I
La pornografía es algo que, en realidad, trata sobre la masturbación. La masturbación, digamos, es un secreto abierto hasta los treinta. Después se convierte en un secreto cerrado. La literatura moderna es hermética sobre este punto. De eso se ocupa mejor la pornografía: la masturbación es su único tema. Todo el mundo se masturba durante toda su vida [1]. Verdad sobre la que «la literatura declina la responsabilidad», como dice cierto crítico, así que la pornografía trata con esa verdad por sí sola. No de una manera elegante o alentadora, sino como puede. El negocio de la pornografía es el negocio de la masturbación y el negocio de la masturbación —dice la revista Forbes— es una industria de 60.000 millones de dólares por año. Sasha Grey es una figura de autor indisociable de esa industria. Digamos que uno sospecha que si no hubiera 60.000 millones de dólares de la masturbación orbitando sobre su estela de actriz porno retirada, probablemente su literatura —su primera novela— no se habría materializado en simultáneo «en más de veinte países». El cine pornográfico, por otro lado, no es malo en Los Ángeles (en Buenos Aires sí, es pésimo, por eso solo se lo valora desde el kitsch, y aún así el que lo haga no deja de parecer bastante ridículo) y el hecho de que Marilyn Monroe o Sylvester Stallone hayan empezado sus carreras en ese género debería absolver al asunto de mayores comentarios. Hollywood es duro, la competencia es mucha, cada cual sabe si va a rendirse o hacer lo que pueda («I coulda had class, I could have been a contender…»). La carrera de Marina Ann Hantzis (o Sasha Grey) en la pornografía no varía demasiado en comparación con la de cualquier otra actriz —la pornografía es el género de la recursividad, cualquier imbécil puede descifrar siempre cómo van a acabar las cosas por enredadas que empiecen [2]—, tampoco varía demasiado su cuerpo, pero sí su ánimo de intervención —o la recepción creada alrededor de ese ánimo— acerca del significado de su trabajo: sus opiniones, su visión, su experiencia alrededor del asunto de la masturbación. Retirada del negocio profesional del porno —un negocio que, como el del periodismo, ha evolucionado gracias a la tecnología hacia un amateurismo más lúcido y emocionante [3]—, Sasha fue cantante, modelo, actriz de cine, actriz de televisión [4] y ahora escritora. Como diría cierto crítico y escritor: «Oh, bueno, Harold, ¿pero de qué clase de escritora estamos hablando?»
II
La Sociedad Juliette es una novela pornográfica escrita por una actriz pornográfica. Suena bien, claro. Pero la cuestión sobre la pertinencia podría también pensarse desde otra perspectiva. La literatura gauchesca, por ejemplo, ¿cómo sería si la hubieran escrito los gauchos? La literatura policial, ¿cómo sería si la hubieran escrito los policías? El asunto es un problema alrededor de la representación, tema de interés entre los teóricos y los críticos literarios, y cuestión que Sasha saltea mediante la estrategia útil de ignorar el asunto por completo. Conviene imaginarse, entonces, el Martín Fierro escrito por un gaucho o Un estudio en escarlata escrito por un policía. Más bien pocos recursos literarios y muchos recursos biográficos. Mucha experiencia y ninguna imaginación. En ese sentido, una de las mejores cosas [5] que tiene La Sociedad Juliette es que probablemente sea la clase de libro que le encantaría a los cronistas por todos los motivos literarios equivocados. ¿Cómo representar una performance o un encuentro sexual? Esta es otra cuestión complicada para una escritora norteamericana: Henry Miller, Charles Bukowsky, John Updike y Philip Roth han estado ahí antes. Martin Amis tiene la teoría de que las mujeres, sin embargo, pueden escribir mejores escenas sexuales que los hombres. La idea es que las mujeres representan el sexo incluyendo sus fiascos y sus no-shows. El sexo tal cual ocurre en la vida real, a diferencia del sexo omnipotente y ajeno a cualquier vergüenza, que es el que prefieren contar los hombres. Algo del orden de la representación femenina —probablemente podrían trastocarse las cosas un poco y decir sin más representación feminista— del acto sexual estaría en esa capacidad cenital de narrar las cosas como realmente ocurren: no por encima del pudor, sino por debajo de las fantasías de autoindulgencia [6].
