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Flores robadas cuarenta años después

Jorge Asís es el primero en aceptar que el principal obstáculo para el pleno reconocimiento de su literatura es, todavía, el propio Jorge Asís. Y en parte, esto se debe a que mucho de lo que se oye, se ve y se dice alrededor de su figura genera las distorsiones suficientes para que algunos, influenciables, duden antes de llegar por sí mismos a lo que Asís escribe. Pero esta mezcla incómoda entre el autor y la obra tampoco es un accidente. De hecho, es la cuestión central desde el inicio mismo de la historia, cuando como un joven simpatizante del Partido Comunista, en 1971, publicó los cuentos de La manifestación, donde la insurrección de su literatura ya resultaba mucho más vital (y verdadera y conflictiva) que la disciplina militante. En tal caso, la premisa era clara: se tratara de la política, el periodismo o el mercado, tres de las más grandes (y tan voraces como, a veces, solidarias entre sí) maquinarias discursivas del siglo XX, el escritor apostaba todo a ser él quien las narrase a ellas antes de que ellas lo narraran a él.

Publicada hace ya cuarenta años, Flores robadas en los jardines de Quilmes sigue siendo la pieza clave de este “estado permanente de disidencia” sobre el que Asís construyó su camino para convertirse en el más grande novelista de su generación. Pero para entender este recorrido, conviene explicar con cuidado la larga red de alianzas y traiciones que van desde la picaresca barrial en Villa Domínico hasta la infiltración en la susceptible calle Corrientes, un ida y vuelta que con algunas intrépidas escalas en la gran política nacional y en la diplomacia internacional, le permitieron a Asís ficcionalizarse sin reparos a sí mismo tanto como ficcionalizar sin permiso a los demás, siempre con el horizonte de mantenerse honesto únicamente a su apuesta.

Tal vez la primera paradoja sea que discutida, glorificada o bastardeada, Flores robadas en los jardines de Quilmes inauguró uno de los proyectos literarios más ambiciosos de las últimas décadas: contar a través de una trilogía (que se completa con las novelas Carne picada y Canguros, que Asís asegura haber escrito en simultáneo entre 1975 y 1978) no solo la experiencia arrasadora y en tiempo real del Proceso sobre la sociedad política y civil, sino también sobre la conciencia singular (“autobiográfica”, se podría decir aún contra los reparos del narrador) de quienes habiéndose proyectado poco antes como las voces proféticas de un efervescente tiempo de cambios, de repente se encontraron luchando consigo mismos para no abandonarse al tono derrotado de la voces apocalípticas en las que serían forzados a subsistir, en algunos otros casos literarios, hasta hoy.

Un dato clave es el éxito: en 1980, esta novela convirtió a Asís en un repentino best-seller con catorce ediciones y más de 300.000 ejemplares vendidos, por lo que el salto abrupto entre la prohibición por parte del gobierno militar de la novela de 1972 Don Abdel Salim, el burlador de Domínico y la nueva posibilidad de publicar incluso en España, catalizó acusaciones y envidias algo más allá de los circuitos culturales. Sin duda, la más dañina fue la que intentó catalogar a Asís, ya durante el retorno de la democracia, como “el best-seller de la dictadura”, una etiqueta tan inconsecuente con la alusión directa a la desaparición forzosa del escritor Haroldo Conti en la dedicatoria (“¿in memoriam?”), como ciega a una trama que avanza tanto por las heridas de la generación setentista como por las incongruencias del sistema político militar del Proceso cuando este aún estaba en vigencia.

Sobre este trasfondo de golpes y contragolpes, sin embargo, Flores robadas en los jardines de Quilmes revela mejor que cualquier otra historia de Rodolfo Zalim (su alter ego literario) la lógica de la literatura de Asís: sin una astuta alianza temporal con la industria cultural de su época (Asís publicaba las comentadas aguafuertes de Oberdán Rocamora en Clarín) y sin el reconocimiento masivo del mercado literario (al que “renunciaría” al sacar de circulación sus libros en 1989), ¿habría sido posible burlar la censura y el miedo para contar antes y mejor que nadie lo que estaba a la vista de todos? A la distancia, ni los riesgos ni las recompensas aplacaron el ánimo de su juego, y a partir de ahí, la apuesta sólo empezaría a subir. La prueba definitiva es Diario de la Argentina, la otra gran novela de Asís, con la que unos pocos años después volvería a quemar en nombre de la verdad de su literatura los puentes sobre los que había cruzado una parte de su propia vida.

Por su lado, para Flores robadas en los jardines de Quilmes, probablemente no hay otro homenaje que aceptar que la fuerza creativa que la hizo posible sigue tan vigente como la incertidumbre, la excitación y el ánimo de confusa (y a veces melancólica) superación que surcan sus protagonistas, Rodolfo y Samantha, mientras piensan un futuro posible. En lo que respecta a Asís, la profecía escrita en la novela está cumplida: “Creo que si aguanto hasta los setenta años, y sigo publicando mis porquerías, jodiéndolos, a la larga me van a tener que descubrir, que aceptar, poner como ejemplo”////PACO

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