Historietas


Queremos tanto a Lenin. Entrevista a Bruno Bauer

Bruno Bauer fue un filósofo discípulo de Hegel al que la historia recuerda, bastante injustamente, por ser blanco de las críticas de las obras juveniles del duo Marx & Engels. Bruno Bauer también es el nom de plume elegido por un historietista argentino para crear una serie de tiras protagonizadas por personajes (el V. I. Lenin de Lenin y vos, el Profesor Lombroso, el pibe Altamira, entre otros) que tematizan algunas de las cuestiones sobre las que damos incesantes vueltas desde hace años: los usos del pasado, el agotamiento de la tradiciones teóricas ante el aparente caos del presente, las mixturas entre cultura pop y cultura letrada, el progresismo como postura a medio camino del museo de la revolución, la parodia y la resignación. Todo eso dibujado con unos trazos que combinan humor, ferocidad, ternura y algo que aún hoy podríamos reconocer como conciencia de clase. Bauer y sus criaturas construyen una especie de anti-Rep que en cada viñeta muestran la incomodidad, el lado oscuro, las fallas, de nuestras más queridas esperanzas.

A continuación un intercambio con Paco sobre algunas de esas cuestiones: la historieta argentina, la cultura de izquierda, internet, los noventa, el kirchnerismo, lo cómico y lo serio en los tiempos que corren.

En alguna parte del blog al que subís tus historietas decís que Lenin y vos surgió como un chiste entre amigos, ¿cómo fue ese inicio y por qué crees que el personaje de Lenin se convirtió en el protagonista de gran parte de las historietas, por qué Lenin en especial?

En el año 2008 empecé a mandarles por mail a mis amigos unas historietas autorreferenciales, al estilo de las que por entonces hacían Mosquito o Fabián Zalazar en Historietas Reales. Era un año crítico: tenía 29, me mudaba, me negué a ser investigador, etc. Hasta que un amigo me hizo saber que quizás mi vida no era un tema tan interesante para leer en una historieta, sobre todo para gente que me conocía personalmente.

Pensé en seguir las tiras pero con un personaje. Con mis amigos conocíamos la cultura de la “vieja izquierda”, habíamos cursado Historia de Rusia y teníamos varios cruces ideológicos: alguno era autonomista; alguno, kirchnerista; otro, trotskista. Yo, lamentablemente, hacía poco había leído “A propósito de Lenin”, en donde Slavoj Zizek contrastaba a Lenin con diferentes elementos anacrónicos (Schubert, Brecht, la película Fight Club). Se me ocurrió que podía hacer lo mismo en forma de historieta: un programa pedorro tipo magazine en donde Lenin entrevistara a diferentes invitados. El primero fue el mismo Zizek, luego siguieron Alan Pauls, Walsh, Lost, Mafalda y así. Muchas de esas tiras están llenas de guiños y provocaciones para el grupo estrecho que me rodeaba. Fui agregando gente a la cadena de mails hasta convertirme en un spam con rostro humano. Para peor, muchos comentaban las historietas con un mail general. Un desastre. Entonces abrí el blog.

Con el tiempo, algún amigo se hizo becario; otro, docente; otro escritor y bon vivant, y sobre todo, nos hicimos tan amigos que ya no nos mandamos mails. Y Lenin de a poco se transformó en ese ser cínico y chicanero, con argumentos más cercanos a Burke o Sokal que a Marx. Por eso, fracasé: Lenin no es un personaje. No tiene dimensión, no tiene expresión, es puro argumento, no demuestra un puto sentimiento en casi 60 tiras. Quizás el pibe Altamira o el Ciruja Comunista sean personajes, pero Lenin no. Lenin es un tipo que sabe todo, que se burla de todos, que siempre gana las discusiones. Lenin es lo que yo quiero ser y no puedo.

¿Qué influencias fueron más importantes para tu trabajo? ¿Qué historietas, comics o autores de humor gráfico contemporáneos te interesan?

Una influencia es siempre Crumb. Reconozco que de pibe compré esa biopic que él mismo dibujó, la del adolescente incogible que se empepa, derrapa, garcha a lo loco y se consagra, tal como la filmó Zwigoff. Sólo con el tiempo entendí el mérito de un dibujo muy complejo, detallista y tramado, pero que se deja entender a simple vista. Complejidad y claridad. Algo de eso hay en Solano López y Moebius también. Y en Wolverton. Es mi Norte artístico, un norte muy alejado, al que me está costando viajar: soy un dibujante limitadísmo.

