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Por Nicolás Mavrakis

La trilogía Nubilum de Juan Ignacio Iribarne (Buenos Aires, 1977) parte de lo más famoso de la tradición del género fantasy, donde conviven autores extranjeros como J. R. R. Tolkien y George R. R. Martin junto a autores argentinos como Liliana Bodoc y Márgara Averbach, para encontrar las vueltas de tuerca que permitan darle una continuidad también contemporánea. «El género fantasy llegó a la Argentina de la mano de relatos como El Señor de los anillos, Juego de tronos, e incluso, abriendo un poco más el espectro, podría tomarse la serie de Harry Potter. El éxito rotundo de estas sagas, tanto a nivel literario como en sus adaptaciones al cine y la televisión, han disparado el interés de una gran masa de gente que hasta el momento tomaba esa literatura como infantil. Hoy existen numerosas editoriales que han innovado en el género del fantasy con vistas a captar a ese nuevo y voraz público», explica Iribarne, que acaba de publicar con La hora de los cuervos (Urano, 2012) la última parte de su primera saga fantasy.

Como género de ficción, el fantasy apela a la magia y lo sobrenatural para establecer ambientes que oscilan entre el romanticismo medieval y las distopías políticas. En ese sentido, narrada con un lenguaje que por momentos remite al estilo mismo de las traducciones al castellano de los grandes autores anglosajones del género, la atmósfera de La hora de los cuervos habla de reinos asediados por intrigas palaciegas y militares y de mundos donde lo humano convive siempre en una relación ambigua con lo maravilloso y lo monstruoso, pero sobretodo narra un mundo donde caballeros, elfos y orcos despliegan dramas que, alrededor de una lucha común por el poder, codifican los miedos y las desconfianzas de lo familiar ante lo siniestro.

«En cuanto a mi escritura particular, no estoy tan seguro de cuánto ha absorbido de la literatura contemporánea argentina. Más bien creo que está muy influida por los distintos autores que he leído del género, como Asimov, Bradbury, Scott Card, Weis-Hickman y Robert Jordan, entre otros. Distintos son los casos de otros escritores de fantasy, jóvenes y no tan jóvenes, que me tocó leer. En algunos casos como Hechicera de relojes, de María Inés Linares, se advierte claramente la prosa típica de nuestra literatura. En otros como El último reino, de Leo Batic, hay un relato paralelo en el cual uno de los mundos utiliza el voseo y el lunfardo del castellano, y otro el español neutro al que tanto nos acostumbramos con las traducciones que nos han llegado», cuenta Iribarne.

¿Hay reglas editoriales específicas sobre cómo se debe escribir el fantasy o hay un amplio margen de libertad para hacerlo?
En realidad, dado que el fantasy suele recurrir a mundos medievales como trasfondo de sus historias, a veces es difícil salirse del estilo antiguo, neutro, para describir ese mundo que estéticamente también demanda solemnidad. En mi historia, la utilización de este lenguaje fue casi una regla obligada si pretendía que el lector recibiese ese mundo como una analogía de la Edad Media europea.

Te formaste como sonidista, como lector de ciencia ficción y finalmente como escritor de fantasy. ¿Cómo funcionó ese cruce de disciplinas y géneros?
Entré en la carrera de cine como sonidista, dado que siempre fue una rama que me fascinaba. Sin embargo suelo prestar atención a cómo trabajan los directores. En principio porque siempre pensé que en un futuro iba a dirigir, pero más tarde porque descubrí que esto me ayudaba a escribir. Si bien el cine y la literatura son dos mundos muy diferentes, lo cierto es que cuando uno pretende que un personaje diga algo, se convierte en director de actores de alguna manera. La forma de expresarse, la simplicidad del mensaje, el tono, la intención, son herramientas interesantes que uno puede tomar de un actor para luego volcarlas en sus personajes. Y en ese sentido mi carrera me ha sido provechosa.

 

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¿El éxito de los autores internacionales del fantasy dispara en los lectores un interés genuino por las producciones del género o apenas se limita a esos autores en cuestión?
Afortunadamente estamos en un momento en donde las grandes sagas de fantasy internacionales han revolucionado las librerías con las demandas de miles de lectores. Lo bueno es que estos lectores, una vez endulzados con la fantasía, quieren seguir consumiendo este tipo de literatura. Conozco personas que se leen un libro de 800 páginas en menos de una semana. Esto abre la posibilidad de que escritores como nosotros, con mucho menos publicidad y llegada que un George R. R. Martin o un Tolkien, podamos ser una opción para un público que todavía, afortunadamente cada vez menos, es reacio a un fantasy escrito por argentinos. 

¿El fantasy permite una permeabilidad entre la política real y las historias de ficción superior a la de otros géneros?
Inevitablemente al escribir uno vuelca lo que tiene adentro. Es como un recipiente que se va llenando de experiencias, enseñanzas, incluso historias, y con esas herramientas decide brindar algo. Dicho de otro modo, un libro es una porción del mundo interno del autor. Viviendo en Argentina ya desde hace 36 años, por más que hable de mundos irreales, con personajes más irreales aún, es inevitable que allí no exista más que una metáfora del mundo que veo cada día cuando me levanto. Cuando escribo trato de transmitir una idea. Y esa idea no puede haberse concebido en ningún otro lugar más que en éste ////PACO