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Robles: Recapitulemos un poco. Al comienzo de estas charlas, al comentar la conversación entre Bolaño y Fresán, yo me enojaba con esa lectura bastante generalizada que pretende sacarlo a Dick del lugar del escritor de género. A esta altura, ya explicamos bastante bien hasta qué punto su obra hunde las raíces en la ciencia ficción norteamericana, cómo confronta con ella y con sus lectores y aficionados y de qué manera respetuosa pero firme Dick reescribe o desarticula sus temas, tópicos y fórmulas. De lo que no hablamos tanto, más allá de unas cuantas menciones a John Campbell y la ciencia ficción clásica y escritores más relevantes, es de cómo se constituyó el género. El creador del término “ciencia ficción” fue un inventor luxemburgués llamado Hugo Gernsback, que emigró a Estados Unidos a comienzos del siglo XX. Gernsback era, además, un escritor aficionado. En 1908, según leo en Wikipedia, funda Modern Electrics, una revista de electrónica. Era, en realidad, un folleto que hacía circular entre los clientes de su empresa de venta de productos electrónicos por correspondencia, donde se comentaban las características de los productos que estaban a la venta. Pero Gernsback muy pronto empezó a incluir pequeñas historias escritas por él en el folleto, que en 1913 se transformó en la revista Amazing Stories. De sus páginas surgió el término science fiction. Pero más que publicar autores originales, la revista editaba viejos cuentos y novelas de Julio Verne, H.G. Wells y Edgar Allan Poe. El mérito de Gernsback, además de la invención del término, es la elección de los precursores y el haber vinculado de manera estrecha a la literatura con la ciencia y la tecnología, generando de esta manera un público lector. No es menor, tampoco, el trabajo realizado en los artes de tapa, que contribuyeron a la creación de una estética propia del género, que lo diferenciaría de las otras revistas pulp que circulaban en la época. De todo esto se iba a aprovechar John Campbell, un escritor que a partir de 1938 se hace cargo de la edición de la revista Astounding Stories. La ambición literaria de Campbell era mucho más grande que la de Gernsback, que concebía al género como uno más de sus inventos tecnológicos. Campbell, en cambio, se ocupa de delimitarlo, de sentar sus bases y reglas y sobre todo, de adiestrar a una serie de escritores que se transformarían en clásicos del género: Asimov, Heinlein, Clarke, Sturgeon, Simack y muchos más. Algunos provenían de las ciencias. Otros no, pero se adaptaban bien a las exigencias de Campbell y de los lectores de su revista, que discutían la verosimilitud científica de los cuentos en los correos de lectores. En un texto donde, a la manera de Asimov y los otros grandes escritores del género, pretende elucidar la naturaleza de la ciencia ficción, Dick argumenta que esta se encuentra en lo que él llama “la desfiguración conceptual” de algún aspecto de la sociedad, que genera una nueva sociedad imaginaria. Pienso que la ciencia ficción como la entendía Dick pone en primer plano un aspecto de la narración que está implícito en toda literatura, que es la creación de mundos. Desde este punto de vista, los mundos de Carver o Scott Fitzgerald no son menos imaginarios que los de Bradbury o Jack Vance. La diferencia es que la ciencia ficción los tematiza, extrae conclusiones, construye tramas que se derivan de las premisas que le dan sustento a cada mundo en particular. Busca -y encuentra- una racionalidad en el caos. Aunque era un gran lector del género, Dick se infiltra en la comunidad de escritores de ciencia ficción igual que el extraterrestre del cuento “El impostor”, que usurpa el cuerpo de un hombre y se hace pasar por él. ¿Quién habita el cuerpo de ese escritor de ciencia ficción de la costa oeste un poco hippie, que escribe sobre naves espaciales, viajes en el tiempo y androides de una manera absolutamente original? En algún momento se produce el desdoblamiento, que ya había estado insinuado en El hombre en el castillo, cuando Dick explica la escritura del libro a través de las tiradas del I-Ching. El Dick escritor considera que las ideas no vienen de sí mismo, sino que tienen un origen superior. No es un escritor que subvierte o renueva los tópicos de un género sino un amanuense, la herramienta de una inteligencia superior. Y así llegamos a la famosa conferencia de la ciudad de Metz, ante un público de lectores y fanáticos de la ciencia ficción.

