Al inventar la cultura pop, Los Beatles inventaron, también, el acto de ser registrados casi a cada instante, tanto de modo voluntario como involuntario, por lo que en su época era una nueva serie de videocámaras domésticas o semiprofesionales. El rediseño de estos objetos en versiones cada vez más portátiles y autónomas acompañaría a cada uno de Los Beatles por el resto de sus vidas, multiplicando el impacto de su sonido y su existencia física hasta el punto en el cual, como ocurre hasta hoy, prácticamente cada espectador de un concierto de Paul McCartney o Ringo Starr (por no mencionar a todas aquellas personas a las que se cruzan a lo largo del camino que lleva por aeropuertos, hoteles, restaurantes y simples calles) es capaz de producir, editar y publicar su propio registro audiovisual de la experiencia.
Si a esto se añade lo que los mismos McCartney, Lennon, Harrison y Starr han registrado o todavía registran por sus propios medios, es posible asomarse a un grado de representación inalcanzable para cualquier otro tipo de individuo asociable a cualquier versión necesariamente expandida de lo que sea que uno entienda por imagen pública. Por mencionar uno de los pocos nombres comparables: hasta donde se sabe, Diego Maradona no se sometió a algo semejante a lo que se sometió John Lennon con quienes grabaron parte de lo que, en 1988, se convirtió en el documental Imagine. Por otro lado, el singular caso de Lionel Messi pertenece a una era ideológica muy distinta, en la que casi todo registro personal es “realizado” y “curado” a los fines de una monetización total de la existencia.
Ahora bien, es cierto que las imágenes registradas por los hermanos Albert y David Maysles en el Plaza Hotel de Nueva York durante la primera llegada de Los Beatles a los Estados Unidos, restauradas por la Corporación Disney bajo el título Beatles ‘64, ya se habían dado a conocer hace seis décadas bajo la forma del documental What´s Happening! The Beatles in the USA. Y también es cierto que estas imágenes volvieron a revenderse hace treinta y tres años bajo el título The Beatles: The First US Visit. Pero lo indudable es que Beatles ‘64 añade testimonios extáticos de distintos fans de entonces y de ahora que, matizados por algunos minutos de nuevas entrevistas a McCartney y Starr, transforman al conjunto en algo nuevo. Esto no tiene que sorprender a nadie. Los Beatles no son un mundo dentro de otro mundo, como decía Don DeLillo acerca de los secretos humanos, sino un universo dentro del universo. Y el Universo Beatle está siempre en expansión.
Para quienes habitan el Universo Beatle, por lo tanto, las novedades son un bien muy opuesto a lo escaso. Desde el punto de vista estrictamente musical, por ejemplo, esas novedades pueden adquirir la forma de ediciones aniversario, reediciones, relanzamientos, nuevos discos, nuevas remasterizaciones e incluso nuevas canciones arrancadas de las garras del tiempo y la muerte, como ocurrió el año pasado con “Now and Then”. Desde el punto de vista audiovisual, en cambio, nunca pasa una semana o dos en la que no aparezcan fotos de Lennon nunca antes vistas (como pasó durante 2024 con una serie de polaroids dadas a conocer por May Pang o la que posiblemente fuera la última foto de Lennon y McCartney juntos), alguna nueva imagen de Harrison (durante el último aniversario de su muerte circuló en X la que se presume que fue su última grabación hogareña tocando el ukelele) o las innumerables imágenes del todavía notorio paso de McCartney y Starr por los múltiples rincones del mundo (las últimas fotos de McCartney en circulación fueron, precisamente, las de su presencia en el estreno de Beatles ‘64, mientras que las de Starr fueron a propósito de su semejanza con el actor que va a interpretarlo el próximo año en una nueva biopic).
Como sea, si Beatles ‘64 tiene algún mérito, es el de deshacer rápido la idea de que este Universo Beatle en expansión encierre alguna irreparable u oscura melancolía. Por supuesto, no faltarán quienes señalen que algo de melancolía es inevitable si se comparan la calidad del sonido beatle y las emociones que suscitaba en los jóvenes de hace sesenta años con la pobre calidad del sonido musical actual y las escasas reacciones que provoca en los jóvenes de hoy. Pero no hay que olvidar que ese es, exactamente, el tipo de críticas que Los Beatles, como muestra Beatles ‘64, padecieron en su época cuando los comparaban con lo que había habido antes que ellos. Pero, ¿qué era aquello que los había precedido?
