Twitter y en novelistas y en empleados públicos y en libreros y en jams de poesía y en el sueño de la autoridad periodística y en el catálogo de Eterna Cadencia y la lista podría seguir hasta apilar la suficiente cantidad de zombies como para rozar las aspas de un helicóptero. (Escuché una conversación entre críticos de cine -«ahora curro con una página web», dijo uno- y pensé en zombies y vi a Guillermo Cóppola merodeando la sala de la proyección y pensé en zombies).

El factor zombie es -no veo otra estructura que esta- un ánimo de acción plástico y omnicomprensivo que propone la errancia de lo muerto entre lo vivo y el miedo de que lo muerto pueda volver desde el más allá a contaminar lo vivo. (Se podría leer esa dinámica entre el factor zombie y el factor humano incluso en La Ilíada, en la que los dioses deambulan más o menos escondidos entre los vivos para contaminar su mundo con éxitos y con derrotas. Al final, los hombres se las arreglan para evadir los caprichos del Olimpo y en La Odisea todo quedará ya en manos del ingenio mortal de Ulises).

Entre la literatura y el cine la transposición también propone un juego entre lo vivo y lo muerto y el resultado no es precisamente el que cualquier consideraría evidente. La novela Guerra Mundial Z -como  La Ilíada misma antes de Homero- se propone como una «historia oral» y Max Brooks trabaja la forma oral de esa narración como un collage de espacios y voces que «renuncian al lujo de la perspectiva» -dice el antologador de los testimonios- a tal punto que «si debe eliminarse algún factor humano, que sea el mío».

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Sin un personaje central, sin un argumento que construya una cohesión narrativa, sin historias secundarias, Guerra Mundial Z es una novela imposible de filmar excepto -uno presume- como un falso documental. La respuesta de la película Guerra Mundial Z a esa cuestión es una sola y es elocuente: Brad Pitt.

Brad Pitt es el factor humano (aunque uno no puede evitar pensar que se trata de un hombre cuya esposa es Angelina Jolie y que Angelina Jolie acaba de hacerse una mastectomía doble): es el padre, es el marido, es el luchador, es el ingenioso y el salvador de la Humanidad. Y cuando corta la mano de un cuchillazo a una soldado israelí y cuando adopta a un pequeño latino al borde de la muerte por la estupidez latina de sus padres, Brad Pitt es aún más ese factor humano.

No hay más que decir excepto que una buena novela sobre zombies se transforma en una película más sobre zombies, y no es tanto una pena por una buena novela como una posibilidad de que la legitimidad plena de Hollywood -encarnada también en el dinero como productor de Brad Pitt- sirva para mejores futuras películas -aunque está aquella con Dennis Hopper- sobre zombies.

Que un género de clase B se vuelva first class -aunque sin el gore que permiten los cuerpos muertos, y eso sí es una pena- cuando la industria cinematográfica misma se derrumba, es la clase de spoiler con el que debería tratar en serio la crítica de cine. Guerra Mundial Z es probablemente la película de zombies con el presupuesto más caro de la historia del género, cumple todos los tópicos, no es ni de lejos la mejor -que debe ser, sacando las de George Romero, esa donde está Bill Murray- y lleva escondido algunos buenos chistes de la dinastía Brooks. El mejor, sin dudas, se desata cuando israelíes y palestinos fraternizan a las puertas del apocalipsis zombie en el corazón de al-Quds y comienzan a cantar. No voy a contar que toda esa fuerza y toda esa alegría se convierte en un estruendo de sincretismo que atrae a los zombies hasta Israel y la arrasan porque sería un spoiler más.