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Terra: La primera pregunta que me haría sobre Metz es si realmente era un “público de lectores y fanáticos de la ciencia ficción.” No sé si sabías pero Raymond Carver, al que mencionás, estuvo en la Argentina y dio, al menos, una conferencia. O hizo una lectura. Creo que más bien fue una lectura. Vino con una de sus mujeres, Tess Gallagher, a mediados de la década del 80. Y ella, que también era escritora, parece que convocó mucha más gente que él. Si no me equivoco fue en Rosario y los que asistieron a la lectura eran alumnos de la carrera de inglés, o al menos esa era la idea porque los Carver leían en inglés. En ese momento, Carver no era el Carver que conocemos hoy, el de las ediciones de Anagrama, que todos leemos como parte de nuestra educación sentimental. Era un Carver desconocido, secreto, hasta cierto punto ilegible. Y si bien la ciencia ficción es otra cosa, y los fans de la ciencia ficción y sus convenciones son diferentes, la pregunta que me hago es qué tipo de Dick era el Dick personaje público de Metz. Cuando Ballard fue a los Estados Unidos y se encontró con los fans en las convenciones, sabemos que mucho no le gustó. Europa se manejaba y creo que todavía se maneja de otra manera con sus escritores e intelectuales. Así que creo que es válidos preguntarse un poco sobre quienes eran los que escucharon a ese Dick en esa mítica conferencia. Según Wikipedia, Metz se encuentra en la confluencia de los ríos Mosela y Seille. La ciudad tiene tres islas habitadas: La pequeña Saulcy, la gran Saulcy y Chambière. Las islas se unen entre sí y con la ciudad propiamente dicha por puentes: El puente medieval, el puente de los muertos, el puente de las rocas, el puente Saint-Marcel, el puente de la prefectura, el puente negro, el puente Saint-Georges y el puente de las rejas. Todo este paisaje me resulta ya muy sugerente y empático con las ideas de rareza mística que expone Dick pero muy poco afín con un público enterado de quién era Dick y qué escribía. No creo que hubiera muchos fanáticos, ni muchos lectores. Quizás me equivoque pero creo que ese auditorio, al que no logro imaginarme repleto, lo veo más bien nutrido de curiosos y estudiantes. Lo irónico es que cualquier estudiante de humanidades francés o alemán, más o menos instruido, y lo suficiente conocedor del inglés como para aventurarse en la escucha de un conferencista norteamericano, tenía, en 1977, las herramientas para entender y disfrutar y encontrarle el sabor de locura lúcida al  extravío genial de Dick. La conferencia es un ejercicio de autoficción y automitologización fascinante y esta conferencia empieza de una manera y se va enrareciendo hasta que llega el momento de la famosa confesión. Cito una parte: “Estoy seguro de que no me creen, y de que tampoco creen que creo en lo que afirmo. Son libres de creerme o no, pero al menos crean esto: no estoy bromeando. Se trata de algo muy serio, algo muy importante. Tienen que pensar que, para mí también, el hecho de declarar algo así es una cosa terrible. Muchas personas aseguran recordar sus vidas anteriores. Yo, por mi parte, afirmo que puedo recordar una vida presente distinta. No conozco a nadie que haya hecho declaraciones como ésta, pero sospecho que mi experiencia no es única. Quizá lo sea el deseo de hablar de ella.” Pero antes de la performance que redefine los límites de la percepción -¿es un genio, es un loco, es un iluminado, es un actor, es un escritor?- hay lecturas muy finas, por ejemplo, de los Evangelios en clave de mundo paralelos, una idea que se pueden remontar a las hipótesis de Giordano Bruno. Y todo expresado con un carisma y una actitud cristalina y pausada. La idea de la salvación en la tierra mediante un viaje ortogonal, mientras los que no se salvan siguen en el eje lateral me parece una actualización fascinante, la idea de Dios como el Gran Programador… En YouTube se puede ver un poco de la conferencia en ahí se comprueba que el público no era muy numeros y se ve, a apenas, a un grupo de personas que no son adolescentes techies o cosplayers. Y es todo eso, esa ciudad del este de Francia, el