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Eva según Aurora Venturini, una hipótesis sobre el peronismo

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En la casa del mayor Arancibia me abandonaron, soledad.

Aurora Venturini

Decir que un libro es fundamental es pretencioso y vano, cuanto menos, porque implica un listado de cuáles también lo son, para quiénes y cuándo. Decir que Aurora Venturini es una escritora secreta, milagrosa y que te hace tanto bien como daño por su hondura y estilo, por lo tanto, es un lugar común. Sin embargo, Aurora es una droga pesada. Recordar que su primer premio importante lo ganó a los 85 años no hace más que agregar singularidades que ya fueron narradas. ¿Es Aurora una especie de contrafigura de Silvina Ocampo, con el mismo o más peso literario? ¿Puedo hacer un poco de trampa o ficción para intentar explicar esta rara combinación entre historia, literatura, política y devoción que se produce en su obra? Quizás no sea necesario. A veces los hechos parecen sacados de una película de cine negro.

Canon argentino

Encuentro en común entre Aurora y Silvina la mirada infantil extrañada, la crueldad, cierta ternura a lo Patricia Highsmith, el conocimiento de las letras españolas, el romanticismo literario, las métricas y versificaciones argentinas, la solvencia económica por fuera de la literatura, una obra desarrollada casi a la sombra de otras. Encuentro, también, una mirada especial sobre el catolicismo y un amor particular a la poesía mística. Pero hay una diferencia muy importante: Aurora es peronista.

Lo que ella misma declara es que su simpatía por la doctrina peronista comenzó cuando Perón empezó a plantear las necesidades de los trabajadores como derechos, y entonces el pueblo, los jóvenes estudiantes como ella, que estudió primero filosofía y ciencias de la educación, le prestaron a ese proyecto su escucha y su militancia. Así fue como se volvió amiga personal de Eva Perón (“y les aseguro que nunca nadie me maltrató tanto, ni me quiso tanto como Eva Perón»), trabajando como asesora en el Instituto de Psicología y Reeducación del Menor donde la conoció, y después en la Fundación Eva Perón. Venturini fue docente de escuela secundaria y en 1955 se fue a Europa, donde permaneció por 25 años y conoció a Jean-Paul Sartre, Albert Camus, Simone de Beauvoir y Eugene Ionesco mientras estudiaba psicología en París. También, en ese periodo, se encontró con Perón en España y, según relata (¿realidad, ficción?), estuvo presente cuando recibió el cadáver de Eva. Atravesaron esa escena dolorosa junto a la hermana de Eva, Blanca Duarte de Álvarez Rodríguez. Pero me adelanté demasiado, disculpen.

Política y familia

Definir el peronismo no es tarea fácil. Ya es un poco difícil tratar de describir el peronismo según Aurora, así que empecemos con una definición como tal. Puesta a eso con mi hijo de trece años, me vi en un brete. Él, que se alimenta de videos de Tik Tok y YouTube, me viene con preguntas que se producen más bien en marcos ideológicos globales (izquierda y derecha, capitalismo y comunismo, y cosas así) y yo tengo que dar mil vueltas para responder. Así que intentaré hacerlo con tres o cuatro escenas propias, como hago luego con la novela Eva, Alfa y Omega de Aurora Venturini. No me considero un caso extraordinario; más bien al contrario, creo que soy un caso típico y por eso me pongo como ejemplo. Me crie con padres antiperonistas, por lo que estaba acostumbrada a oír acerca de la falta de libertad (que se veía en los manuales escolares manipulados y en los cambios de nombre de calles y ciudades), el no pronunciamiento contra el Eje en la Segunda Guerra Mundial, el paternalismo del Estado, “alpargatas sí, libros no” y cosas de ese tenor. 

