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Ángeles Rawson y el juego de tronos

1.

¿Dónde y cuándo sucede Game of Thrones? Aunque es fácil verificar similitudes entre la historia de las Islas Británicas y la serie, GOT sucede en un mundo y un tiempo imaginarios cuya inspiración shakesperiana recurrente evoca a veces el medioevo, a veces el renacimiento. Más allá de cualquier especulación, la modernidad todavía no llegó a ese mundo habitado, entre otros condimentos fantásticos, por zombies y dragones. Como toda serie episódica del siglo XXI, por momentos GOT bordea los peores gestos del teleteatro latinoamericano. Caer en extensos psicologismos de soap opera, o en largos diálogos intrascendentes, parece ser uno de los defectos del género. A veces los guionistas logran palear estas lagunas narrativas y a veces no. Mientras tanto las escenas de violencia, pérdida, rebeldía y batalla resultan sus más conspicuos logros. La hermosa y exótica reina embarazada es repetidas veces acuchillada en el estómago cuando la alegría de una boda se convierte en gran traición y masacre. Su rey, ingenuo y arrogante, termina de la peor manera. Pese a las flechas de ballesta hay todavía tiempo para un par de amenazas y algún retruécano antes de la degollina final. Insisto: George R. R. Martin y sus guionistas leyeron bien a Shakespeare, y seguramente también a Marlowe y a John Webster. Así se genera otro lugar común: HBO tiene éxito en esa artesanía contemporánea de las series. Pese al contexto de altísima piratería –o gracias a ella– los ejecutivos de la cadena siguen ganando. La serie alcanzó el segundo lugar como la más vista de la historia del canal solo superada por la quinta temporada de Los Sopranos. Por otra parte, el capítulo final de GOT fue descargado de forma ilegal más de un millón de vecesAsí, pueden formularse desacuerdos y críticas, y pueden decirse muchas cosas, salvo que este sanguinario cuento de hadas despierta poco interés.

 

2.

Mientras se transmitían y descargaban los últimos capítulos de GOT, diarios y portales de noticias, y con especial énfasis la añeja televisión, comenzaron a instalar la sórdida historia de Ángeles Rawson. Un chica joven, linda, blanca, de familia “acomodada”, vecina del barrio de Palermo, había aparecido muerta en la cinta de separación manual de residuos del CEAMSE. Gesto retro, narración clásica de policial negro, los lectores de James Ellroy pensaron enseguida en La Dalia Negra. Los antecedentes, desde ya, pueden multiplicarse. ¿Fue Ángeles Rawson forzada a comer excremento antes de ser asesinada? La dureza del crimen ocupó nuestras conversaciones y pantallas de forma omnívora y todavía sigue ahí. A cada día le corresponde un episodio. Las primeras reacciones se dieron en capas y las zonas parceladas se yuxtapusieron y contagiaron. Aunque conocida, la imagen sigue siendo pesada y dura. Las redes sociales, nuestro termómetro humano más preciso, le rindieron, una vez más, interesado homenaje a la muerte expresando indignación, curiosidad, expresiones de dolor, melodrama, acusaciones cruzadas y sana perplejidad. Luego, muy luego, llegó la información que todavía hoy, en este momento, no se completa. Cuando pasó la nube sombría de la xenofobia –y se dejó de inculpar por default a marginales, linyeras y cartoneros– se sospechó de la familia. El departamento de los Rawson fue allanado durante el velatorio de la adolescente. Ayer, en un apuro, Jorge Mangeri, el portero del edificio, le confesó a la fiscal que él era el responsable de la muerte y pidió que se dejara a su mujer afuera de las acusaciones. La fiscal le contestó que hablara con el juez.

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3.