El asunto es que Sasha, al menos desde esta perspectiva, no hace una representación femenina del sexo. Más bien hace una representación completamente idéntica a la del cine porno. En ese sentido, una representación masculina del asunto de la masturbación. Espectacularidad, grandes volúmenes, abundantes flujos, posturas con aspiraciones de Kamasutra, toda la ansiedad recursiva y los desenlaces recursivos del porno clásico [7]. «Lo empujaría para que se sentara en la silla, el elegante sillón giratorio de cuero de Bob, y lo haríamos ahí mismo, en el sillón del poder. Le diría que no se levantara, que no se tocara, que no se moviera, y haría un pequeño striptease para lucirme un poco delante de él. Primero me desabrocho el cinturón del abrigo y lo dejo caer por un hombro para mostrar algo de carne. Luego me abro rápidamente un lado del saco (…). La pija se le ha puesto dura incluso antes de que le quite los pantalones. Y, cuando se los quito, veo cómo empuja contra el algodón blanco de sus bóxers (…). Luego me dejo caer un poco sobre su pito, lo agarro entre las nalgas y aprieto, y noto cómo se flexiona y se retuerce y crece contra la curva de mí…» Escenas así se repiten una y otra vez, con más o menos las mismas variaciones que en cualquier película porno. El detalle es que La Sociedad Juliette no es una película. Entonces las escenas sexuales son parecidas a las que Mario Vargas Llosa cuenta a través del narrador de La ciudad y los perros que escribía para sus compañeros en el internado para hombres. Bosquejos de escenas narradas en primera persona y con muchísimos gerundios —todo está pasando en el porno porque en cuanto aparezca el pretérito las cosas ya habrán acabado, y después de la masturbación sobreviene cierta vergüenza o al menos el silencio— en los que la protagonista imagina que coge con su novio, coge con su profesor y coge con desconocidos. Las cosas no cambian demasiado a los fines de la representación cuando la protagonista realmente coge con su novio o coge con desconocidos. «En cierto sentido, de algún modo, hay algo en la película que conecta conmigo de forma muy profunda», dice la protagonista de La Sociedad Juliette, una estudiante de cine. Y sí, conecta, al menos en la medida en que toda forma de experimentación del goce del cuerpo y la fantasía se limita a reduplicar la larga película porno de Sasha Grey. Por eso cuando la protagonista dice: «Quiero que su pene me controle», uno tiende a percibir que esa dominación no es tanto la de una pija varonil como la del cine porno. «Cogiendo como máquinas», dice con otro gerundio la protagonista durante una orgía. Máquinas que no orbitan alrededor del goce sino del porno: los planos, los cuerpos, el tempo, el lenguaje del relato —»Me gusta tanto sentir tu pija dura en mi boquita apretada. Sabe tan bien… Da tanto gusto, ¿verdad?»— son los de la industria maquínica del porno antes que las del simple goce sexual. La misma protagonista roza el quid de la cuestión cuando recuerda su primera experiencia con una vieja historia que había leído a escondidas en la infancia: «Pornografía, pero sin las imágenes. Pornografía antes de las cintas de video, los DVD, los teléfonos móviles e internet. Pornografía donde las imágenes sucias están dentro de tu cabeza». Uno preferiría que Sasha Grey hubiera pensado su novela desde esas posibilidades, que son básicamente las de la literatura. Entonces uno recuerda que Sasha Grey fue actriz porno, es actriz de televisión, es cantante y es modelo, y que tiene 25 años y que esta es su primera novela [8].
III
No hay mucho más para leer en La Sociedad Juliette que la enorme fuerza disciplinadora de la industria de la pornografía sobre las formas en que se imagina y representa el sexo. Ese paso en falso entre la expectativa de algo más y una limitación inmutable a lo más pedestre del registro es casi inquietante porque la propia protagonista de la novela lo tematiza: «La mitad del sexo es ensoñación», dice en un momento. Pero en todos los demás momentos, la ensoñación se reduce a simple fantasía pornográfica y eso solo como la industria pornográfica dicta que ha sido y debe ser esa fantasía. ¿Cómo escapar del imaginario de la pornografía a la hora de pensar y narrar el sexo? ¿Qué matices abre el porno amateur? ¿Qué posibilidades nuevas hay en los cruces azarosos de la fantasía en un mundo que no se limita a un set de filmación en Los Ángeles? ¿Qué hay de la sexualidad de los espectadores del porno? Es la clase de preguntas que uno espera de una profesional del sexo con un perfil intelectual en la industria. «Me pregunto cómo puede alguien llegar a la veintena y seguir escribiendo como una nena de diez años. Y no me gustaría nada estar en la piel de quien tuviera que corregirle los exámenes», dice la protagonista de La Sociedad Juliette. Bueno, Sasha… El resto es moralismo y bastante higienismo. La amiga verdaderamente aventurera de la protagonista, la que se coge todo lo que desea —en el medio está la trama de una organización clandestina de sexo VIP, al estilo Dan Brown, como justificación argumental de todo lo demás— no termina nada bien. La protagonista, en cambio, termina con su novio. Tampoco es una ensoñación demasiado interesante, pero definitivamente sí es una ensoñación femenina///////PACO
[1] Mientras escribo con las manos en el teclado y los pantalones en su lugar, hay un televisor en silencio en el que miro de reojo a una conductora de cable lúbrica.
[2] Vi una película porno, en realidad una sola parte, en la que una ejecutiva asiática en Estados Unidos entrevistaba candidatos masculinos para un puesto. A uno de los entrevistados le dice: «La situación económica en el país es difícil». El diálogo sigue un poco más hasta que uno descubre que se trata también de esa clase de entrevistas.
[3] Sobre lo único que el porno profesional sí mantiene un talento indiscutido es sobre los nombres de las películas del cine porno. Chuck Palahniuk y Martin Amis han dedicado novelas al asunto. La primera película porno de Sasha Grey se llamó Homo Erectus (2007).
[4] Entourage: seis episodios representándose herself.
[5] Otra es la traducción: nadie folla y todos cogen, las pijas son pijas y no son pollas, los huevos son huevos y no son cojones.
[6] En Las partículas elementales, Michel Houellebecq sintetiza mejor que todos los anglosajones la misma cuestión reflexionando sobre cómo una mujer se mira a sí misma en el espejo: qué mira, cómo lo mira, con qué crudeza y con qué preocupación.
[7] No se trata de representar escenas sexuales aburridas —el porno amateur solamente ha mostrado que cualquiera puede coger como un profesional— sino de representar escenas sexuales que no parezcan siempre narradas por adolescentes vírgenes para adolescentes vírgenes.
[8] Sí hay una frase del libro que está a la altura de cualquiera de los autores más grandes que alguna vez hayan tratado o vayan a tratar el asunto del sexo: «A una pija dura nunca se le nota la edad».