Educación


El papá bahiense y padres organizados: una polémica.

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El peligro de escribir sobre un audio, acaso sobre un video pixelado, que se volvió viral en la humareda informativa y comunicacional, fugaz escapista a la primera de cambio, es que no deja de someter nuestras textualidades a esa pesca noticiosa de lo que pronto será necesariamente olvidado. ¿Por qué habría de detenerse uno? ¿Qué puedo yo en este caso, desde la docencia, desde la educación, incluso desde el gremialismo activo, frente a un audio de un papá bahiense que se queja sobre la falta de clases de su pibe por los paros de los sindicatos? Entonces el problema no es el instante, el recorte de la furia paterna, sino su captura, las manos que toman la tijera que se desplaza en la tira interminable. 

Fue el pasado martes 27 de junio -¡demasiado tiempo ya!- cuando un grupo de madres y padres se movilizó al Consejo Escolar de Bahía Blanca. La oficina que vemos en la imagen no puede ser sino la de un Consejo Escolar, a lo sumo una Secretaría de Asuntos Docentes (SAD… tomo nota). Son geografías archiconocidas por cualquiera que se dedique a la docencia en sus niveles obligatorios. Son espacios donde se respira un clima acongojado pero amistoso, solapadamente politizado y burocrático. No son territorios que conozca mucha gente más; acaso los funcionarios que los dirigen, inspectores y personal administrativo, sean dueños de sus intimidades gozosas o abyectas. Viendo el video del papá bahiense identifico inmediatamente las coordenadas exóticas que visita ese grupo en excursión. El papá bahiense toma la palabra en el video que circula; lo demás (las tensiones argumentativas, dialógicas, del momento) está calladito.

El discurso del padre ya está capturado, nace así, sujeto: “No puedo creer que tengamos que venir nosotros para que ustedes se den cuenta de que estamos en un… perdón… terrible problema. (…) ¿Qué clase de técnicos queremos para el futuro? (…) Primero la pandemia, después de la pandemia la casa, después los paros… ¿y el año que viene? (…) Estamos rehenes, hoy de los peronistas, mañana de los radicales, de ATE… (…) ¡Qué no se caguen tanto en los hijos! ¡Igualdad no es hablar con X, igualdad es que los chicos del Inmaculada que tuvieron clase todo el año (inaudible pero intuimos  lo que sigue)! (…) No estoy pagando la matrícula [de su otro hijo, en un colegio privado] para que aprenda cuatro idiomas. Estoy pagando la matrícula para que tenga clase, y yo soy un trabajador. Los empleados estatales hacen lo que quieren porque nadie los puede echar”. ¿Qué quiero decir con que está capturado? Que con leer cualquiera de las afirmaciones del papá bahiense, en un degradé ideológico que se expone con menos inocencia mientras avanza, pareciera emerger de él un arquetipo reconocible, que no es él mismo sino siempre alguien más: el hombre derechizado, cuyo sentido común dice basta, cansado de la alharaca luchista de los sindicatos –una sintaxis que no le pertenece, y por lo pronto tampoco le interesa, y en la que ingresa como un extranjero indignado-, un hombre esforzado y trabajador, sin pavadas, sin hablar en lenguaje inclusivo, con el despertador fijo a las seis de la mañana si no antes, que cree en el ideal democrático del ascenso social. Hasta se declara sarmientino. Es un Papá, un Padre. Y un Padre es también un reproche, un corte con el continuo de intensidades que es la Mamá (que, de nuevo, son muchas mamás, que acá están a un costado, con los brazos cruzados entregadas a la afirmación paterna, no hay chicos), y una afirmación de la independencia: un Yo enorme, kafkiano, que recupera los sentidos de su experiencia para desestabilizar todas las verdades Otras: un Padre no explicita sus razones (1). Un Papá también puede ser monstruoso: “Mi hijo lloró viendo a su papá gritar en la tele”, cuenta el padre que no quiere ser famoso en el programa de Eduardo Feinmann en Radio Mitre, capturado.

