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Sir Christopher Lee murió el pasado domingo 7 de junio. Ornette Coleman el jueves 11. No sería difícil hacer de esta coincidencia un motivo crítico. Coleman fue un intérprete virtuoso que llevó la música popular de su país a un alto grado de sofisticación sensual. Lee realizó la operación inversa: masificó pathosformels tardorománticos como Drácula o Frankenstein, usando con especial énfasis las entregas periódicas de la Hammer Productions. Ahora bien, si se la ausculta con un poco de paciencia, esta simetría es apenas una introducción, un prólogo. Sir Christopher Lee significa, en la historia del cine, más que un accidente pop y la música de Ornette Coleman tiene legiones de seguidores en todo el mundo. La influencia de ambos, que puede ser entendida también como éxito, resulta incuestionable e incalculable.

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Sí, el juego del músico de vanguardia y el actor de masas que comparten el mismo camarote al extraordinario purgatorio de los artistas se presenta como una tentación. ¿Lograrán entenderse Coleman y Lee en la eternidad? La confluencia de lo diferente genera imprevisibles. Ambos lo sabían. De hecho, Derrida le hizo en 1997 una entrevista muy sosa a Coleman: decostrucción desde la decostrucción no funcionó. (La única parte buena es cuando el saxofonista cuenta que le había pagado a un ingeniero para que grabara uno de sus primeros conciertos en New York y el tipo se suicidó.)

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Al mismo tiempo, en Córdoba, o en San Pablo, en Berlín o en Barcelona, podríamos encontrar sin esfuerzo melómanos, cinéfilos o coleccionistas que disfrutan de la música de Coleman y de las apariciones de Lee en la pantalla. ¿Tentación moderna del mashup? La sangre, el miedo en la oscuridad de un cine retro, los monstruos, el ritmo, las melodías que se vuelven más complejas, abrasivas, que saltan hacia adelante sin una armonía que las contenga.

También podría ser a la inversa. La música de Sir Lee y las actuaciones de Coleman. Sobre el final de su vida el actor cantó con bandas de heavy metal como Rhapsody of Fire y Manowar y en el 2010 editó un disco de metal sinfónico titulado Charlemagne: By the Sword and the Cross. Por otra parte, hoy las performances en vivo de Coleman son accesibles gracias a YouTube y ahí se lo ve como un intérprete acostumbrado al escenario.

Las similitudes, entonces, existen. Después de todo, ambos empezaron sus carreras a fines de los 50 y mantuvieron ritmos creativos sorprendentes que combinaban innovación, tradición, swing y talento. Sus obras son artesanías extrañas, desentumecedoras, estimulantes. Lee mostró un especial carisma en Star Wars y en El señor de los anillos y Coleman, en su momento, amenazó con usar instrumentos de plástico, cansado de que se lo tratara de provocador y no se escuchara su música.

Digamos, entonces, que ni el actor era tan pasatista, ni el músico tan incomprensible. Más bien ambos encarnaron, a su manera, los anhelos estéticos, la vitalidad y los guiños experimentales del siglo XX. Si el destino los cruzó alguna vez, seguro se reconocieron. Me imagino a Lee, de visita en Nueva York, yendo a escuchar un poco de free jazz al Soho y a Coleman componiendo o tocando con una televisión de fondo donde pasan, por ejemplo, Los ritos satánicos de Drácula.

¿Cómo habría sido una ópera o una canción compuesta por ambos? Ninguno de los dos contó historias. Sin embargo Coleman narra con su música los procesos distorsivos más románticos de su época. Y Sir Lee pone en escena un procedimiento sobrenatural donde primero actúa su aristocracia y luego la hace saltar, a base de talento, de la pantalla a la vida.

La frontera entre arte y entretenimiento, entre lo sublime y lo incidental, se vienen desdibujando desde siempre, pero la llegada del siglo XXI y el surgimiento de Internet terminan de cerrar esa discusión. No se trata, entonces, de abandonar el conflicto entre lo elevado y lo bajo, lo íntimo y lo masivo, sino de calibrar la potencias, trazar otras rutas, señalar continuidades y quiebres. En 1956, Sir Cristopher Lee hizo de Manolo en una película titulada La batalla del Rio de Plata, que cuenta la historia del Admiral Graf Spee. Más cerca en el tiempo, Coleman visitó Buenos Aires. El comentario recurrente de la prensa más o menos especializada fue que se perdió durante unas horas y nadie sabía dónde estaba. Apareció en Benavídez, partido de Tigre. Era ya un hombre mayor. Pero no creo que se haya perdido. Pienso que simplemente estaba buscando otra forma de volver a casa.///PACO