Entre las voces en éxtasis que circundan a las imágenes de Albert y David Maysles, alguien describe lo que había antes de Los Beatles con la alusión a “una habitación cerrada y en la oscuridad”, una “oscuridad” ante la cual el sonido beatle se convirtió, de repente, en “luz”. El propio McCartney, por su lado, asocia la alegría desbordante, histérica, maníaca y aún así inapelable y verdadera que provocaba el sonido beatle con un sorpresivo impulso psicopolítico que arrancó a los Estados Unidos del “duelo” por el asesinato de John F. Kennedy. La idea no es mala, aunque circunscribe la emoción mundial suscitada por Los Beatles, desde aquel entonces y hasta el día de hoy, a las particularidades anímicas exclusivas de los Estados Unidos (que, al sacrificar con impunidad a un presidente que tampoco valió demasiado en la historia, siguió adelante sin mayores cambios). Harrison, en términos más simples, e incluso un poco más amplios, prefirió creer que no eran Los Beatles quienes enloquecieron al mundo, sino que el mundo se había enloquecido por ellos. Beatles´64, sin embargo, elige terminar con la opinión de Lennon. Lo que haya sido que llegara a América junto a Los Beatles, dijo aquel Lennon ya maduro de los años setenta, fue simplemente algo que ellos estuvieron en posición de avistar antes que el resto.
De una u otra manera, dado que el Universo Beatle se expande, es inevitable asumir que las miradas e incluso las ideas de quienes estuvieron “en el ojo de la tormenta”, como dice McCartney, que presentó hace unos meses su propia exposición itinerante de fotos personales de aquel mismo viaje inaugural a Nueva York, son insuficientes para explicar la experiencia. Y es entonces cuando el sonido beatle toma el relevo de cualquier posible argumento. Este movimiento es previsible y precioso a la vez, y es lo que, quizá por el azar o el talento de David Tedeschi, el director, emparenta a Beatles ‘64 con el verdadero arte y lo salva de ser un exótico rescate arqueológico de cinéma vérité.
Es al compás de los grandes hits inaugurales de Los Beatles, canciones que aciertan, con su infinita magia, a conmover, incluso, a quienes juegan a ser inconmovibles ante el sonido beatle, como se desnuda lo único verdadero del asunto. ¿Y de qué se trata? De eso intraducible pero evidente que David Lynch intenta codificar con fórmulas torpes como que “la música toca el espíritu”: la alegría. Beatles ‘64 insiste en esa emoción, tanto desde los testimonios que aspiran al perfume intelectual o pacifista como los que giran a toda velocidad en la conmoción personal del fanatismo. Aunque es en la música, en la simple y pura música de Los Beatles, que la misma alegría que inundaba a blancos, latinos, negros, jóvenes, viejos, hombres y mujeres de hace sesenta años vuelve a hacerse permeable y revivificarse ante nosotros sesenta años después. Y esto, por supuesto, solo puede resultar novedoso, apenas, para los incautos, dado que en el Universo Beatle el sonido beatle suena y se expande a cada instante.
Descentración extática, provocación artística de lo sagrado, revelación del sentido del ser y simultáneo ocultamiento del secreto de su origen: no importa el mecanismo estético-ontológico en juego, llamarlo nada más que alegría y experimentar su gracia y su agradecimiento, su emocionante combinación de misterio y poesía, su asombro, es lo que configura al sonido beatle. Y no importan las dosis epocales de cinismo, el despliegue terrible de la maquinación o la amplitud metafísica del tecnofeudalismo: esa alegría, esa emoción viva y elevada, ese acontecimiento fugaz entre la tierra y el cielo, permanece inmaculada y real, por mucho que ayer, hoy y mañana se intente disminuirla con cualquier retórica desaprensiva de la CIA. No, no es poca cosa.
Para terminar, dos curiosidades de Beatles ‘64. La primera es el instante en que, en una habitación de hotel llena de gente, llamados telefónicos, camarógrafos, fotógrafos, mujeres y un barroco itinerario de compromisos por cumplir, John Lennon improvisa en una simple melódica que sopla con un cigarrillo encendido entre sus dedos izquierdos las primeras notas de lo que, en 1967, iba a conocerse como “Strawberry Fields Forever”. Este Lichtung, este desocultamiento, deja las cosas a mano con aquella otra escena en Get Back donde McCartney desoculta “Get Back” en unos segundos. La segunda curiosidad es que, en la singular aprehensión de Lennon antes de llegar a Nueva York, preocupado por la súbita tendencia de los estadounidenses a la violencia y la muerte, se sellaría su final dieciséis años después. Nada de esto opaca el hecho de que, al final, el amor que uno se lleva es equivalente al amor que ha creado///////////PACO