En Wilde, un grupo de adolescentes golpeó a un compañero que sufre un “retraso madurativo”. Por lo que se ve en Youtube, seductor material que muchos portales de noticias reprodujeron, la palabra “golpiza” no es la adecuada. Hay mujeres en el medio. Se las ve correr de acá para allá. Se escuchan risas, exclamaciones de sorpresa. La manada conoce estas rutinas que la conectan con el principio de la vida en grupo. Hembras, rivales, violencia, celebración, abrirse a la vida, el eslabón débil castigado y asimilado en el castigo.

Todos cumplen una función. “Feroz golpiza”, el sustantivo, digo, es inexacto y se lo adjetiva de forma automática, con esa brutalidad experta del periodismo. “Propinan feroz golpiza”, “citado nosocomio”, “macabro hallazgo”: hay ecos positivistas en esta serie automática. Y sabemos del positivismo y sus malentendidos carniceros. ¿Podemos repartir culpas? Mientras tanto, la lengua sigue adelante y adquiere la palabra “bullying”. Con el anglicismo, llega la institución: Libres de bullying

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¿Libres? ¿Libertad? Sería como extirpar lo social de la sociedad. Me explico: ¿hay algún sentido en decir “libres de nosotros mismos”? La pulsión, me parece, resulta tánica. “El hostigamiento es común, el video no” dice la presidenta de la institución que pide una ley. Bueno. Una ley. Así las cosas, ¿deberíamos filmarlo todo? “Usemos la tecnología responsablemente” dice uno de los slogans de la institución. Tecnología y responsabilidad. Algo se ha dicho en el siglo XX sobre eso y los caminos son pesimistas. La tecnología nos arrasa, hoy más que nunca. Si al menos cambiaran la palabra “responsabilidad” por “inteligencia”. Usemos la tecnología con inteligencia. Sigue sin decir mucho, pero mejora. Un detalle más. En un portal de noticias el titular inicia con la palabra “indignante” mal escrita. Se lee: “Inignante: feroz golpiza a un chico discapacitado en una escuela de Buenos Aires”. El “retraso madurativo” se vuelve “discapacidad”. La noticia, en realidad, es que lo filmaron y lo ofrecieron en la web. Y ni siquiera es una noticia nueva. Así que si vamos a hablar de violencia, ¿por dónde seguir? Lo que se ve en el video no asusta a nadie. No alcanzaría a mover el papeleo más breve del juzgado de menores bonaerense menos burocrático.

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Coloquial y certero, Facundo Falduto me escribe un correo comentando el caso: “Mandás a un pibe down a una escuela pública de Wilde. Okey, quizás no tenés los recursos para mandarlo a otro lado, capaz lo quisiste meter en una especial y no pudiste, tal vez no lo podés tener en tu casa. Pero un poco estás dejando que el darwinismo actúe solo”. Aunque no se trate de síndrome de down, aunque no sea una escuela pública –¿lo es? podría ser otro tipo de institución, atravesada por otros medios– hay lucidez en esa descripción. Y la pulsión mencionada vuelve en forma de comentarios “inignantes”, o sea ligados a lo ígneo, a lo que se enciende, al fuego tribal, al calor de la subsistencia. Una tal Laura Espinoza –nos importa el nombre en tanto que la podemos ubicar en las redes sociales y vemos su cara– escribe su opinión: “Yo, primero lo saco de ese colegio… segundo, agarro a los pendejos uno por uno y los torturo y después voy por los padres uno por uno… y san puta se los lleve, me importa un carajo lo que piensen, total nadie hace nada…. ”

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Otro anónimo con nombre, un tal Antonio Jiménez escribe debajo del video en Youtube: “Son unos hijos de puta todos los pives esos. Habría que casarlos de a 1 entre 4 o 5 haber si son tan machitos. Ademas como le van a pegar haci a un chico que no sabe defenderse, que acaso no hay maestro en esa escuela que no pasa nada. osea hasta las mujeres lepegan. estoy de acuerdo con JM ROD que hagan publicar los datos de estos inhumanos haci nos encargamos”. Hay más en el jardín impuro de los que saben qué es lo que hay que hacer con los que golpean y filman. Agrego una captura donde, con festejos y en abstracto, se coordina una posible represaria. El “Pibe Tuca” comenta en Clarín esto que transcribo: “Si alguno de los cagones q le pegaba al pibe cn retrazo lee esto porfavor mandenme un inbox y arreglamos lugar y hora para encontrarnos, me gustaria llenarle la jeta de dedos!!!”

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¿No son estos comentarios la afirmación contundente de que necesitamos y deseamos experimentar ciertas formas de violencia, cierto registro del dolor, de los límites del cuerpo, la resistencia de nuestra piel, nuestras manos, nuestros huesos? Insisto, no veo en el video la brutalidad señalada. Sí la leo en los comentarios. Y la encuentro en Google si busco “golpiza” más “minusválido”. Ahí abunda una cosa que no hay en el video de Wilde: sangre. La sangre, hematomas, cortes, y eso también lo sabemos, la sangre es otra cosa. (Lo sabía Jack London al que se debería enseñar con más precisión en las aulas.) Cito un solo caso. El titular de la nota con la que me informo, desde ya, usa su lengua con inusual sentido de la rima y la métrica: “Propina desquiciado golpiza a Minusválido”. El comienzo de la nota dice: “Un hombre minusválido, al cual conocen como «El Púas», fue golpeado a placer por un sujeto, que posiblemente bajo los efectos del alcohol y alguna droga, le propinó la paliza, esto la madrugada de ayer en la colonia Juárez, dejándolo muy lesionado”.

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Más cerca, Crónica publicó el año pasado otra “feroz golpiza”, esta vez a una mujer, esta vez sí, con síndrome de down. En el copete se lee: “El hecho ocurrió en una clínica neuropsiquiátrica en el barrio Faro Norte de la ciudad balnearia de Mar del Plata. La hermana de la víctima denunció que la doparon, la golpearon e intentaron abusar de ella, y contó que no es la primera vez que sucede esto con los pacientes. El nosocomio sigue funcionando.”

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Podría seguir citando fragmentos y eligiendo fotografías de rostros lastimados y cuerpos agredidos. Me detengo acá resistiendo el impulso de seguir y reconozco que es una investigación que me atrae de forma atávica. Luego pienso que, en nuestra modernidad periférica, el ser humano no resulta tan impenetrable. Al contrario, es incluso bestialmente previsible. Y la web nos devuelve esa mirada extraviada, esa furia, nos acerca y nos aleja al mismo tiempo. De nosotros depende la forma en que decidimos conocernos y presentarnos, y hasta dónde queremos confesar lo que somos, y qué hacemos con ese conocimiento, con esa presencia y esa confesión.///PACO