En Instagram, me aparece una publicidad de la revista El Gran Cuaderno que dice: “Un libro es una máquina de matar. Muchísimo más letal que una escopeta de aire comprimido calibre 12. Morirán como ratas.” Enseguida se avisa: “Este fragmento forma parte del texto Diez entradas de un diario apócrifo de Truman Capote que María Negroni nos comparte en El Gran Cuaderno #5.”
Que María Negroni se ponga en el lugar de Truman Capote para escribir un diario que se nos dice es apócrifo no me llama la atención. ¿A quién no le gustaría jugar a ser Capote? Tampoco me llamaría la atención que María Negroni se pusiera en el lugar de María Negroni para llevar un diario, apócrifo o no. Y no tengo ninguna animosidad contra ella. Sí me molesta un poco que se haga una comparación falsa con información dudosa para describir de forma afirmativa un objeto, el libro, que, como entidad general, no necesita elogios de ningún tipo.
Para empezar no hay escopetas de aire comprimido. Hay rifles, más o menos sofisticados. Pero la escopeta es otra cosa. Sobre esto hay pocas dudas. Tampoco encuentro que exista el calibre 12 para aire comprimido. No digo que no exista pero no lo encuentro en la web. Aceptemos que existe. El calibre más común es el 5.5, unos balines de acero típicos, estriados, del ancho de media uña. El doble daría un calibre 11. Digamos que existe algo así como una escopeta de aire comprimido calibre 12. No se me puede ocurrir nada menos letal que eso. Es hasta gracioso pensarlo. Cualquier persona que haya tirado con un arma de aire comprimido, incluso con los nuevos modelos que funcionan con aire embotellado a presión, sabe que la letalidad, o sea, la posibilidad de matar a alguien con eso, no es baja sino nula. Supongamos que soy un tirador experto de aire comprimido, lo cual ya es raro, y te emboco unas cinco o seis municiones de ese también supuesto calibre 12 en un ojo, y ese ojo se te infecta. Quizás haya una ligera posibilidad de que te mueras. Como fuere la comparación, para alguien que sabe un poco de armas, es ridícula. Lo de Negroni ¿es una cita velada a una obra, arma o escena que no conozco? Si alguien quiere decir que un determinado objeto es un arma letal lo mejor que puede hacer es compararlo con un FAL, una ametralladora MAG, un M16, una AK47, un fusil Barret calibre 50… Sobran ejemplos de armas livianas y pesadas.
Tampoco creo que Negroni quisiera señalar que Capote no sabía de armas. En la página dieciséis de mi edición de A sangre fría se lee: “A su lado, yacía otra clase de instrumento: una escopeta de repetición calibre doce, nueva, flamante, de cañón azulado y con una escena de caza –una bandada de faisanes volando– grabada en la culata.” El subrayado me pertenece. Luego en otras partes del libro se vuelve a citar el calibre 12. ¿Es posible que Negroni haya confundido “escopeta de repetición” con “escopeta de aire comprimido”? Las armas no son un tema menor en A sangre fría. Pero no le demos más vueltas al asunto. No hay nada menos letal que el aire comprimido.
Y por eso la comparación –con todos sus pifies, o gracias a ellos– expone una verdad. Los libros no son máquinas de matar. Yo diría que más bien al contrario. Sirven para salvar, antes que para destruir. Pero tampoco me quiero poner a hacer comparaciones trasnochadas.
Los libros son artefactos hermosos y complejos, pueden ser aterradores o inspiradores, pueden ayudarnos a no aburrirnos en momentos claves de nuestra vida y también a señalarnos un camino, un conocimiento, una práctica o una ética imprescindible para la supervivencia. Pero no son armas. Y si los usamos como armas –podríamos pensarlos como objetos contundentes para pegar o arrojar– están muy lejos de ser letales. Lo cual, desde ya, no quiere decir que un loco no pueda matar a otro desgraciado a golpes de libros en la cabeza. En La Canción del Verdugo, Norman Mailer escribió que Jack Henry Abbott le había contado que, cuando se estaba preso, La Biblia, para lo único que le había servido era para mojarla y usarla para defenderse a los golpes de los ataques de otros presos. Pero, primero, me parece una exageración, una afectación, de lo espiritual al combate singular en un golpe, y segundo, tampoco creo que a eso se refiera Negroni. No. Negroni se lanza con el viejo ritornello de que la lectura nos hace más fuertes, inteligentes, peligroso para los malos, los banales o los necios… Es una extrapolación fuerte. Hagamos otra salvedad. No se refiere a los libros de defensa personal, supervivencia, fabricación de explosivos, tácticas de insurgencia o sabotaje militar y que sí podrían, con un poco de esfuerzo, ser entendidos como armas. Hace un tiempo escribí sobre The Anarchist Cookbook y su autor y su historia para hilar algunas ideas sobre el tema. Pero una vez más, no es a lo que se refiere Negroni. Ella lo que quiere subrayar es que el libro, no ese libro, sino todos los libros, porque se expresa de forma genérica, los libros como artefactos, y en realidad, la lectura, ya que el libro está puesto –entiendo– como metonimia del lector, lo que quiere decir es que la lectura, entonces, nos puede salvar de una agresión o ayudarnos a someter a terceros. Y eso es bastante falso.
