.

No quisiera hoy estar en el lugar de los que aparecen en las fotos sosteniendo el delfín en Santa Teresita -¿estaba vivo mientras lo sostenían o ya no?-. Pero si me encontrara con uno de ellos no podría evitar una pregunta: ¿cómo se siente? ¿Cómo es tocar la piel de un delfín? Los clichés están al alcance de la mano: que son inteligentes, que ayudan a los hombres en el mar, que son de lo más simpáticos. ¿Y la piel? Resulta imposible imaginar la piel de un delfín de otra manera que como un terciopelo celeste. Y entonces, ¿cómo resistirse a acariciar esos cuarenta kilos de plush?

Si no me equivoco, en Sea World o Mundo Marino te permiten acariciarlos. Es más, en algunos destinos turísticos del Caribe es posible nadar con ellos en el mar. Y hasta veo que en Florida existe un centro de ayuda a chicos discapacitados en el que trabajan con delfines como método terapéutico.

santa teresita

En Santa Teresita sólo quisieron cumplir con el viejo sueño del delfín propio. Sí, claro está el temita ese del agua. Parece que si lo sacás del agua aparentemente el bicho se muere. Intuyo que los turistas habrán oído hablar de esta teoría, pero algo en ellos les habrá permitido dudar: algo en ellos les habrá nublado el buen juicio. Desde ya, la posterior muerte del sujeto experimental corrobora la hipótesis.

Hace casi tres años, en las playas de Sanya, China, ocurrió algo parecido. Unos turistas encontraron un delfín ya moribundo –se supone que había chocado con una embarcación pesquera – y no tuvieron mejor idea que sacarse unas selfies con el animal. Lo tocaron, supieron lo que es tener entre sus manos esa perla de plush, y sintieron la necesidad de que otros lo supieran. Fue ese detalle el que provocó el escándalo. Que el instinto del tacto y de búsqueda de reconocimiento le ganara a la solidaridad o empatía hacia el delfín.

A los turistas de Santa Teresita se los acusó de muchas cosas. Mala gente, dijeron algunos y no sé, la verdad es que no sé, soy de los que no creen en la mala intención. Estúpidos dijeron casi todos y ahí sí, es difícil disentir. Pero creo que hay algo más.

Quizás sea el tamaño del delfín, hecho a medida para los abrazos. Quizás sea su sonrisa, aunque a decir verdad, no se trata de una verdadera sonrisa sino que es sólo la forma de su boca y nuestra obsesión en buscar rasgos antropomórficos en cada animal. O quizás sea su silueta, tan parecida a la de una sirena, tan irresistible.

malcom brenner

Hay una línea que separa la capacidad de apreciar el erotismo de un animal de la posibilidad de interactuar con él. El arte, lo simbólico y lo onírico en muchas ocasiones lograron difuminar esa línea. La pintura más conocida del japonés Hokusai es la que muestra a un pulpo gigante practicándole un cunnilingus a una mujer; el francés Paul Avril muestra a un granjero cogiéndose a una cabra; el arte hindú es recurrente en presentar escenas de sexo con caballos. Y mucho más cerca todavía: no hay mayor demostración de lo erótico en una mujer que cuando imita los movimientos felinos: el cat walk.

Antes que el término “zoofilia”, me quedo con “bestialismo”. En la praxis son sinónimos, pero hay algo en la pronunciación de bestialismo que acepta el hecho no como una perversión sino como una vuelta a algo primigenio en el hombre. Una de las principales críticas hacia la zoofilia es que la actividad de bestialismo es dañina para los animales y necesariamente abusiva, porque los animales son incapaces de dar o negar su consentimiento.

En Argentina existe un proyecto de ley que califica a la zoofilia como una conducta punible, aunque no la penaliza. Lo mismo ocurre en la mayoría de los países o con una ligera variación: está legislado, el bestialismo es legal, siempre y cuando no se haga ningún daño físico al animal. En México y en Japón, el bestialismo es lisa y llanamente legal.

chinos

En Alemania la zoofilia fue penada con multas de hasta 25.000 euros desde 2013, tras un largo debate al respecto (sí, el tema ameritó debate). Según el libro “El sufrimiento silencioso de los animales”, de Birgit Schröeder, un 3% de los alemanes practica la zoofilia. Tres de cada cien. No es poco, ¿no? Tras conocerse la decisión del gobierno, surgió una queja por parte de Zeta, la Unión de zoofílicos alemanes. Ellos pedían comprensión y tolerancia, y sostenían que existen personas que ven a los animales como compañeros sexuales, que no hay nada de malo en eso, que son parejas como cualquier otra. Que estiman que la asociación tiene unos cien mil seguidores y que hay que respetar también este tipo de inclinaciones sexuales que no dañan a los animales ni a otros seres humanos. Sugiero entrar en la web de la asociación y leer sus declaraciones en favor del cuidado de los animales y del amor que sienten hacia ellos (quédense tranquilos, no van a ver fotos).

