Los hombres de los pantanos – Vidas, fugas y ecos. 
Federico Sironi, Expreso Nova Ediciones

Aunque poco se haya publicado de sus obras, Federico Sironi (Buenos Aires, 1960) no es ningún principiante. La conclusión inmediata surge tras la lectura de sus dos últimos libros y suma una razón para leerlos lo antes posible. Tanto Vida, fugas y ecos (2014) como Los hombres de los pantanos (2011) fueron publicados por Expreso Nova Ediciones y se pueden disfrutar en una misma tarde. El orden recomendado es aquel en el que aparecen acá.

Si bien pertenecen a géneros diferentes -el primero es un libro de cuentos, el segundo una novela-, ambos tienen los rasgos caracteristícos que dejan el estilo del autor al descubierto. Un ejemplo son los personajes, que parecen creados a partir del no encajar en la mayoría de los textos del mercado. Los unos y los otros tienen particularidades que los determinan como personajes sirónicos: están perdidos, necesitan fijarse y reconocerse en un otro, parecen completamente delirantes pero totalmente posibles a la vez.

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Entre las diferencias, el prefacio de Vidas… está escrito por el mismo autor y es un crudo presentador del libro. En él le pide a cada lector que elija cómo leer los cuentos, le hace sugerencias y le anuncia las posibles reacciones que lo asaltarán con la lectura de lo que llama un “ensayo de escritura”. Los hombres… tiene un prólogo escrito por Jorge Hardmeier en el que hay un interesante reconocimiento a las profundidades de la ciudad pero que por momentos parece más un tratado sociológico que un proemio. Además, el hecho de que el texto introductorio sea más largo que cualquiera de los capítulos del libro confirma la teoría de que cuanto más breve, mejor.

Vidas, fugas y ecos son veintinueve cuentos breves (algunos brevísimos) que tienen desenlaces inesperados. Se avanza en ellos del mismo modo en que lo hacen los personajes en su relación con la lectura: al prinicipio, es sólo una iniciación; hacia el final, un llamado a la reflexión. Algunos están solos y otros aparecen acompañados pero lo interesante es que siempre el destacado habla consigo mismo, delibera, se cuestiona, teoriza. Algunos son afortunados, los menos. Los otros, fracasados, marginales, metódicos o condenados al olvido según las convenciones vigentes.

Por momentos se corre el riesgo de perderse en los pensamientos del autor y su crítica a las normas sociales establecidas pero la brevedad de los cuentos evapora rápidamente la sensación. Hay textos para todos los gustos, incluso algunos que contienen poemas nostálgicos. También los hay reflexivos sobre los cambios que producen el diálogo o la ausencia del mismo y esos dan paso a los que presentan interrogantes disyuntivos sobre muchos y variados otros temas. En todos los casos, las situaciones y personajes son fáciles de imaginar. Hay vidas descriptas, fugas como composiciones que giran en torno a un tema y su contrapunto pero también como la ausencia temporal de existencia. Y por si fuera poco, están los ecos de lo que queda de esas vidas en respuesta a la resonancia de las fugas.

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Los cuentos del final se vuelven un poco más densos por la reiteración y suma de cuestionamientos filosóficos. Interesante es que en el último de los textos, Vacío, y a modo de nota de cierre, Sironi da la justificación de porqué escribió su página en blanco. Con eso, la lectura vuelve a tener sentido y dan ganas de seguir con Los hombres de los pantanos.

Es necesario aclarar que las ideas de posibilidad, locura y soledad también dan vueltas por aquí. Cada capítulo pantanesco presenta a un personaje, lo detalla y lo relaciona con el resto de los participantes. Hacia el final, el relato gira en torno a su reunión alrededor de una mesa ocasional en el parque Centenario en donde comen un asadito frío y charlan sobre “cosas banales” como el amor y el destino. Lo hacen con categoría y conocimiento o padecimiento de causa. Son grotescos, fracasados, marginales, violentos, más noctámbulos que nocturnos. Imposibles sociales intoxicados con mucho más que drogas, alcohol y rock and roll, que poseen una sabiduría digna de su no pertenencia pero también de las profundidades desde las que fueron creados.

El ocuparse filosóficamente de los losers es marca registrada de Sironi y justificación absoluta para frases como la que sigue, en este caso, en la voz de uno de los personajes. “Ante la moral convencional de una época siempre es preferible ser amoral. Esto no es más que una forma del amor”. Es un buen epígrafe para la imaginaria foto final: una postal del banquete en el parque tomada por algún fotógrafo amateur. Está subido a la copa de un árbol y los retrata justo en el momento en que otro de los personajes dice: “De este mundo llevarás, panza llena y nada más”.///PACO