Por Gabriel «Sugar» Bonetto

Don Cornelio y La zona comenzó su carrera en el barrio de Flores junto con la incipiente democracia de 1984. Un par de años deambulando en el under porteño les bastó para tener cierta fama. La crítica ya empezaba a nombrarlos en los suplementos de rock y en los shows comenzaban a convocar más gente. Los recuerdo en un recital en Teatro Fénix de Flores con Los Pillos, un grupo que también prometía y que terminó diluyéndose. También como grupo soporte de Iggy Pop en Obras. El nombre de la banda era la unión del nombre de Don Cornelio Saavedra y La Zona, una película del director ruso Andréi Tarkovski que describía el viaje de tres hombres a través de un lugar post-apocalíptico.

En 1987, la primavera alfonsinista empezaba a evaporarse y Don Cornelio y La Zona entraban a los estudios Panda a grabar su disco homónimo. La compañía discográfica les acercó a Andrés Calamaro, quién venía de producir a unos ascendentes Fabulosos Cadillacs. Se notó su mano en la producción artística. Los nervios viscerales, los ruidos, la desprolijidad y la voz temblorosa y borracha de Palo de los shows que yo vivía como mi espíritu adolescente quedaron un poco relegados en el disco. Entendí que Don Cornelio no era solamente el vivo. Calamaro fue el encargado de pulir esos shows que eran capaces de dar un mazazo en el cráneo y que terminaron desembocando en su predecesor, Patria o Muerte en 1989, pero es otra historia.

El rock postdictadura había traído baile, un nervio fuerte, impetuoso, la frescura de Los Abuelos, el Wadu wadu de Virus, la vitaminas de Soda Sterero. Don Cornelio y La Zona no proponía baile aunque tomaba prestado el cuerpo en la escena, la energía y el pogo, sí había una poesía increíble de un grupo de jóvenes que apenas superaban los veinte años y que poseían una energía punk y un dejo de tango. Yo todavía no sabía de corrientes musicales. Años después, leí que estaban ajustados en el género new wave, post punk. La clasificación me quedaba corta, incompleta. Palo Pandolfo y compañía iban más allá, había poesía suburbana, mucho Charly García y un Luca Prodan presente, tanto que existe el mito de que en Sumo lo contemplaba a Palo como su reemplazante.

Cuando salió a la venta el disco fui hasta una disquería muy cerca del colegio. El vendedor me miró con extrañeza y después me dijo que cualquier cosa lo podía cambiar. Le sonreí con delicadeza. Solo quería llegar a casa para escucharlo. Don Cornelio y la Zona comenzaba con el hit que ya sonaba hasta el hartazgo en la Rock & Pop. “Ella Vendrá” taladraba con insistencia mi cabeza. La voz de Palo era indescifrable, no encajaba con los estandares de las voces de los grupos que escuchaban mis compañeros de secundario. Palo no era Jagger, Ni Robert Smith, ni Bono, ni el Indio Solari. Muchos me miraban raro, me decían que la música no estaba mal pero que la voz de ese tipo arruinaba todo. Yo no les hacía caso. El tono de Palo conmovía.

Don Cornelio y La zona es un disco, básicamente, de grandes canciones. Hago un repaso. “El rosario en el muro” es la más controversial. Aunque no produjo debates en televisión ni salió en la tapa de las revistas especializadas, puso al suicido en una canción, en la línea de «Viernes 3 am» de Serú Girán. Sin embargo no es el tema de Charly la influencia cercana. “El rosario en el muro” es indefectiblemente la poesía de Jim Morrison. El complejo de Edipo la atraviesa tanto como “The End”. Palo canta: «Madre, quiero tu sexo». Jim recita: «Padre quiero matarte, Madre, te quiero…» y un grito ahogado que parece decir «coger». En “The End”, la finalización de muchas etapas de la vida: «el amor, la soledad, nuestros elaborados planes». En la canción de Don Cornelio el fin es pragmático y nihilista, la única salvación es saltar desde el techo: «…Después de esta vida loca para que seguir así nene salta».

«Cenizas y diamantes» es el mejor tema de su disco debut. Tranquilamente podría ubicarse en un playlist histórico del rock argentino sin ningún problema. Canción de amor y oscuridad por excelencia, está basada en una película de Andrzej Wajda contextualizada en la Polonia de posguerra y sus condiciones sociales. «Densa oscuridad, fuego, más velocidad, la tumba del camino» escribe y canta Palo, y demuestra con autoridad que un nuevo poeta desembarcaba en la escena local para quedarse hasta hoy. Otra canción que sonó fuerte en las radios fue “Tazas de té chino”. Comenzaba con el estribillo que navegaba entre el humor y una oscuridad repleta de imágenes: «Una vitrola agogó tocando y tocando pozo guerrillero irascible bombardeando, bombardeando».

Pasaron veintiséis años y aquel debut todavía es considerado por muchos como un disco de culto. ¿Que sería eso? Supongo que es la característica de una obra que no alcanzó la suficiente notoriedad y que con el paso de los años va adquiriendo nuevas significaciones: influencias, sonidos, modas. En este disco el caso es más complejo. La banda de Palo Pandolfo alcanzó el titulo de Banda Revelación del año 1987 en el SÍ de Clarín (cuando el SÍ marcaba alguna tendencia) y la expectativa comercial, si bien contrastaba con los grupos exportadores del momento (Soda, Enanitos Verdes, Miguel Mateos) era importante. Un momento especial, improbable en la actualidad, donde muchos discos debuts tenían un fuerte respaldo de las compañías discográficas, en este caso EMI. Y la perspectiva mercantil disentía con el clima económico que terminó con la hiperinflación en 1989, año en el que Don Cornelio tuvo que consolidar el rotulo de revelación en un segundo trabajo. El principio del fin. La falta de apoyo de la compañía y el fracaso de la política económica del radicalismo terminó con la vida de Don Cornelio. El culto comenzó a sembrarse.///PACO