Entrevista


Félix Bruzzone: «Hay en la novela una voluntad del personaje de ir al fondo de ese infierno»

Félix Bruzzone huye de su literatura corriendo descalzo, casi franciscano, como Fleje, el personaje de su última novela Campo de mayo. En su carrera arroja sentidos y se despoja del peso que lo complica alejarse, siempre un poco más, en la persecución en la que, también, además, él es el perseguidor. Sus incursiones teatrales trazan un círculo que, aún no prefiriendo la palabra, podría decírsele performático. El círculo rodea el interrogante vital, que el autor legitima con su propia biografía y que por eso parece inagotable. Porque otra vez, y está bien que así sea, Bruzzone vuelve sobre su objeto saturado: los hijos de desaparecidos. “La anécdota es curiosa y, una vez contada, solo queda repetirla mil veces y en cualquier orden”, comienza Campo

El movimiento de Bruzzone es, desde siempre, complejo; la provocación, se creerá distraídamente, mueve el punch comercial de una figura como la del escritor-piletero. Y su tema, los hijos de desaparecidos, hace rato saturó su intimidad y ha sido sustraído -o más violentamente: fue cooptado- por el Estado; pero también súbitamente golpeado, discutido, y una fría grasa militante de escritores e intelectuales de una derecha más o menos pertrechada se animaron a decir que “los 30.000” son un número convencional. Algunos son negacionistas. Campo de mayo se escribe y su fantasía política opera durante el macrismo, leído ya en clave de derrota trágica. Campo de Mayo no es la ESMA: aún siguen operando las fuerzas armadas. Quizás por eso este es un libro delirante, pero sobre todo cruel, frío, tenaz. Incluso locamente regimentado: el terreno, propiedad del Estado y las FF.AA., es donde la disciplina rígida del aeróbico Fleje se compara con la gramática de la tortura, a la que el propio personaje, redentor, se somete: “(…) Fleje se pregunta si acaso no son lo mismo (o al menos si no son cosas significativamente similares) las torturas y vejaciones que sufrieron todos esos hombres, mujeres y niños en los campos de exterminio (…) que el martirio al que él mismo se somete, en el mismo lugar, ahora que corre si detenerse”. Más que una provocación parece una advertencia, pues el militar es un sujeto vivo de la novela que persigue y es un obstáculo en la búsqueda de su propia madre por la guarnición militar; la madre, incluso, podría estar viva. Todo es latencia, todo está por verse. Sobre ese quiebre transcurre, se lee, la novela del autor de Barrefondo.

No es lo de Bruzzone una búsqueda especialmente politizada (no así, por otro lado, su reciente puesta teatral Cuarto Intermedio (guía práctica para juicios de lesa humanidad); lo sano en él es que el mito aparece como fuerza viva y no como estampa moral. La política en Bruzzone es un reflejo natural del tópico, de nuevo, estatizado. Su abroquelamiento temático obedece menos a la demanda que al cruce traumático que el autor vierte productivamente sobre un trabajo con los géneros, desde el realismo entrecomillado de 76 a la ciencia ficción de Las chanchas. Campo de mayo vibra con un diapasón más esquivo, pero más sutil, de lucidez sarcástica, más cercano al exitoso Los topos, que abandona la trama hasta donde se puede: la política fija el terreno, y quizás nada más. Sobre ello: la familia, el amor, el erotismo. En el país militante, Félix Bruzzone ensaya una forma de la mitología política argentina. Gusta lo que señala el escritor Carlos Gamerro en la solapa del libro: “Kafka entra a Campo de Mayo y se quedo mudo”. Fleje no habla pero no para de moverse, abandonando su propia familia. Y cierra Bruzzone aquel primer párrafo: “Pero lo cierto es que ni el propio Fleje, siquiera al correr, podría ser tan directo y contundente. Lo directo, lo contundente, es la anécdota:”. Lo contundente, parece, es lo esquivo, y allá va de nuevo, corriendo.

Campo de Mayo es el terreno de una fábula política muy particular. ¿Qué productividad encontraste en un territorio denso?

El lugar, por muchas cosas, es un gran enigma, y entonces ofrece la posibilidad de hacerle todo tipo de preguntas. Desde las más zonzas hasta las más profundas. Pero… ¿alguien quiere interrogarlo?, ¿o es Campo de Mayo el que nos interroga? Para responder a la primera pregunta podemos conversar, por ejemplo, con la gente de la UNGS que trabaja sobre eso. O con los diferentes actores de los juicios de lesa humanidad que se llevaron y se llevan adelante sobre los hechos ocurridos ahí adentro. 

