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Terra: Para cortar un poco la manija me gustaría salirme del guión. Escuchá esta historia. Un hombre lleva a sus hijos a pescar. Se van de vacaciones a los cayos de la Florida y nadan en el mar y se dedican a pescar. Van en un barco con un amigo del padre y un negro. El negro les cocina, arregla el bote, ayuda con todo. Los chicos que son tres la pasan muy bien. Imaginate esa vacaciones. El padre y su amigo, aparte, son expertos en pesca de altamar. En un momento el hijo del medio casi atrapa un pez espada. Lo pelea, lo pelea con la caña, lo trabaja, y al final se le escapa. Después en un momento están nadando y cazando con arpón en un arrecife y el hijo del medio, que es el más despierto de los tres, queda en un lugar algo alejado y los demás se suben al barco y a lo lejos ven una aleta de tiburón. El mar está cristalino, casi transparente ahí, el cielo no tiene ni una nube, la temperatura es cálida, y sol está cayendo pero ahí viene un tiburón, derecho hacia el joven pescador. Todos empiezan a gritarle. Pero ya no hay tiempo, el pibe se prepara para defenderse con su arpón. Está en completa desventaja pero va a dar pelea. El padre se va a tirar al agua sabiendo que ya no llega. La situación es de extrema tensión, dramática. Y entonces sale el negro de la sentina del barco con una ametralladora y ta ta ta tá hace mierda el tiburón. Y todos se quedan duros por la violencia del acto, por el ruido y porque le salvó la vida al pibe. El tiburón queda hecho un colador y el pibe logra volver al barco y todos le agradecen al negro. Media hora después, con el mal momento ya atrás, deciden comer algo y se ponen a charlar sobre lo que pasó y ahí el padre abre una cerveza y se da cuenta de que el negro está comiendo adentro de la cabina, solo. Y lo manda al pibe a que lo llame y el negro dice “bueno, gracias, ahora subo” pero no sube. Y le da las gracias pero el negro, ya pasado ese momento, sabe que sigue siendo negro, y nosotros lo sabemos. Y entonces todo el tema de ametrallar a un tiburón en un arrecife para salvar a un pibe que está pescando se tiñe de cierta incomodidad, podríamos decir de cierto espesor de verdad. La escena está, mucho mejor contada, desde ya, en Islands in the Stream, una novela de Hemingway que se publicó póstuma. La novela después sigue y se complejiza mucho. Es muy buena novela y todo el que quiera escribir debería leerla. Y creo que esa escena, esa novela, y el mismo Hemingway, le ponen un límite a Dick y a la ciencia ficción. Quiero decir, Dick no podría haber escrito esa escena jamás. Y creo que en algún punto quería escribirla. La discusión, como fuere, no es, no puede ser entre ciencia ficción y realismo, para mí tiene que centrarse en cómo hacer cosas con palabras y en qué historias no sale contar y cómo esas historias nos afectan. Todo esto para decir que Dick es genial pero también incompleto. Y que si solo leyera ciencia ficción me sentiría así, un poco incompleto. El realismo, para mí, todavía es importante.