tema del misticismo atravesado por la modernidad, la década del 70 y la declaración abierta de ser un visionario lo que me lleva a pensar en Wagner. Todo eso y el cine. Voy a intentar ser sintético y entiendo que estas relaciones merecerían más ejemplos y el seguimiento de los hilos de las influencias y sus derivas pero sirve mejor a esta conversación informal decirlo sin más, enunciarlo. Veamos. Las historias de amor y de guerra de Hollywood se las debemos casi todas a Wagner (y un poco también a Verdi, pero quiero seguir con Wagner). Wagner reescribe viejos mitos, sí, pero les agrega el tinte nostálgico y pasional del tardoromanticismo. Sus fusiones sincréticas, hechas con fragmentos de la historia y las leyendas, son combinadas de una manera muy precisa en sus óperas. ¿Hoy novedad en eso? Yo diría que hay una producción sensual y arborescente que luego es aprovechada al máximo por el cine, sobre todo el cine comercial y de industria, pero no solo por él. Cabe señalar que la música incidental de todas las películas está comprendida en la obertura de Der Fliegende Holländer. Escuchemos la profundidad de los violines de la obertura de Tristan und Isolde o el aria Liebestod y pensemos a qué nos recuerda. Es la música de miles, millones de escenas de cine y televisión. ¿Por qué digo todo esto? Porque Wagner anticipó el siglo XX en pleno siglo XIX. Todo esa secularización, el sincretismo, las pasiones desbordadas, las extenuantes exigencias creativas, la música incidental, la vida disipada, la egomanía, las acusaciones de entregarse a la fuerza del mercado, las canciones, los héroes y las heroínas, el racismo soterrado, la estructura de los mitos, el ridículo, lo sublime, vuelven una y otra vez a la pantalla. Y Dick parece haber visto de la misma manera el siglo XXI desde el siglo XX. En un punto es como si Dick fuera nuestro Wagner, un poco más irónico, un poco más pop, pero ojo, no mucho más, porque Wagner ya era bastante pop y bastante kitsch. Digamos que Wagner que vivió en el centro del siglo XIX fue al siglo XX, lo que Dick que vivió en el centro del siglo XX es o será al siglo XXI. O al menos lo viene siendo con mucha precisión. No es menor en este aspecto que ambos sean los creadores que más influenciaron en Hollywood. Desde mi perspectiva, la presencia de Wagner en el cine es tan fuerte que se podría decir que prácticamente inventa Hollywood él solo. Por otra parte, de la misma manera que existen fanáticos de Wagner por todo el mundo, más o menos reunidos en asociaciones y agrupaciones, existe también la extensa logia semisecreta de los lectores de ciencia ficción que tiene su rama Dick. Me extendí y todavía no empecé con la gestualidad mística de ambos. Pero creo que la idea, algo extravagante, se entiende. Y hablando de sectas, la lectura sobre Dick y el agnosticismo me parece ya muy gastada y poco productiva. El agnosticismo despierta interés en los que no saben nada de religiones. Los cátaros, todas esas desviaciones y estupideces. Leer a Dick desde ahí es hacerle el juego, creerle, seguirlo a donde él quiere llevarnos. Vos decías que Capanna lo hace. Está bien para una primera lectura. Lo mismo que pasa con Borges. Pero en una segunda lectura a mí me resulta mucho más productivo y sorprendente leerlo más cerca de las mezclas sublimes y el kitsch de Wagner. Y eso sabiendo que Remo Erdosain es uno de los tanto sobrinos que Wagner tuvo en el siglo XX. O sea, el movimiento de recomposición de una tradición sería: Wagner, Arlt y Dick. Y habría que incluir a Shakespeare, ¿no? Mirá la línea que armo. Shakespeare, Wagner, Bobby Arlt y el Pibe Dick. Agrego uno más: Robin Wood. Me muero. Qué ensalada hermosa. Es cualquiera pero en la confluencia de esos autores se juega mucho, o directamente todo, el material narrativo que consumí en mi educación sentimental y en algún punto creo que es algo generacional. Después hay otra línea que es menos atorada, menos frontal, más de la seducción y la resignación, hasta cierto punto una línea de la ironía, que es la de Verdi, la de Flaubert, la de Haydn, la de Borges. Pero esa línea la incorporé de manera firme ya siendo adulto.  

