Por Mavrakis
I
En su correspondencia con Paul Auster, John Maxwell Coetzee opina sobre la amistad entre el hombre y la mujer: “Hacerse amigo de una mujer con la que no te has acostado es imposible porque quedan en el aire demasiadas cosas sin decir”. Por supuesto, no es el lenguaje amable de la concordia igualitaria entre los sexos. Nunca podría funcionar como slogan de agrupaciones al estilo de Varones Antipatriarcales. El lenguaje de Coetzee es el lenguaje del conflicto, la diferencia y los pliegues del sentido, nunca el de su empobrecimiento. Un lenguaje en oposición al espíritu de la neutralidad que domina esa triste utopía mental llamada corrección política (donde un varón antipatriarcal no es un varón promatriarcal, sino un pene neutral, un habitante silencioso de la Suiza de los Géneros).
Sudafricano incidental, europeo por formación, ciudadano australiano por elección y Premio Nobel de Literatura, J. M. Coetzee publicó La infancia de Jesús (RHM, 2013), una de las novelas más exactas, ácidas y humorísticas sobre la neutralidad como nube acechando todo asunto cultural, político, económico o “de género” en el que pretenda desnudarse y discutirse una diferencia. Incluso, a través del ballet de las palabras que le den forma y nombre.
II
La infancia de Jesús es simple: un hombre, David, llega a una nueva sociedad junto a un huérfano, Simón. Esta sociedad es como cualquier otra excepto que desconocen la ironía y toda discusión es considerada una agresión. Todo se come sin sal, las mujeres tratan a los hombres como chicos y a los chicos como bebés. Cuando un hombre desea a una mujer, esa mujer no es una mujer deseada sino una víctima del salvajismo masculino. Así hablan las mujeres en La infancia de Jesús: “Dígame: ¿qué tiene que ver la belleza con ese abrazo al que quiere que me preste? ¿Qué relación hay entre una cosa y la otra?»
David busca una madre para Simón. Pero la infancia narrada por Coetzee no es la de un personaje —ni la del verdadero Jesús— sino la de un proceso más contemporáneo: la infantilización del mundo. ¿Quiénes, si no los infantes, están incapacitados para resolver conflictos, pensar en serio y motorizar verdaderos deseos? ¿Quiénes, si no ellos, descubrirán tarde o temprano que los conflictos existen y los esperan para devorarlos (material, cultural, simbólicamente) si se mantienen neutrales? El verdadero Jesús también fue un chico ingenuo hasta que el mundo le recordó qué tan serias eran las palabras. Esa es la clave: la novela de Coetzee no es sobre Jesús de Nazaret sino sobre el lenguaje. “El lenguaje tiene que significar algo para mí igual que para tí”, le dice David a Simón.
De lo contrario, queda apenas buena voluntad. Y no basta para afrontar el más intenso de los conflictos. Que no es la guerra, como piensan los ingenuos, sino el amor y el sexo. “De la buena voluntad surge la amistad y la felicidad, las meriendas agradables en el parque o los paseos vespertinos y agradables por el bosque. Mientras que del amor, o al menos del anhelo de sus más urgentes manifestaciones, surgen la frustración, las dudas y la amargura. Así de sencillo” /////PACO