Política


El macrismo murió sin intelectuales

Hay dos formas a través de las cuales los dueños de las cosas se relacionan con las ideas sobre los derechos y las obligaciones vinculadas a sus posesiones. La primera, que es en la que suelen alinearse las TED Talks curadas por “entrepreneurs” en las que participan desde Greta Thunberg hasta Elon Musk, es la forma que los hace sentirse socialmente responsables y globalmente conscientes. Con la lógica de que una afirmación positiva es el mejor camino para esparcir conciencia, esta versión amable del pensar sirvió para redefinir al intelectual bajo la nueva categoría de “líder de pensamiento”. ¿Y qué es un “líder de pensamiento”? Alguien que prioriza una buena dosis de storytelling con un rápido panorama general de la disputa (porque siempre hay algo en disputa), pero sin abandonar en ningún momento la intención de ayudar a mejorar las «buenas» ideas y mantener a distancia de cualquier atracción a las «malas» ideas, que son las que podrían incomodar a los dueños de las cosas.

Hoy es el mejor momento para los “líderes de pensamiento”, sobre todo porque su distorsión del trabajo de pensar coincide con el triunfo de un sistema concentrado de poder que celebra y hasta invita a “charlar”, a cada rato y en cualquier ocasión, sobre los grandes problemas de la humanidad, siempre y cuando la charla no se vuelva demasiado “política”, demasiado “acusatoria”, ni intente alterar las cosas fundamentales. De lo que se trata es de dar esperanzas y aprender a surfear las olas, pero nunca de cambiar el sentido de la marea.

Aunque insignificante si se la compara con las demás, existe una industria de las ideas, y los “líderes de pensamiento”, por supuesto, ocupan las posiciones mejor remuneradas. Según Daniel Drezner, un politólogo autor de The Ideas Industry: How Pessimists, Partisans and Plutocrats are Transforming the Marketplace of Ideas, una buena razón para que esto ocurra es que los “líderes de pensamiento” armonizan bien con los plutócratas que patrocinan mucha de la producción intelectual sobre la que los “líderes de pensamiento” basan sus carreras. En este sentido, las afinidades se extienden porque, al igual que los grandes plutócratas que se reúnen en Silicon Valley o en Davos y financian diversos think tanks, los “líderes de pensamiento” tienden sobre todo a saber una sola cosa, y a creer que esa idea es tan importante que va a cambiar el mundo (el mundo de la economía, de la ecología, de la política y hasta del sexo).

Esto es lo que convierte a los “líderes de pensamiento” en true believers en lugar de escépticos, pero también lo que los incentiva a desarrollarse como inspirados narradores de historias privadas o experiencias propias antes que como razonadores fríos (o pasionales, lo mismo da) detrás de las deducciones jerárquicas de la clásica autoridad intelectual. Al desligarse de los modos habituales de ordenar, identificar y describir problemas, los “líderes de pensamiento” no solo no se oponen sino que promueven los valores de los dueños de las cosas, y es por eso que pueden hablar sobre “disrupción” y “empoderamiento” igual que casi todos los amos, enfatizando soluciones esperanzadoras por encima de cualquier cambio real en el sistema.

Siempre disponibles para escribir prólogos, opinar en televisión, dar charlas para empleados y, en los casos encumbrados, susurrar en los oídos de los presidentes, el éxito de los “líderes de pensamiento” se debe, en parte, al desplazamiento que padecen sus adversarios en la industria de las ideas, que son los “críticos”. Y esta es la otra forma en que los dueños de las cosas se relacionan con las ideas que tratan, precisamente, acerca de los derechos y las obligaciones vinculadas a sus posesiones. Como heredero del “intelectual público” que sí se fijaba en las raíces de la disputa (porque siempre hay una disputa), el “crítico” es, dice Drezner, aquel que prefiere “señalar cuando el emperador va desnudo”. El “crítico” no es siempre pesimista, pero sin duda sí es escéptico y conserva la aspiración a iluminar los problemas al llamarlos por sus verdaderos nombres, por lo cual representa una amenaza genuina para el modo de pensar de los dueños de las cosas. Es por este motivo que, finalmente, el auténtico factor clave para entender la vigencia de los “líderes de pensamiento” es el crecimiento de la desigualdad.

Según Drezner, además de un individualismo exacerbado que termina por destilar una falta cada vez más plena de confianza en la autoridad (intelectual), la desigualdad cambió para siempre la esfera de las ideas con un efecto paradójico. Por un lado, la desigualdad provoca una sed intensa de ideas que diagnostiquen y resuelvan nuestros problemas, mientras que, por otro, la angustia de la desigualdad esparce una nueva clase de benefactores, dispuestos a ser los mecenas de la producción y la promoción de estas ideas nuevas. Las TED Talks son el ejemplo más claro: ¿quiénes sino los dueños de las cosas podrían beneficiarse de un abanico de ideas seleccionadas para que se amplifiquen desde una franquicia multimillonaria financiada por los dueños de las cosas?

En el balance, por cada diez “líderes de pensamiento” que ofrecen consejos sobre cómo construir una profesión (o un ingreso, una vida anímica o incluso una vida sexual) en medio de una economía cada vez más impiadosa y desigual, hay al menos un “crítico” aspirando a hacer que esa misma economía (del trabajo, de la sociedad o del deseo) sea menos impiadosa y menos desigual. Pero esta aspiración crítica requiere tratar con el núcleo del conflicto, lo cual borra el margen para la empatía que sí explotan los “líderes de pensamiento” al poner el foco sobre las víctimas en lugar de los victimarios. Otra vez, de lo que se trata para los “líderes de pensamiento” es de lograr una “dirección constructiva”, y en vez de castigar a quienes provocan el daño, ayudar a quienes fueron dañados.

Para lograr este objetivo, es decir, para que el pensar se desvincule de la crítica, uno de los pasos comunes es personalizar lo que es político. Si un “líder de pensamiento” no quiere ser confundido y descartado como un “crítico”, su audiencia tiene que visualizar lo más rápido posible que sus problemas son asuntos personales envueltos entre dramas individuales, y no temas colectivos y sistémicos. Podría decirse que el zoom del “líder de pensamiento” siempre es hacia adentro, hacia el individuo particular y sus circunstancias particulares, mientras que el zoom del “crítico” siempre es hacia afuera, hacia la sociedad y la circulación del capital que lo condiciona. Y aun así, conviene recordar de dónde viene la frase que dice que “lo personal es político”. La escribió Carol Hanisch en 1969, y en su versión original dice: “Los problemas personales son problemas políticos. Pero no hay soluciones personales esta vez. Solo hay una acción colectiva para una solución colectiva”.

Ahora bien, si la diferencia última entre un “líder de pensamiento” y un “crítico” es la política y la política, a su vez, es el modo socialmente organizado de imaginar y poner en práctica respuestas a los problemas colectivos, entonces no es demasiado difícil entender por qué el macrismo nació y murió sin ningún intelectual propio capaz de articular una sola idea sobre su proyecto de gobierno (o su plan de negocios). La lección final, entonces, tal vez pueda ponerse en estos términos: esa desafección política sobre la que se construyen los “líderes de pensamiento” no tiene mayor contrincante simbólico que el “crítico”, cuya aparición es indisociable de cualquier proceso de visibilización de la política///PACO