Como humorista, me referencio en esa generación que conocí en la Comics Stone y siguió en la Sueltenme: Fayó, Dani the O, Podeti, Parés, etc… Humor duro y puro, sin épica, sin poesía, sin moraleja, sin momento de reflexión: un chiste por viñeta, un remate y pimba. Parés maneja un humor salvaje pero muy afilado, muy racionalista a su manera. Y es un dibujante de la san puta. Podeti es el maestro: los diálogos largos, la mezcla de vulgaridad, retórica de series yankies e información nerd de sus tiras, las caras alienadas, el lápiz mal borrado, la letra chota, todo, todo lo que pude robarle a Podeti, lo robé. Quiero exagerar: Lenin no sería posible sin Podeti.

Empezaste a escribir y dibujar en los 90 menemistas, este año se cumplieron diez años de kirchnerismo, dos épocas donde el progresismo ocupa lugares opuestos. ¿Qué temas aparecieron en estos años, cuáles quedaron agotados, ves una tendencia o rasgos comunes en el humor gráfico de esta época?

Ahora está de moda reivindicar a los noventas como algo especial. O denostarlos como algo especial, y reivindicar la década ganada. O los ochentas. Hay gente para todo. Los noventas fueron una década, otra década más, pero fueron mí década. En los noventas hice muchas cosas por primera vez y muchas otras por última vez. No puedo ser objetivo. No voy a serlo.

No sé si cambiaron los temas. Muchas de las banderas de este gobierno (justicia social, Madres de plaza de Mayo, Latinoamérica, corrección política) eran el pastiche de consumo progre de los 90s. Cambió el énfasis: esa agenda fue tomada por el poder y exprimida. De alguna manera, el kirchnerismo hizo fracking en la agenda histórica de Página 12: sacó mucha energía de allí, pero también contaminó e intoxicó el debate público.

En los noventas el énfasis estaba en la ética. El mercado también, pero eso no se discute: es religión. Lo humano era la ética. Menem diciendo, vía Madre Teresa, “Yo soy la ética” es la versión neutralizada del famoso “El Estado soy yo”. Y gran parte del humor gráfico se construyó alrededor de eso: un Mundo Quino en donde “la gente” era siempre inocente y frágil, y los poderosos eran necesariamente malos y ridículos. Los chistes pasaban por ahí: las tapas de Humor se burlaban del peluquín de Menem, de su apetito sexual, no del neoliberalismo.

Pero esa visión eticista no desapareció, sigue existiendo. Es una ética doméstica, bien distinta a la virtud republicana o la moral revolucionaria. Es una ética que te dice que vos sos bueno porque tenés hijos y mascota y el presidente es malo porque tiene poder. Siempre va a existir, es un analgésico moral muy atractivo para gente que le teme a la vida pública. Y Nik lo expresa muy bien. Es un humorista muy talentoso de esa ética.

El aporte del kirchnerismo para ese debate fue un viejo truco de la izquierda: el desvelamiento. Un truco bien iluminista, en donde una minoría esclarecida le tira la posta a las masas para que estas se copen en cambiar al mundo. “¿Así que vos creías que el intercambio capitalista era justo? Mirá: plusvalor”. “¿Así que vos creías que la prensa expresaba la opinión pública? Mirá: monopolio”. El desvelamiento habilitó la recuperación de un humor incómodo, de un chiste que no confirma tu lugar en el mundo. Una parte del humor gráfico, del cual Barcelona supo ser señera, recogió el guante y se animó a burlarse de vacas sagradas, como la “gente”, los pobres, los progres, los ecologistas. Fue particularmente bueno poder hablar del “poder económico”. Aquí se criticaba al empresario sólo si su empresa contaminaba o si él ahorcaba a su mujer en el barrio privado. De lo contrario, todo bien. Salvo que sea socio del Estado, pero allí se lo juzgaba como político y puaj. Después del susto del 2001, a muchos nos quedó una paranoia instintiva contra los capitalistas y comenzamos a criticarlos sólo por el hecho de serlo. No sé si es algo sano, para fue algo nuevo.

Y Lenin es un poco la exacerbación de eso: burlarse de un conjunto de discursos sociales mediante la misma técnica de desvelamiento. Y parte fundamental de la burla es el contraste entre el tema y el lenguaje: debate ideológico, sí, pero en forma de historieta. Y mal dibujada. Y con chistes. El medio es la burla. Pero, insisto, a mucha gente, quizás la mayoría, el estado y la sociedad le suenan ajenos. Se sienten más cómodos con las gatitos de Liniers o la malcogidas de Maitena. Y hacen bien.

El kirchnerismo instaló un discurso público más solemne sobre ciertos temas, y al mismo tiempo también circula, a veces como reacción, una mirada cínica sobre lo político. ¿Cómo crees que se leen tus tiras, quiénes pensás o te imaginás que las leen?