¿Es tan inocente este papá? Se habló, sí, de una “autoconvocatoria”. Pero desconfío: en el sincericidio del papá que te canta las cuarenta, que dice eso tan obvio que todos estaríamos cansados de ver y sobre lo que no se hace nada, en la articulación del discurso inflamado de sentido común –y la pregunta insidiosa: “¿No se puede hacer protestas sin parar, sin cortar la calle, sin llevar los bombos?”-, en la defensa atolondrada y moralizante del rol que él le asigna a la escuela… en las afirmaciones del papá bahiense escucho el drama de la educación desabastecida comunicacionalmente. Una escuela que ya no quiere ser escuchada: no importan sus razones. Y que a veces habla sola, como una loca, aunque siempre esté acompañada. El papá bahiense habla como quien dice: “te di el control durante muchos años, fracasaste y está todo mal. Ahora me toca a mí”. ¿A quién le habla? ¿A quién le asignó todo este tiempo la domesticación de su economía familiar? ¿Con que métodos propone él avanzar sobre la organización escolar? ¿Son sus desconocimientos motivo suficiente para desechar sus razones partícipes? ¿Qué rol debieran tener los padres en la escuela -o mejor: cuáles les asignamos, cuáles se asignan, cuáles negociamos finalmente? ¿Debieran

Mi primera reacción frente al estallido del papá bahiense fue la de bajar la cabeza: ¡pucha, tendrá razón! Conozco de cerca la injusticia tal como la plantea: chicos que por motivos de grandes no tienen clases. Y otros chicos que sí, que tienen clases, que son los que pagan. Y el sindicalismo docente está en un momento de gran dispersión organizativa e impactan sobre las aulas medidas de lucha que tantas veces se desoyen entre sí. Por caso, en Bahía Blanca la seccional distrital del SUTEBA está conducida por la Lista Muticolor, más combativa, opositora a la Celeste de Roberto Baradel, a la que asignan el mote de burocracia sindical. Excesos del campo: ¿sabe algo el papá bahiense de todo esto? ¿Lo saben las familias en general? No. ¿Será demasiado pedirle al padre que comprenda que las dinámicas democráticas en la vida escolar también se juegan en esa compulsa de aparatos y organizaciones, tan legítimas –o más, mucho más, por peso y función- como su propia intervención? Pero agacho la cabeza: ¿podremos nosotros, desde las escuelas, escuchar sus razones que suenan, al tocar el suelo, como conocidos latigazos? ¿Podrá saber el padre que sus palabras son latigazos? ¿Podremos nosotros no oír la insidia, evitar el victimismo reflejo?

Al primer momento de revuelta culposa opongo un tirar de los hilos. Participo tan hondamente de uno de los bandos que no puedo sino desconfiar. Mi primer contacto con el audio del papá bahiense fue a través de la cuenta de Instagram de una referente del grupo Padres Organizados, María José Navajas. Al indagar un poco más me encontré con el momentáneo estallido: notas en casi todos los portales, una respuesta del Jefe de Gabinete y candidato a vicepresidente Agustín Rossi, declaraciones en los portales de izquierda, una aclaración de Baradel, un compañero en un grupo de Whatsapp que manda la editorial radial de Bercovich, abogado de lo que, en su inclinación tonal, le resulta un poco indefendible (“Yo también soy papá y sé lo que…”). 

Pero me resuena el primer choque: Padres Organizados. En ellos, en su intensa actividad política comenzada en la pandemia, observo el hilo que va de Bahía Blanca a una intervención orgánica, concienzuda: menos de una semana antes, el 22 de junio –ese día CTERA convocó a un paro nacional por motivo de la represión a la huelga docente en Jujuy, enredada con la conmoción social de la reforma constitucional-, Padres Organizados realizó una presentación frente a la Defensoría de los Derechos de las Niñas, Niños y Adolescentes en reclamo, justamente, por los días perdidos por paros. El diario La Nación –que es, de los masivos, el que con más intensidad dedica espacios privilegiados al debate educativo- realizó una crónica detallada del intercambio. Navajas explicó allí su programa, sus exigencias, tres –como las repeticiones de los cuentos infantiles-: primero, “un informe circunstanciado que devele el cumplimiento del calendario obligatorio de 190 días de clases en cada jurisdicción del país, días de paro llevados adelante por gremios y sindicatos docentes y no docentes de la educación, cantidad de niñas, niños y adolescentes (NNyA) afectados por la interrupción de clases, y mecanismos articulados por las jurisdicciones locales para enfrentar los paros y la recuperación de contenidos pedagógicos”; segundo, “promueva las acciones pertinentes para proteger los intereses colectivos de recibir educación de NNyA, interponiendo las acciones contra los Estados provinciales y la Ciudad de Buenos Aires que permitan el acceso a la educación de este grupo vulnerable”; y tercero, “solicitando las sanciones por incumplimientos que afectan los derechos indicados”. 

