Cuando tenía ocho años a mis viejos les agarró el síndrome Ingalls y decidieron abandonar la ciudad de La Plata para irnos a vivir al Sur. Según ellos ahí seríamos más felices. El Sur, desde el día que recibí esa noticia, se convirtió en una especie de utopía en movimiento. El tema es que mis viejos no tenían claro en qué parte del Sur radicarse. En la estación de autobuses de Once mi vieja tiró Bariloche. Luego terminamos mi hermana , ellos y yo en Colonia Sarmiento, Chubut. Vivimos por un tiempo en un restaurante de ruta en el camino de los siete lagos. Una belleza indescriptible. Yo me trepaba a comer manzanas a los árboles, observaba como los peces se desplazaban por los arroyos, intentaba “domar” potrillos salvajes y daba mis primeros pasos en la sociología dentro de un gallinero con dos gallos y al menos cincuenta gallinas.

Mi viejo ayudaba en una almacén de ramos generales del centro y cuando yo lo iba a visitar jugaba encima de la parte de un submarino Nazi que estaba tirado en el baldío de al lado.
Con mi hermana -luego de un tiempo que no tengo claro- comenzamos a ir a una escuela rural con piso de tierra. Casi todos los nenes que iban a esa escuela eran descendientes de los indios que antiguamente habitaban esa área. Recuerdo que me sentí excluido. Me llamaban “el de Buenos Aires “ y yo les replicaba que venía de la ciudad de La Plata. No comprendí esa recurrente y quizás inconsciente confusión hasta mucho tiempo después, leyendo. Buenos Aires era el hombre blanco.

A los 12 años me fui a vivir un tiempo con mi tío a Fernández, Santiago del estero. Al poco tiempo me hice de un amigo que venía de vivir en bahía Blanca. Por él conocí a varios chicos que vivían también en Fernández, y una noche todos decidimos ir de fiesta a Forres, un pueblo que quedaba al lado. Lamentablemente no recuerdo todo con exactitud. Sólo recortes; calor, camionetas, alcohol, boliches, Fernandinos en Forres , discusión, peleas, corridas, camionetas, vuelta a Fernández.

Una noche de luna llena, ya en L’Aquila y con 24 años, vi venir un grupo de ancianas con pañuelos en la cabeza. Lamento no tener fotos. Caminaban todas juntas por el Abruzzo como de ronda, en una especie de ritual milenario. Al rato me puse a hablar con una de ellas, le explique que estaba básicamente ahí porque tenía intención de tramitar la doble ciudadanía de forma más rápida. La anciana puso su mano en mi mejilla izquierda, y luego de acariciarme me dijo: vos no necesitas pasaporte, vos sos italiano.

En España, luego de discutir en un Bar me gritaron argentino de mierda.

En Niza descubrí lo que era una playa privada y a alimentarme básicamente de pan, queso y vino tinto. También me gustaba imaginarme dentro de la caída monárquica y el resurgimiento de la Burguesía.

En Noruega escuche música nueva, recuerdo el tema de un músico sueco:

Ahora vivo en Islandia. El otro día fui a hablar con la directora del ”extra escolar” donde va mi hijo. Un empleado de la guardería , un islandés de no más de 30, lo cargaba a mi hijo por su apellido. Se le reía el pelotudo. Días después, en un periódico de distribución gratuita salió este aviso de trabajo. Básicamente decía que necesitaban una empleada para limpieza. Piden confianza y que no sean extranjeras. Días a atrás voy a la pileta de enfrente. Las piletitas a 45 grados son geniales. Una vez dentro de ella, me llama la atención el tatuaje de una chica. El tatuaje es diminuto y en forma de círculo. La chica es cantante y yo había escuchado parte de su música. Esta canción la descubrí el mismo día que descubrí el círculo:

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