I

Christopher Hitchens escribió que su chiste preferido sobre irlandeses era el de un hosco capataz inglés a la entrada de un estacionamiento en Londres. Es un día asquerosamente húmedo y ve que se acerca alguien desharrapado, con una pipa de arcilla en la boca y un tapado andrajoso. Entonces piensa que es otro irlandés de mierda que viene a garronear algo. El irlandés se acerca arrastrando los pies y le pregunta si hay algún trabajo. «No tenés pinta —dice el supervisor— de saber distinguir entre un Golf y un Rolls Royce». «Sí —dice indignado el irlandés—. El primero escribió Fausto y el segundo Ulises«. Ahora, con permiso, este es mi chiste preferido sobre George Clooney. Hace unos meses Clooney estaba de gira por Berlín promocionando la película The Monuments Men. Durante una conferencia de prensa, le dijo a un periodista griego que los ingleses deberían devolver todo lo que se habían llevado de sus verdaderos países de origen y ahora se expone en el Museo Británico. Por dar un ejemplo, sentado al lado de Matt Damon y Bill Murray, Clooney dijo que podrían devolverles a los griegos los mármoles del Panteón. Unos días después, en Londres, haciendo lo mismo, Clooney pidió disculpas: «Aparentemente me metí en problemas al decir que los mármoles deberían ser devueltos y tuve que investigar un poco para asegurarme que no estaba loco».

John Whittingdale, presidente del comité inglés de Cultura, Medios y Deportes, dijo que Clooney probablemente desconocía las leyes al respecto porque era «americano» (y Bill Murray, para descomprimir el absurdo, dijo que «hay suficiente espacio allá en Grecia para que el arte vuelva de donde vino»). Es una pena que las confusiones bien intencionadas de Clooney no hayan sido desatornilladas por el mayor Boris Johnson. ¿Clooney se confundió al Partenón griego con el Panteón de Agripa en Roma por simple ignorancia —y porque elabora para sí mismo una figura de italiano imaginaria y fetichista— o porque sus preocupaciones entre Berlín y Londres eran otras? La respuesta puede estar en Amal Alamuddin.

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II
Descendiente de libaneses y ciudadana inglesa, Amal Alamuddin conoce la ley británica porque es abogada. Entre sus clientes más conocidos está Julian Assange, todavía amparado por una porción magra de suelo ecuatoriano en la embajada en Londres. En febrero, Clooney le presentó a Amal otro abogado eminente, con el que él mantiene una relación personal genuflexa y conveniente: Barack Obama. Eso fue en la Casa Blanca, donde también estaban los padres de Clooney, Nick y Nina. Son las formas en que un caballero norteamericano de cincuenta y dos años seduce a una dama inglesa de treinta y seis, capaz de hablar tres idiomas y votada como la London´s hottests barrister el año pasado. Uno podría pensar que las especialidades jurídicas de Amal —derechos humanos, derecho internacional y extradiciones— roza en puntos a veces poco sutiles el historial de un premio Nobel de la Paz como Obama, en especial en lo que se refiere a la persecución legal contra Julian Assange. Pero Amal no pareció incómoda. Como representante de la ex primera ministro ucraniana Yulia Tymoshenko, está habituada a tratar con espíritus enérgicos.

Durante un safari en Tanzania, antes de un viaje a las islas Seychelles, otro viaje a Nueva York y un fin de semana en Dubai, Clooney —»el hombre que odia el compromiso»—, le hizo a Amal su propuesta matrimonial. El plan era entretenerla con una serie de viajes exóticos alrededor del mundo para celebrar los siete meses de noviazgo. Lo que pudiera latir referido a Hollywood en la vida de Amal había llegado gracias a su madre Baria, una periodista a quien durante la juventud llamaban «la Liz Taylor del Líbano» (y a la que un poeta libanés, Said Akl, dedicó un poema sobre su belleza griega). La guerra en Beirut hizo que la familia se mudara pronto a Buckinghamshire donde Ramzi, el padre de Amal, transformó una carrera como profesor universitario de negocios en un servicio de orientación para turistas a través de una agencia.

Amal es la hija dilecta del sueño de integración democrática, capitalismo emergente y secularización que Occidente insiste en inyectarle a Oriente Medio.

Formada en Oxford y Nueva York, Amal es la hija dilecta del sueño irrealizable de integración democrática, capitalismo emergente y secularización que Occidente insiste en inyectarle a Oriente Medio. Por su parte, Clooney estuvo casado hacia finales de los años ochenta con la actriz Talia Balsam. Su comentario sobre la vida matrimonial: «No era muy bueno en eso».

Convertido en un galán maduro de Hollywood, Clooney salió con una serie ampulosa de meseras, modelos, ex luchadoras y actrices. La única inquietud al momento es qué logró Amal —a favor de su belleza, se parece un poco a Anne Hathaway— que no hubiera encontrado antes. Tetas, en principio, no. Una pena, porque no hay nada más humanamente hermoso, más humanamente misterioso que la razón por la cual los hombres quieren acariciar sin cesar, con pinceles, cinceles o manos, esas dos bolsas de grasa extrañamente curvadas (y nada más humanamente atractivo que la complicidad de las mujeres con esa obsesión). ¿Amor? ¿Pero qué es exactamente el anacronismo del amor en este momento? Al principio todo eran patrones morales. Y vida sentida. Luego todo drogas y coger. Y ahora todo tetas y culos. ¿Qué tiene que ver el amor con eso?

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III
Tres idiomas y dos universidades y dos nacionalidades después, el veintidós de abril, Amal Alamuddin recibió un anillo de siete caras éticamente producido. «Elegante y de alta calidad», según los especialistas consultados. George Clooney estaba arrodillado a sus pies —los detalles están en People— y la propuesta fue simple: pasar el resto de su vida juntos (no es la propuesta más romántica de la que haya registro: en 2008, durante el concierto de Billy Joel en el Shea Stadium, un hombre le propuso matrimonio a su novia mientras sonaba She´s always a woman). Si todo sigue según los planes, deberían casarse en septiembre. La propia madre de Clooney, de setenta y cuatro años, también hizo un comentario sobre Amal Alamuddin: «A nivel intelectual, ellos son iguales. Esto es muy importante para él. El mundo de Amal no puede ser más distinto del mundo de Hollywood».

Comprometida con la agenda de preocupaciones correctas, Amal Alamuddin se unió a J. K. Rowling, Victoria Beckham y Rosie Huntington-Whiteley para escribir en el Times sobre violencia sexual en zonas de guerra. En el plano público, después del casamiento la cuestión serán los hijos. ¿Para qué tiene hijos la gente? Por una razón muy importante, aunque tal vez no sea buena. Por más que nadie sepa cómo serán cuando crezcan, los hijos prolongan nuestra andadura vital. Nos ayudan a liberarnos del desierto biológico, en el que los único sonidos que oiríamos —y Clooney debe haberlos oído— serían los gritos del sexo y la muerte. Desde ya, el sexo y la muerte forman el matrimonio más terrible de todos///////PACO

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