El escritor chileno Alejandro Zambra acaba de publicar Mis documentos, una antología con once relatos sobre temas muy variados. Hay textos atravesados por la relación entre padres e hijos; el Chile de los años ochenta y el actual; la memoria y los recuerdos de la infancia; las dinámicas de pareja y la frustración; un tratamiento para dejar de fumar e interesantes reflexiones sobre la lectura. “Los cigarros son los signos de puntuación de la vida. Ahora vivo sin puntuación, sin ritmo. Mi vida es un tonto poema de vanguardia”, escribe en Yo fumaba muy bien. “El título del libro suena como a algo muy personal, pero esa carpeta está en los computadores de todo el mundo. Todos tenemos esa carpeta y esa ilusión de vida propia”, dice el autor de Bonsái./// Esta Entrevista salió en la revista Quid.///

En Camilo, uno de los once relatos de Mis documentos, recurrís al fútbol como manera de relacionarse, como un lugar de encuentro entre padre e hijo, ¿pensás que la literatura puede llegar a ocupar ese lugar o eso es imposible?

Creo que la literatura es un lugar de encuentro. Siempre lo ha sido y siempre lo será. No sé si entre padres e hijos, aunque justamente Pedro Mairal publicó hace poco un libro con prólogo de su padre, qué lindo eso. Aunque no transmita algo así como un mensaje unívoco, o justamente por eso, la literatura sirve como lugar de encuentro y también de desencuentro. Quizás la literatura sirve para lidiar con una cierta incertidumbre que compartimos. Hacer presentes las ausencias.

Nunca tuve, en todo caso, esos devaneos racionales sobre la existencia de Dios, porque después empecé a creer, de manera ingenua, intensa y absoluta en la literatura” escribís en un pasaje de Mis documentos. Juan Forn, en alguna entrevista dijo que para él la literatura es una religión politeísta, ¿estás de acuerdo con esa concepción de la literatura?

¡Qué buena definición! Estoy de acuerdo, sí creo que hay algo de religioso en la escritura, una religión sin Dios, o con muchos dioses, como dice Juan, ninguno de ellos omnipotente, ninguno de ellos tan autoritario. En mi caso fue así. Dejé de creer en Dios más o menos al mismo tiempo en que empecé a creer en la literatura.

Mucho de tus textos son autorreferenciales, en Yo fumaba muy bien son muy claras las alusiones a personajes del ambiente literario argentino, por ejemplo. ¿Te ponés algún límite a la hora de sentarte a escribir o todo y todos pueden ser incluidos dentro de un texto?

No me pongo límites, o más bien no pienso en esos límites, porque al escribir no estoy pensando tampoco en incluir esto o lo otro. Hay un momento, en la escritura, en que ya perdiste todas las certezas que tenías antes de escribir. Me gusta eso. En general tomo una imagen o una situación e indago en ella. A veces me parece absurdo inventar, no le veo sentido. Además que siempre, de algún modo, aunque no queramos, inventamos.

Algunos de los cuentos de Mis documentos, en cierta forma constituyen un guiño a tus ficciones anteriores. Fabián Casas dice que él suele dar vuelta sobre los mismos temas y que son esos mismos temas los que luego se transforman en poesía, ensayo, cuento o novela. En tu caso, ¿el proceso de trabajo es similar o tu imaginación ocupa un lugar más relevante que los elementos de la realidad?

Yo no soy disciplinado como escritor: soy obsesivo. Escribo un rato todos los días, pero es una escritura de bocetos, que no entiendo de antemano como “literaria”, y lo que sucede con los libros es que de pronto ya no puedes pensar en nada más y entonces sí escribo varias horas al día, pero no por disciplina, digo: por obsesión. En un sentido pienso como Fabián, y también creo que en alguna medida cada libro nuevo nace como una respuesta al anterior. Es como si en lugar de corregirlo hubieras preferido escribir otro. De pronto son más visibles las continuidades, pero para mí son más importantes las fisuras del proyecto.

