Hay que colaborar. Para que Disney consiga el truco, necesita una mano desde la silla. Zootopia empieza con la música y el castillo: una orquesta y un paisaje azul. Sigue con una de las primeras animaciones del Ratón Mickey agarrando un timón. La inseparable ternura de dotar de movimiento a un dibujo en dos dimensiones produce fascinación desde Betty Boop. Lo que nos lleva a sonreír recae en el límite de la fantasía. Los primeros animadores parecerían decirnos -como Colerigde- que la Imaginación es el arma más poderosa de la que disponemos. Si esta es la época del placer y del entretenimiento, Zootopia nace como una película deliberadamente ecléctica. Un marxista diría que cada uno de los posibles espectadores está representado para vender más entradas. Que haya sido escrita por siete o más guionistas parece darle la razón. ¿Por qué tantas cabezas sobre el papel?
Para que Disney consiga el truco, necesita una mano desde la silla.
¿Existe una película que puedan disfrutar, por igual, niños y adultos? Zootopia se suma a esa lista de anfibios que saben complacer. Negarse al disfrute, negarse al estímulo visual y a la ternura de los personajes -que conforman una comunidad de animales exquisitamente calibrada- implica salir a destruir la película con prejuicios. El film hace reír, tiene gags brillantes y como mucha obra de Disney, intenta educar y resulta moralista. Cuenta la historia de Judy, un conejo-niña que quiere ser policía en la ciudad de Zootopia, cuya Carta Magna consiguió abolir el Estado de Naturaleza de Thomas Hobbes e instaló una sociedad de otro Thomas (Moro): la utopía de las especies. Pero los conejos, parece sugerir la película, nunca llegan a policías, y nuestra heroína debería quedarse vendiendo zanahorias en la granja familiar. No falta la crueldad ni la discriminación: cuando Judy llega a la Comisaría de Zootopia, la mandan a cobrar multas de tránsito. Y ese primer día conoce a Nick, el zorro que le sugiere que no intente saltearse las reglas de la naturaleza, que para algo están.
La idea política más fuerte que el film insinúa la inventó el italiano Lombroso cuando escribió sobre prisión preventiva en el siglo XIX.
La idea política más fuerte que el film insinúa la inventó el italiano Lombroso cuando escribió sobre prisión preventiva en el siglo XIX. Los rasgos de un criminal podían medirse en sus facciones. El delito se podía prevenir con una identificación concreta, visual. Llevado a Zootopia quedó así: los depredadores son peligrosos porque depredar forma parte de su instinto. Aunque por Zootopia paseen depredadores domesticados, nunca podrán abandonar su constitución original, que es violenta. Los políticos allá (una oveja: una presa) siembran el miedo para gobernar: una cuota de actualidad. Por suerte la heroína, auxiliada por su nuevo colega el zorro (presa + depredador) niegan la teoría lombrosiana, que tenía a todo el mundo aterrorizado. Existe un ansia de comunión: volver a Rousseau y su Estado de Naturaleza. Y por qué no: reparar en Toqueville y en su fascinación por la democracia en América. Quiero vivir en América, parece cantar Disney, en memoria de Bernstein/////PACO