I
¿Pueden decenas de horas grabadas charlando con alguien diagnosticado con un trastorno esquizotípico y psicopático que es, también, un asesino serial, convertirse en un buen libro? ¿Acaso puede el loco producir obra? Estas preguntas son las que animan la producción de Magnetizado (Anagrama, 2018), segunda obra de Carlos Busqued (Presidencia Roque Sáenz Peña, 1970), publicada casi diez años después del éxito de su primera novela, Bajo este sol tremendo (2009), con la que fue finalista del Premio Herralde. El texto, tal vez la única posible definición que tengamos por ahora para Magnetizado, se compone esencialmente del montaje y la edición de las transcripciones de casi noventa horas de diálogos que Busqued entabló con Ricardo Melogno, preso desde 1982 por el asesinato de cuatro taxistas en la zona de Mataderos durante un sprint mortal ampliamente levantado por los medios de la época. Al testimonio de Ricardo se suman los del Juez de Instrucción que lo detuvo tras ser entregado por su hermano y el de una de las psiquiatras que lo trató durante su paso por la horrorosa Unidad 20 del Hospital Borda.
II
Lo que parecía evidente y vanguardista en su primera novela, la reducción o, mejor dicho, el adelgazamiento de la figura y la subjetividad del narrador a niveles mínimos, transparentes, en este segundo texto se vuelve más radical, al punto de casi eliminarlo. En Magnetizado Busqued restringe la distancia entre autor y narrador, dejando la figura del escritor en un sentido totalmente literal y haciendo hincapié en el acto mecánico de la escritura. Busqued es apenas un amanuense de Melogno: aquel que lleva la oralidad a la escritura. Si en Bajo este sol tremendo Busqued irrumpía en el mundo de la literatura como un outsider, como un huraño que escribe en privado y apenas asoma la cabeza, en Magnetizado se recluye aún más, dejándonos ver apenas la superficialidad de su escritura.
En un contexto donde proliferan hasta el cansancio las llamadas literaturas del yo, tomando cuerpo hasta en los estados de Facebook, Busqued se refugia un paso más atrás y justifica su figura como la de aquel que no produce el discurso, pero sí lo ordena. Es en este punto donde podemos hablar de una verdadera literatura documental y no de non-fiction. Por eso es errónea la comparación que se hace de Magnetizado con Operación Masacre de Walsh o A sangre fría de Capote; Busqued no busca narrar los hechos, interpretarlos, guiarnos a través de ellos; Busqued, en este texto, se asemeja más a un director de documentales, aquel que selecciona los testimonios, los edita, los monta y los ordena en un corte final. En la única sección del libro que escribe, Busqued reformula literariamente una de las sensaciones que tuvo Melogno al verse en el espejo retrovisor luego de matar a uno de los taxistas. Sintió que no era él, que otro dentro del espejo lo miraba y dentro de sus ojos estaba otra vez él. El final de ese fragmento puede ser, tal vez, la mejor forma de describir Magnetizado: “Una imagen dentro de otra imagen, una continuidad de reflejos que se enfrentan. La realidad misma volviéndose cada vez más chica”. El texto, como una versión miniatura de la realidad, la reducción del autor y de la realidad a la mera superficialidad del lenguaje.
III
Sin embargo, lo más inquietante del texto es el relato que encierra. El caso de Melogno, casi desconocido en estos días, es uno de los pocos ejemplos de un asesino en serie made in Argentina, al menos según las taxonomías criminalísticas importadas y abusadas en series como Criminal Minds o How to get away with murder, que esculpen nuestro imaginario de cómo debería ser un asesino. Aunque la lectura detenida del testimonio de Melogno empieza también a derrumbar esas expectativas. Hay cuatro asesinatos, casi idénticos, parte de un sprint e impulso asesino que nunca más se despertó, aunque no parece haber un método preparado o demasiado ritualizado. La mayoría de los forenses conductistas que vemos en Mindhunter insisten con la transferencia en el acto del asesinato de un trauma no resuelto, sobre todo con sus madres. A pesar de que la relación con su madre haya sido desastrosa, y de lo que una de sus psicólogas le dice -“Ricardo, el esquizofrénico no nace, se hace. Y tu madre puso todo lo que pudo para que vos tengas un trastorno mental”-, Melogno no parece estar buscando eso en los taxistas.
Es justamente esa ausencia de razón rastreable en su perfil psicológico lo que lo que mantiene recluso. Todos los años de diagnóstico fracasan en entender el por qué de sus crímenes y, ante todo, la corriente que lo magnetizó y lo llevó a ese brote de violencia. El problema central del libro es el mismo que tiene Melogno: “El problema central, mi gran problema a nivel judicial, es la falta de motivo para mis hechos. Si yo hubiera dicho que maté para robar, estaría en libertad hace quince años. O que lo hice por placer. Habría una lógica. Pero no recuerdo ninguna causa o detonante”. Toda la vida de Melogno se condensa en su relato, su infancia, la tortuosa relación con su madre y los espíritus, la semana fatal, más de treinta años de reclusión y abuso de fármacos, juicios y diagnósticos psiquiátricos contradictorios, todo atravesado por la simple pregunta de por qué lo hizo. Pregunta que nunca tendrá respuesta, ya que Busqued se retira y abdica cualquier interpretación, dando lugar a la voz de Melogno como única fuente. Y si él tampoco lo sabe, o no lo quiere decir, continuará siendo un misterio/////PACO