En la secundaria, durante el regreso de la democracia, las hermanas Tenembaum, Alegre, Villarreal, Rogovsky y otras nos enganchamos en la recuperación del centro de estudiantes en diálogo con otros colegios secundarios de la ciudad. Se vino la época de las militancias con derechos humanos y en barrios. Íbamos a Berisso, al Barrio Obrero y la calle Nueva York. Ese fue mi primer contacto con el peronismo: había chicos de parroquias, peronismo de las bases y gente más “progresista” como nosotras, que conocimos otro mundo de ríos contaminados y abandonados donde ya no quedaban los frigoríficos prósperos sino la pobreza. Muchos jóvenes nos sentíamos llamados a actuar donde el arte, los talleres y las meriendas podían estar por encima de las diferencias. Mi hermana me enseñaba historia y la doctrina, y mi esposo tenía a su abuela, que tenía la foto de Eva de Annemarie Heinrich, ante la que lloraba sin explicación. Era una mujer que había sido castigada por la pobreza y el trabajo infantil, a la cual obligaban a arrodillarse sobre maíz para escarmentar. Eva Perón le había cambiado la vida. Yo no votaba a los peronistas en las elecciones, de todas formas. Hasta acá, poco de razón en mis argumentos. En 2010, sin embargo, vi el funeral de Néstor Kirchner por televisión. No tengo explicación para lo que me pasó. Fue, simplemente, una conmoción. Quizás mi propia tragedia personal, que en ese momento estaba en alza, haya influido. Había visto las películas de Leonardo Favio, Juan Carlos Desanzo y mucho cine argentino, claro. Pero esto era la vida misma.

En 2013 fui parte del Programa Nacional de Formación Permanente como tutora virtual. Trabajé muchísimo, fui una especie de soldado de la educación pública. Mediante ese programa, del cual yo solo fui una tutora en un módulo de uno de trece postítulos para docentes de Secundaria escrito por gente que escribe y piensa mil veces mejor que yo, y que apostaba a un futuro diferente que alcanzaba a todo el país, entré en diálogo con docentes de todas las provincias. Fui consciente de que si esos programas duraban veinte años, nuestro país realmente se iba a transformar en algo diferente, y cuando estaba exhausta pensaba que estaba siendo un humilde grano de arena en una profunda transformación. Obviamente, eso no ocurrió, porque en 2017 el programa se dio por terminado. Pero aún hoy sigo leyendo y admirando a quienes trabajaron conmigo en el PNFP y guardé sus clases (ellos saben y nosotros sabemos lo que hicimos). No tengo mucho más por decir. Esto del peronismo me entró por los ojos, luego por los huesos y, finalmente, por el intelecto. No fue fácil de aceptar, lo sé. La falta de ingenuidad, la vocación política y la doctrina fundamental del peronismo siguen pareciéndome convincentes. Humanas. Por otro lado, se discute si hay peronismo, evitismo, menemismo, kirchnerismo o albertismo, y si son la misma cosa. Que siga el baile, digo, ya se verá. El compromiso con la vida pública y ciertas militancias continúa desde los ámbitos que conozco. Y ahí es donde me parece que la hipótesis de Aurora Venturini sobre el peronismo o el evitismo, como ella dice en alguna entrevista, tiene algo de este recorrido del que me apropio. 

Advierto algo: no esperemos de Venturini una relación unívoca, simple y sin contradicciones con el peronismo. En ella se entremezclan sus afectos encontrados tanto por Eva como por Perón, como así también una mirada religiosa y una convicción inquebrantable. Aparece tanto una valoración muy positiva de la vida austera en lo económico que llevó adelante Perón como un cierto enojo respecto de su tercera esposa, a la que considera algo pequeño respecto de la estatura de Eva. La sensación de que algo se ha corrompido tanto en la política como en las formas de vida desde entonces, de cara al momento en el que escribe el libro, cerca de 2010, es algo que enuncia en algunas entrevistas. También aparecen el cariño y la tolerancia hacia los jóvenes, y por eso cuando nombra a Montoneros no asume tanto una postura crítica sino más bien un afecto en el que los lazos familiares y las ansias de transformación a lo mejor idealistas emergen. Una mujer como ella es de su tiempo, con contradicciones y marcas propias. Quien quiera encontrar otra cosa, más clara y prístina, y confirmatoria de sus propias convicciones, sin dudas se verá defraudado.

