Truco

Por Mariano Terdjman

1
En un artículo de esta revista, hace unas semanas, escribí que Roberto Arlt era un cobarde. Aunque habían algunas ideas interesantes (un profesor universitario hubiera dicho “algunas ideas para trabajar”), la argumentación no era una académica muestra de saber y retórica. Era más bien la aparición de un personaje sosteniendo la hipótesis de la cobardía de Arlt. Así fue criticada (basta leer los comentarios llamados “pensamientos”, debajo del artículo).

Pensé primero en engordar la hipótesis, hacer de las ‘ideas interesantes’ algo más sólido. Recordé que esa fue la crítica que siempre me hicieron en la carrera y por eso intenté, en vano, armar una argumentación contundente y eficaz. Y digo en vano porque, entre las críticas, entre los comentarios, había uno que no podía dejar de repetir: “Lo mío, Tabaré, es la agresión: creo que el narrador es un pelotudo”.

No me dolía (al principio, sí), que me llamaran (al ‘narrador’, pero en definitiva,  más allá de la carrera de letras que me enseñó a diferenciar entre ‘narrador’ y ‘autor’, a mí) “pelotudo”. Porque en la agresión yo veía otra cosa: una estupenda manera de comenzar un relato.

“Lo mío, Tabaré, es la agresión: para mí el narrador es un pelotudo”: con una pequeña modificación había allí una frase sugestiva y sugerente.

¿Quién era Tabaré? ¿Por qué discuten? ¿Por qué uno opina que el narrador es un ‘pelotudo’ y el otro no? ¿Un narrador de qué? Era una gran frase que prometía un sin fin de respuestas y supe que iba a empezar un relato así.

2
Imaginé a cuatro personajes alrededor de una mesa. Cuatro personajes al estilo Saer o Piglia: cuatro tipos que hablan de literatura. Los imaginé en alguna ciudad del interior, quizás Santa fé. Una noche cálida, quince o veinte años atrás.

Una noche de marzo de 1995. Cuatro personajes en una mesa, una luz tibia, amarilla, cenital, sobre la mesa.

Mosquitos, humedad, el río a diez o quince cuadras.

La conversación está empezada.

– Lo mío, Tabaré, es la agresión: para mí el narrador es un pelotudo.

– Yo no lo veo así –dice Tabaré, el mayor de los cuatro, bigote ancho y escarbadiente roto-. El narrador quiere que pensemos que es un pelotudo, pero no lo es.

– Insisto, Tabaré –dice Amador, un chico de Buenos Aires que se fue a vivir a Santa Fé tras un desengaño amoroso. Pongamos las cartas sobre la mesa –Amador siempre usa metáforas del truco o el juego-, es un narrador miedoso, vacilante, temeroso de todo. Es –dice Amador- la literatura que odio.

Dos de nuestros personajes aún en silencio. Son Máximo, dueño del almacén donde se da la conversación, y Colina, su hermano. Amador levanta la cerveza y no hace falta nada más para que Máximo busque una nueva cerveza fría de la heladera y regrese a la mesa.

– Pero vos –dice Colina-, ¿qué querés de la literatura? ¿Qué pensás que es escribir?

Amador duda mientras Máximo abre la cerveza y completa los cuatro vasos.

– Dejame ser claro –dice Amador-, la literatura tiene una sola misión: romper todo, hacer saltar la banca, herir. Todo lo demás –dice- es basura, Tabaré.

Y Tabaré, que espera el momento oportuno para responder, porque sabe que en verdad la discusión es entre ellos dos (Amador y Tabaré), el jóven de la literatura comprometida y el viejo de la literatura intimista o personal, sea esto lo que fuera, dice:

– Mirá, Amador, que yo sepa, la literatura nunca modificó nada. Las estructuras sociales y las clases son así y seguirán siendo así. Por mucho que te enojes y critiques a todo el mundo, nunca vas a cambiar nada. Y lo que yo te decía –Tabaré muestra las hojas de la novela que están discutiendo- es que acá, acá, el narrador juega con nosotros, el narrador se ríe de nosotros, el narrador te provoca –hace una pausa-. A fin de cuentas –dice-, no es muy diferente de lo que vos hacés.

Máximo y Colina se miran y saben que están de más, que el duelo discursivo terminaría en un duelo verdadero un siglo atrás, y a las trompadas ahora mismo si ellos no estuvieran ahí, para calmar los ánimos.

– En todo caso –retoma Máximo-, Menem va derechito a la reelección y eso es lo único importante, que tenemos Menem para rato.

Se produce un silencio, cada uno hundido en sus pensamientos.

– En todo caso, es literatura –dice Amador, mira a Tabaré, guiña un ojo-, Decime Tabaré, ¿a quién vas a votar vos? –dice y la discusión se renueva, ahora con más fuerza.

La conversación sigue, pero lo que tuvo que decirse, ya se dijo.