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A mediados del 2009 le hice una entrevista a Pablo Katchadjian. Fue antes de Kodama, antes de dedicarle un número especial de la Revista Tónica al juicio por plagio, etcétera. El copete decía así: «Si todas las editoriales pueden ser leídas como largas conversaciones entre los editores y el mundo, la Imprenta Argentina de Poesía (IAP) ya desde su nombre propone ironía y técnica. Pablo Katchadjian –Buenos Aires, 1977- editor y autor central del sello, publicó los libros de poesías El Cam del Alch, El Martín Fierro ordenado alfabéticamente, y también la novela breve El Aleph engordado, entre otros libros.» Pablo Katchadjian es un escritor con ideas y obra y su voz y sus libros merecen circular más allá de nuestro pobre sistema legal.
¿Cuál fue el primer libro que ordenaste? Escuché que fueron Las flores del mal….
Las flores del mal fue uno de los primeros, pero no sé si el primero. Creo que estuve probando cosas a lo largo de todo el 2006: ordené poemas míos, largos y cortos, y poemas de otros. Quizá Las flores del mal fue el primero que ordené entero, como libro. Pero cada vez que ordenaba algo me reía y lo guardaba, porque no pasaba nada, es decir, no se ordenaba realmente nada porque lo que aparecía no era un orden. Si bien yo no estaba todo el tiempo ordenando textos, sí estaba siempre pensando en eso como en segundo plano. Y un día apareció la idea de ordenar el Martín Fierro, y cuando lo hice me pareció que pasaba algo. Lo que yo quería ver era si un sistema de contenidos podía asociarse a un conjunto de contenidos; mi idea era que lo racional es el sistema de contenidos y no los contenidos. Y el orden alfabético me atraía porque tiene algo puro y autónomo, ¿no?, como más allá de las decisiones de un autor. La cabeza del autor estaba en lo que se unía. De todos modos, creo que cada vez que trato de explicar o explicarme este libro (El Martín Fierro ordenado alfabéticamente) pienso y digo cosas distintas.
Con El Aleph engordado, ¿cómo fue el proceso? ¿Cómo se te ocurrió la idea y cómo fue la realización? Supongo que se dio de una manera más trabajosa.
Se me ocurrió sola, como un dictado de ese segundo plano que piensa estos asuntos. Un día, de la nada, escribí en mi libreta: “Engordar textos –p.ej. El Aleph”. Unos meses después empecé a hacerlo. Y fue bastante trabajoso, porque quería permanecer en una posición intermedia al engordar: no ser yo ni tratar de ser Borges, es decir, no perderlo a él ni perderme a mí. Sí deslizarme a veces más para uno y otro lado, pero sin llegar a ser paródico –porque no quería eso– ni tampoco, digamos, hostil y agresivo –ya que el texto me estaba recibiendo, había que ser amable. Y sí: si El Martín Fierro ordenado alfabéticamente está hecho por un robot en un minuto, El Aleph engordado está hecho por un artesano a lo largo de varias semanas.
¿Vas siempre con la libreta a todas partes? ¿Anotás mucho?
Debe ser el último contacto que me queda con la escritura a mano: si no escribiera en la libreta, no tendría dónde usar una birome. Generalmente la llevo encima, y anoto sobre todo cosas cortas, ideas o chistes, pero algún día me gustaría escribir un libro entero a mano. Sería una especie de experimento.
¿Qué otro texto se podría engordar? Es una pregunta obvia, pero creo que bastante difícil. Y más allá de que lo escribas o no, ¿cuál sería el libro que cierre la trilogía?
La primera es fácil: engordaría El Aleph engordado. Creo que podría hacerlo yo o cualquier otro, pero si lo hiciera yo debería esperar, digamos, unos diez años, para no ser el mismo. Y después de diez años podría engordar el segundo Aleph engordado. El asunto no tiene límites. No me imagino el procedimiento en otro texto, aunque en verdad es aplicable a cualquiera. Con respecto a la segunda, yo también había pensado en una trilogía, pero sólo por esa pasión por el tres, que parece más inteligente que el dos. Ahora pienso que podrían ser más, cuatro, cinco. Estoy trabajando en El matadero de Echeverría, aunque por ahora no logré demasiado. Se me ocurrió invertirlo, oración por oración, y lo hice. Pero no pasó gran cosa. Aunque algunas cosas interesantes aparecen:
“Los sayones quedaron inmóviles y los espectadores estupefactos. Entonces un torrente de sangre brotó borbolloneando de la boca y las narices del joven, y extendiéndose empezó a caer a chorros por entrambos lados de la mesa. Inmediatamente quedó atado en cruz y empezaron la obra de desnudarlo. Sus fuerzas se habían agotado. — Primero degollarme que desnudarme, infame, canalla.”
