Nacido en Francia en 1945, discípulo primero accidental y después dilecto de Pascal Quignard, y con reconocimientos importantes a su obra desde los años setenta –el Gran Premio de la Novela Francesa en 1972 y el Premio Goncourt en 1978–, Patrick Modiano hizo de la precisión geográfica y la ambigüedad emocional un rasgo estilístico e incluso una poética literaria definidamente propias desde novelas fundantes como El lugar de la estrella (1968), La ronda nocturna (1969) y Los paseos de circunvalación (1972), reunidas desde hace unos años en la Trilogía de la Ocupación (Anagrama). Por razones, en apariencia, tan inconexas como la gran pregunta acerca de la naturaleza política y moral de la identidad europea después de la Segunda Guerra Mundial, o la forma en que la cultura contemporánea resignifica lo tangible y lo inteligible a partir de una memoria basada en la acumulación de datos a veces caóticos del presente y el pasado, la reaparición en castellano de muchos de los mejores libros de Patrick Modiano tras haber recibido el último Premio Nobel de Literatura es una excelente oportunidad para viejos y nuevos lectores.
¿Se puede habitar un espacio tan icónico como París ignorando las sombras de una historia que se sigue proyectando a través del tiempo? Y aunque pudiera hacerse, ¿cómo repercutiría el peso de esos lapsus en las formas en que se experimenta lo social, lo erótico, lo familiar y lo literario?
El español José Carlos Llop no se equivoca cuando en su prólogo define a la Trilogía de la Ocupación como “el tapiz desde el cual se desprenderán distintas figuras y distintos motivos a lo largo de toda su obra”. Entre esos motivos, desarrollados en casi tres decenas de libros escritos durante casi cincuenta años de trabajo, el más importante sin dudas es el mito –en un sentido casi peyorativo– de la Resistencia francesa durante la ocupación nazi (1940-1944), cuestión inevitablemente vinculada a la verdad asordinada de la colaboración. Alrededor de las dos está centrada también la figura del padre real y ficcional de Modiano –un inmigrante judío de origen italiano que hacía negocios turbios con los alemanes en Francia en esos años–, personaje sobre el que la eclosión de las contradicciones, las necesidades y las conveniencias de una sociedad se transforma, al mismo tiempo, en una amenaza capaz de inhabilitar la posibilidad de una memoria auténtica. ¿Se puede asumir un nombre y una tradición si el precio es una negación conveniente del pasado? ¿Se puede habitar un espacio tan icónico como París ignorando las sombras de una historia que se sigue proyectando a través del tiempo? Y aunque pudiera hacerse, ¿cómo repercutiría el peso de esos lapsus en las formas en que se experimenta lo social, lo erótico, lo familiar y lo literario? No es casual que muchos de los personajes e incluso los títulos de los libros de Modiano prefieran el confort nocturno y la seguridad de los claroscuros para empezar a hablar, ni deja de ser una afirmación profundamente conectada a la historia reciente de muchas otras naciones del mundo la sospecha de que “vivamos a la merced de ciertos silencios”, como dice el protagonista de Las hierbas de las noches (2012).
Comparado por los motivos tal vez más simples con su compatriota Marcel Proust (1871-1922), la memoria es para Modiano el norte intelectual de una estética detallada de los recuerdos y de las consecuencias colectivas e individuales de la lucha consciente e inconsciente contra sus efectos. El protagonista habitual de sus novelas, sin embargo, no es alguien incapaz de recordar. Más bien suele ser alguien con la conciencia palpable de que existe sobre su mente una nube imprecisa de olvidos –presentes bajo la forma de apariciones enigmáticas, viejas fotos en compañía de aparentes desconocidos y anotaciones propias y ajenas perdidas en libros y libretas– que lo separa de la posibilidad de alcanzar un verdadero conocimiento de sí mismo y de su historia. “Por mucho que se pase uno más de treinta años afanándose penosamente para tener una vida más clara y armoniosa de lo que fue en sus principios, un incidente puede hacernos correr el riesgo de volver bruscamente atrás”, piensa el protagonista de Accidente nocturno (2003), estableciendo un punto clave sobre la identidad –y sus trampas y sus mecanismos– vigente para casi cualquier personaje en el universo literario de Patrick Modiano.
“Por mucho que se pase uno más de treinta años afanándose penosamente para tener una vida más clara y armoniosa de lo que fue en sus principios, un incidente puede hacernos correr el riesgo de volver bruscamente atrás”.
Lo trágico de ese estado de conciencia en suspenso, por otro lado, se proyecta sobre París. Una ciudad que para Modiano siempre parece envuelta en una niebla suave y gélida, “que le llenaba a uno los pulmones con una frescura tal que daba la sensación de ir flotando por el aire”, como en Calle de las Tiendas Oscuras (1978), novela con la que ganó el Premio Goncourt. Para Modiano la ciudad no es nada más que un escenario, también es un catálogo de sólidas pistas registradas y descriptas hasta en los detalles del pasado reciente más minúsculos; un espacio donde aquello que quienes la habitan preferirían olvidar –o disfrutarían reprimir– se adhiere a pesar del tiempo a las piedras en cada calle y resopla en cada ventana. De esa manera, en los portales de los edificios de la París de Modiano se siguen oyendo los pasos de quienes solían cruzarlos y desaparecieron. “Algo sigue vibrando después de que pasaran ellos, ondas cada vez más débiles, pero que captamos si estamos atentos. Unas ondas que cruzaban por mí, a veces más fuertes, a veces más lejanas, y todos aquellos ecos dispersos, que flotaban en el aire, cristalizaban y aparecía yo”.
