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Por Nicolás Mavrakis

Hombre de gris, Tulipanes salvajes en agua de rosas y Casa Casta son pruebas fehacientes del regreso de Jorge Asís a la literatura y también libros que se ocupan, sobre todo, de repetir que el autor de Flores robadas en los jardines de Quilmes nunca había dejado de escribir. Con una primera versión esbozada en 1992, cuando era embajador en París ante la UNESCO –institución que merecería otra novela, Excelencias de la NADA–, y una última versión «como relato» en 2012, Casa Casta retoma el ánimo de roman à clef de novelas como La línea Hamlet, aquella primera obra sobre la arquitectura del poder político en la Argentina de los años noventa, para narrar con un estilo más mundano la carrera de Rodolfo Zalim como embajador político durante la presidencia del «caudillo Carlos Massud».

Delicado alter ego y narrador insignia de esa compleja combinación de realidad y ficción que da forma a la vasta maquinaria narrativa de Asís, la historia de Zalim ante esa burocracia de aspiraciones aristocráticas que conforman los «diplomáticos profesionales», arroja el ancla sobre uno de los nodos menos visibles de la política, pero también de los más representativos para comprender –con el corrosivo cincel del arribismo picaresco– toda una época.

Las argucias del ascendente Domingo Espelucín –quien «aprendió muy pronto que en el massudismo nunca se debía consultar»– durante su camino hacia el Ministerio de Economía, el derrumbe del canciller saliente radical Dante Catrollo e incluso la trayectoria accidentada de Jeremías Toto Giunta, desde «el servicio de espionaje» hasta el exilio digno de una embajada en Panamá, componen el catálogo fácilmente reconocible de una década que fundó una lógica del poder que –Asís no se ha tomado veinte años por azar– aún se proyecta sobre cierto lenguaje que revoletea una y otra vez alrededor de la política.

«¿Qué es hacer política para vos? A ver, no entiendo qué es concretamente lo que querés. Decime. ¿Una embajada, querés? ¿Eso es lo que querés? ¿Te conformás con tan poco?», comienza la novela uno de los portadores de circunstancial fe massudista. En ese sentido, Casa Casta es, efectivamente, una novela sobre la diplomacia argentina– y el perenne conflicto entre «embajadores políticos por Artículo Quinto» y los profesionales de las relaciones internacionales– pero también un lienzo que coloca el sentido del lenguaje y sedimenta una narración del menemismo y de las miserias de la res publica con una densidad mucho más seria –pero nunca solemne– que las trivialidades de la condena moral y las anécdotas de pizza con champagne.