Todo era fácil, la primera novela de Tomas Richards, remite, desde su título, a un pliegue irónico que siempre acompaña la mirada sobre la juventud, más aún si es la nuestra, la propia, la reciente. ¿Qué era lo fácil? A medida que la lectura avanza, una sensación de malestar se va acumulando. Lo fácil siempre se complica. Richards recrea un grupo de estudiantes secundarios en un mundo pasado, el paraíso perdido y pantanoso de la adolescencia. Hay música, alcohol, un suicidio inicial, arbitrario como toda muerte joven, y después un lento recorrido, fragmentario e impresionista, por momentos escolares, del ocio y la vida familiar. Novela de iniciación, entonces. Pero también novela de examen de los límites, a veces sombríos, a veces ridículos y picarescos, del sistema educativo argentino, con sus condimentos como el heavy metal, la visita espectral y romántica al cementerio, o un conspicuo estafador que destruye, a base de aventuras imaginarias, la vida rutinaria de una o dos profesoras aburridas. (Con esta subtrama de la novela , Richards exhibe la fragilidad y el aislamiento en el que existe la educación secundaria. Tal es así que cualquier elemento exterior resulta amenazante y seductoramente dañino.)
Todo era fácil explora con fluidez y claridad temas oscuros y, para alegría del lector, lo hace desplegando de forma virtuosa una amplia paleta de técnicas narrativas que van desde el objetivismo rioplatense al monólogo interior y el registro directo de lo oral. Ágil, precisa, conmovedora, la novela nos presenta un cuadro de costumbres expandido que convoca a los lectores que hace veinte años tuvieron la edad de sus protagonistas.
La novela inicia con el entierro de un suicida adolescente, y ese hecho vertebra toda la narración y condiciona a los personajes. ¿Cuánto de experiencia propia hay en esa parte de la novela?
El suceso que actúa como disparador de la novela, el suicidio ese, es algo que pasó cerca de mí en la adolescencia. Digo cerca de mí porque el suicida no era un amigo directo mío sino un amigo de mis amigos. De amigos que con el tiempo fueron cada vez más estrechos. Con lo cual me tocó vivir muy de adentro la intimidad de esa muerte pero a la vez con cierta distancia. Fui más testigo que víctima de los efectos de esa muerte. En un principio la novela abría con un par de escenas en las que uno de los protagonistas se debatía entre acercarse a esa situación dolorosa o ponerse al margen, pero eso al final no quedó. Siento cierta deuda con todos esos amigos por haber cometido la audacia o la profanación de meterme con algo que era más suyo que mío, pero pienso que a lo mejor esa relativa distancia con los sucesos originales fue lo que me permitió escribir en clave de ficción esa historia, cosa que quizás los que lo vivieron con mayores implicancias personales no pudieron hacer. Es un poco mi manera de justificarme. El resto de la novela, obviamente, combina experiencia, robo e invención.
La novela propone una antropología muy precisa sobre la juventud de los protagonistas que sucede hace dos décadas. ¿Trabajaste con recuerdos? ¿Qué leías cuando escribías? ¿En qué te basaste para recomponer ese mundo?
Me gusta eso de la antropología porque, más que la historia en sí, a mí me interesaba reflejar el habla de una época y de una generación, tratar de que esas mil formas del idioma porteño adolescente de fin del siglo XX quedaran registradas como literatura. Fogwill le daba mucho valor a eso. Cuando habla de sus novelas, o cuando las reedita y les hace prólogos, se le nota esa preocupación, que me parece interesante. No sé si logré algo de eso, pero para hacerlo trabajé mucho con recuerdos y con su reescritura. Al punto que ya no sé bien qué cosas de las que quedaron son recuerdo genuino y qué cosas son forma literaria, digamos. Me costó bastante porque había que volver a vivir mentalmente en un mundo que ya no era el propio y restituir ciertas cuotas de candidez o de inocencia respecto del universo que ya no tenía. No siempre eso es lo más agradable. Por momentos me ayudó mucho la lectura de algunas revistas de la época que todavía conservaba. Hablo de revistas de rock mayormente, tipo Madhouse y otras.
La música también es un arte muy desarrollada en la narración. ¿Escuchaste la música de la novela mientras la escribías?
La música creo que fue una parte muy importante de la adolescencia de esa generación. Con cualquier coetáneo que uno conozca mañana uno se puede relacionar hablando de música, específicamente de rock. Y no importa el palo. Todos escuchamos a los Redondos o a Divididos, nos gustasen o no. Y a la vez, para ir a la pregunta, esa música no dejó de sonar nunca cerca de uno. Entonces es como que uno la escucha siempre. Por supuesto, hay unas cuantas cosas que volví a escuchar específicamente mientras escribía, sobre todo para mencionarlas u opinar de ellas con precisión. También volví a ver, ya en YouTube, mucho videoclip de bandas, de esos que uno consumía por cable en la época casi sin darse cuenta.
¿Dónde estarían los personajes de Todo era fácil hoy?
Yo sé dónde están los personajes de la novela hoy. El final de la novela tiene un poco que ver con eso. Porque más allá del aura trágica, esos personajes son gente que a los 16 o 18 o 20 años se cargó entero un gobierno, el de de la Rúa, y entró en la juventud con una fuerte sensación de empoderamiento que el kirchnerismo, según las circunstancias, potenció o aplacó. Mi relato sucede en el fondo del pozo de la clase media, pero ese mundo después levantó. Uno quiere pensar que esas heridas de la adolescencia marcaron pero quedaron atrás y que hoy todos esos “personajes”, ya orbitando los 40 años de edad, son gente más o menos plena que trata de mirar adelante. En general sé que es así.
Después de un libro de relatos, dos de ensayos, llegó esta novela. ¿En qué género te sentís más cómodo? ¿En qué trabajás ahora?
El ensayo me resulta naturalmente cómodo a la hora de escribir: una idea, unos hechos, unas preguntas, unos argumentos a favor o en contra. Más objetivación, menos exposición personal. La novela, en cambio, un poco te mata: te pide tiempo, soledad, te siembra dudas sobre todo. Necesitaría escribir otra pronto como para ver si esa sensación se aplaca o se agrava. Ahora estoy tratando de terminar unos relatos, algunos medio históricos, alejados del yo contemporáneo y su poética autista.///PACO