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1/ El estilo no es una técnica o una tecnología. No puede ser solo eso. Tiene que haber algo más. ¿Qué es ese algo más del estilo en Deleuze? Pero antes, ¿cómo es el estilo de Deleuze?

El Barroco no remite a una esencia, sino más bien a una función operatoria, a un rasgo. No cesa de hacer pliegues. No inventa la cosa: ya había todos los pliegues procedentes de Oriente, los pliegues griegos, romanos, románicos, góticos, clásicos… Pero él curva y recurva los pliegues, los lleva hasta el infinito, pliegue sobre pliegue, pliegue según pliegue. El rasgo del Barroco es el pliegue que va hasta el infinito.”

La frase, famosa, que abre El pliegue, Leibniz y el barroco nos da ya ideas y material para trabajar sobre el mismo Deleuze. Podríamos aceptar, no sin cuidado, que aquí habla de sí mismo. Y de ahí, lo cual es todavía más osado, decir que el estilo de Deleuze es barroco. No remite a una esencia sino a una función operatoria. Esto nos plantea muy rápido muchos problemas. ¿Deleuze un barroco? ¿Deleuze un neo-barroco? Digamos mejor que su estilo es una puesta en práctica de sus mismas ideas. Me arriesgo un poco más y digo que sus conceptos están explicados también en su estilo. Incluso están explicados mejor en su estilo. Ahí están, viviendo, en acto, el famoso rizoma, la construcción de máquinas, el desmarcamiento continuo de la mirada del otro, la fuga, la denuncia, la diferencia, la repetición.

Curiosamente Deleuze no parece haber tomado el gesto epigramático de Nietzsche. Mientras Nietzsche apuesta a la contundencia, a la asertividad -“hay que ser aforístico” decía-, Deleuze es un artesano esmerado y sus libros abundan en superposiciones, capas, idas y vueltas, objetos y sujetos que se superponen, que se completan, tensionan y desafían. Encontramos en él algo de Montaigne, de esa tradición liberal del ensayo que se lee por placer, o por goce, y, como ya sabemos, el placer y el goce no son menores en la obra de Deleuze.

¿No hay ahí, entonces, un más allá del estilo ligado a la frase que llega a la argumentación, que toca los objetos y temas que busca, que embarra los ensambles recursivos de conceptos que construye? Deleuze es un escritor de acumulación, de insistencia. Pero de una insistencia que por momentos parece lúdica, incluso picaresca.

El estilo también se deja ver en la elección de los materiales con los que trabaja.

Si Heidegger introdujo en la filosofía una necesaria reflexión sobre la lengua, el idioma, la poesía y sus efectos sobre la nación y el Ser, Deleuze insistió -no fue el único en el siglo XX francés pero sí uno de los más conspicuos- en que el filósofo debía tomar otros objetos más allá de la biblioteca filosófica. De ahí, su vocación permanente como crítico de arte. A Deleuze se lo siente más a gusto entre el cine y Kafka, entre Sacher Masoch y Proust, que comentando ideas. La subjetividad ajena le da mucho más lugar para expandirse, para ser más agresivo, más arbitrario, que las estructuras en que Occidente estratificó el saber.

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2/ Dicho esto, me deslizo un poco a la herejía para decir que los conceptos que inventa Deleuze me resultan frívolos, inefables, impactantes pero de una sensualidad escolar. Su idea de libertad es pobre, su valoración de lo social en la constitución del sujeto moderno, rudimentaria. Y si a eso agregamos su nulo conocimiento de la política, del diálogo político, de su vocabulario, su rutina, su burocracia, sus pérdidas y sus posibilidades, puede resultar muchas veces irritante. Nadie que haya hecho política en su vida, gremial, partidaria, de base, territorial, universitaria, encuentra en Deleuze inspiración o recursos.

Deleuze y Guattari son dos bellos anarquistas, elegantes francotiradores parapetados en el resistente edificio universitario francés, muchas veces afectados por la nostalgia y la hipersensibilidad de un superyo incontrolable. Sobre eso nos ilustra Perlongher que a principios de la década del 90, poco tiempo antes de morir, fue convidado a la mesa parisina de la dupla y dejó testimonio. Mi fuente es Damián Tabarovsky. Perlongher dijo: “¿Podés creer que parecían viejos sesentistas del bar La Paz? De lo único que hablaban es de dónde habían estado en el Mayo, en qué barricada, leyendo qué libro, con qué novia, haciendo qué cosa. Hace 25 años que hablan de lo mismo.”

Así, Deleuze es leído sin distancia por poetas trágico-pops, por homosexuales desorientados, por becarios, por universitarias en edad de merecer que quieren “experimentar, no significar”, y, digámoslo sin más, por la juventud en general. Deleuze no es un filósofo para la vejez. Es un filósofo de la seducción. Un filósofo que seduce y enseña a seducir. En algún punto, un educador sentimental del aspirante, del artista cachorro. Pero por eso mismo sus famosos conceptos, bien o mal entendidos, me parecen cortos. ¿Cómo pensar la causa Malvinas desde Deleuze? ¿Cómo hablarles de desterritorialización a los ex-combatientes? ¿Cómo aplicar el rizoma cuando se tiene que organizar una estructura gremial? ¿Cómo ganar una discusión si impera la subjetividad y la fuga, si la identidad parece siempre mutante o mutando?