El libro

Eva, Alfa y Omega se narra a partir de tres o cuatro momentos de la vida de Eva Duarte y en tres o cuatro escenas de la narradora, que pareciera ser la misma Aurora. Estas son las escenas de Eva. Primera: Eva niña en Los Toldos: su casa, sus hermanos, su madre, su hogar sin padre legal. La vocación teatral temprana y sus vindicaciones a los descendientes indios, los mestizos, la negrada de ahí. Acá, en la voz escrita de una de sus hermanas:

“La niñez de Evita difería de las nuestras. En vez de asistir a clase regularmente, se iba a las tolderías con micrófono que le improvisó Juancito; llevaba dinero, no mucho, pero sueldos que mamá nos asignaba; compraba caramelos y factura; chocolate para la leche de los pequeños mapuches cuyos padres tenían vacas. Hacían asados al asador cuando veían a esta personita de diez, once, doce años que los entusiasmaba por la vida; difundía canciones en el autoparlante improvisado y obra de Juancito que humanizaba a los campesinos de cerámica; Eva cantaba con esa voz estridente, conocida después por el mundo entero. Bailaba. Amaba ese pueblo tristón, cansino de olvidos”. 

Segunda: Eva enamorada, dando la vida por Perón:

“Corren dos versiones acerca del encuentro que lo selló hasta la desaparición física de ella. O tal vez los unió en forma distinta, porque a su medida y manera, fallecieron juntos (…) Tuve la sensación visual, acaso fuera alucinación, de un gran aro de oro puro en torno a esa criatura extraordinaria que deslumbraba. Y no devendría ni del atuendo ni del joyel, si no de una sumisión muy suya a una increíble magnitud. Sentía alegría y pena, pues toda luz habrá de apagarse, todo verdor desaparecerá…”

Tercera: Eva sin tiempo para Perón, ni para su cáncer de útero, ni para nada más que no fuera su obra, la Fundación y los descamisados. El viaje a Madrid en tiempos de Franco, a París, luego en La Plata, con Aurora, casi sin dormir. Sus conversaciones más privadas con colaboradores próximos, siempre apurada. La lengua que tenía, como un bisturí. Acá su fluir de conciencia:

“El General… yo tengo la culpa de todo Está despegado de mí He pasado en las fundaciones todas las mañana hasta las noches me he quitado los zapatos porque los pies doloridos no me sostenían mañanas y noches he olvidado al hombre que adoro Tal vez él no sepa que lo adoro Siento que en más de una oportunidad me ha mirado con pena de ausencia me ha preguntado ¿no te quedas hoy? Le he contestado tengo que hacer no puedo perder tiempo (…) cuídalo a Perón estoy fatigada”.

Cuarta: Eva embalsamada. Custodiada, llorada, secuestrada, vejada, recobrada y finalmente, sepultada. El embalsamador Ara le dijo a Perón:

“Acá tiene el cuerpo de su esposa, intacto, con sus órganos sanos y enfermos. Luego el pueblo en caravana se disciplinó en fila y pasó a verla dormida, con sonrisa de ángel, tras el vidrio que se empañaba en lágrimas y besos. El bello cuerpo de Eva Perón quedó en la CGT, como lo había dispuesto antes del 26 de julio de 1952, a las 20.25. Desde esa fecha, la bella señora momificada durmió tranquila hasta el estallido de Plaza de Mayo en 1955”.

