Llegué a la Base Antártica Conjunta Petrel el miércoles 15 de noviembre a las once de la mañana. Acá no hay científicos. Ni civiles. Tampoco hay mujeres. No hay biólogos tomando muestras. Ni geólogos, ni becarios del Conicet. Hay un cabo de la Armada que se sienta a cenar con una remera del ARA San Juan, un técnico de la Fuerza Aérea y, los demás, son personal del Ejército Argentino, la mayoría del Arma de Ingenieros. Cuando se fundó en 1967, Petrel era una base aeronaval y la manejaban los aviadores navales. En el verano de 1976 se quemó la casa principal. En las fotos de esa época parece un lugar abandonado. Hace tres años, gracias a la iniciativa política del Ministerio de Defensa, se la empezó a recuperar y se proyectaron ampliaciones y reformas. 

Petrel queda en la Isla Dundee en el Archipiélago de Joinville, al norte de la península antártica. La base más cercana es una base francesa en otra isla a treinta y ocho kilómetros al sur. Marambio está en la misma dirección a unos ochenta kilómetros. Petrel tiene una playa enorme y nevada que continúa en una meseta en la que se construyen dos pistas de aterrizaje. En invierno, la meseta es un campo helado de piedras y arena. En primavera, se llena de lagunas y pequeños hilos de agua. Hacia el sur, en el horizonte, se ve una isla con una montaña a la que le dicen Pan Dulce. Hacia el este, hay una larga entrada de mar, una caleta donde se proyecta construir un muelle de medio calado. Hacia el norte y el oeste, hay un glaciar bautizado Rosamaría. Sobre la meseta hay un hangar, un taller mecánico, cisternas y otras edificaciones pintadas de naranja. Los glaciares son famosos por sus grietas. Por lo general se los evita. En la actualidad se trabaja en la construcción y habilitación de la primera pista de aterrizaje para todo tipo de aviones. También se ponen las bases de una casa habitación con laboratorios y capacidad para unas cien personas. 

Por lo general, el mundo civil tiene una idea errada de qué es el Ejército y a qué se dedica. Se lo suele asociar, incluso en tiempos de paz, con la guerra. De fondo, esa presencia está siempre. Pero en un país como la Argentina, y después de cuarenta años de democracia, los oficiales y suboficiales del Ejército son constructores y administradores. Mucho más en la Antártida, donde la soberanía pasa por la ocupación de una zona de frontera, árida y agresiva, con un clima hostil. 

El domingo 19 hubo elecciones en la República Argentina y en la base se organiza la votación correspondiente. Ya se votó en las PASO y en las generales. Y ahora toca el ballotage. A las siete de la mañana se comienza a preparar la urna y el cuarto oscuro en la sala de informática. El suboficial principal Alberto “Beto” Aguirre, el segundo comandante, capitán Omar Cervero y el comandante de la base, teniente coronel Martín Sakamoto, son las autoridades de mesa y reciben a los votantes con el uniforme antártico y la campera naranja. A las ocho en punto, la mesa 508 del distrito 24 de la provincia de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur, está abierta. Media hora después, la totalidad de los empadronados ya votaron. Pese a esto, la mesa quedará abierta hasta las seis de la tarde para cumplir con las normativas electorales vigentes. Luego se hará el recuento de votos y se enviarán los resultados a la justicia electoral. Yo no puedo votar. No estoy en el padrón. Un grupo de ingenieros que vino a trabajar en los cimientos de las nuevas edificaciones durante el verano tampoco. Solo pueden votar los que invernaron y por lo tanto hicieron el cambio de domicilio. De las veintiocho personas que hoy viven en Petrel, los que pueden votar son veinte.

Después de las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias, Walter Correa, el ministro de trabajo de la provincia de Buenos Aires, hizo unas declaraciones por lo menos infelices. En las PASO, Milei ganó en la Antártida con más del 60% de los votos. De un total de 200 personas habilitadas para votar, Milei consiguió 125 votos. Sobre este resultado, Walter Correa dijo en Radio La Plata: “Quiero decirles que al Almirante Irizar lo mantiene el estado nacional, o sea que si gana Milei, se van a tener que quedar en la Antártida y no van a poder regresar.”

Para empezar, el Irizar no es la única forma de ir o volver a la Antártida. Y no lo mantiene el Estado Nacional sino que pertenece a la Armada Argentina, que, al mismo tiempo, es pedido por el Comando Conjunto Antártico para realizar la campaña antártica de verano. Más allá de esta ignorancia, ¿por qué el Ministro de Trabajo de la Provincia opina sobre la Antártida? Y encima, sin ningún tipo de criterio. Un ministro provincial no debería hacer esa chicana que es, además, sin margen de duda, una amenaza. Al contrario. Como funcionario debería celebrar, él y todos los argentinos, que en las bases antárticas, la gran mayoría ocupadas por militares, se puedan hacer elecciones libres que honran la democracia. Las opiniones de Correa –que, insisto, no es un periodista sino un funcionario público–resultan agravantes para todos los que trabajan y viven en la Antártida: niños, mujeres y hombres, civiles y militares. No solo los que votan. ¿Qué tan democrático es decir que si no votan lo que me gusta, el Estado no va a cumplir con sus compromisos asumidos? Al parecer nunca pidió disculpas. 

Cuando estaba preparando mi viaje y decía que iba a la Antártida, el comentario era: “¿cómo puede ser que allá haya ganado Milei?” Creo que es mucho más sorprendente que haya sacado siete millones y medios de votos acá. Y con acá me refiero a la parte americana de nuestro país. Las elecciones en la Antártida son un acto de soberanía, más allá de los resultados. En este ballotage la Argentina se juega mucho, pero nuestra presencia antártica implica un proyecto de nación que tiene continuidad –que debería tener continuidad– más allá del signo político del gobierno de turno.//PACO