1. Borges se lee con Inglaterra. ¿Sería más preciso decir con el Reino Unido, con el idioma inglés, con la tradición sajona? Juan José Saer intentó torcer esa tradición, ya un lugar común, arriesgando un Borges francés. Hay un Borges español, incluso españolizante y castellano, que nos llega de su época como ensayista barroco y poeta ultraísta. Pero ¿qué pasa con Italia? Mi hipótesis, siguiendo esa línea de lectura, es que Borges no quería a los italianos. ¿Qué significa no quería? Leo un rechazo, encuentro, más allá de su humor ácido, una distancia sostenida, tanto en el centro de su obra como en los bordes. Borges ejercita un ligero desprecio, un desagrado, la desconfianza, a veces más marcado, a veces al pasar. ¿Por qué?
2. En este tópico, Borges hereda la xenofobia de sus mayores del siglo XIX. Lo italiano es, en ese momento, el inmigrante, el compadrito, la familia numerosa, ruidosa, que hablaba el cocoliche, que podemos traducir como lo impuro, lo híbrido, lo grasa, lo sincrético, lo popular. En la obra de Borges, la ópera, el sainete, el trabajo manual, el consumo de literaturas bajas, bajas incluso para él, que las sabía sondear, generan repudiado. La verborragia, probablemente el error en el habla, el mal decir, el idioma mal aprendido, acercan a Borges a los primeros novelistas realistas argentinos, a Cambaceres, Argerich y Martel.
3. El gringo en Borges nunca es sajón, el anglo, el inglés, el estadounidense, el irlandés, el alemán. Siempre es el italiano. Y la frontera, que se va corriendo, está en la lengua. Borges reafirma así su identidad criolla.
4. Los italianos que llegaron a la Argentina eran, en prejuicio y realidad, románticos. Borges era clásico. Ahí se abre una diferencia importante, diría irreconciliable. El rechazo al exabrupto se ve ya en el poema Carnicería del libro Fervor de Buenos Aires: “Más vil que un lupanar/ la carnicería rubrica como una afrenta la calle…” Este poema, de principios de los años 20, anticipa y continúa una larga tradición argentina del escritor con las clases bajas, tradición que va de El matadero de Echeverría hasta los hermanos Lamborghini.
5. La idea de un Borges como un escritor clásico la tiene Alan Pauls en El Factor Borges. La enuncia pero no la desarrolla. Con pocas precisiones, la lleva hacia lo oral, lo anónimo, el autor fundido en su época. Eso sería lo clásico. Y la obra de Borges resultaría deudora de esa idea. Pero, si se piensa a Borges como un escritor clásico en el sentido de clasicista, hay más para decir, un terreno sobre el que Pauls, insisto, no avanza. Borges sería, desde esa perspectiva, un autor contra la originalidad, sí, pero también contra el exceso, contra lo subjetivo y a favor de las herramientas pulidas, las variaciones, el virtuosismo, lo universal, lo áulico. Lo italiano sería lo tosco, lo mundano, la rabieta, la pasión, il belle canto, la exuberancia. Las series se despliegan contrapuestas. Hay registro de su perplejidad frente a los ravioles como novedad gastronómica.
6. Borges comprendió enseguida que no se podía ser romántico en un país romántico, en la Argentina de los gauchos, de la montonera, de la revolución, en la Argentina de los horizontes interminables y melancólicos, en la Argentina de Hernández y Sarmiento. Había que ser clasicista. Su ánimo lo acompañaba. El amor sería austero y a la forma.
7. Cuando los italianos de la clase trabajadora se convierten en obreros peronistas, Borges escribe, con Bioy, La fiesta del monstruo. Y pasa a otro nivel de repudio. (En L’illusion comique, su artículo de Sur contra el peronismo, ataca el espejismo de la política del siglo XX de forma literal. Nunca fue más literal que en ese momento.)
8. El antiperonismo de Borges, entonces, como un anti-italianismo evolucionado a la par de la modernización e industrialización de la Argentina.
9. Esta ética hecha en base a viejos prejuicios de clase tuvo más que ver con la fabricación de un recorrido propio antes que con una herencia o una heráldica. Borges no era Bioy, un hacendado, ni mucho menos el descendiente de un militar heroico, que muchas veces dibujó para su regodeo y el engaño de sus lectores. Era el Borges clasicista el que repudiaba los excesos.
10. A Borges, por supuesto, Dante le interesaba pero como le puede interesar a Harold Bloom, como poeta máximo. Digamos que Dante le interesaba tanto como sus comentadores británicos. En Borges, la Comedia no es sinécdoque de Italia. El cuento El Aleph, donde Dante Alighieri es un ridiculizado Daneri, y Zunino y Zungri son viles mercaderes gastronómicos, vale tanto como los Nueve ensayos dantescos a la hora de intentar conocer la opinión que tenía Borges de los italianos.
11. El libro El Aleph trae un cuento titulado La espera, muy poco leído. ¿Qué leemos ahí? Primero, es muy parecido a Los asesinos, un cuento famoso y fundante de Hemingway. Segundo, una curiosidad. Borges señala en el postfacio que se inspiró en una noticia gráfica en la cual el asesino era turco, al que él reemplazó por un italiano, “para intuirlo mejor.” El cuento, creo, no le sale, sobre todo por ese cambio. En el cuento, el asesino lee a Dante. ¿Porque Borges no podía imaginar a un italiano leyendo otra cosa?
12. En la entrevista que el periodista Joaquín Soler Serrano le hace para la televisión española en 1976, Borges sella un semblante. Su fama y los prejuicios que la abonan y fomentan ya está ahí. El español, en su rudimentario rol de periodista, entiende o conduce una inquietud. Ve el mármol del clasicismo borgeano. Lo toca. Está frío. Y dice: “A usted lo han acusado de ser un hombre frío, maestro.” En la deriva posterior a los años 60, lo contrario del frío era el erotismo, la sensualidad, el caos, el ruido y la inversión. Borges responde que la acusación es falsa, que él es “desagradablemente sentimental.” Entrevistador y entrevistado no hablan de lo mismo. ¿El romanticismo de Borges es tan viejo que se volvió clasicismo? Para 1976 ya hace mucho que está ciego. Es hombre de otro tiempo, un poeta y ensayista de los años 20, un cuentista criollo y metafísico de los años 40.
13. Ricardo Piglia dice en Respiración Artificial que Borges, nacido en 1899, es el último escritor del siglo XIX, y que Roberto Arlt, nacido en 1900, es primero del siglo XX. Nelson Rodrigues escribió que no había nada tan siglo XIX como el siglo XX. Cabe pensar, desde el siglo XXI, si no deberíamos leer a Borges como un Mozart. Aun mejor, como un Joseph Haydn. Arriesgo un poco más. Mozart, que estuvo muy cerca de ser el primer compositor romántico, tensiona la escucha de Haydn. En esa tensión puede ser leída la obra de Borges y también su figura autoral. Es el compositor clasicista que sospecha va a ser afectado por un cambio que al mismo tiempo le desagrada y lo convoca, lo atrae, lo seduce.
14. Italia está en la cultura argentina como un sol permanente. Hay pocas nubes en ese cielo del mediodía. El clima de esa relación es cálido, amable, continuo. No siempre estuvo ahí pero hoy parece difícil, yo diría imposible, negarlo. Sería como negar el sol de nuestra bandera////PACO
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