Los Living es una novela donde la biografía del protagonista gira alrededor del pasado del país, para terminar reflexionando sobre el uso de los muertos; en ese sentido, se podría leer como una «novela política»; Comí, en cambio, se lee más bien como lo opuesto: el registro autobiográfico, el presente y la vida en un registro desinteresado de las «grandes coyunturas». Como novelista, ¿en qué tipo de novela te sentís más cómodo para narrar y cómo definirías las particularidades de un tipo y otro de escritura? ¿Percibís la demanda de algún tipo sobre otro por parte de tus lectores?
La idea de “demanda de mis lectores” me resulta perfectamente extranjera. Para empezar, tendría que creer que existen “mis lectores”; para seguir, que me plantean demandas; para terminar, que a mí me importan. Siempre evité como la peste la posibilidad de escribir pensando en “los lectores”: me parece una forma de la condescendencia o de la cobardía, un truco que suele usarse para rebajar la exigencia con el propio trabajo escudándose en esos seres imaginarios y sus imaginarias expectativas. De todos modos, tampoco estoy muy de acuerdo con tu clasificación de estas dos novelas: me parece que –salvo que caigamos en la literatura de la obviedad– no hay novelas más o menos políticas sino lecturas más o menos políticas, y ésas se pueden hacer de casi cualquier texto que valga la pena. O sea que no se aplican a los míos.
Considerando que tu literatura es una forma de reflexión política (A quien corresponda o Los Living, asunto que se podría rastrear hasta No velas a tus muertos), ¿qué elementos te llaman la atención en las muchas novelas argentinas de esta década ubicadas en los años setenta, o que tematizan la discusión política centrándose en esa época? ¿Cuánto registrás vos ahí de moda editorial y cuánto de inquietud real? ¿Qué autores te interesan y por qué?
No he leído muchos de esos libros. Hace más de 15 años escribí que me parecía que ya era tiempo de dejar atrás los setentas y volcarse sobre el presente y el futuro. Trato de cumplirlo, aunque no siempre me sale cuando escribo –pero casi siempre cuando leo. Una de las grandes ventajas de leer es que uno elige, ¿no? Así que no sé bien, pero sí me impresiona comprobar que hay períodos en la historia que dejan tales marcas y otros que pasan como si nunca hubieran sido. Y, si te fijás, vas a ver que esos períodos que marcan, en general, son los que hicieron correr sangre.
Comí parte del cuerpo y desde ahí trata sobre la enfermedad y la sanación («la fantasía de convertir el pasado en presente permanente») como eventos ineludibles de la vejez. ¿La vejez es un tema del que te hubieras ocupado antes? ¿Te parece que la literatura -más como lector que como escritor- añade algo interesante o útil sobre la vejez como experiencia humana o que es simplemente el registro de un derrotero personal?
¿La literatura no es el registro de un derrotero de personal que añade algo interesante o útil? No veo por qué la vejez no estaría incluida, salvo que, en nuestras sociedades, es el tema tabú por excelencia: más tabú todavía que la muerte. La muerte puede ser bella, heroica, excitante, significativa; la vejez, abandonada ya la idea de que era el espacio de la sabiduría, solo parece decadencia.
En un momento de la novela se menciona que la crítica gastronómica tiene el mérito de poder «hacer creer que no saben sobre lo que siempre supieron», pero luego queda casi como un engranaje trivial de la industria de la sensibilidad gourmet. ¿Cómo fue tu experiencia personal con ese género? ¿Qué valor le asignás en tu carrera como escritor y como periodista?
Si pensara que tengo una carrera dejaría de correr, me sentaría, respiraría hondo y buscaría la salida. He hecho de tanto en tanto crítica gastronómica –más que lo que se sabe, porque más de una vez lo he hecho con seudónimo– porque comer y escribir son dos de las pocas cosas que me dan mucho placer y, a diferencia de lo que pasa con las demás, el placer no se arruina al mezclarlas.
Hay un registro autobiográfico que se entremezcla en la novela con algo que el mismo narrador llama «engaño elegantísimo». ¿Por qué elegiste el registro autobiográfico y un personaje con tu nombre? ¿Cómo creés que resulta esa permeabilidad inevitable para el lector entre la ficción y lo real?
Lo elegí precisamente para trabajar esa “permeabilidad inevitable”. Para divertirme con la indecidibilidad –con perdón– de lo que cuento: ¿es cierto, le pasó? ¿Es un invento? Para repetir que no hay ningún ejercicio más innecesario: la “verdad histórica” no cambia nada a un texto. Es –o no es– literatura.
