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Leo con atención la serie de artículos que Juan Terranova viene publicando acerca de Eric Dolphy en Revista Paco. ¿Una biografía? ¿Una guía de escucha? Tal vez todo eso y más. Hacia el final del último artículo publicado hasta ahora, Terranova cuestiona que Miles Davis fuera el primero en hablar de la inexistencia de las notas erróneas. Según Terranova, Booker Little dijo algo parecido en una entrevista que le hicieron en el año 61 para la revista Metronome. “I can’t think in terms of wrong notes”, dice Booker lo que puede traducirse como “no existen para mí lo que se llama notas malas” o bien como “no puedo pensar en términos de notas equivocadas”. Casi al mismo tiempo, Nicolás Caresano me envía en Twitter una foto en la que se ve a Miles Davis en una entrevista. “La nota que le sigue a la que crees que está mal… es la que corrige a la primera”, es la frase que se lee en el subtitulado de la foto. Algo muy parecido a la más difundida en la web, “no hay notas equivocadas, lo importante es lo que hago con la siguiente”, pero desconozco la verdadera fuente de esa versión. Ambas son elaboraciones o variaciones de la de Booker. La entrevista, que forma parte de un documental, es posterior a los 60 y no es para nada improbable que Miles con su capacidad para captar y apropiarse de las buenas ideas ajenas, después de leer la entrevista de Metronome, haya adoptado la frase.
Más tarde veo en Youtube a Herbie Hancock contando una anécdota de la época en que integraba el segundo quinteto de Miles. Hancock empezó a tocar en el grupo en el 63 cuando tenía veintitrés años y ya era un pianista notable pero que recién empezaba su carrera. En el video cuenta que durante un concierto tocó un acorde equivocado. Desesperado por el error, sacó las manos del piano. Pero Miles en lugar de ignorarlo “se detuvo por un segundo y después tocó algunas notas” que lo transformaron en “un acorde correcto”. El pianista quedó tan impactado que, según relata, dejó de tocar como por un minuto. “De lo que me doy cuenta ahora”, dice más adelante, “es que Miles no lo escuchó como un error. Lo escuchó como algo que había ocurrido, como un evento.” El trompetista podía decir que no “habían notas equivocadas», pero el concepto no sería nada si no hubiera sido capaz de mostrarlo. La virtud de incorporar el acorde equivocado a un solo como una idea que se le acabara de ocurrir requiere mucho más que un oído refinado. No solo hace falta el talento de poder reaccionar ante lo imprevisto (hay que pensar en lo rápido que suena una acorde y se desvanece en menos de un segundo). Se trata de asumir una verdadera filosofía del presente y de la improvisación.
Pero donde pude encontrar algo más sobre los errores es en el comienzo de “El arrepentirse”, el segundo capítulo del tercer libro de los Ensayos. Michel de Montaigne empieza hablando del método de sus ensayos y antes de referirse al arrepentimiento hace un largo rodeo, una de sus habituales digresiones. Lo que pinto, dice Montaigne, es lo que se transforma, lo que cambia y si me contradigo es porque yo mismo cambio. El género le pertenece entonces a los espíritus errantes, a los que van de una cosa a otra. “Si mi alma pudiera asentarse, no haría ensayos”, dice Montaigne, que no busca aleccionarnos “como hacen los demás”. Su espíritu cambiante y la forma que elige para escribir van de la mano. El método de sus ensayos se forma en el azar por un lado y en él mismo por el otro. “Así, lector, soy yo mismo la materia de mi libro” dicen las palabras célebres del prólogo escritas a mediados del siglo XVI. Por eso es que, ya en su vejez, hacia el final de su libro, no puede arrepentirse de nada de lo que haya escrito. Porque sus errores, sus debilidades, nunca están fuera de lugar, porque lo pintan a él. Montaigne acierta hasta cuando se equivoca porque de cualquier forma habla de Montaigne.
Ensayar, e incluso pensar, es errar en el sentido de equivocarse, pero también en el sentido de andar. El estilo digresivo de Montaigne, llenos de rodeos y paréntesis como los de una conversación, se parece al itinerario azaroso de un viaje. Como el que recorre el personaje de Winterreise, un extranjero sin nombre, que desde que parte con malos presagios, hasta que encuentra la muerte ante la música mecánica de un organillero, nunca vuelve atrás. En el camino, un cuervo lo acompaña un tramo para después abandonarlo, el cielo claro es un motivo de melancolía, un tilo le recuerda un pasado feliz que se desvanece. Pero el caminante no regresa jamás. Ni siquiera en Rückblick (“Mirando hacia atrás”) vuelven a elaborarse temas musicales anteriores. Cualquier otro compositor hubiera buscado repeticiones para dar coherencia al conjunto, a ese grupo de poemas que a su modo cuentan una historia, pero la intuición genial de Schubert no permite que, a lo largo de todo el ciclo, escuchemos dos veces la misma canción, o un mismo fragmento. Los versos de Müller parecen variaciones sobre la decepción. Pero la música de Winterreise se fuga con la deriva del viajero, su camino se traza durante el viaje.
Como en los largos solos que Coltrane tocaba en el quinteto con Miles, que parecían querer abrir caminos que se interrumpían y se cerraban. Eran tentativas, ensayos. Si tocaba sin inspiración, probaba ideas que le permitieran volver a sentir que sus frases estaban “vivas de nuevo”. Cuando Davis le pedía con desesperación que no se extendiera tanto, él respondía que no sabía cómo parar. El poeta LeRoi Jones recordaba que, después de que lo echaran del grupo por su adicción a la heroína, era terrible verlo tocar con Monk en el Five Spot: “Era como ver a un hombre aprendiendo a hablar. Y creo que es exactamente lo que estaba pasando.” Los balbuceos de esa época eran los de quién está buscando una lengua, pero una lengua extranjera, tan extraña como para comunicarse con ángeles o extraterrestres, aunque en A Love Supreme, de algunos años después, al fin descubramos con quién o con qué estaba tratando de hablar el saxofonista. Dios es otro demiurgo que sabe que no puede crearse nada verdadero que no sea también imperfecto////PACO
Publicado originalmente en Revista Chicas.
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