Después están las escenas de Aurora. Primera: Aurora conversa con Juana Ibarguren, madre de Eva, que se preocupa por la salud de su hija menor, por los rumores de Perón como putañero y persiguiendo chicas muy jóvenes, molesta por el rigor con que se trató respecto a lo mismo a su otro hijo, el hermano de Eva, Juan Duarte, que también fue acusado de despilfarro económico. También con Blanca Duarte de Álvarez Rodríguez, su hermana, que se encuentra con ella en el casino de Mar del Plata o en la confitería Ideal de Buenos Aires. Con Blanca más bien reflexionan, contemplan, analizan y se acompañan con pena y lucidez en distintos momentos. Un ejemplo:

“Doña Juana me dice: “¿Vos sabés que él tiene un romance con la tenista de apellido inglés?”

Le contesto: “Es hombre, doña Juana; la esposa, enferma.”

Doña Juana: “Anda en motoneta entre las pibas. ¿Qué te parece?”.

En realidad, no sé. nunca pude saber cómo piensa un hombre.

Digo: “Es un ídolo de la juventud.”.

Dice: “Qué ídolo, mija… ¡Es un viejo verde!”

Segunda: en Puerta de Hierro, Madrid, tomando mate con Perón. Luego, recibiendo el cadáver de Eva. Perón, al que ve casi como una sombra del pasado, desarmado, perdido una vez que Evita ya no está en su vida, maniobrado por su tercera esposa y un brujo. 

Tercera: Aurora pagando los costos de su compromiso político, negada por los mismos a quienes ayudó.

Cuarta: dando paz al cuerpo de Evita, la hierática, con un corsé que la sostiene, con ojos mapuches que atraviesan todo con fiereza, portando la desnudez que será tomada por los otros. Se presenta ante Aurora un nombre que la excede y un dolor para el que le cuesta encontrar palabras. A raíz de esto, busca ponerse en diálogo con Esa mujer, de Rodolfo Walsh, otro libro que investiga los derroteros de ese cuerpo embalsamado.

Lo que nos hace un libro

Les comparto -y elijo no decir comparto, como me dicta la Real Academia Española, pequeño desquite irrelevante- tres ideas que se me fueron cruzando por la cabeza mientras iba recorriendo estas páginas. La primera es que hay un momento en el que Perón siente celos o envidia de Eva. Aurora, la narradora, en varias oportunidades dice no entender los pensamientos de los hombres ni las ideas y formas de ser que tienen. De algún modo, elude lo que le plantean Juana o Blanca, preocupadas, como es lógico, por la salud y los sentimientos de su hija y su hermana. Lo único que se me ocurre para aclarar un poco esto es que Eva accede a una especie de unión mística -a los ojos de Aurora- que toma su vida.  

Al ser tan breve y apasionada, la existencia se concentra y condensa hacia un propósito que la ordena y la concluye. Por supuesto, lo que los otros hacen con esto (los peronistas con fe que la transforman casi en una santa, los enemigos que buscan ultrajarla como un tótem) no deja de tener relación con la doctrina peronista. Y esta doctrina, naturalmente, se le debe al general Perón en tanto estadista, pero como conocemos lo que luego la historia nos deparó, esta vida no aparece tan delineada y precisa como la de Eva.

A partir de 1955 se suceden varias crisis: proscripción del peronismo, exilio de su líder. Algunos grupos de jóvenes, a partir de 1970, toman la decisión de pasar a la lucha armada. La violencia creciente, las desavenencias internas más otros factores preparan el caldo de cultivo que finaliza en el siniestro 1976 con un golpe de Estado, ya muerto Perón. Podemos comprender las objeciones de muchas familias que absorbieron estas situaciones de pérdida y enfrentamiento asumiendo la comprensión de la doctrina. Como se ve, en política la afectividad, la emoción y la creencia nunca están por fuera de los sucesos y sus detonantes ideológicos. Pero las cosas no están tan claramente delimitadas en el decurso de las existencias. Por eso es importante aclarar que Aurora ve a Eva como santa, aunque esto no es algo que declare explícitamente. La mirada católica de Venturini es ineludible, y surca zonas que incluyen a la literatura y a la fe popular. Lo vemos en las referencias poéticas: Beatriz Portinari, la mujer que inspiró a Dante a escribir la Divina Comedia, es su seudónimo, por ejemplo.