Por ejemplo, “Postdata sobre las sociedades de control”, uno de sus último ensayos breves, demuestra su incapacidad para pensar el futuro próximo. Ahí Deleuze cita a Burroughs, aplana a Foucault, repite sin provecho a autores como Orwell y Huxley, recurre sin más a las distopías vintage de la ciencia ficción. Las sociedades disciplinarias, nos dice, van a ser reemplazadas, están siendo reemplazadas, por sociedades de control, luego traza un poco inspirado futuro paranóico y oscuro. Hoy sabemos que ese mundo aterrador que pinta Deleuze va a ser mucho, muchísimo más complejo y sofisticado, y va a tener momentos de daño pero también excelentes zonas de reparación.

Podría citar otras especulaciones erradas o poco inspiradas pero prefiero volver a su estilo. ¿Por qué? Por que su estilo, sólido y vertiginoso a la vez, vital y preciso, lo salva siempre. El desafío, parafraseando a Tolstoi, es dejar de leer a Deleuze, porque leerlo resulta magnético. Y si resbala en algunas opacidades nocturnas, lo que acude a defenderlo es una tradición. De adelante para atrás: Lacan, Heidegger, Hegel, Leipzig, Spinoza. Ustedes quizás podrán poner otros nombres. Más difícil es discutir que, en el estilo, entonces, es donde conocemos al Deleuze docente, al Deleuze del que es posible aprender mucho y muchas cosas.

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3/ ¿Qué más podemos decir sobre ese estilo? Hay en el estilo de Deleuze una disidencia inicial del estilo filosófico. Algo que lo acerca como dijimos a los ensayistas de la deriva, incluso a los novelistas modernos. A Raymond Roussel, a Joyce, a Robbe-Grillet, por poner tres ejemplos obvios. Deleuze usa un estilo argumentativo para narrar escenas, para parafrasear diálogos filosóficos o instancias de creación. La forma de Deleuze, esa forma que nos llama, que incluso puede ser adictiva, que está atada a ideas más bien extravagantes, festivas e irresponsables, nos propone comenzar en desacuerdo. Primero en desacuerdo con la comunicación, con la idea de una escolaridad inequívoca. Segundo, proponiendo un vagabundeo espiritual, un populismo negro, un desprendimiento de toda norma. Esto puede ser liberador, sí, pero también improcedente, desolador. Si en algún ámbito, digamos, por ejemplo, un congreso de filosofía en la montaña, todos estuviesen de acuerdo, Deleuze se las arreglaría para dejar constancia de su desacuerdo, cayendo, una vez más, en la aporía de la heterodoxia sistemática.

4/ Termino: la separación entre forma y contenido siempre es arbitraria y errada y nos lleva a la angustia. Pero en el caso de Deleuze el pathos estilístico se transforma en una serie de reglas a seguir, en un ethos, en una ética. Ética y estilo, entonces. ¿Pero formado de qué? Contra la prosa institucional, contra el habla edulcorada o frígida, contra la insatisfacción, el estancamiento, y sobre todo contra la fobia, Deleuze presenta la elipsis, lo que fluye, el desprendimiento, la erudición, lo complejo. Hay un vértigo en su estilo, y creo que es el vértigo del deseo. Su investigaciones sobre el deseo se siente en su escritura. Y es el deseo, no la consciencia, como Deleuze no se cansa de decir, lo que mueve al mundo.

A medida que nos internemos en el siglo XXI creo que las ideas alocadas de Deleuze, su romanticismo atragantado, su anarquismo de salón punk new wave -porque no puede haber otro tipo de anarquismo- empezaran a verse cada vez más anacrónicos. Pero siempre vamos a encontrar en su deriva un manual de estilo, de procacidad, de entusiasmo. Deleuze es un filósofo del entusiasmo. Y por eso su escritura mantiene la atención, concentra, intenta todo el tiempo la sorpresa. E Incluso cuando falla, porque Deleuze está muy lejos de ser infalible, vale y recompensa el esfuerzo de la lectura.

Postdata: Julián Ferreyra me señaló contradicciones cuando leí esta ponencia en las Primeras Jornadas Gilles Deleuze que se hicieron el 30 y el 31 de mayo de este año en San Juan. No las niego. Ay, esa diferenciación tan burda que hago entre forma y contenido. Y si el pliegue es un concepto no puedo decir que no me interesa ninguno de los conceptos del filósofo… Me cebé escribiendo. Exageré. ¿A quién no le pasó? Pero vuelvo a preguntar: ¿hay un Sistema Deleuze? Aunque va contra la misma idea de su filosofía, creo que lo hay y, sigo insistiendo, está en su estilo. Los conceptos que usa a veces tienen un significado, a veces otro. Pero el estilo, que es mucho más que una sintaxis, que es siempre una forma de leer, logra armar, construir un Ethos. ¿Ethos de pura superficie? ¿Una superficie que siempre se pliega? ¿Aceptarán los hombres de la ideas que hay verdad en la siempre pobre y acotada combinación de los signos? Como fuere, el concepto del pliegue es el mejor aporte de Deleuze, su mejor recuperación, y nadie puede decir que, cada vez que escribe, no lo ponga en práctica, en acto, en experiencia. Del otro lado, su peor zona la domina esa conocida aporía de la heterodoxia sistemática. Ahora, regresado de San Juan, con alegre revanchismo y el propósito de sanar tanta libertad, retomo mis lecturas de Hegel, quien no exige menos, pero, tal vez en estos tiempos modernos que siempre son equívocos, nos brinde al menos un poco más.////PACO