El domingo pasado revista Viva publicó una nota de Luciano Lamberti sobre Amy Winehouse. El artículo es soso, no tiene ninguna idea interesante y parece extraído casi en su totalidad de Wikipedia. Lamberti es un buen escritor de ficción y uno de los mejores prosistas de su generación. Pero acá no hay nada de eso. Su pereza es completa. Amy “se come” el escenario, las giras son “extenuantes”, los paparazzi siempre se mueven en “nube” y a los consumos se les da “rienda suelta.” De hecho, a veces, el estilo que usa parece sacado de una traducción. En su desgano sordo, Lamberti llega a decir que los dos discos de Winehouse le habrían asegurado, “sin necesidad de su muerte”, un lugar “en el panteón de los grandes músicos de la historia.” Pero la cuestión es otra: ¿había algo más para decir sobre Amy Winehouse, más allá de narrar de forma apurada su vida y su muerte?
Lo primero que habría que señalar es que la música que hacía Amy Winehouse resulta conservadora. No solo para esa primera parte del siglo XXI en el que transcurrió su vida adulta, sino incluso para el siglo XX. Cuando se la llama “la reina del soul” no solo se exagera, sino que se marca una pertenencia decisiva a la hora de evaluar las canciones que la representan.
Rehab, que abre Back to black, aparte de ser un hit incuestionable, suena a la década del 60. You know i’m no good podría ser por sus arreglos y su letra la banda de sonido de una James Bond. Help Yourself del disco Frank recuerda a las canciones de la década del 90 que se inspiraban en los años 50.
La estética personal de Amy Winehouse también era vintage. Podía ser estridente, pero nunca dejaba de homenajear a ciertas divas identificables del pasado. La continuidad, la parodia y la cita son herramientas constantes del pop y sus versiones y reversiones, pero si la comparamos con Lady Gaga, Kim Kardashian, Rihanna, Beyoncé o las mil reconversiones de Britney, las diferencias nos llevan a pensar en Amy Winehouse como una performer eficiente y previsible. Y entiendo que “previsible” no es de ninguna manera una palabra despectiva.
El exitoso Back to black plantea, ya desde su título, un deseo: regresar a las raíces, a lo negro, a lo probado, a la emoción. Back tiene, así, más peso que Black en ese nombre. Aunque luego black, en la canción homónima, conlleva lo sombrío, ese lugar al que se regresa luego del desamor. La canción Back to black mantiene una polisemia que se extiende a todo el disco. Se vuelve a la oscuridad y desde esa oscuridad se canta por el amor perdido con voz, a la vez, llena y quebrada.
La voz de Amy Winehouse es un tema aparte por su calidad expresiva. Y aunque resulta una tentación, no podemos circunscribir su éxito al análisis de su voz. Hubo, hay y habrá mejores cantantes que Amy Winehouse. Que fuera blanca, judía y británica también pesa a la hora de su trascendencia y es un eslabón más del nutrido comercio musical entre Inglaterra y Estados Unidos. Más allá de estas parcialidades, una voz potente y un despliegue escénico espontáneo, a esa mezcla rockera de desgano y virtuosismo, y un repertorio de armonías, melodías y ritmos reconocibles a primera escucha, se sumaba un cuerpo pequeño y grácil. Amy Winehouse generaba y genera una empatía rápida en el que escucha. El talento no es ajeno a este reconocimiento.
Así las cosas, fue sobre todo en sus consumos de estupefacientes y en su muerte donde Amy Winehouse emuló una férrea y conocida tradición. En el siglo XXI, nadie que tenga un médico personal muere de sobredosis, ni mucho menos de ingesta excesiva de alcohol. ¿Es demasiado señalar que la cantante quería volver a una pasión antigua, a un pasado que se actualizaba cada vez que cantaba pero que al mismo tiempo se le escapaba irremediablemente? Se lo dijo Agamenón a Antígona: hay que despertarse, la vida se va como arena entre los dedos.
Según entiendo, con su muerte, Amy Winehouse subrayó dos ideas. Primero, si venís del siglo XX, es posible que el siglo XXI sea bastante inaguantable. Segundo, la nostalgia excesiva, que se niega a entrar en una experiencia dialéctica, esconde una pulsión de muerte.
Es posible que la búsqueda de ese romanticismo completo, esa vuelta, ese catálogo de discos que sonaban en su cabeza, hayan pesado en su muerte tanto como otros factores. Aunque también podemos ver un poco más allá del arte e incluir a su familia en la escena. Sobre el final de su artículo, Lamberti cita que el padre de Amy Winehouse va a salir de gira con un holograma. Es la mejor parte de la nota y, al mismo tiempo, la más desaprovechada.
En el holograma de Amy Winehouse hay mucho más que una simple oportunidad comercial. Primero, el padre construye una hija obediente, que no puede morir. Así el dinero y la tecnología resultan mucho más ambiguos de lo que parece a primera vista. En este tipo de asuntos, nunca se trata solo de lucro. Irónicamente, con el holograma, el padre saca a su hija de la muerte pero también la proyecta en el siglo XXI. Según Lamberti, el holograma “podrá cantar, dirigirse al público y dar las gracias”, tres actividades que definen un círculo de virtudes. Y eso da lugar a otras preguntas: ¿quiénes van a ir a ver esos conciertos? ¿Antiguos fans aferrados una vez más al pasado o jóvenes que ahora sí se sentirán interpelados por esa voz y ese repertorio?
Agrego algo más. Si Amy Winehouse hubiera orientado mejor su necesidad moderna, si hubiese sido más extrema, tal vez habría llegado al siglo XIX y, en vez de volver al negro, habría podido, como quería Lacan, regresar a Freud. Todavía hoy, muchas traducciones después, el doctor de Viena tiene bastante que decirnos sobre nuestros deseos, los versos que recordamos, nuestra familia y esas canciones que se instalan para siempre en la memoria////PACO