Desde hace algunos años llevas, según tus palabras “un diario de vida” en el que registrás lo que te va pasando. También dijiste que, si fueras presidente, obligarías a todo el mundo a llevar un diario y nunca publicarlo. ¿Qué le aporta a tu vida y a tu literatura ese registro cotidiano?

Básicamente no joder a los demás. No responsabilizar a los demás de lo que te pasa a ti. Y desahogarse, claro, que es el propósito primordial de un diario, al menos del mío. En todo caso, si supiera que voy a morir pronto, lo primero que haría sería quemar el diario, porque a veces hablo mal de gente que quiero y bien de gente que no quiero.

Durante un tiempo trabajaste como crítico literario para diferentes medios. En No leer están incluidas algunas de esas experiencias de lectura. Teniendo en cuenta que sabés muy bien lo que es estar a ambos lados del mostrador, ¿cuál es hoy tu relación con la crítica?

Buena, entiendo ambos lugares. Nunca hablo sobre las críticas de mis libros, no me interesa, no creo que tenga sentido. Nunca he pataleado en público por una reseña negativa ni agradecido una reseña positiva.

Alguna vez dijiste que tu generación en cierta medida está enferma de nostalgia ¿Por qué creés eso? ¿De qué se sienten culpables los escritores de tu generación?

No lo sé, no podría hablar por los demás. Creo que eso lo dije pensando en la moda de la nostalgia, que tiende a simplificarlo todo, a banalizar la experiencia, a volverla líquida.

Pienso que nos encaminamos a un mundo de mierda donde todas las canciones las canta Diego Torres y todas las novelas las escribe Roberto Ampuero y en todas las películas actúa Robin Williams. Un mundo donde es mejor ni siquiera pensar en el postre porque lo único que hay e una fuente inmensa repleta de nauseabundo arroz con leche”, ¿Cuánto de ficción y cuánto de tu pensamiento hay en esta cita que forma parte de Yo fumaba muy bien?

En esta entrevista me has hablado de Juan Forn, de Fabián Casas: a todos ellos los quiero y respeto y admiro su trabajo. A los que mencionas en este enunciado, no. Debo reconocer, en todo caso, que a veces me pinto la cara, no de color esperanza, pero me la pinto.

En vida de familia, Bruno le deja a Martín una pila con libros para gente que no lee. Si vos tuvieras que hacer esa pila, ¿qué libros pondrías?

Martín piensa que la existencia de libros para gente que no lee es absurda. En esta pasada estoy con él. Yo tengo un amigo que siempre hace esa broma. Recomienda un libro y dice: te va a gustar mucho. Y cuando le preguntan si a él le gustó, responde: no, lo encontré pésimo, pero a ti te va a gustar.

La clase media es un problema si se quiere escribir literatura latinoamericana”, escribís en otro pasaje de Mis documentos ¿Qué importancia tiene el hecho de pertenecer a esa clase y querer ser escritor?

Eso lo piensa un personaje que está intentando escribir un relato que parezca latinoamericano, un escritor que piensa más en el público que en la literatura: un mal escritor. Yo no sé qué es la clase media, al menos en Chile los ricos y los pobres dicen que son de clase media, porque queda mejor. Me interesa esa indefinición, esa inestabilidad. Creo que un escritor siempre termina interrogando su propia clase, sobre todo en un país tan clasista como Chile.

En alguna entrevista adelantaste que tenés pensado realizar una película a partir de tu relato Vida de familia, ¿Es un proyecto inmediato o todavía hay que esperar mucho para conocer al cineasta Alejandro Zambra?

Es más o menos inmediato. Ya escribí el guión y con dos amigos cineastas que admiro un montón queremos filmar este verano. No quiero hablar de eso todavía, pero estoy feliz, creo que de este experimento va a salir algo bueno.///PACO