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Robles: Me encanta esa novela. Tengo la vieja traducción de Emecé, donde por alguna misteriosa razón la tradujeron como Islas en el golfo. Estaba en la biblioteca de mi viejo cerca de los libros de Minotauro. Alguna vez enganché en un canal de cable una película de los setenta, bastante decente, que me pareció basada en el libro de Hemingway. Ayer a la tarde, mientras escuchaba un mensaje de voz que me mandaste por Whatsapp, donde me contabas que habías reorganizado los archivos de esta conversación en Google Drive, yo caminaba por Congreso. Se habían juntado algunas personas en la plaza para putearlo a Aranguren, el Ministro de Energía, que iba a ser interpelado en Diputados. También estaban dos pibes de quince, dieciséis años. Cazaban Pokemones con el celular al aire. Un poco más lejos, a un costado de la plaza, había tres cartoneros con una botella de cerveza y un evidente Pokemon al lado o cerca del banco donde ellos estaban sentados. Uno de los pibes se les acercó hasta que el otro le gritó: “Pará”, el pibe se dio vuelta, intercambiaron un gesto y volvieron los dos a la vereda, con los celulares bien guardados en el bolsillo. Desde luego que no tiene la grandeza ni la complejidad de la escena de Hemingway que contaste, pero este relato también es realista aunque hay un par de elementos que suenan disruptivos o relativamente novedosos: las redes sociales, los Pokemones. Pero no podemos hablar de ciencia ficción en este caso porque las tensiones que la anécdota pone de relieve no están relacionadas con la tecnología o sus efectos. Tampoco hay ningún elemento fantástico. Whatsapp, Google Drive, los celulares, incluso los Pokemones, están ahí para darle un tono más bien costumbrista y de actualidad al relato. Si no estuvieran, la anécdota no se modificaría en lo sustancial. Pero qué pasa si quiero narrar la historia desde la lógica del juego de realidad aumentada que produjo esa situación en la plaza. Ahí entramos en un terreno más difuso. Creo que la ciencia y la tecnología funcionaron en el siglo XX como una especie de puente entre el realismo y el género fantástico. ¿Cómo llega una mentalidad tan fría y positivista como la de Asimov a las especulaciones metafísicas de El fin de la eternidad? La verdadera escritura, la más auténtica, o al menos la que a mí me interesa -y sé que a vos también-, siempre narra el presente. Y no veo, además, otra manera de leerla que desde el presente. Entonces, cuando leo ciencia ficción, lo que encuentro -entre otras cosas- es una interminable cantidad de abordajes posibles a lo fantástico en una época determinada. Más que eso: todo el género parece una serie de recetas, temas y procedimientos para llegar con cierta verosimilitud a lo fantástico. Por eso, como decía Theodore Sturgeon, el 90% de la ciencia ficción es basura (pero el 90% de todo es basura). Cualquiera que haya intentado escribir un cuento fantástico conoce la dificultad. Cuando aparece el fantasma, todos dudamos. ¿Cómo contarlo sin que suene falso, impostado? Una respuesta ahí sería que la literatura habla siempre sobre sí misma, nunca sobre la realidad. Entonces, un cuento de fantasmas de Henry James, por ejemplo, dialoga con la literatura realista y con el gótico al mismo tiempo. García Márquez con Faulkner, Hemingway y Las mil y una noches. Los escritores de ciencia ficción clásica, la camada de Campbell, o Campbell mismo de manera bastante consciente, eligen como interlocutores a H.G. Wells, Julio Verne y al discurso científico tecnológico de las bombas atómicas, la carrera espacial y la guerra fría, que es un relato en sí mismo. Philip K. Dick, Ballard y Lem discuten -los últimos dos, explícitamente- con las fórmulas de la ciencia ficción campbelliana. Vuelvo entonces a la anécdota de la plaza. Si quiero dar cuenta en mi relato de una red social o un juego de realidad aumentada, me resulta interesante ponerlo en órbita con el de otros autores que escribieron sobre la tecnología y la alteración de la realidad: Dick, Gibson, la ciencia ficción en general. Tal vez el resultado no sea en sí mismo ciencia ficción sino un realismo aumentado, la frontera es cada vez más borrosa. ¿La frontera entre el realismo y la ciencia ficción o entre lo fantástico y lo real? Siento que es enriquecedor ese malentendido, esa indeterminación.

Terra: No entiendo. ¿Podrías darme más precisiones? Si tengo que responder diría que tu planteo es atractivo y aun a riesgo de caer en un esencialismo trillado uno podría decir que hay historias bien contadas y otras no tanto y luego hay historias mal contadas. Hay historias que nos atraen, historias viejas, nuevas historias, narradores virtuosos, narradores más parcos, buenos narradores, malos narradores, y que finalmente no importan tanto los géneros y que todo género y toda historia se actualiza desde el momento en que se narra. Ahora bien, dentro de un año lo del Pokemón corre el riesgo de ser viejísimo, y dentro de cinco, algo olvidado, o superado. No algo clásico, no algo retro, sino basura, un residuo, un resto. Mientras que la anécdota del negro matando un tiburón con una ametralladora va a seguir siendo exacta y contundente. Eso le pasa a Dick cuando habla de videófonos y aparatos que son todos hoy superanacrónicos. En Palmer Eldritch, uno de los tipos evolucionados que tiene la cabeza enorme está cenando con una chica y pide que le lleven un videófono a la mesa. Como si le llevaran un teléfono de carcasa de madera. ¿Qué quiero decir? El tema es que la tecnología que hoy es cotidiana y palpable, mañana siempre se olvida o se vuelve anacrónica o se transforma en otra cosa. Dick era muy bueno, quizás el mejor, anticipando. Pero igual le pifiaba, y esos pifies hoy son divertidos, pero porque era un genio. Si pifiamos nosotros ya no es tan divertido. Y lo sé porque experimenté con el lenguaje del chat en una novela, quizás la peor que escribí, y hoy siento que es poco legible o poco interesante. Oh, el chat la nueva forma de comunicación. En fin. Una ingenuidad muy grande la mía. Extremando las posiciones la escritura es una tecnología vigente hace miles de años, los géneros son tecnologías que van mutando, como cibermencanismo que mutan y se adaptan, y luego están todos estos electrodomésticos desde al cafetera automática hasta el teléfono con la última aplicación. Y hay que tener cuidado con ir atrás del presente porque ese presente cálido y tibio hoy está lleno de máquinas vivas que, en semanas, se enfrían y se transforma en excremento. El juego de cazar el Pokemón con el teléfono hoy se entiende y es pertinente pero no es actual, es un afeite, una ilusión, una mercancía fallada que no sirve al narrador. Un buen narrador, un narrador ágil, rítmico, que quiere contar, siempre debería desconfiar de la tecnología. Y la discusión de fandom sobre los géneros también me resulta parasitaria, poco sabrosa. La taxonomía sirve pero no pueden ser la cuadrícula que nos deja tranquilos, al estilo “Ah, es ciencia ficción, entonces sí” o “ah, es realismo, entonces no”, al revés.

