Hace poco, en estado vigilia, esa situación en la que uno no sabe a qué orden pertenece lo que sucede, me imaginé que éste era un libro en el que podía introducir todo lo que quisiera, una especie de libro sin fin”, dice Juan José Becerra de El espectáculo del tiempo, su nueva novela editada por Seix Barral.

Alejado de un argumento convencional, Becerra registra, de modo fragmentario y sin un orden cronológico, una enormidad de sucesos íntimos y familiares con los que reconstruye los retazos de una vida.

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Hay muchos datos compartidos entre Juan Guerra, el narrador de El espectáculo del tiempo y vos, que hacen que uno piense que se trata de una novela autobiográfica. Fabián Casas dice que siempre se usa a sí mismo como materia prima porque le falta imaginación ¿En tu caso con qué tiene que ver esa elección?

Lo más fácil de suponer es creer que uno puede escribir una autobiografía y en realidad es imposible que eso ocurra. La diferencia que hay entre la imaginación autobiográfica y la experiencia autobiográfica en el campo de la literatura es abismal. Son dos mundos, no solamente distantes, sino enfrentados, circulando en orbitas diferentes. Por lo tanto, desde mi punto de vista todo es ficción. A tal punto todo es ficción que la voluntad autobiográfica desfallece frente al hecho concreto de que cuando uno se pone a escribir no puede hacer otra cosa que ficción.

Uno de los personajes centrales del libro es el padre de Juan, un tipo que cree estar fuera del sistema. ¿Para ese hijo que quiere ser totalmente distinto al padre, escribir esta novela en algún punto es un acto de amor hacia él?

Sí, yo creo que es un acto de amor lo que pasa es que el acto de amor incluye al sentimiento amoroso que es un sentimiento sucio. Me parece que el amor es una tendencia sentimental de adoración, pero en ese flujo de adoración se cuelan una infinidad de impurezas. Sin ir más lejos, entre esas impurezas está el odio. ¿Cuántas veces nos encontramos experimentando odio hacia la persona que amamos? Por lo tanto, me parece que sí es un personaje al que el narrador ama, pero lo ama con esas salvedades, que son las salvedades técnicas del amor.

¿Cuán importante es la lectura que haga tu familia de un libro como éste? ¿Te pusiste algún límite a la hora de escribir?

Yo quería que el libro funcionara como una bestia, que tuviese sangre y que no reparara en ningún tipo de limitación moral porque luego, las limitaciones formales aparecen solas. Pero desde el punto de vista moral, de la corrección literaria me parecía que el libro tenía que violar todas las fronteras que lo precedieran porque esas fronteras no están en un libro cuando uno lo escribe, sino en un acto anterior que es el momento en que uno piensa lo que va a escribir. En este caso, lo que yo quise hacer fue extraer una primera literatura, como si fuese una literatura en bruto y dejarla convivir con un primer pensamiento, no con un pensamiento ya de segunda o tercera generación, que es el momento en que el escritor empieza a pensar lo que ha pensado por primera vez. Quise abandonarme a ese tipo de operación para que el libro pudiese tener el efecto de que en esa escritura había una situación de verdad.

En cuanto al modo de narrar lo sexual, está claro que no tuviste ningún límite. ¿Cuál fue la mayor dificultad en ese sentido?

Yo siempre vi a la pornografía como un sistema de representación. Así como la geografía es un sistema de representación donde se va del territorio al mapa, en las cuestiones del cuerpo, la pornografía es un lenguaje que intenta algún tipo de descripción sobre las cuestiones sexuales, pero que no son el sexo. Al funcionar como un sistema de representación, no hay nada que preguntarse, simplemente hay que escribirlo.

Las mujeres entran y salen de la novela continuamente. ¿Es el amor o es lo sexual lo que termina de sostener a tu personaje?

El amor así como incluye una tasa de odio variable, también incluye una tasa de sexo variable. No sé a quién se le puede ocurrir imaginar una historia de amor sin contemplar esa prestación que es el sexo. Para mí el sexo funciona no sólo como plataforma de la pareja, sino como plataforma de la familia. No hay ninguna familia que pueda sostenerse sin sexo. El motor de la felicidad familiar es el sexo. No digo que no se pueda sostener una familia sin sexo, sí se la puede sostener pero a costas de la infelicidad.

Debe haber familias que por una cuestión fisiológica, propia del paso del tiempo, ya no tienen sexo y sin embargo son felices.

Coincido. En la medida que pasan los años hay otra cuestión que las sostiene y puede ser el homenaje a los buenos años de sexo.

En la novela aparecen dos narradores ¿Ese segundo narrador vendría a demostrar que los libros nunca ser terminan de escribir?

Este es un libro que escribí hace unos cinco años y en el transcurso de ese tiempo no volví plenamente a él, pero sí volvía cada tanto y lo abría en alguna zona y leía un fragmento, tratando de hacer una especie de corte transversal. Lo que descubrí es que cada vez que lo abría y lo releía, estaba en total desacuerdo con lo que había escrito. Un lector en el fondo es una especie de corrector y esa sensación no la perdí nunca en cada uno de los pasos en los que abrí el libro para saber qué había hecho. Entonces, me di cuenta de que podía intervenir una nueva voz porque al intervenir este narrador tardío, dejaba en claro también el paso del tiempo adentro del libro. No solamente para los personajes, sino también para la persona que lo escribía.