A muchos literatos no les alcanza lo geniales que son los libros y los ponen a jugar en otras series, series que, a veces, no conocen. El ejemplo de Negroni es bueno en ese sentido. El razonamiento es el siguiente: no sé nada de armas pero sé de libros y entiendo que las armas son algo poderoso y quiero transmitir la idea de que los libros también lo son. La verdad es que no hace falta. Los libros son poderosos sin compararlos con las armas. Pero está lleno de estos insatisfechos que, sabiendo que sus lectores los van a aplaudir, repiten estas ideas. No voy a insistir, ni voy a aclarar que no se puede participar de una carga de caballería con un libro, ni que un libro es el mejor escudo frente a un bombardeo. Aunque hay veces en que, en esos casos, la Biblia o un libro con un mapa puede ayudarnos. Me alcanza con decir que la relación entre los libros y las armas es mucho más compleja.
(Me siguen surgiendo ejemplos posibles pero fallidos. Cuando estudiaba griego, como estudiante de la carrera de Letras, leí que un romántico alemán –no recuerdo cuál– paseaba por un bosque con un libro de griego y lo iba leyendo y traduciendo mientras caminaba. Entonces se le apareció un oso que lo atacó abriendo la boca y levantando sus zarpas. El poeta, sin dudar, le tiró el libro entre las fauces al grito de “¡Prueba esto, bestia! ¡Es griego!” Supongo que después salió corriendo.)
En realidad, cuando un escritor habla bien de “los libros” lo hace como una forma de promoción, justificación o autoelogio. Siempre es un gesto progresista un poco bobo. Cuando se habla de “los libros” nunca se pone Mein Kampf en la lista, ni los diarios de Goebbels, ni libros que remiten a muerte y atrocidades y las promocionan y justifican. Hay miles.
Capote tiene una frase bastante mejor que la de su diario apócrifo. Y es buena porque no es una frase arrogante, sino vitalmente resignada: “Luego, un día, empecé a escribir, sin saber que me había encadenado, de por vida, a un amo noble pero despiadado. Cuando Dios nos ofrece un don, al mismo tiempo nos entrega un látigo, y éste sólo tiene por finalidad la autoflagelación.” Pero resulta injusto recordar al Capote real y compararlo con el apócrifo. Mejor citar a Montaigne:
“Muestran los libros muchas gratas cualidades a los que los saben elegir; mas ningún goce sin dolor: son un placer que, como los otros, no es nítido ni puro; tiene sus incomodidades, que son bien pesadas; el alma con ellos se ejercita, pero el cuerpo, cuyo cuidado nunca olvidé, permanece mientras tanto sin acción, cae por tierra y se entristece. Ningún exceso conozco para mí más perjudicial ni que al declinar la edad más deba evitarse.”
Escribir y leer, nos dicen Capote y Montaigne, tiene un precio. Se puede hacer con alegría pero las incomodidades llegan, están ahí, no se pueden evitar. Mas ningún goce sin dolor.
La frase final del fragmento del diario apócrifo también merece un breve análisis. “Morirán como ratas.” ¿Quiénes morirán? ¿Los lectores? Negroni, con la máscara imperfecta de Capote, ¿piensa que puede matar ratas o gente con aire comprimido? En este caso, otra vez, la frase significa lo opuesto de lo que quiere transmitir. Con estos falsos diarios y este tipo de comparaciones, los que anden cerca no morirán sino que vivirán como ratas, lo cual es, desde ya, mucho peor.///PACO