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Robles: Una de las primeras noticias que tuve de Philip K. Dick, años antes de leerlo por primera vez, me llegó a través de la revista Axxón en los años noventa. La revista se distribuía en diskette en los kioskos del microcentro, pero para un adolescente nerd del conurbano como yo, era más fácil descargarla desde alguno de los BBS literarios que se conectaban entre sí mediante la red Fidonet. Creo que fue, en este caso, Macondo BBS, donde los números de Axxón convivían con cuentos de Galeano y desgrabaciones de los radioteatros de Alejandro Dolina. Me conectaba después de las once, doce de la noche, para no acaparar la línea telefónica de mi casa. Como todo lo que resistía a la entropía en esa época, Axxón era algo fundamentalmente choto, sobre todo en comparación con las revistas Péndulo y Minotauro que mi viejo guardaba en un baúl de casa. Era una trinchera precaria y decepcionante, pero trinchera al fin. El artículo sobre Dick que leí esa noche estaba firmado, si mal no recuerdo, por el editor de la revista, Eduardo Carletti. En algún lugar hablaba de la “locura” o la “psicosis” de Dick, un enfoque que ahora me parece muy poco interesante pero que en ese momento me sirvió para entrar. Yo venía de mucho Bradbury, Asimov, Lovecraft y King. Me resultaba fascinante la combinación de locura y ciencia ficción, la idea de que eso fuera posible, aunque no me imaginaba cómo podía ser. Estaba en plena adolescencia y algunas lecturas empezaban a resultarme ingenuas, en especial las lecturas muy duras de género. Heinlein, por ejemplo. O Asimov. En alguna medida, mi biografía de lector -y, creo, la de todo lector de género- transcurre con las mismas particularidades que la historia de ese mismo género: al período clásico sobreviene una crisis que pone en tela de juicio  algunos supuestos del comienzo: en este caso, la confianza en la ciencia y la tecnología como principios a partir de los cuales se desarrollaban las tramas. Si a los doce, trece años, me resultaba fascinante la idea de que un robot reclamara el estatuto de humano ante los tribunales de Washington, como pasa en El hombre bicentenario de Asimov, a los dieciséis eso ya me empezaba a parecer ingenuo. Y ahí entra esa lectura empobrecedora de Dick como psicótico, que sin embargo es muy atractiva. Yendo un poco más a fondo, creo que Dick trabaja -como ya hablamos antes- sobre la ciencia ficción así como los autores más clásicos trabajaban sobre una idea muy particular de ciencia y desarrollo tecnológico (la de Campbell, claro). Esa fue la primera noticia que tuve de Dick. Sin embargo, no lo leí en ese momento. Me tienta decir: no me animé. Pasaron algunos años hasta que abrí un libro suyo por primera vez.

Terra: ¿Y cuánto lo leíste por primera vez? Los míos, mis primeros recuerdos de Dick son de cuando lo leía más o menos sistemáticamente. ¿Qué es lo que leía y qué asociaciones hacía? Dick se lee muy bien en el kindle. Fluye. Tiene Ritmo. Te aisla. Te levanta el humor, te lleva a otro lugar. Ese ritmo siempre me fascinó, me encandiló, me drogaba con eso. Iba a la facultad y volvía desganado y abatido por la burocracia de los docentes. Yo era un lector y ellos me convertían en un estudiante. A veces los intereses se podían acoplar y convivir. Pero la mayoría de las veces esas clases interminables de cuatro horas con un tipo o una tipa hablando sobre Foucault o sobre algún artículo ya olvidado de un teóricos e segunda o tercera línea me destazaban el cerebro, me deprimían, era una sensación física. Así que volvía a mi casa y decidía escuchar música acostado en el piso. El buen predicador al final es un poeta, que en los bordes suena sensual, arbitrario y contradictorio. Pero en el centro es místico y religioso sin más. La música ahí juega un rol, creo, fundamental. La música, podríamos decir el ritmo también, es sanadora. Así que yo escuchaba jazz, mucho be bop, hard bop, y la vieja música de la New Thing. Coltrane, Mingus, Dolphy. Y leía historietas de Columba como un adolescente y