En mi caso, si bien trabajé preguntándome bastantes cosas sobre Campo de Mayo (lo hice estando muy atento a la vida que se da en las inmediaciones, estando atento a qué le pasa a la gente que vive cerca de ese lugar, preguntándoles cosas a los vecinos, casi siempre preguntas más bien de las zonzas, las que llevan a una mirada un poco absurda de lo real), me preocupé más de la segunda pregunta. O sea: prioricé qué preguntas me hace Campo de Mayo a mí. No desde un lugar de víctima, como  todas esas víctimas de Campo de Mayo que ya fueron sometidas a interrogatorios ahí adentro en el pasado, sino como una especie de viajero del tiempo que, a partir de la energía que surge de ese lugar, busca dar respuestas sobre sí mismo tratando de ver esa zona como si esta estuviera construida (o disuelta) al mismo tiempo en el pasado y en el presente. Lo que en un principio iba a ser un trabajo de ir a preguntarle cosas a los demás, un intento de relato colectivo sobre Campo de Mayo, terminó siendo un relato de cómo Campo de Mayo late adentro de mi corazón.

En tus recientes intervenciones teatrales la política, aún con mediaciones, aparece como una voluntad mucho más explícita que en la novela, pese a demarcar un terreno: el tema lo exige. ¿Cómo interviene la política en tu escritura, hoy?

La política siempre intervino fuertemente en mis producciones. En todas. Siempre estuvo muy explícita, e incluso explicitada muy voluntariamente. Confieso que nunca tuve un control sobre el sentido de eso, pero sí sé que yo era muy consciente de que algún sentido (o varios) se estaban produciendo. Ahora no es tan diferente. Ahora quizá tengo un poco más claros algunos de esos sentidos que ya se produjeron, pero sigo sin tener control sobre los nuevos. Pero respondiendo puntualmente a la pregunta, veo que en el teatro es más fácil interpelar al otro en forma directa, sin tanto rodeo. Incomodar de una. Más ahora, donde la posibilidad de hacer obras performáticas es más factible. Es mucho más difícil levantarse de la butaca que dejar un libro por la mitad. Eso se ve muy claro en Cuarto Intermedio, una obra que hicimos con Monica Zwaig y que dirige Juan Schnitman, donde los espectadores, si se levantan de su butaca, es para participar de algo de lo que muy poca gente participa, que es un juicio de lesa humanidad. 

En relación a lo anterior, ¿hay otro pacto de lectura de tus textos en el macrismo que durante el kirchnerismo, modulan los significados de Campo de Mayo?

Campo de Mayo lo empecé a escribir en 2011. En el medio, estuvo en escena, en muchos lugares diferentes, durante años, una conferencia performática donde mostraba el proyecto y algunos de los elementos que luego estarían en la novela. Todo fue creciendo en esos años hacia varios lugares. Ahora, por ejemplo, estamos haciendo con Jony Perel un documental con muchísimo material nuevo y muchísimo del espíritu de todo este proyecto, y con grandes ideas que traen Jony y el productor, Pablo Chernov. O sea: la obra crece sola, la voy acompañando, le voy metiendo gente, la gente la hace suya, o no, o un poco. El pacto de lectura que está en mi cabeza es el de la obra abierta. Pero no abierta en cuanto a sus posibilidades de sentido solamente. Abierta también en cuanto a su forma. Porque va cambiando de forma realmente y, de golpe, algún día se va a poder ver el conjunto como una especie de laboratorio en vivo de una obra que primero fue un par de crónicas, luego una conferencia performática, luego una novela, luego un documental, luego… Y bueno, no sé en qué va a terminar. Si el kirchnerismo o el macrismo tienen algo que ver con esto yo creería que no. Principalmente porque no es una obra terminada. Y principalmente porque, muy probablemente, nunca llegue a estar terminada. Sin embargo, si tengo que pensar puntualmente en la novela, publicada en plena era del macrismo más explícito, se podría pensar en un pacto de lectura donde, en la era de los no-DDHH, un personaje, de alguna manera, es chupado por un ex Centro Clandestino de Detención. ¿Es eso revictimizante? Puede ser. Pero no deja de ser uno de los sentidos, ese. Creo que la novela tiene muchas más cosas. Hay incluso, en la novela, una voluntad del personaje de ir al fondo de ese infierno. 

¿De qué huye, además de que busca, Fleje?

Huye del malestar y de la quietud.////PACO