Mis dudas se confirman de manera tramposa, como se confirman los prejuicios. Un hilo rojo deletrea ante mí: una iniciativa política del macrismo, de la derecha, de los bancos internacionales que son los que financian las evaluaciones estandarizadas sobre las que realizan las reformas capitalistas de los diseños curriculares. Participo de un complot que ayudo a construir como tal, imaginándolo. A Navajas la leo con atención desde hace un tiempo, en la revista Seúl. ¿Se podría ser inteligente y despreciar sus aportes, por caso sobre la calidad de las evaluaciones educativas en Argentina? Pero también: ¿podría yo evitar su nombre, justamente, casi a la manera de anónima ciudadana, en el testimonio que la ministra de educación porteña, Soledad Acuña, ofrece en su libro El día que ir a la escuela fue noticia? ¿Podría no avanzar en la lectura y encontrar ahora el testimonio de la mamá Victoria Baratta, autora además de su propio No esenciales. La infancia sacrificada, memoria de la lucha de estos padres por la presencialidad educativa en pandemia? ¿Debo hacerme el distraído con la sugerencia de la conversión de la educación en “servicio esencial”, con las modificaciones laborales y estatutarias que esto supondría? ¿Puedo no leer el prólogo “ganchero” del libro, escrito agridulce por Pola Oloixarac? ¿Es factible no atender que Oloixarac es una tremenda escritora como también lo puede ser Gonzalo Garcés, otro que aparece en su activismo civil en el libro de la ministra, proponiendo entre los incipientes Padres Organizados “otra movida, y se le ocurrió una carta pública”? ¿Les interesa a los escritores, ensayistas, intelectuales ocultar algo, predispuestos siempre a poner su gancho valioso a solicitadas y apoyos explícitos?

Mi conspiración, verosímil en la intimidad de algunos detalles, puede convertirse también en una triste sociología de la literatura construida en sucesivas pestañas de Google. Pero por caso: ¿sabe el papá bahiense todo esto? No lo sé, yo no lo sé. Mi puño sindical se aprieta: me gustaría que Padres Organizados no revistiera tanto sus intervenciones de sorpresivo interés civil. No exijo inscripciones (“¡Soy macrista!”: no, nada de eso) tanto como honestidad intelectual: colaboran orgánicamente en la elaboración de un programa político de gobierno, plagado de tensiones. Y eso está bien. Pero una voz comprometida en la política partidaria no puede tratar de mostrarse como de “sentido común” sin precarizarse: corre el riesgo de que su iniciativa sea pura captura, en una acción más propia del carancheo ideológico. Lo saben porque conocen: los “golpes de efecto” dañan el paciente tejido de las escuelas, idiotizan el debate, serruchan peligrosamente sobre los puentes movedizos que se construyen en la escuela, entre estudiantes, docentes y padres, fundamentos de la vida comunitaria que pretendemos potenciar en la institución ríspida aunque un poco tierna que es la escuela. Así como el papá bahiense nace capturado –nace solicitada, nace maniobra de negociación en la mesa de algún ministerio, nace “shock” electoral porteño, nace promesa de acabar con Baradel, y con él todos nosotros (nosotros, ¡que nos negamos ser uno solo, y que como ellos estamos plagados de facciones en disputa!), nace editorial-, cada cual deberá hacerse cargo de las capturas que pretende movilizar. Si Padres Organizados quiere gritar en la cara de alguna maestra, de algún profesor, de alguna directora, de algún auxiliar, que sus hijos son “nuestros rehenes” estarán al borde de convertirse en algo despreciable, algo que se parece más a una Liga Patriótica patotera que al anexo fundamental que requieren los complejos nudos que tironean a la educación, a nuestros pibes, a nosotros mismos. Si en la escena educativa se encapricharán por hablar de “rehenes” convocarán a formas venenosas de la violencia escolar.

