La Moonpark pasó y fue una fiesta. El galpón de Costa Salguero estaba hasta las manos. No había más de medio metro de radio para moverse. Todos estaban aglutinados como abejas en torno a un panal. Para colmo, el calor dentro de la marea humana era insoportable. En estas condiciones, lo normal hubiera sido no lograr disfrutar de la música, pero Hernán Cattaneo se encargó de que no fuera así. Dispuso de un set variado: explosivo y tecno por momentos, pero sobre todo bien house y progresivo, como es su sello. Nadie puede estar bailando por cinco horas seguidas, menos estando drogado, y Cattaneo más que nadie lo entiende. Hay una característica que identifica el comportamiento de los que van a estas fiestas: cada uno está en la suya, “viajando”. ¿Por qué pasa esto? ¿Qué provoca y qué sentido tiene ese individualismo?

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Las drogas más consumidas son el éxtasis (MDMA) y el LSD. ¿Pero por qué estas drogas? ¿Por qué no viajan fumando porro?

Como en cada fiesta electrónica, no faltaron las drogas sintéticas y las botellas de agua. La deshidratación es el primer síntoma post efecto. Las drogas más consumidas son el éxtasis (MDMA), comúnmente llamado pasti o rola, y el LSD, o pepa. ¿Pero por qué estas drogas? ¿Por qué no viajan fumando porro? Porque la rola, por un lado, estimula la empatía (con la música más que con los demás), da una sensación de bienestar general y, por la anfetamina, provee una energía física extra. La pepa, en cambio, altera la conciencia, y es la droga por definición psicodélica y alucinógena. Es más impredecible. Todos estos efectos coinciden con el clima que se genera con la música electrónica.

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La música, desde tiempos remotos, funcionó como una vía de expresión en la que las vivencias y los sentidos del hombre se encontraban para potenciarse mutuamente. La música puede traer recuerdos, aromas,  emociones. Lo que es más sorprendente: te puede transportar hacia ese “estado” deseado. Las fiestas electrónicas favorecen ese libre flujo de la conciencia, elevada y separada de la realidad, hacia destinos reconfortantes. Y el éxtasis y el LSD predisponen a los sentidos para ese viaje; abren las puertas de la percepción a las que se refería el poeta William Blake. La electrónica, por otro lado, está desprovista del sentido de protesta y rebelión que movilizó al punk en su momento. Tampoco refleja la cultura del aguante del rock chabón, o la libido de la cumbia. El house progresivo de Cattaneo, con su ausencia de letras, no incita a la identificación con temáticas sociales de ningún tipo. En la dinámica del baile, por otro lado, el individuo y el colectivo conviven sin perturbarse. La agitación general no es una prioridad, porque a diferencia de otros ámbitos, en una fiesta electrónica la libertad y la tolerancia son valores fundamentales. De hecho, gays y héteros conviven sin ningún problema. En esta Moonpark, algunos, en cuero, gorra y anteojos de sol, se movían espasmódicamente. Eran los más drogados, seguramente. Otros, la mayoría, lo hacían de forma sutil, mínimamente. De todas formas,  prácticamente no había espacio para bailar. Igualmente, ¿qué necesidad hay de ceder ante la excitación colectiva que sugieren otros ámbitos cuando se puede bailar con la mente?

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La desconexión con la realidad es tal que la sensualidad pasa a un segundo plano. A más abstracción, menor incidencia de los impulsos.

El sociólogo francés Gilles Lipovetsky, en sus ensayos sobre la cultura personalista y el individualismo en La era del vacío, decía que “desconectando los deseos de los dispositivos colectivos, movilizando las energías, temperando los entusiasmos e indagaciones relacionadas con lo social, el sistema invita al descanso, al descompromiso emocional”. A pesar de que lo escribió hace más de treinta años, se podría aplicar al comportamiento general en las fiestas electrónicas. Tampoco la lógica del pogo, tan común en los recitales de rock, o la del franeleo en los boliches donde pasan reggaetón, se aplican en una fiesta electrónica.

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La electrónica ofrece justamente eso. Estar presente y ausente al mismo tiempo.

La tensión sexual, por más que exista, no es un factor determinante de la conducta. La cumbia, el rock y el reggaetón promueven el tacto, el roce de cuerpos, y el inevitable despertar del deseo. Los pibes van de levante a los boliches. En la Moonpark, en cambio, nadie va a sacar a bailar a una chica para darle unas vueltitas o tener la vaga esperanza de tocarle el culo. La desconexión con la realidad es tal que la sensualidad pasa a un segundo plano. A más abstracción, menor incidencia de los impulsos.

Cada uno está ausente, distanciado de los demás, pero al mismo tiempo todos comparten ese momento. Lipovetsky indaga este “desierto” de sentido del individualismo que “sólo supone una indiferencia ante el sentido, una ausencia ineluctable, una estética fría de la exterioridad y la distancia, pero de ningún modo de la distanciación”. En la era de la hiperconectividad y el hiperrealismo, pendientes de las redes sociales al mismo tiempo que leemos un libro o vemos una película, la electrónica ofrece justamente eso. Estar presente y ausente al mismo tiempo. Ser parte de una realidad y transportarse mentalmente a otra dimensión, llevado por la música//////PACO