No tengo idea de quién me lee. Empecé dibujando para un grupo muy concreto de personas. Y cuando abrí el juego en la web, seguí dibujando para un grupo concreto de personas, que ahora incluían a comentaristas frecuentes, como Grillo o uno que firmaba “asdas”. En ese sentido soy re aristotélico: no puedo concebir un lector abstracto, ideal. Lo intuyo relativamente leído, familiarizado con la izquierda o la política. Pero no sé. Tengo que convivir con lectores que critican que los chistes son muy cerrados, muy académicos y otros que dicen que soy superficial y no sé nada. A duras penas puedo intuir al par de decenas de personas que frecuento. Más allá, el misterio.

Respecto a la dicotomía entre solemnidad y cinismo, fumo de ambos. Los solemnes entran a Lenin para perder: comentan con ironía, se esfuerzan, pero están defendiendo un monumento. El de Néstor, el de Trotsky o el de San Martín, pero un monumento al fin. Y nadie hace humor para apuntalar un monumento. Lo siento. Y en el caso de la solemnidad oficial, no deja de ser la petrificación de esa voluntad de desvelamiento que tuvieron en su juventud política. Es triste que quienes empezaron bajando cuadros terminen levantando mausoleos. Pero es así.

El cinismo entra a las historietas con más confianza, quizás porque yo mismo lo convoco. Pero no deja de ser la contracara de ese eticismo que mencioné recién, esa desconfianza a todo poder, a toda política. Esa credulidad en que todos son malos menos yo, que soy malo pero entiendo todo. Es una pose más canchera, más desengañada, pero es eticismo al fin. Es un eticismo dandy, que va con bufanda larga y sombrero beige.

Un tema muy presente en tus tiras es el contraste entre las grandes formulaciones teóricas de los siglos xix y xx y el panorama político y social de comienzos del siglo xxi, en ese sentido, ¿qué pensás de la actualidad del «pensamiento de izquierda», cuánto pesa esa larga tradición moderna y qué nuevos fenónemos tiene problemas para entender?

La izquierda siempre está en crisis, es parte de su naturaleza. Ya en pleno esplendor de la II Internacional, Bernstein y otros decían que las nuevas condiciones imponían la necesidad de una revisión y así… Pero siempre se mantiene porque el lugar de la izquierda es atender a un rasgo primal del hombre: el anhelo de igualdad. A todos nos gusta mandar, pero a nadie le gusta que lo manden; todos queremos tener más, pero a nadie le gusta tener menos. Y en este momento, como siempre, hay mucha gente que vive innecesariamente mal. Gente que tiene que estar nueve horas parada en la puerta de un supermercado con un uniforme ridículo y sin arma, cobrando poco, laburando mal y sin saber para qué sirve. O peor. En muchos rincones de la patria, la lucha de clases se pelea al viejo estilo preindustrial: rompiendo todo y muriendo bajo las balas del patrón. Es así. Ahí el amor no vence al odio y el izquierdismo brota como un yuyo.

Qué hacen las agrupaciones de izquierda con esos datos, es otra discusión. Tenemos que asumir que gran parte de las críticas que se le hacen a la izquierda están más fosilizadas que la propia izquierda. Es obvio que habrá fragmentación: dentro del capitalismo las reglas son claras; fuera de él, no. Hay muchas maneras de enfrentar lo mismo. Y todos tenemos razón, para eso está la democracia. Otro tanto pasa con la modernización: en la práctica, fue más estable y redituable el discurso paleolítico de Altamira que las novedades de Silo o Zamora. Por otra parte, no sé qué sentido tiene pedir modernización si luego vamos a criticar al PO por hacer campaña en Twitter, a Hagman por proponer boludeces o a Gentili por ser moderado. Así nosotros terminamos descuartizando a la izquierda con demandas. Digo nosotros, los votantes potenciales de la izquierda, eternamente insatisfechos.

Pero no importa, porque la izquierda siempre hizo de sus derrotas una epopeya. Muy cristiano todo. Con el Pibe Altamira traté de reconstruir esa cronología de derrotas. Lástima que los troskistas pensaron que era una burla del jefe. La imaginación no es un don de todos, tuvo que venir Oscar Grillo desde Inglaterra para advertir que el Pibe era un personaje querible, sentimental. Mucho más querible que el modelo original de carne y bótox. El Pibe es mi homenaje a la izquierda que siempre pierde, pero siempre estará.

¿Tu heroe y tu villano de izquierda favoritos de todos los tiempos?