La capacidad de mejorar nuestras preguntas agrandará los límites bobos que se le imponen al debate escolar (casi siempre urgente en su temporalidad lenta). Si se pretende convertir la educación en servicio esencial: ¿qué rol asignan a los sindicatos en sus discusiones? ¿Militan un mero desprecio a lo que algún salame llamaría el “ceterismo pedagógico”? ¿Pretenden rediscutir el conjunto del estatuto laboral de la docencia? ¿Bajo qué pautas? ¿Con qué objetivos sociales, culturales, económicos y pedagógicos? ¿Cuáles son los sistemas punitorios que reclaman? ¿Los de, justamente, Acuña, que “tomó la posta” y paga “premios” a algunos docentes con el dinero descontado a los huelguistas? ¿Qué pautas educativas se implican en esta acción de gobierno? ¿Qué impactos estipulan en las comunidades educativas, fracturadas económicamente por su ideología? ¿Sabrán que estas tensiones constituyen el más sencillo y esencial clima institucional, o más, el clima áulico? ¿Halcones educativos? ¿Promotores de un amplio debate social? ¿Qué otros grupos de padres están disputando este escenario –que se amplificó luego de la pandemia y la precaria respuesta educativa? 

No pretendo terminar con mi dedo acusador blandiéndose en el airoso conformismo ideológico. El papá bahiense me hace pensar: ¿y nosotros? Sí, nosotros, docentes, pedagogos, sindicalistas. ¿Cómo mejorar nuestra interlocución con el gran afuera escolar, que a veces reducimos a un mosaico de la subjetividad infantil? ¿Cómo estrechar lazos con nuestros compañeros auxiliares, figuras pedagógicas de importancia nunca esclarecida en la educación? ¿Qué alianzas y qué fracturas promoveremos? ¿Qué estrategias de entendimiento con la comunidad educativa –que ocupamos en compartido centro con los estudiantes- permitirán una vuelta reflexiva sobre nuestra gramática, a veces melancólica, a veces desganada, a veces chillona, muchas veces amorosa y dedicada? ¿Participación creciente de los padres en la escuela? Habrá que trazar concienzudos límites: la escuela –muchas veces confundida en sus ajetreos inclusivos- es también un espacio radicalmente excluyente: el ideal de suspender por un momento todo lo que no sea estrictamente ella, escuela, en la uniformidad igualadora de una intervención colectiva. Y es que la escuela es también esa exclusión: no soy tu casa, no soy tu familia, no soy tu amigo, no soy canchero, no estoy a la moda, no estoy a tiro con las novedades aceleradas del mundo… soy acaso al aprendizaje de una heterogeneidad constitutiva, de un anacronismo que se erige como utopía en la sociedad acelerada. Me voy con tarea: mi paro no es mi paro. Mi paro es también un conflicto social, una coma en la definición compulsiva e inacabada de lo que queremos de la educación. Ahí va la escuela, que se mueve lenta. Ahí va el mundo, que se mueve rápido. ¡Papá bahiense, sombra terrible, bajá tu voz: si lograra escucharte acaso podría habitar tus motivos! ¡Papá bahiense, escuchá: pues no pienso renunciar a los míos!////PACO

  1. Carlos Correas escribe sobre Kafka y su padre: “(…) debemos agregar todavía algunas reflexiones sobre el acto de obediencia en la relación hijo a padre (…). Como en toda obediencia, aquí entran necesariamente en juego la autoridad y la legitimación de la escisión superior-inferior. Obedecer es someterse a la voluntad de otro y ejecutarla; voluntad que precisamente por ese acto que recibe se constituye en superior; y la autoridad no es sino el poder de hacerse obedecer. Pero también se requiere de un tercer término: aquello en nombre de lo cual manda el que manda y obedece el que obedece, y que es presentado como supremo por el que manda y que así como supremo debe ser visto también por el que obedece”. Y apenas más adelante: “¿En dónde fundar aquí mi derecho al mando? ¿En dónde fundar mi derecho a desestimar las objeciones a mi derecho al mando? Comenzamos a entrever que esta autoridad paterna –la intentada por Herman Kakfka- es impensable, y, por consiguiente, incomprensible; no por ello carece de fundamento, sólo que éste no es el pensamiento ni la universalidad de la razón, sino la persona del que ordena”. (Kafka y su padre, Leviatán, 2004)

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