Vuelvo a los delfines. En 1973, John Lilly, un escritor y neurocientífico –famoso entre otras cosas por sus estudios con el LSD- conoció a un tal Malcolm Brenner. Mientras Lilly trabajaba con delfines para estudiar la forma en que se comunicaban, Brenner, un periodista de largo oficio, le hizo su gran confesión. En 1971 mientras trabajaba como fotógrafo y tenía acceso al parque acuático de Sarasota, Florida, conoció a Dolly. Lilly quiso saber hasta el más íntimo de los detalles. Y después de escucharlo le dijo: tenés que escribir un libro sobre esto. El libro se llama Wet goddess, una novela que narra la relación entre un hombre y, como es de esperar, un delfín.

El problema con la palabra “bestialismo” es que remite a cierta violencia. Lilly decidió no juzgar a Brenner. Sólo se dedicó a escuchar. Y estas son algunas de las cosas que Brenner le contó:

“Empecé a frotarle la espalda, hasta llegar a las aletas y la cola. Entonces ella fue lentamente girando hasta posicionarse frente a mí. Una vez que empecé a frotarle la panza, ella se movió para que yo le frotara los genitales. Y ahí se detuvo. En ese momento pensé: esto es muy confuso.” “Fue Dolly la que dio el primer paso”. “Cuando me di cuenta de lo que ocurría, simplemente vi que existía esta energía entre nosotros dos y que crecía cada vez más”. “Fue como hacerle el amor al océano. Una vez que logré perdonarme y superar las dudas, pude darle finalmente lo que ella quería”. “El delfín era consciente de lo que hacía. Ella incluso tenía que eludir a un delfín macho para poder llegar a mí”.

margaret howe lovatt

Dolly murió tiempo después de un paro cardiaco. Brenner debió rehacer su vida sin ella, e incluso estuvo dos veces casado. Hace unos años presentó en el Sundance Festival un documental sobre su relación con Dolly: Dolphin lover. Ahí Brenner habla de sexo. Pero también habla de amor.

No fue la única experiencia de ese estilo que John Lilly documentó. Antes, en 1963, en el marco de la investigación sobre la comunicación entre especies, Lilly dirigió un estudio financiado por la NASA en el que se buscaba enseñarle a los delfines a hablar inglés. Era el mismo año en que se estrenaba la serie Flipper.

La encargada de lograrlo era Margaret Howe Lovatt y su discípulo, un delfín llamado Peter. Según dice Christopher Riley, director del documental “La chica que hablaba con delfines”, producido por la BBC, la idea de Margaret “fue acercarse de la misma forma que una madre o una maestra le enseñaría a hablar a un niño, y para hacerlo debe haber una inmersión en el lenguaje 24 horas al día. Así que inundó la casa para poder vivir con Peter y conseguir que hablara”.

Margaret recuerda: “Yo hablaba normalmente con una sola palabra, y hacía una inflexión, algo que él pudiera seguir. En eso era muy bueno, pero su pronunciación no era buena”. Ella estaba 100% comprometida con la investigación y sabía que, para lograrlo, debía aislar por completo al delfín, lo que implicaba satisfacer todas sus necesidades.

Según dice Margaret no se trataba de algo sólo sexual. “Se convirtió en una parte más de lo que estaba pasando, como una picazón, solo hacía falta rascarla para quitársela de encima y seguir adelante. Yo estaba allí para conocer a Peter, y eso era parte de Peter”.

hokusai

En Santa Teresita sólo llegaron a sacarlo del agua. Apenas llegaron a acariciarlo. Jamás hubieran podido lograr algo íntimo con tantas cámaras alrededor. Quizás tampoco se hubieran atrevido a hacerlo, o ni siquiera a considerarlo. Pero hay algo cercano al erotismo en la pulsión del cazador involuntario, del que sólo quiere tocar y no mide consecuencias, del que se nubla ante la belleza, del que por un momento se olvidó de ese pequeño detalle que es que los delfines necesitan vivir en el agua, que sólo ahí pueden expresar su amor.

Aunque no me excitan los delfines ni ningún otro animal, es bueno saber que existe una guía con todos los consejos para cogerse un delfín y no matarlo en el intento.////PACO