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Robles: Estamos de acuerdo aunque lo formulamos de maneras diferentes y la mía fue rebuscada. Con respecto a El pornógrafo me parece que sos demasiado duro con vos mismo. La novela se lee bien, es muy fluida la prosa. Para mí y para varios fue inspiradora en ese momento: era la primera vez que leíamos algo tan actual. El problema no es que esté escrita en forma de chat, sino que uno se queda con las ganas de más sangre y tripas al final. Más porno y menos realidad.

Terra: Lo que señalás es lo que más me gusta, que termine con una historia de amor. Y si estás pidiendo gore es porque mejor olvidar. El gore no puede ser una salida, como mucho puede ser una entrada. Pero sigamos con Dick. 

Robles: En cuanto a los pifies con los artefactos tecnológicos, me parece que ya eran divertidos en su momento, como los gadgets de Maxwell Smart. Dick se burla de esa ambición un poco sucia y brutal de “predecir” o “anticipar”, tan propia de algunos escritores de la ciencia ficción clásica, que le deben haber parecido unos dinosaurios. Si hoy hablamos de un escritor que “predijo”, creo que lo hace a un nivel más abstracto que Asimov con los autos que se manejan solos, las megacomputadoras y los robots. Dick escribe sobre cafeteras que hablan y discuten con sus propios dueños. Imagino que se cagaba de risa mientras escribía esas cosas. Se reía de Campbell, de la ciencia ficción que él había consumido durante tantos años y de muchos de sus propios contemporáneos. El valor predictivo de Dick pasa por algunas ideas, o más bien por algo que podríamos llamar una “sensación” dickiana: la de que tanto la realidad como nuestra propia identidad son ficciones manipuladas con propósitos siniestros. Siempre hay alguien que de alguna manera se beneficia con el complot. Esto se manifiesta a través de ciertos tópicos de la ciencia ficción que él reelabora, como los androides, los mundos paralelos y la entropía. Encuentro una paradoja en la confesa y frustrada vocación de escritor realista que manifestaba Dick y su obsesión por desmontar la realidad desde la ciencia ficción, donde con el paso de los años y los libros se transforma en un escritor metafísico. Me parece que efectivamente Dick jamás podría haber escrito una escena como la que relatás de Hemingway, y creo además que eso le provocaba algún tipo de envidia, como la que sienten los idealistas alemanes por los empiristas ingleses. “Quisiera poder explicarme el mundo con esa claridad y simpleza, pero no me sale. Y como no me sale, te voy a mostrar el andamiaje del mundo, lo que está detrás de las apariencias y las vuelve posibles”. Algo parecido le pasa con los personajes, que son siempre los mismos a lo largo de sus novelas y cuentos: el proletario loser, el empresario inescrupuloso, el burócrata, la mujer traicionera y dos o tres más. Él, que tanto valoraba la empatía, parecía imposibilitado de sentirla por sus propios personajes. O tal vez no le importaban mucho. Dick es incapaz de narrar una buena escena realista, con personajes concretos y convincentes, porque no cree en la realidad, al menos no en la realidad inmediata, entonces escribe sobre la estructura de lo falso. Esa es su limitación y su grandeza.////PACO