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El sinsentido de la ciencia ficción 3

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Terra: Releí El hombre bicentenario y me di cuenta de que quizás sea el peor cuento de ciencia ficción jamás escrito, el más idiota en muchos sentidos. Incluso un robot rudimentario podría haber escrito algo mejor, menos cursi, menos lleno de lugares comunes y malas resoluciones. Creo que finalmente Andrew, el robot sensible, es el arquetipo del inmigrante de la posguerra, o también del entreguerras, con el que Asimov comparte mucho de su ética liberal, de sus ideas sobre la ciencias y el progreso humano. Y si el robot es el inmigrante que llega América su evolución, su capacidad para ser artesano primero, luego historiador y más tarde científico, está cimentada en ser aceptado como humano, y esa humanidad es la Gran Metáfora Americana. El robot-inmigrante se aplica pero no para ser humano, sino para ser aceptado como un residente legal, como un ciudadano con pleno derecho, en los Estados Unidos. Que Asimov haya nacido en Rusia, en la naciente Rusia comunista, no hace más que subrayar esta lectura.

Robles: Coincido. El hombre bicentenario es la historia de él para ser reconocido bicentenario. La humanidad es el liberalismo de los Estados Unidos. Decir que es ingenuo con esto es ser generoso. Más bien es estúpido. Pero es un cuento que lo pinta muy bien en ese falso “cientificismo”, eso que eligió para venderse a sí mismo. Creo que hay que contraponerlo a La hormiga eléctrica, donde también hay una discusión sobre qué es la humanidad y qué es un robot. Y no es nada ingenuo. Me da bronca cómo Asimov ninguneó a los escritores de ciencia ficción que vinieron después de él y que eran mucho mejores, incluso Bradbury. Para Asimov, la ciencia ficción eran Heinlein, Arthur  Clarke y él, nada más. Y hacían esto. Por ahí hay cuentos que son un poco mejores pero este lo pinta muy bien. Es algo espeluznante. Pero la ciencia ficción campbelliana es eso también.

Terra: Si Asimov hubiese tenido una verdadera formación en matemáticas, o incluso en física, habría escrito con más precisión sobre estos temas, o no habría escrito nada. Ya en la década del cincuenta, por poner una fecha, la matemática y la filosofía habían encontrado a un nivel dialéctico para pensar problemas con el espesor de la lengua en nuestra existencia. Pero no, Asimov estudió bioquímica en Boston, era profesor de química, y creo que eso se nota.

Robles: Creo que el hecho de que el robot despierte su sensibilidad humana en la artesanía también dice algo de Asimov. Es como una confesión.

Terra: Es increíblemente metafórico. Lo primero que hace el robot es un objeto de adorno, en madera, que imita un pendiente en marfil. Y como su dueño ve esa facultad, lo pone a hacer muebles y resulta que el robot es el empleado ideal. Trabaja, no se queja, es eficiente, talentoso, como el buen inmigrante. El dueño gana una pequeña fortuna. Después el robot se hace historiador, arma un taller y una biblioteca. A la manualidad la siguen los libros. Y al final se hace científico, se analiza a sí mismo y se va diseñando a sí mismo para parecer más humano. Ramos Mejía o José Ingenieros se harían un banquete con este cuento. Se hace a sí mismo en todo aspecto. Es el sueño americano de tres generaciones de inmigrantes… Y siempre el tema del dinero y de la ley, y de los abogados y de los juicios. ¡En un momento el robot arma una campaña de prensa para ganarse el apoyo de la opinión pública! Asimov deja entrever de que en Andrew se despierta la humanidad porque juega con las hijas de su primer dueño pero en realidad ese gesto, que reaparece al final del cuento, es lo de menos. Lo que le interesa a Asimov no es el amor, es la burocracia, porque en el fondo, y no tan en el fondo era un burócrata. Joder, no está mal eso. Aunque quizás sí comparta la bronca contra el burócrata que se quiere hacer pasar por científico porque conoce la tabla periódica de los elementos y mucho más que siendo un escritor-burócrata desprecie a los que son diferentes a él.

Robles: Habría que agregar que El hombre bicentenario lo escribió cuando, en 1974, le pidieron un cuento por los doscientos años de la independencia de Estados Unidos.

Terra: A Dick nunca le hubieran hecho ese pedido, aunque ya en ese momento se sabía que era un escritor mucho más dotado para narrar. Qué bien jugó Asimov la carta del divulgador, la confianza y la ciencia. Leí, por primera vez, “La hormiga eléctrica” que es casi una inversión del cuento de Asimov. Aunque Dick lo escribió antes, en 1969. La trama acá es más oscura y aunque tiene lo suyo curiosamente menos siniestra. El señor Poole descubre que es un androide y decide manipular sus mecanismos en una especie de vocación suicida. Si el robot de Asimov quería ser un hombre, acá es el hombre el que descubre que es un robot. No sé qué leés vos en ese cuento pero yo señalaría dos cosas. Primero, la paráfrasis homenaje a “El Aleph” de Borges. Y eso proyectado desde la manipulación que hace el mismo androide de las cintas que tiene en el pecho, un aparato cognitivo y analógico. Tanto a Asimov como el Dick de este relato la segunda mitad del siglo XX los aplasta un poco, los obsoletiza. La ciencia ficción del siglo XX se puede reducir a extraterrestres y robots. Me gustaría proponer que la del siglo XXI debería reemplazar a los robots por la web, que es otra máquina, más compleja y más humana, y a los viajes al espacio por los viajes interiores, los misteriosos viajes de la irracionalidad neurótica, ni siquiera psicótica, mirá lo que te digo.

Robles: El señor Poole manipulando la cinta de la realidad sobre su pecho abierto es una imagen que me conmueve. Me parece que eso fue lo que hizo Dick con su literatura. Y con su mente, sus tripas y todo lo que tenía adentro. No encuentro en sus cuentos y novelas otro momento donde un personaje aparezca tan soberano sobre su propio destino, tan capaz de asumir el control sobre el orden de la realidad. Un control torpe, porque Poole va probando y obtiene resultados cada vez más entrópicos y dementes. El único control posible. Pero no diría que hay en él una vocación suicida. Más bien al contrario, aunque el resultado inevitable sea la muerte. Y la desaparición de la realidad, como el mismo cuento insinúa. Ese gesto lo identifica, en mi opinión, como un escritor del siglo XX, pero de un siglo XX tardío y agonizante. El triunfo del hombre, que es un robot, es su fracaso. Dick cree en la realidad, aunque la mayoría de las veces no la encuentra. Ahí está su misticismo. Siempre habla -a veces desesperadamente- sobre algo que él cree que está afuera de su cabeza. Con “La hormiga eléctrica” llega a un límite, que es el solipsismo total. Hoy me parece que ya estamos en otro escenario, comparto lo que decís sobre la ciencia ficción del siglo XXI. A mí no me importa lo que está afuera de nuestras cabezas. Ni siquiera estoy seguro de que exista algo así. Entonces la web, como interconexión mental, me parece el único espacio posible de referencia. Todo lo que puedo saber sobre el mundo es lo que está ahí -lo que está acá-, no me importa si es verdadero o falso. Soy el apéndice de una máquina. Lo único que me diferencia de ella es que yo la pienso, pero hasta eso puede ser una ilusión. La cinta de la realidad no existe.////PACO