leía ciencia ficción, volvía a Robin Wood y a Dick. Eso me limpiaba, me ayudaba a recentrarme. Cuando la educación universitaria se volvía un fárrago intransitable de autores y relaciones poco interesantes, cuando una menopáusica me hablaba de Derrida en un tono vacío y accesorio, cortaba y volvía a esas prácticas. El ritmo y la música tienen eso: generan una suspensión del tiempo y el contexto, tienden a la borrar la historia, deshistorizan, te sumergen en un flujo que solo puede hablar de sí mismo. Es algo antiguo, que viene de los tambores y los humanoides descubriendo el éxtasis que se generaba en la tribu con las pulsaciones repetitivas de un tronco hueco. Sí, es como una droga. Tu gesto de leer deshistorizando, esa lectura autónoma más allá de toda traducción o lengua o tradición que tienen tanto los que se dedican a la filosofía como los lectores de ciencia ficción viene un poco de ese ritmo. Lo dijiste vos: “Es propio del lector de ciencia-ficción” y es verdad. Como todo gesto de aislamiento puede ser positivo, útil, tonificante, o puede ser denigrante y destructivo. Como fuere, deshistorizar es una herramienta de supervivencia tan buena como historizar. A veces el sentido llega de poner las cosas en perspectiva, ponerles una fecha, entender cuándo nacieron y cómo era el momento en que se desarrollaron. En ese sentido, me gustaría armar una línea del tiempo, con algunos puntos sobresalientes del siglo XX, y ahí entender mejor qué era lo que hacía Dick y sobre todo qué lo rodeaba cuando lo hacía. Creo que confirmaríamos muchas cosas y al mismo tiempo tendríamos algunas sorpresas. Para poner un ejemplo fácil, en 1955, Dick publica Solar Lottery, el mismo año que, en Argentina, derrocan a Perón. Ahí hay algo que desacomoda nuestra lectura y al mismo tiempo es productivo, abre una nueva filigrana de relaciones. Pero antes de lanzarme a elucubrar y tejer por ahí te quería señalar que el gran olvidado de esta conversación es Pablo Capanna que fue exégeta de Dick y de la Ciencia Ficción en general y al que leímos y discutimos bastante. Es un ensayista que a mí me gusta, lo reconozco como un imprescindible del siglo XX sobre el tema en la Argentina -quizás en lengua española también- pero eso no lo deja exime de algunas observaciones que le dedicamos siempre que hablamos de él. Sintetizando nuestras lecturas, podemos decir que Capanna fue un militante de la ciencia ficción y que hoy su militancia ya se ve completamente desbordada y en un punto es obsoleta. La ciencia ficción triunfa y Capanna ya no puede militar más ese género menor que debe ser leído a la par de los géneros mayores. El ejemplo que yo daba, más afectado, si cabe, es el de Salvador Dalí y la parte más epidérmica del surrealismo. Hoy los paisajes surrealistas aparecen en la televisión como fondo de una publicidad de shampoo. Bueno, incluso eso ya es viejo, ya está asimilado incluso el ejemplo. Ironía mediante, el triunfo del profeta deja expuestos a sus peregrinos: “La idea se impuso. El universo es dickiano. Nuestra forma de relacionarnos está atravesada por la paranoia y la falsificación. A partir de ahora nadie es ingenuo, menos nosotros.” ¿Qué les queda? Volvamos a casa. Ganamos. Y el fandom, no sin un dejo de amargura, comienza a cerrar sus pesadas puertas.

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Robles. Estoy de acuerdo. El triunfo de Dick es alguna manera su fracaso. Sobre todo porque se lo empieza a leer de una manera muy descontextualizada, muy burda, que a mí me da cierta bronca. Quizás esta conversación es una reacción contra eso, contra esa canonización que no me parece interesante ni en Dick, ni en ningún autor. Y es verdad y eso es lo que señala Capanna pero él directamente se autodestruye. Me han insultado mucho en las redes sociales por haber citado esa idea de que la ciencia ficción murió, que desliza Capanna en Ciencia ficción: utopía y mercado, la última versión (al menos hasta ahora, y parece la definitiva) del libro que viene escribiendo hace años.  ¿Pero qué es lo que murió en realidad?