Primero revienta, es decir, muere; después entonces empiezan a desnudarlo, y enseguida él dice que no lo hagan, que prefiere que lo maten. Y todo esto pasa muy al principio del texto. Pero voy a seguir probando. Quería, aparte de esto, hacer algo con el nuevo libro de Dan Brown, El símbolo perdido, porque me di cuenta de que si uno lee solamente la primera oración de cada capítulo el texto se vuelve muy sugerente: no paran de aparecer personajes y sorpresas. (Véase El símbolo perdido, por Pablo Katchadjian.)
El Martín Fierro ordenado alfabéticamente y El Aleph engordado resultan libros conspicuos y raros y creo que hacen que la IAP se vuelva más “experimental” retomando la tradición argentina de editoriales de carácter. Pero en un proceso no tan previsible, el giro experimental no es hacia el hermetismo. Los otros títulos de la editorial, incluso los tuyos, son más esquivos que estos dos libros que resultan más bien cristalinos. Por otra parte, ya existe una tradición muy vasta de “lo experimental”, lo cual desluce un poco el efecto final, o al menos la sorpresa en los textos herméticos. Pero no en estos dos gemelos malignos de las letras argentinas. ¿Cómo entendés “lo experimental”?
Ésta sí es difícil. En el caso de estos dos libros, “lo experimental” es casi literalmente un experimento: agarrar algo, mezclarlo con otra cosa, meterlo en una máquina para ver qué sale, etc. Incluso, la historia de ambos libros es de prueba y error, intuición, intentos fallidos, etc. Bien experimental. A mí me interesa ver en dónde queda en todo esto, que parece tan frío, lo que sería “la expresión”. Porque hacer y publicar estos libros era para mí una necesidad, podría decirse, expresiva. El Martín Fierro lo ordené en un momento de desorden personal; el caso de El Aleph es más complejo, aunque hay algo así. Pero también una necesidad más general: para mí, que se puedan hacer libros así es una conquista de cierta libertad literaria. Hay muchos textos dando vueltas por ahí. Poder usarlos le da un sentido a… muchas cosas.
Creo que el peso de la tradición en lo experimental aparece cuando se hacen cosas por amor a la vanguardia como tradición y no como camino, política o lo que sea. Con respecto al hermetismo, a mí me cae bien, y no lo ligaría directamente con la tradición de la vanguardia, al menos no en un sentido negativo. Hay cierto tipo de experimentos que precisan el hermetismo. Pero es cierto que estos dos libros son transparentes, ya desde los títulos. Quizá se deba a que tienen que ver más con un acto que con un proceso, porque, si bien hay un proceso, casi todo está en el momento de la idea. Aunque esto se ve más en el Martín Fierro que en El Aleph.
Por último, creo que existe tradición tanto de lo hermético (y del proceso) como de lo cristalino (y el concepto), aunque esta última quizá tenga ahora más presencia en las artes visuales.
¿En qué trabajás actualmente?
Ésta parece fácil pero no es tan fácil, porque nada es tan ordenado, ¿no? Y menos el trabajo… En estos días está por salir mi novela Qué hacer, y esa espera me ocupa un poco las emociones. Una vez leí en un libro viejo de astrología (de alguien llamado Zolar) que los de mi signo teníamos mucha capacidad para el trabajo intenso pero por períodos cortos. Y no sé qué pensar de la astrología, porque muchas veces me sorprende con descripciones precisas y ajustadas, como ésta. Este año pasé ya por un par de períodos intensos. Los experimentos van aparte, porque me ocupan permanentemente pero muy poco tiempo. Terminé una novela hace unos dos meses, cuyo título me está trayendo problemas porque resultó parecido a otro título: era Piedras que caen por una pendiente, y hay una obra de teatro de Fassbinder actualmente en cartel cuyo título, traducido, quedó Gotas que caen sobre rocas calientes). Mi título me gusta por cómo suena y porque avisa cómo avanza la novela. Pero que suene tan parecido al otro me molesta, y además no sé si no me copié. Ahora estoy esperando empezar algo. Tengo ganas de escribir una serie de ensayos sobre ideas y temas sobre los que leo desde hace tiempo y que por algún motivo me interesan mucho: la idea de espontaneidad, la de repetición, las relaciones entre hombres y animales, la alergia (las reacciones exageradas), los sueños, las pseudociencias, los escarabajos, etc. Escribiría los ensayos, en principio, para descubrir por qué esos temas me interesan. Pero no sé si voy a hacer eso u otra novela. Por último, hace poco empezamos a trabajar con Alan Courtis en un libro hecho con citas de libros que no se suelen tomar en serio.///PACO