En una entrevista dijiste que “la incorrección es uno de los deportes masivos de la vida”, ¿por qué no es tan frecuente encontrar esa ferocidad en la literatura?

Porque después de la antropofagia y el incesto, el tercer gran tabú es el de no decir lo que se piensa. Habría que ver si podría existir lo que llamamos sociedad destrabando ese tabú. Es evidente que así como la felicidad familiar está sostenida por el sexo, la sociedad está sostenida por la diplomacia.

También dijiste que “la felicidad no está en la agenda de la literatura” ¿No se puede escribir desde la felicidad?

Con la experiencia de la felicidad no hay nada que quede pendiente, son experiencias redondas. Uno, por más que sea un escritor feliz, escribe historias a las que le han faltado algo. Hay una vocación en el escritor de completar algún tipo de déficit. Ese déficit puede ser formal, prosaico y también puede tener que ver con una agenda vital. El escritor por lo general regresa a esas zonas turbias de la memoria sólo a ver qué fue lo que ocurrió porque el pasado está lleno de cosas nuevas.

Decíamos que el padre de Juan es un tipo que está afuera del sistema ¿Ser escritor también no es estar un poco afuera?

Un tipo que decide ser escritor tiene que estar decidido a formar parte de un sistema marginal y entregarse a esa actividad monacal y gratuita de la que no hay que esperar nada. Todo lo que pueda producir el hecho de que alguien decida ser escritor es un accidente o un malentendido. El escritor lo que tiene que hacer es encerrarse a escribir. Después uno puede tener su vida civil y su vida laboral porque si sos escritor lo segundo que tenés que pensar después de lo primero que es “me gustaría ser un escritor”, es “no voy a vivir de mis libros”. Si eso ocurre, será de casualidad. Entonces, hay que armarse una vida donde convivan diferentes estructuras, donde uno pueda ser un ciudadano y al mismo tiempo una especie de monstruo intratable. Desde hace años el escritor no tiene un lugar público. Puede tener un lugar si habla de otra cosa, no de literatura. Nadie lleva a un escritor a hablar de literatura a un programa de televisión porque le interesa a muy poca gente.

¿Qué se podría hacer para que un libro tenga mayor circulación y no termine siendo un fenómeno de culto?

No se puede hacer nada. El escritor tiene que escribir sus cosas y dejarlas en guarda. Si hay algún interés que despierte su libro, eso va a ser por parte del lector. Uno no puede salir a conquistar lectores porque ya no está haciendo literatura, está haciendo otra cosa. No me parece honesto hacer maniobras para ver cómo los lectores llegan a nosotros. Con la literatura, todavía las cosas funcionan muy a la antigua porque todavía sigue siendo muy importante la conversación entre dos personas sobre el libro que leyeron.

Desde hace tiempo venís escribiendo sobre Boca en el Diario Olé, ¿el público futbolero se termina acercando a tu literatura o son compartimentos estancos?

Puede haber alguna filtración, pero creo que son compartimentos estancos. Por lo general cada compartimento se siente a sí mismo como una fortaleza blindada. No creo que el lector de Olé sea incapaz de leer literatura o el lector de literatura sea incapaz de leer Olé, lo que digo es que cada cosa tiene su interés particular y son intereses muy disímiles. Yo mismo cuando escribo una cosa u otra me doy cuenta de que estoy haciendo cosas diferentes. Es como si en un campo fuese electricista y en el otro fuese piloto de avión.

Refiriéndote al ensayo y la crónica dijiste que ambos son géneros más seguros porque el ensayista evita el riesgo con la cita y el cronista con los viajes, ¿dónde podría encontrar seguridad un novelista?

La gracia del novelista es no sentirse seguro con nada, es la asunción de una fatalidad con gusto, que es la de no contar con ningún tipo de auxilio para escribir. No depender de ninguna referencia, de ninguna experiencia particular. Al novelista yo lo veo como si fuese un geólogo del aire. Uno va a buscar cosas que supone que están en algún lugar, sean imaginadas o vividas, y cuando se produce ese hecho, que es el hecho de la excavación, uno ve que la materia empieza a disolverse.

Guillermo Martínez me dijo que tener éxito en el mundo literario es un pecado, ¿vos cómo te llevás con la figura del escritor y el éxito?

Nunca me plantee ser un escritor con figura. En cuanto al éxito de la literatura, no sé en qué consistiría porque es algo que no se puede medir. Por eso uno muchas veces piensa que aún en el éxito uno está fracasando. Sí se puede hablar del éxito del capital, pero es otro tipo de éxito, que vale para el tipo que vende autos. Creo que la literatura no se corresponde con la palabra éxito y que todo más bien tiende al fracaso. No lo digo como una impostura. Una vez fantaseé con que el éxito de un escritor sería el de enloquecer a un lector.///PACO