En el documental Beatriz Portinari, de Fernando Krapp, se la puede ver a Aurora Venturini conversando con el Padre Mancuso, de la Iglesia San José. Hablan de exorcismos y de una experiencia en la que Aurora dice haber regresado de la muerte. Si no se comprende esta idea, es difícil entender qué es lo que envidiaría Perón o cualquier otro de Eva. Se la envidia porque experimenta el mayor de los goces según expresa en sus poemas, por ejemplo, San Juan de la Cruz: la unión con Dios y el mayor de los amores, el del pueblo al ser objeto de su adoración. Para quien profesa una fe, esto no es menor. Pero también por eso le requirió a Eva extremo sacrificio, coraje y entrega de sí en pos del cumplimiento de su destino.

La segunda idea es respecto de los distintos militares que se van pasando el cuerpo embalsamado a partir de 1955 hasta 1971, y sobre los que va cayendo una suerte de maldición. Asesinato “por error” de la esposa embarazada de uno de ellos, crisis psicológica de la hija de otro, alcoholismo, vejaciones, afrentas, obsesión. Le hacen de todo a ese cuerpo (romperle las sienes, ensuciarle los pies con brea, quebrarle la nariz, orinarlo, eyacular sobre él), pero no se atreven a destruirlo por completo. Desde su silencio, ni viva ni muerta, Eva les habla y su presencia opera. Se fascinan y la degradan para volver a fascinarse. Como si aconteciera un límite que no pudieran traspasar y, en cierto modo, los enloqueciera y degradara a ellos mismos. Respecto de esto, cito a Aurora:

Relataré el diálogo entre Rodolfo Walsh y el coronel Carlos E. Mooori Koening. Walsh, en sus bellas y dolorosas páginas nos refiere al coronel por su nombre. Digo en mi “Cantata” dedicada a Evita:

El teniente coronel Carlos E Mooori Koening, en su mente dislocada, la mantendrá sobre un mueble de su mansión ciudadana.

La mantendrá sujeta a cuanto rigor deseaba.

El carancho, por las noches, los maderos arañaba.

Su monstruosidad maniática con ellos se solazaba,

su impotencia onanista con ver el cuerpo se alzaba.

Desde el gran ventanal del octavo piso, la ciudad en el atardecer refleja las luces pálidas del río. El escritor desea saber dónde está esa mujer. El militar lo observa casi sin reconocerlo; está borracho perdido, en éxtasis de erotismo idiotizante. Pensar en Walsh y su hija Viki, militante montonera que se suicidó en una casa en las afueras de Buenos Aires, establece también una línea entre el cuerpo de Eva y el de Viki. Walsh, para Venturini, escribe como nadie la pesquisa por la recuperación del cadáver. Justamente un escritor que había escrito novelas policiales inspiradas en hechos históricos y que no coincidía con los ideales políticos de su hija.

Eva debe descansar en paz. Y Aurora, la autora, debe descansar de todo eso, también. Dice en una entrevista: “Este libro lo escribí porque me lo pidió el editor. No pensaba escribir sobre Eva, porque estas cosas me desgarran y prefiero no traerlas al presente. Además, yo había escrito una cosa romantizada sobre la vida de Eva, algo liviano; pero la señora no era liviana, era muy pesada, era muy difícil y extraordinaria.” Es el último libro que escribió, en 2013, a los 91 años. Eva, Alfa y Omega fue editado en 2014 por Random House Mondadori y se completa con otra obra de Venturini de 1969, Pogrom del cabecita negra////PACO

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