La modernidad puede darnos firmes garantías y promesas vaporosas, puede llenarnos de esperanzas y hacer nuestra vida confortable en su neurosis, pero no puede borrar nuestra esencia humana. La duda permanente de quién es el malo y quién es el bueno, la ambigüedad y la alta y aterradora proporción de azar en el mal siguen ahí. Nuestras sociedades más avanzadas y opulentas cada tanto tienen que lidiar con un Columbine, un Virginia Tech, un Batman de Denver o un Anders Behring. El patrón se repite. No son hechos aislados. La violencia continúa presentándose de maneras anteriores a la normativización de nuestra vida con los parámetros de la modernidad. Y lo sabemos. Por eso nos gusta Game of Thrones. Sabemos que la fuerza existe y es determinante, tanto como la política, la humillación, la arbitrariedad, el crimen impune, lo imprevisto y la traición. Nos gusta Game of Thrones porque pese a la distancia que genera esa tierra imaginada y este tiempo legendario, la serie nos habla de algo que sospechamos y conocemos. Hay una relación entre la muerte brutal de Ángeles Rawson y nuestro magnético goce afirmativo frente a la pantalla. Puedo simplificar, malinterpretar, distorsionar o incluso nunca terminar de entenderla en toda su dimensión, pero la relación existe. Al mismo tiempo, la lectura de equivalentes donde ver una película violenta te hace más violento cae por su propio peso. El entramado es mucho más sutil, inasible y mutante. En los inicios de nuestra civilización Caín mató a Abel y Romulo mató a Remo. Occidente, así, nace no sólo como producto de un doble asesinato sino de un doble fratricidio. La familia, desde el principio, una vez más, es núcleo alternativo de consuelo y descontento, de crimen y refugio.

 4.

Ahora bien, más allá de estas generalidades, el cercano asesinato de Ángeles conmueve e indigna a todos los usuarios porteños de Facebook también en la medida en que está hibridado con nuestros usos y recorridos cotidianos. Los medios de comunicación mantienen una estricta agenda al respecto. Un solo ejemplo de los mil posibles. El sábado 15 de junio, o sea el sábado pasado, La Nación informó que luego de diez días de investigaciones fueron detenidos cinco hombres por el crimen de Rocío Abigail Juárez, un chica de veintidós años que fue violada y asesinada de un tiro en la cabeza y cuyo cuerpo fue quemado y abandonado en un descampado en la ciudad de Zárate. ¿Por qué preferimos saturarnos con el crimen de Ángeles? ¿Qué hay ahí que es más importante, más digno de atención? El ya usual e inorgánico feminismo digital, ignorándolo todo y actuando de manera similar al periodismo más ramplón, intentó una vez más llevar agua para el molino donde se procesa su victimización. Se dijo: “A Ángeles la mataron porque era mujer. Lo demás resulta accesorio”. Y no, no fue así. Pese a la confesión del portero del edificio, el ovillo criminal todavía se desenreda y sus derivaciones están por verse. Mientras tanto lo que ocurrió en Zárate se percibe de forma lateral, sesgada, poco importante. Un amigo me señaló: “A las redes sociales la indignación no les dura sesenta kilómetros”.

5.

¿Sirve señalar una vez más la agria frivolidad y la hipocresía con la que los viejos y nuevos medios de comunicación tomaron el caso de Ángeles? Nada de lo que diga en ese sentido va a ser original o fresco. Más bien al contrario. Quizás alcance con decir que la convocatoria de los guionistas del caso –redactores anónimos, columnistas, opinólogos, los alelados colegas de Kent Brockman– no tienen como objetivo estimular nuestra conciencia sino hacernos disfrutar, una vez más, del morbo que genera la muerte. ¿O no es sospechosa la suposición de violación, casi automática, inmediata, luego largamente desmentida? No sabemos de todos los abusos y violencias que se dan en King’s Landing, pero conocemos bien las torturas que sufre el desafortunado Theon Greyjoy o la historia de cómo Jaime Lannister pierde su mano derecha. ¿Y por qué nos genera simpatía Tyrion Lannister? Su condición de enano e ironista en un mundo de guerreros lo hace vulnerable y atractivo. De él simplemente esperamos otra cosa, otra sensibilidad. En este sentido somos irresponsables, antes consumidores de relatos que sujetos en busca del bien común. Y si queda claro que la historia más jugosa no se reduce a las batallas ganadas de los reyes, poco nos importa que Gramsci haya señalado con lucidez que siempre van a existir los gobernantes y los gobernados. Así, nos identificamos con Ángeles, la chica blanca, de clase media acomodada, fotogénica, y de Rocío Abigail Juárez, quemada y muerta en un pajonal, no sabemos ni nos importa nada. Nos ofende que la primera sea tomada como objeto de picaresca o duda, pero ignoramos con prolijidad todas las demás destinos similares que ocurren, una y otra vez, en el resto del país. La forma en que nos relacionamos con el mundo tiene tres segmentos, introducción, nudo y desenlace. La conciencia y la hipocresía llegan como condimentos exóticos y accesorios. El combate es por la sabiduría del relato y contra el aburrimiento. O como dijo el poeta sobre el tedio: “Los ojos preñados de involuntario llanto/ sueña con patíbulos mientras fuma su pipa/ Tú conoces, lector, este monstruo delicado”.///PACO