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En marzo del 2017, cuando se estaban por cumplir treinta y cinco años del comienzo de la guerra de Malvinas, viajé a las islas. Escribí una serie de notas para RevistaPaco.com y me dediqué a imaginar posibles tramas para una novela. Traje tierra, piedras y algunos rezagos militares, como un casquillo servido que yo pensaba era de un fusil argentino, y rápidamente Mario Volpe me dijo que era inglés, y también mermelada, pimienta y otras especias, por recomendación de Ernesto Alonso. Pero lo mejor que conseguí fueron las fotos. Mi primer día en Puerto Stanley, sin duda uno de los pueblos más británicos de la República Argentina, saqué alrededor de trescientas fotos. Cuando volví a Buenos Aires y las revisé, armé este breve ensayo. Entiendo que tiene una frescura y una singularidad que le dan cierto valor. Hay diferentes luces de diferentes cielos y también diferentes horas del día. Llegué a sacarle unas veinte fotos a una sola casa, siempre temiendo que alguien apareciera para preguntarme qué estaba haciendo. Y a otras casas les saqué una sola foto, al pasar, cuando la noche ya llegaba, durante el momento más ominoso y enigmático del día en las islas. Creo que todas las casas de Malvinas son casas embrujadas, llenas de espíritus, de misterio y de intenciones siniestras. Los que viven en ellas saben que están construidas sobre una tierra que no les pertenece en un lugar que no les pertenece. Pero también, pese a responder a dueños británicos, forman parte, una parte pequeña y solapada, conflictiva y hermosa, de la arquitectura de nuestro país.////PACO