Buscar villanos de izquierda es muy de izquierdista. Pero si tengo que elegir uno, elijo a Guevara, el antivillano. Todo bien con sus fusilamientos, su entusiasmo por armas nucleares, etc. Era la onda. Pero me horroriza la manera en que la Historia lo absolvió: es el alma pura, la reserva moral, la oportunidad perdida, el socialismo con rostro humano y mate en la mano. El Puma que pierde pero con toda la gloria. Y además, el comunista con onda, motoquero, mochilero. Un gran proveedor de frases de señalador para pegar en cualquier lado. El daño es irreparable.

Para elegir un héroe voy a ser obvio: Lenin. Discutió todo lo que pudo discutir, buscó soluciones para problemas imposibles (cómo conducir a la clase obrera en un país feudal, cómo reconstruir Rusia sin matar campesinos, cómo encarar al capital monopólico, qué hacer). Le salió todo mal, pero se murió casi antes de saberlo.

De todas maneras, prefiero vivir en un país gobernado por Olof Palme o Harold Wilson y no por Lenin. Perdón.

Subís tus historietas a facebook, al blog, también las difundís por twitter. Al mismo tiempo internet y sus monstruos son un tema recurrente en tus viñetas. ¿Cómo funciona la web en tu caso?

La web es todo. Internet es un poco como la ciudad de Marshall Berman: un espacio frenético en donde caen todas las aureólas, en donde la privacidad se hace pública, pero también en donde podés asociarte, conocer al otro. Gracias a Twitter me enteré que Vanoli escribió Pinamar y gracias a Twitter pude decirle que me gustó leerla. (Por no hablar de la gente con la terminé compartiendo una mesa, porque eso es otra historia) Claro, después corrés la vista de la pantalla y ves el dos ambientes vacío y los platos sin lavar y te sentís sólo y mal querido. Pero Internet no tiene la culpa de que no sepas qué hacer con tu vida. En ese sentido, los planteos del tipo de “apagá la laptop y salí a correr por la plaza” me parecen pelotudísimos.

Mi consumo cultural pasa en gran medida por la web. En la década del 90 leía en la revista Revolver reseñas de discos que no había escuchado ni podía conseguir, salvo que Di Natale pasara algo en Sábado Maldito. Lo primero que hice cuando tuve banda ancha fue bajarme todos esos discos por Emule: una venganza consumista vía web. Va a llegar el día en que prefiera ver ópera por Youtube y no con cuarenta viejas tosiendo alrededor. Y la producción también la canalizo allí. Ahí está el blog. Aunque aquí soy menos entusiasta: Internet te facilita la difusión, pero seguís laburando a nivel fanzine, no hay que olvidarlo. Muchos blogueros se encierran en el conformismo de pensar que su paginita de dos mil visitas diarias está interpelando al gran debate nacional y no es así. Estamos comentando un debate ajeno para el círculo de siempre, con la ñata contra el vidrio. Pero el ego allá arriba, claro. Sobre una nube. Diego Parés insiste en que hay que salir en papel. Por eso también me entusiasma poder compilar las historietas del blog en un libro. Aunque el mérito es de la gente de Comux/La parte maldita, que está haciendo todo el laburo, claro.

Respecto a las redes, no me siento igual en todas. El blog es la casita de los viejos: ahí empecé y ahí está, deshabitado pero limpio, como depósito de imágenes para linkear. Facebook ya no cotiza mucho en Palermo ni en Caballito, pero hay un hecho: cuando linkeo el blog desde Twitter, recibo 80 visitas; cuando linkeo desde Facebook, recibo mil. Hay que perder un poco esa cobardía elitista de despreciar a Facebook y encarar allí. Postear a muro abierto es casi un juicio maoísta, encerrado en una jaula de bambú y recibiendo insultos de todos los campesinos chinos, pero sólo así se hizo la Larga Marcha. Larga Marcha al Mercado Masivo.

Con Twitter es diferente. Es, sin duda, la red más peligrosa, la mejor. Y todavía tiene ese olor cheto que nos reconforta. Sin embargo, a veces parece que reproduce la lógica de los comentarios del blog, sin blog. En la época de oro de la blogósfera, Parés o Astarita posteaban algo y de inmediato tenías 30 comentarios matándose, pero estaba el dibujo o la columna como referencia última, como límite, quizás como autoridad. Twitter es el comentario infinito sin referencia última. Una conversación romántica infinita sin centro, o con un centro exógeno, como Fantino o las Toddy. Entonces la arbitrariedad es total y el centro termina siendo el ego de cada tuitero. En mi caso personal, eso no es bueno. Sale lo peor. Me gusta linkear al blog desde Twitter o Facebook, porque, con todo, estoy orgulloso de él. Pero no linkeo a la cuenta de Twitter. No estoy orgulloso del tuitero que soy./////PACO

[Suburbano033.jpg]