Los recuerdos de la infancia y la paternidad suelen ser asunto de las memorias noveladas de varios novelistas contemporáneos, ¿escribirías tu autobiografía como tal? ¿Te interesa en particular el género autobiográfico?
No sé si escribiría mi autobiografía como tal. Supongo que llevo muchos años escribiéndola y preferiría no redundar. Pero quién sabe. Y en cuanto al género, me interesa particularmente esta corriente latinoamericana que suelo llamar “los naufraguitos”. Son escritores más o menos jóvenes, varios muy buenos, que escriben “autoficciones” más basadas en las zozobras de sus padres que en las suyas propias. Por eso naufraguitos: no cuentan su naufragio sino el de sus mayores. Digo, gente como Guadalupe Nettel, Alejandro Zambra, Félix Bruzzone. Y su santo patrón, Alan Pauls.
En un momento escribís que «cagar es opinar rotundo, sin matices», mientras que el resto de la opinión parece siempre obligada a los matices. Con la experiencia de tus columnas políticas, ¿cómo describirías el papel de los intelectuales y la suma o resta del valor que su voz, estén de uno u otro lado, tuvo durante estos últimos años? ¿A quiénes considerás interlocutores válidos a la hora de debatir ideas sobre política?
Estos años fueron, también, los del fracaso de la idea del intelectual como sujeto pensante –y la recuperación de su formato altoparlante o, en otra jerga, “intelectual orgánico”. Quiero decir: las posiciones estaban tan definidas y enfrentadas que no quedó lugar para debatir tratando de entender, y todo se redujo a encontrar las formas más eficaces de repetir los dos o tres eslóganes de cada bando. Así nos fue. Por suerte ya se acaba.
Viñas decía que, como Lugones, muchos intelectuales argentinos se suben al caballo por la izquierda y se bajan por al derecha. Retrospectivamente y en sentido digamos «histórico» ante los últimos años del mandato de CFK, ¿dónde te ubicarías vos con respecto al kirchnerismo?
Llevo años diciendo –y veo con cierto alivio que cada vez más personas lo entienden– que, por desgracia para el país, no hay nada más natural que ubicarse a la izquierda del kirchnerismo. Es un espacio tan grande…
Hace poco se reeditó La voluntad, ¿cómo te parece que se lee o se podría leer ese libro ahora, en el contexto del relato y la política que el kirchnerismo llevó adelante sobre los 70? ¿Qué tiene de productivo La voluntad hoy? ¿Se imaginaron alguna vez mientras lo escribían que poco tiempo después ese pasado iba a volver a tener un lugar central en el presente?
No, yo nunca me imaginé el uso que unos años después se haría de ese período de la historia argentina. Tan desafortunado: al identificar a aquellos militantes con estos oportunistas en el gobierno, parte de la sociedad argentina ha revisado sus ideas sobre la militancia de los sesentas y setentas, la ha resignificado a imagen y semejanza de los engaños y la banalidad del grupo que gobierna: ah, claro, para eso querían gobernar los Montoneros, para mentir, patotear, afanar. Por eso escribí, en mi prólogo a la última edición de La Voluntad, que el kirchnerismo, de algún modo, volvió a desaparecer a los desaparecidos: los convirtió, otra vez, en otros.
¿Te interesa algo de lo que pasa en Latinoamérica políticamente en estos últimos años?
Claro que me interesa: lo miro con mucha atención y mucha pena. Me deprime que, cuando el fracaso de las políticas neoliberales de los noventas abría las puertas para experiencias renovadoras, lo que tuvimos en la mayoría de los casos fueron populismos conservadores que mantuvieron intacto el sistema político, económico y social.
¿Cómo imaginás el panorama político argentino más allá de 2015?
Igualmente triste: un espacio para la restauración de un discurso de orden, propiciado por el discurso falsamente rebelde de estos años. Pero la Argentina ya nos ha mostrado muchas veces que está mucho más allá de cualquier previsión. Así que su imprevisibilidad me permite prever tiempos mejores.
Twitter. ¿Cómo lo definirías y para qué creés que sirve y para que te sirve?
Una pared de baño en el bar global: uno se echa un meo y escribe algo, una consigna, un slogan, una broma. Y ni siquiera huele mal: el progreso nunca se detiene ////PACO