Si los personajes de Modiano avanzan como detectives perplejos por el enigma de su propia identidad a través de una París inundada por las voces fantasmales de la Ocupación, la voz del propio autor en su autobiografía Un pedigrí (2005), considerada por lectores y críticos uno de sus mejores libros, es probablemente la clave para entender hasta qué punto el sentido de la vida y el sentido de la literatura conviven para Modiano en un mismo punto de fusión. Hijo de un comerciante judío que sostenía su relación con la Gestapo entre servicios y persecuciones, y una actriz belga que destrataba a sus hijos mientras recibía amantes en la casa familiar –“nunca pude hacerle confidencias ni pedirle ayuda alguna”–, el recuerdo del hogar del joven Modiano se transforma casi en la última parte de una investigación sumaria: una perspectiva falsamente aséptica desde la cual los eventos de la realidad parecen recolectados apenas para subrayar los hallazgos ficcional de la verdad. “Dejando aparte a mi hermano Rudy y su muerte –escribe Modiano como tamiz improbable sobre sus propios recuerdos–, creo que nada de cuanto cuente aquí me afecta muy hondo. Escribo estas páginas como se levanta acta o como se redacta un currículum vitae, a título documental y, seguramente, para liquidar de una vez una vida que no era la mía. Sólo es una simple y fina capa de hechos y gestos. No tengo nada que confesar ni nada que dilucidar y no siento afición alguna por la introspección ni por los exámenes de conciencia. Antes bien, cuanto más oscuras y misteriosas seguían siendo las cosas, más me interesaban”.
No debe haber otro escritor europeo contemporáneo más indicado para saber que “una simple y fina capa de hechos y gestos” nunca es enteramente simple, ni verdaderamente fina.
Por supuesto, no debe haber otro escritor europeo contemporáneo más indicado para saber que “una simple y fina capa de hechos y gestos” nunca es enteramente simple, ni verdaderamente fina. Leído con atención, Un pedigrí es, por un lado, una serie de eventos durante los cuales Patrick Modiano comprende –y justifica ante sus propios espectros familiares– una larga y fructífera carrera como escritor, pero también una recolección sutil de muchas de las raíces reales de lo que, a lo largo de los años, iba a emerger nuevamente a la luz de la verdad literaria en numerosos relatos, adaptaciones para el cine de novelas como Villa Triste (1975) y Domingos de agosto (1986), transformadas en películas como El perfume de Yvonne (1994) y Te quiero (2001), y en libros de ensayos como Interrogatorio (1976), dedicado al periodista francés Emmanuel Berl. “Una tarde, al salir de clase –recuerda Modiano hacia el final de los años cuarenta en su autobiografía–, no ha venido nadie a buscarme. Quiero volver solo a casa, pero, al cruzar la calle, me atropella una camioneta. El conductor me lleva con las monjas, que me ponen en la cara, para dormirme, un tampón de éter. A partir de entonces, seré especialmente sensible al olor del éter. Demasiado. El éter tendrá esa curiosa propiedad de recordarme un sufrimiento pero borrarlo en el acto. Memoria y olvido”.
“Tú decides. Puedo asegurarte, con total certidumbre, que, elijas lo que elijas, la vida te enseñará una vez más cuánta razón tenía tu padre”.
Pero siguiendo el pulso de cuentos como los que ya había publicado en Libro de familia (1977), Un pedigrí retrata sobre todo la relación con un padre abandónico por necesidad y tal vez por vergüenza. Un hombre que deseaba para su hijo una carrera con mayores previsibilidades que la literaria –“como esos gángsters que quieren meter a sus hijas en un internado para que las eduquen las hermanitas”–, y con el que terminó reuniéndose de manera casi clandestina en los muelles y en los cafés de París y sus alrededores. “Puedes elegir entre vivir como quieras y renunciar por completo y de forma definitiva a mi apoyo o atenerte a mis decisiones –transcribe Modiano la penúltima carta que recibió de su padre, una en la que recibe la promesa de ayuda financiera a cambio de que, a los 21 años, mientras escribía su primera novela, abandonara su vocación y se uniera al Ejército–. Tú decides. Puedo asegurarte, con total certidumbre, que, elijas lo que elijas, la vida te enseñará una vez más cuánta razón tenía tu padre”. Después de la última carta, fechada en agosto de 1966, Patrick Modiano ya no volvería a ver a su padre nunca más. El camino había sido elegido. “Me parecía indispensable no sólo que cambiaras de ambiente –escribe el padre después de la negativa de su hijo a seguir una carrera militar–, sino que vivieras con unos requisitos de disciplina y no de forma fantasiosa. Tu tono de burla es repugnante. Queda constancia de tu decisión”//////PACO