La cámara casi no lo toma. Un plano corto, de apenas dos segundos, en el primer minuto de la canción. Se lo ve detrás de su piano Rhodes. Detrás de él dos policías miran fijo al resto de la banda. Él no es tan famoso, ni millonario como ellos. La cámara ni siquiera se digna a enfocar a Billy Preston cuando hace el solo al final de Don’t let me down, un solo blusero de los que sin duda quedan en la memoria. Además del frío de Londres –el invierno de nuestro descontento, decía Harrison cuando recordaba esa época– el clima del 30 de enero de 1969, el día en que los Beatles salieron a la terraza de Abbey Road a dar su último concierto en vivo, pudo haber sido tenso. Se dice que durante la versión de Get Back, Paul miraba a Yoko Ono cada vez que cantaba “get back to where you once belonged”. Al menos eso creía Lennon. Pero todos estaban de acuerdo en que la presencia de Preston, como un extraño que irrumpe en la vida de una familia disfuncional y la obliga a comportarse, había ayudado a calmar los ánimos durante los ensayos.  

Los Beatles lo conocieron en 1962 cuando eran teloneros en el Star-Club de Hamburgo y él, un niño prodigio de los teclados que con dieciséis años integraba la banda de Little Richard. Faltaban todavía dos años para que visitaran Estados Unidos por primera vez y se enteraran un poco antes de aterrizar de que miles de personas habían ido a esperarlos al aeropuerto Kennedy (Ringo contaba que ese día sintió que “un pulpo gigante agarraba el avión con sus tentáculos y lo arrastraba hacia Nueva York”). Después de las problemáticas sesiones del Álbum Blanco, los Beatles quisieron volver al sonido de una banda de rock –sin las sobregrabaciones de sus discos anteriores– y cuando Harrison vio a Preston tocando con Ray Charles en Londres, lo invitó a tocar con ellos. Según Preston, le dieron la libertad de tocar todo lo que quisiera y cuando se editó el simple con las versiones en el estudio de Get Back y Don’t let me down como “Los Beatles con Billy Preston” se convirtió en uno de los pocos músicos en tener un disco acreditado junto a la banda –para otros eso también significaba que había aportado algo más que su virtuosismo con el Rhodes. Lennon llegó a proponerlo como miembro permanente –McCartney se negó diciendo que ya tenían suficientes problemas con cuatro integrantes– y Harrison le produjo sus dos primeros discos como solista: That’s The Way God Planned y Encouraging Words. (Mañana van a venir unos amigos al estudio, le dijo antes de empezar a grabar. Esos amigos resultaron ser Ginger Baker, Keith Richards y Eric Clapton.)

A su carrera no le faltaron hits como Nothing From Nothing o You are so beautiful –popularizado por Joe Cocker– ni un Grammy como el que ganó en 1972 por el tema instrumental Outa-Space. Sin embargo Preston siempre fue más reconocido por su trabajo como sesionista. Se dice que durante la época en la que tocaba con Ray Charles, se pasaba horas tratando de imitar su estilo. Tal vez por eso había adquirido esa capacidad para adaptarse rápido al sonido de las bandas con las que trabajaba sin perder su personalidad. Para Jool Holland, lo bueno de Preston era que podía tocar la música ajena como si fuera propia: “Eso es lo que hacía de él un artista tan grande como Ray Charles. El tema podía ser de otro pero lo escuchabas y sabías que era él”.

Un sesionista puede ser muchas cosas: un violinista que está esperando que le digan qué tocar, el integrante de una banda completa que trabaja para un estudio –como The Wrecking Crew que grabó prácticamente todo el rock comercial de los 60– o una cantante con buenos agudos. Preston respondía más a la imagen que se suele tener del músico de sesión, el tecladista intuitivo, con oficio que había tocado con todos. Además de los Beatles, colaboró con los Stones en forma casi permanente desde el 71 al 77. Bill Wyman contaba que durante los ensayos no había forma de hacer que Miss You sonara hasta que Preston agarró un bajo y les dijo: “Yo haría algo así, creo que esto puede funcionar” y empezó a tocar ese riff octavado. En 1972, grabó I Wrote a Simple Song, una balada que describe la traición al sesionista en las sombras que muchas veces se mueve en ese terreno impreciso donde el rol de instrumentista y de compositor se confunde. Ellos ahora piensan que son muy inteligentes, dice la estrofa y probablemente habla de una banda exitosa que contrata a un músico para una grabación o una presentación en vivo. El sesionista llega al estudio y les muestra una de sus canciones, entonces ellos le compran o le roban el tema: “Tomaron mi simple canción, sí, lo hicieron/Cambiaron las palabras y la melodía/Hicieron que sonara mal, sí/Ahora suena como una sinfonía.

En los años 90 su carrera solista había perdido algo de continuidad. Su adicción a la cocaína lo hacía entrar y salir de la rehabilitación, cayó preso por tratar de estafar al seguro incendiando su casa y una denuncia por abuso le impidió hacer una gira programada con Ringo Starr y su banda. En esa época decía que la industria de la música había cambiado y que si quería trabajar tenía que salir a golpear puertas. Participó del homenaje a Harrison –uno de los puntos más altos del concierto según los críticos– pero, cuando la banda tributo salió de gira, tuvo que bajarse del proyecto por su adicción al crack. Antes de su muerte en 2006, postrado con problemas renales, se levantó para grabar un tema con los Red Hot Chilli Peppers y volvió a la cama apenas terminó la sesión. En sus mejores épocas, Ray Charles lo bendijo como a una especie de sucesor –él va a seguir la música donde yo la dejé, decía. Criado en la Iglesia Bautista, Preston nunca dejó de tocar música gospel. Su primer trabajo fue como acompañante de los coros que dirigía el reverendo James Cleveland y en sus conciertos nunca perdió la costumbre de incluir segmentos de música religiosa. Cuando le preguntaron si tocaba rock por razones comerciales, respondió: “Sí. Pero también lo disfruto. No creo que eso me convierta en un pecador. Algunos prefieren no mezclar las cosas, pero a mí no me molesta porque encuentro a Dios en toda la música.”////////PACO