Terra. Esa es la frase clave. La ciencia ficción ha muerto. La ciencia ficción está muerta. La modernidad amanece instigada por esos discursos tanáticos. El principio de la modernidad que es el principio del romanticismo llega con una idea crepuscular de que todo va a morir. La novela ha muerto, y también la poesía, la política, la burocracia, el clasicismo murieron o están muriendo, la crítica va a cambiar de piel, las universidades, las religiones, la idea de familia debe ser descompuesta y reversionada porque ya perece por su propia fuerza entrópica. Y eso siempre da una gran titular. La muerte es el último gran titular de nuestro recorrido mundano, así que es comprensible. Y la ciencia ficción es uno de los géneros cruciales de la modernidad. Me hace acordar a lo que me dijo Marcial Souto cuando lo conocí: “hoy hay mucha gente haciendo ciencia ficción pero no dicen que hacen ciencia ficción.” Y él no entiende que la ciencia ficción se fundió con el mundo y le dio forma al mundo y los escritores realistas empiezan a tomar ese mundo. La ciencia ficción pasa del nicho y el fanzine a ser la nieve de los esquimales. Se complejiza, se hace paisaje, pierde la densidad siempre atractiva de los privado, de lo propio. Mientras ellos siguen agarrados a las maneras de leer que ellos ayudaron a difundir y perfeccionar.

Robles. Bueno, todo nace con la certeza de su muerte, con esa sombra. Yo fumo pero no sé si voy a morirme de fumar. Quizás me muera antes de otra cosa. Pero eso que me va a matar ya está en mí. El tema es identificar el proceso, si es que se puede. En el comienzo de la ciencia ficción ya está ese germen de autodestrucción y ya está en Dick, y mucho más en Capanna. Es una literatura fantástica que está muy anclada al desarrollo tecnológico y científico del siglo XX y entonces, cuando ese desarrollo se cristaliza y se democratiza, la ciencia ficción como género simplemente evasivo deja de tener sentido porque es algo que ya circula. Capanna lo dice: la ciencia ficción ha muerto porque concretó sus objetivos. Cumplió un ciclo. Y en realidad no es así, lo que se muere es el ghetto. Esa manera de escribir y publicar, eso que sigue sobreviviente con respirador artificial y algunos lugares un poco deprimentes. ¿El escritor de ciencia ficción? No, el escritor. Listo. Dick y también Ballard son los que mejor ejemplifican este tránsito. Entonces esa militancia de Capanna, tan necesaria en los años sesenta y setenta, deja de tener un sentido. Más arriba me preguntabas por la primera vez que leí a Dick. Creo que pospuse esa lectura porque había leído el nombre de Dick en Axxón, que es el ghetto más notorio de la ciencia ficción en Argentina. Lo digo hasta con cariño. El ghetto tiene sentido en la medida en que allá afuera exista una persecución. Si no es una cosa melancólica. Y el goce de los melancólicos es algo de lo que tiendo a huir lo más rápido posible. Así que mi primera lectura de Dick fue la novela Laberinto de muerte, publicada por Plaza y Janés en la colección “Mundos imaginarios” que dirigía Marcial Souto. Es una lectura que yo también asocio con la facultad, con Puán, pero más bien con el abandono de la facultad, de la carrera de Filosofía donde las lecturas se volvían cada vez más agobiantes y menos enriquecedoras. Un verano me dediqué a leer ciencia ficción y terror, dos géneros que me gustaban mucho y dejé de lado por falta de tiempo. Ahí me crucé con ese ejemplar de la novela de Dick. Recuerdo una especie de Biblia llamada “De cómo me levanté de entre los muertos y usted también puede hacerlo”, que era muy leída por los colonos del planeta donde transcurre la novela. Esa combinación entre religión y una ciencia ficción muy blanda, casi paródica, me atrapó como no lo hacía un libro desde, no sé, Crónicas marcianas. No volví a la facultad y me gusta pensar que ese libro tuvo algún papel en esa decisión. Me impresionó hasta qué punto Dick respetaba las convenciones del género y las dinamitaba al mismo tiempo. Pero esa es una elaboración posterior. En ese momento, cada tanto, cerraba el libro y me preguntaba cómo había conseguido Dick atraparme de esa manera. Todavía me lo pregunto.//////PACO