Cine


Trumbo: cómo desideologizar a Hollywood


¿Los premios Oscar de este año fueron demasiado blancos? Pero si hubiera un hipotético cupo obligatorio de actores negros destinados a ser reconocidos a fuerza de simple corrección política, ¿no resultaría eso más denigrante todavía para los conflictos raciales y para el arte dramático en sí que la exclusión explícita? Ahí es donde se perfila la verdadera pregunta: ¿fueron las películas (o las categorías) con actores negros lo suficientemente relevantes este año como para llegar a la instancia del Oscar? Para responder es importante considerar la objetividad palpitante de los hechos. Y el más transparente es que el Oscar no es otra cosa que el premio más famoso ofrecido a aquello que mejor se las ingenia para, en el plazo de un año, combinar lo mejor del arte con lo mejor del mercado (sobre aquella sombra concreta de racismo, en tal caso, se podría añadir algo más susurrante y confirmatorio: la calculada diversidad de los premiados en los últimos Screen Actors Guild Awards previos al Oscar).

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Sobre la sombra concreta de racismo se podría añadir algo más susurrante y confirmatorio: la calculada diversidad de los premiados en los últimos Screen Actors Guild Awards previos al Oscar.

Pero dejando aparte la cuestión del arte, ¿no es el ideario del showbiz el que se expresa con mayor libertad en los Oscar? Y para ese ideario no hay elección masiva de los espectadores, no hay inversión magnífica de los productores, no hay populismo de mercado ‒aquella anticuada categoría que relacionaba la percepción de la calidad de un producto con el volumen neto de sus consumidores‒ incapaz de probar su valor una vez que se materializa sobre la pantalla. Si realmente una película, un actor o un guión vale algo en esos términos, entonces el Oscar, que es la voz de un mercado que no se demora en diferencias de color, de religión, ni de género o estilo, va a reconocerlo. Esa es, en definitiva, la historia ‒la concreta historia‒ contada en Trumbo. Un tipo de película que, en principio, se deja (o parecería estar diseñada para) confundirse con un largo y pedagógico panegírico sobre la historia de “la ideología en el cine” (o, todavía peor, “la ideología en Hollywood”), panegírico cuya finalidad consistiría en demostrar que Dalton Trumbo, al igual que muchos otros guionistas denunciados por ser comunistas y perseguidos por los más brutales cazadores de brujas de la paranoia norteamericana ‒con John Wayne a la cabeza de la Motion Picture Alliance for the Preservation of American Ideals‒ eran, en realidad, víctimas de un sistema de creencias anquilosado ‒porque, como repite hoy el cliché, ya no existen diferencias entre izquierda y derecha‒, y cuya experiencia en tanto víctimas remarca una vez más que la política ‒o como se la prefiere aludir de manera algo más peyorativa, la ideología‒ es no solo injusta sino grotesca cuando interviene sobre la lisura abstracta de la creación y el arte.

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¿Trumbo no trata más bien sobre la manera en que los principios políticos constituyen literalmente el tumor maligno, la excrecencia sobre los intereses «reales» del artista?

Sin embargo, ¿Trumbo no narra exactamente lo opuesto? ¿No trata sobre la manera en que los principios políticos constituyen de hecho la adversidad, el obstáculo, literalmente el tumor maligno ‒como demuestra el guionista enfermo de cáncer que interpreta Louis. C. K.‒ que opera como excrecencia sobre los intereses «reales» del artista? De ahí que la verdadera reacción de Dalton Trumbo ante sus perseguidores no sea profundizar la resistencia ‒como hace primero en el Comité para Acciones Antiamericanas del Congreso‒ sino suavizar gradualmente los bordes de su rebeldía ‒que, por otro lado, se reduce a un poco de retórica solidaria en cocktails de Beverly Hills y una vida de lujos más rurales que urbanos‒ hasta que sus puntos de conflicto resulten licuados y sus vértices coincidan de manera exacta con los de la ideología opuesta, el capitalismo. Y entonces, en el punto de terror de cualquier lector de Karl Marx, Trumbo incluso transforma a su propia familia en su propia empresa (alienando en el proceso todos los lazos originarios).

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Dalton Trumbo se convierte efectivamente en el verdadero sujeto capaz de representar la auténtica preservación de los ideales americanos.

Lo que esa aparente desideologización hoy à la mode demuestra, ¿no es exactamente que la coincidencia de los opuestos dialéctica es la ideología en su grado más puro, ese en el que aparece como su opuesto, como no-ideología? Así es como, una vez que renuncia a su comunismo pour la galerie y a su identidad, y se dedica a producir a tiempo completo para los estudios clase B de Hollywood, Dalton Trumbo se convierte efectivamente en el sujeto ideal, en la auténtica preservación de los ideales americanos. Aquel cuyo trabajo, cuyas fantasías y cuyo nombre ‒a diferencia de John Wayne, «paralizado» por su anticomunismo‒ existen en tanto son absorbidos por el sistema. La imagen más inmediata podría entonces ligar a Dalton Trumbo con el lugar que hoy ocupa en el mundo la economía de la República Popular China, a la que no le interesa si la explotación se hace en nombre del comunismo o el capitalismo en tanto y en cuanto produzca ganancias, o aludir al régimen laboral estadounidense del presente, en el que ‒cualquiera que haya pisado Nueva York lo sabe‒ son los inmigrantes azotados en su momento por George W. Bush y ahora por Donald Trump quienes establecen la marcha profunda de la producción y el consumo (antes de asumir el papel de representante de la hegemonía cultural, Judith Butler sí escribía sobre los verdaderos parias del sistema, que no son los homosexuales ni las lesbianas sino aquellos cuya ciudadanía es revocada por el mismo capitalismo que los explota; de ahí que su desafío consista en «ejercer una libertad y afirmar una igualdad en relación con una autoridad que excluye ambas», como escribe acerca de una marcha de inmigrantes ilegales hispanos ‒“como los llaman en los Estados Unidos aunque casi nunca lo sean totalmente”‒ en ¿Quién le canta al Estado-Nación?). Entonces, ¿de qué se trata Trumbo? ¿Es una película sobre alguien que resiste la censura desde el anonimato y el trabajo duro, demostrando que en Hollywood incluso un comunista astuto puede ganar dos premios Oscar si escribe buenas películas? ¿O es una película sobre un anquilosado idealista que se fluidifica a sí mismo y asimila que la explotación capitalista alcanza el máximo rendimiento y ofrece sus mayores recompensas cuando no lo entorpece ningún prurito «ideológico»? ¿Es Trumbo un romántico luchador a favor de sus ideales o un autentico héroe liberal del pragmatismo postideológico? La clave probablemente esté en esos pájaros simpáticos que caminan sobre sus hombros pero que también son incapaces de volar///////PACO